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Authors: John Norman

Cautiva de Gor (42 page)

Aquella noche unos hombres salieron rápidamente de la casa de Bosko. Le conté cuanto sabía y esperaba que, por consiguiente, me torturasen y empalasen.

—Ve a la cocina, puesto que hay trabajo allí para ti —me dijo cuando acabé de contarle lo que yo sabía.

Regresé a la cocina dando tumbos. Allí Publius, también atónito, me dio algo en que ocuparme. Aquella noche me encadenó a la pared con cadenas dobles.

—No pudimos salvar a Rask de Treve —me dijo Bosko a la mañana siguiente.

Bajé la cabeza. Estaba segura de que aquello acabaría así.

—Los de Treve son enemigos respetables —añadió. Y me sonrió.

Le miré temblando.

—Se había liberado él mismo. Cuando llegamos, ya se había ido —dijo Bosko. Le miré con los ojos abiertos de par en par.

—¿Y los otros? —pregunté.

—Encontramos sus cuerpos. Uno de ellos, con la funda de la espada vacía, fue identificado como el de Haakon de Skjern. Otro, el de un hombre pequeño, no pudo ser identificado. El tercer cuerpo era extraño, parecía el de una bestia enorme y desagradable.

Bajé la cabeza, sollozando histéricamente.

—Los cuerpos habían sido cortados en pedazos. Sus cabezas habían sido colocadas sobre estacas junto al canal. Habían tallado el símbolo de Treve en cada una de las estacas.

Caí de rodillas, llorando y riendo.

—Los de Treve —repitió Bosko como si lo supiera por experiencia— son enemigos respetables.

—¿Qué será ahora de mí? —pregunté.

—Estoy corriendo la voz por el campamento de Terence de Treve, un mercenario, de que hay en mi casa una muchacha cuyo nombre es Elinor.

—Rask de Treve ya no me quiere. Me vendió.

Bosko se encogió de hombros.

—La información que he recibido de los espías de Samos es que vino por su propia voluntad a Puerto Kar, y además solo, y que fue capturado aquí —me miró—. ¿Qué podía haber venido a buscar?

—No lo sé —susurré.

—Dicen que buscaba a una esclava llamada Elinor.

—Eso no puede ser cierto, porque cuando fui traída a Puerto Kar, Rask de Treve ya había sido apresado.

—Puede muy bien haber ocurrido, pues no había más que propagar por el campamento de Rask de Treve que tú estabas en esta ciudad. Y casi con seguridad eso era preferible para mis enemigos. Era mejor que tú no estuvieses aquí cuando él llegase por si te encontraba y se te llevaba y ellos no podían cazarle a él tampoco.

Bosko de Puerto Kar me miró.

—¿Estabas en algún sitio en el que pudieran localizarte cuando les hiciera falta, sin que pareciese que te poseían y tuvieran que identificarse contigo prematuramente, a menos que alguien se diera cuenta?

—Durante meses serví como esclava en una taberna de paga.

—Puede que incluso vieran cuándo y a quién eras vendida en el Curúleo. Fue en el Curúleo, ¿verdad?

—Sí.

—Un sitio completamente público —me miró algo entristecido—. Una vez vi a una muchacha muy hermosa ser vendida en aquel lugar.

—¿Cómo se llamaba? —pregunté.

—Vella —me dijo—. Se llamaba Vella.

Bajé los ojos.

—Me da la impresión —dijo Bosko— que sólo cuando capturaron a Rask de Treve fue cuando te recogieron y te trajeron aquí a Puerto Kar, donde te utilizaron a su voluntad.

—Rask de Treve me vendió. No me quiere.

Bosko encogió los hombros.

—Ve a la cocina —me dijo—, allí hay trabajo para ti.

Me puse a disposición de Publius, que había querido dejar su empleo con Bosko, al ser tan inepto de adquirirme sin saber lo que se hacía y provocar yo casi la ruina de aquella casa; pero Bosko no quiso atender sus razones y alegó que sería difícil encontrar otro jefe de cocina como él. Por lo tanto, Publius siguió en la casa. Pero a mí no me dejaba ni preparar, ni servir la comida. Me vigilaba de cerca y por las noches me ataba con una doble cadena.

Al saber que Rask de Treve estaba vivo, no podía reprimir mi alegría y cantaba mientras realizaba mis trabajos. Además, aquellos que habían intentado utilizarme como una herramienta para conseguir sus propósitos, habían sido destruidos. No creía que mi amo, Bosko, acertase en sus conjeturas al decir que Rask de Treve había venido a Puerto Kar en mi busca, puesto que me había vendido. Sus informantes se confundían o se equivocaban. Había intentado apartar al guerrero de Treve de mi mente de vez en cuando, sin éxito. A veces, por las noches, las demás muchachas me despertaban o me hacían callar porque las molestaba al gritar su nombre en mis sueños. Yo le quería, con todo mi ser y toda la amargura de mi corazón. Pero él estaba vivo y no podía sentirme desgraciada. Podía sentirme sola, y deseosa de notar sus caricias, su boca, sus palabras, su mano sobre la mía, pero, dado que estaba vivo, no podía sentirme realmente triste. Cómo estar triste cuando, en alguna parte, él se sentía orgulloso, vivo y libre, y, sin duda, volvía a ser temerario y violento, festejando su victoria con sus compañeros y sus hermosas esclavas.

—Véndeme, amo —le supliqué una vez a Bosko, pues no deseaba permanecer en la casa en donde había estado a punto de cometer un crimen tan grande. Deseaba poder ir a algún sitio en el que no me conociera nadie, donde yo no fuera más que otra muchacha con collar un ser anónimo en su sumisión y su degradación.

—Tienes cosas que hacer en la cocina —me dijo en respuesta a mi petición.

Regresé, pues a la cocina.

Llega la hora de que ponga fin a mi relato.

Lo he escrito a petición de mi amo, Bosko de Puerto Kar, de los Mercaderes, pero que sospecho fue antaño de los guerreros. No comprendo todo lo que he escrito, en el sentido de conocer sus implicaciones o el significado que otros más enterados que yo de ciertas cosas podrían darle. Creo, sin embargo, haber escrito mucho y con sinceridad. Mi amo me ha ordenado que así lo hiciera. Me he esforzado por cumplir sus deseos.

Soy más feliz ahora de lo que he sido, pero todavía suplico en alguna ocasión ser vendida. Tengo entendido que Rask de Treve vino ciertamente a Puerto Kar a buscarme y ello me proporciona una emoción indescriptible, aunque a la vez me produce una intensa tristeza y amargura, pues nunca le volveré a ver.

En la plaza, frente al Concejo de Capitanes, Rask de Treve se enfrentó a Bosko de Puerto Kar, exigiendo que yo le fuese entregada. Bosko, según me había dicho, fijó un precio de veinte monedas de oro para así, ya que es comerciante, obtener algo en la transacción. Pero Rask no compra mujeres, pues es de Treve. No importaba cuál fuera mi precio, su respuesta hubiera sido siempre la misma. Él toma a las mujeres. No las compra. Pero me da miedo pensar a veces que nunca saldré de aquí. Dicen que mi amo actual, Bosko, es un maestro en el arte de la espada, muy temido, y su casa es muy fuerte y hay aquí cientos de hombres que someten sus vidas y sus espadas a Bosko. Dada la situación de la casa, la personalidad de su amo y la guarnición acogida en su interior, Rask no puede traer aquí sus monturas de tarns desde Treve a la distante Puerto Kar tan sólo por una esclava, y además una acción semejante implicaría una guerra larga y sangrienta. Por desgracia, estoy segura en esta casa. Es mi casa y mi cárcel. Cuando Rask de Treve le exigió a mi amo que me entregase, éste blandió si propia espada y, en respuesta, dibujó en el suelo de la plaza una señal, la de la ciudad de Ko-ro-ba. Rask de Treve die media vuelta y se alejó.

Ahora, por orden de Bosko, se me vuelve a permitir servir en el gran patio. Pero por la noche, Publius todavía me asegura a la pared con una doble cadena. Es un gran jefe de cocina y quiere a su capitán. La verdad es que no tengo nada en contra de sus precauciones.

He finalizado mi narración. Cada noche he de regresar a la cocina, a la hora decimonovena, para ser encadenada. Antes de esa hora suelo dar una vuelta por el muro de la casa de Bosk que da al delta. Miro sus pantanos que, bajo la luz de las tres lunas, son muy hermosos.

Y recuerdo a Rask de Treve.

18. EL EPÍLOGO DE BOSKO DE PUERTO KAR

Es ahora Bosko de Puerto Kar quien toma la palabra.

Desearía añadir una breve nota a este manuscrito que ha de ser transmitido a las Sardar.

Hace tiempo que no sirvo a los Reyes Sacerdotes. Debería quedar libre de su servicio. Samos habla conmigo a veces, pero yo sigo inamovible. Aun a pesar de ello, en el arsenal, Tersil el marino medio ciego y loco, construye un barco muy extraño para navegar hasta el fin del mundo y seguir más allá. Deseo con todas mis fuerzas que me dejen solo y en libertad. Ahora soy rico y respetado. Tengo muchas de las cosas por las que suspiraría un hombre, la hermosa Telima, considerable salud, una gran casa, vinos y propiedades, y delante mío, brillando sobre Thassa, el Mar. Deseo librarme de los Reyes Sacerdotes y de los Otros. No quiero saber nada de sus oscuros manejos y juegos. Yo sólo quiero vivir en paz, pero los Otros no están dispuestos a concederme el deseo. Han intentado matarme. Sé perfectamente que mi sola presencia pone en peligro a quienes me acompañan. ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer?

Y me he enterado ahora, a través de la narración de Elinor, de que Talena, que fuera mi compañera una vez, puede que esté en los bosques del norte. He sabido también que las muchachas de Verna, la mujer pantera, fueron liberadas subrepticiamente, y se cree que han huido al norte igualmente. Creo que en esto se puede ver la mano de Rask de Treve y quizás de la propia Verna, que también es una mujer muy poco usual. He hablado con Telima. A veces viene conmigo al gran torreón que defendimos hace tiempo y hay ocasiones en las que miramos hacia Thassa, el Mar, y yo a veces miro hacia el norte. Marlenus de Ar está preparando otra expedición a los bosques del norte para recuperarla y castigarla por su comportamiento tan insolente. Él no desconoce el hecho de que su hija es cautiva de Verna en esos bosques. Cuentan que está avergonzado de que haya acabado convertida en una esclava y que piensa liberarla y mantenerla secuestrada en Ar, para que su degradación no haya de ser públicamente expuesta. Sería imposible para la hija de un Ubar mantener la cabeza alta sabiendo que ha llevado el collar de un guerrero de Treve.

—Captúrala —me ha dicho Telima—. Quizás aún la amas.

—Te quiero a ti —le he dicho.

—Encuéntrala. Tráela aquí como esclava y escoge entre las dos. Si lo deseas lucharemos con cuchillos en los pantanos.

—Una vez fue mi Compañera Libre.

—Pero los dos sabemos que la relación se extingue si no se renueva, y de eso hace más de un año.

—Es verdad —he tenido que admitir.

—Además, os hicieron esclavos a los dos y eso, por sí mismo, disuelve el vínculo. Los esclavos no pueden unirse como compañeros.

La miré enfadado.

—¿No has olvidado el delta del Vosk? —me dijo molesta. Telima no resultaba agradable cuando estaba celosa.

—No —respondí—, no lo he olvidado.

Nunca olvidaría el delta ni mi degradación. Sabía que había traicionado mis códigos. Había preferido la ignominia de la esclavitud a la libertad de una muerte honorable.

—Perdóname, mi Ubar —me dijo Telima.

—Te perdono.

Miré los bosques del norte. Habían pasado tantos años. Me acordé de ella, Talena. Había sido un sueño en mi corazón, un recuerdo, un ideal de amor juvenil, que no había olvidado nunca, que aún brillaba, que siempre recordaría. Me acordé de nuestro primer encuentro, cuando la liberé de las cadenas de esclava para ponerle las mías. La recordaba bailando en mi tienda, bella y adorable durante el tiempo que duró nuestra Libre Unión como Compañeros en Ko-ro-ba, antes de que yo me despertase desconcertado en las montañas de New Hampshire. Nunca la había olvidado. Era imposible.

—Iré contigo —dijo Telima—. Yo sé bien cómo hay que tratar a las esclavas

—Si voy, iré solo.

—Como desee mi Ubar —dijo Telima, que dio la vuelta y se alejó, dejándome solo en la parte alta del torreón.

Miré hacia Thassa, los pantanos, y la luz de la luna. Thurnock subió los escalones del torreón. Llevaba consigo su arco y sus flechas.

—La
Dorna
—dijo—, la
Tela
y la
Venna
estarán preparadas para inspección antes del amanecer.

—Me siento solo, Thurnock —le dije.

—Todos los hombres se sienten solos de vez en cuando. Excepto cuando están acompañados por el amor, todos se sienten solos.

Miré hacia la pared que daba al delta, bordeando los pantanos. Pude ver a la muchacha, Elinor, dando su paseo por allí como solía hacer a aquella hora. Estaba preciosa.

—Es hora de que la encadenen en la cocina —dijo Thurnock.

—No hasta la hora decimonovena —le recordé.

—¿Le importaría a mi capitán acompañarme con una copa de paga antes de retirarnos?

—Quizás, Thurnock. Quizás.

—Hemos de levantarnos temprano —señaló.

La vi allí, una figura solitaria, mirando por encima de la pared del delta.

—Los más solos —dije— son aquellos a los que el amor ha visitado y abandonado.

El ataque del tarn fue repentino. Llevaba días esperando que ocurriese. Surgió de una capa de nubes, como un trueno producido por el batir de sus alas.

La sirena de alarma sonó casi de inmediato. Se oyeron gritos.

Las garras del tarn golpearon la pared del delta y sin dejar de batir las alas se quedó sujeto allí, dando un grito y lanzando la cabeza hacia atrás. Vi durante un momento el casco del guerrero y su mano extendida hacia abajo. Oí gritar a la muchacha y la vi correr hacia la silla del tarn para cogerse a la mano.

—¡No! —le dije a Thurnock sujetando la flecha con mi mano y apartándola hacia un lado.

Me miró furioso.

—¡No! —le dije, tajante.

Vi la figura tocada con el casco volverse hacia atrás en la silla y, con un gesto imperioso, arrojar un objeto pesado y oscuro sobre el camino de piedra que había detrás del muro. Cuando mis hombres comenzaban a movilizarse y arrojar algunas de sus flechas de ballesta contra él, el tarn gritó, y batiendo las alas comenzó a alzarse hacia el oscuro cielo, hacia las lunas de Gor.

—¡Podía haberle atravesado! —exclamó Thurnock.

—¿Es un ataque? —oí gritar por detrás mío.

—¡No! —ordené—. ¡Volved a vuestros aposentos y descansad!

—¡Has perdido a la muchacha! —gritó Thurnock—. ¡Se la han llevado!

—Tráeme el objeto que ha arrojado sobre el camino de piedra detrás del muro del delta.

Thurnock fue a recogerlo y regresó con él. Era un enorme portamonedas, lleno de oro. Conté las monedas a la luz de la luna. Había cien y eran de oro puro. Cada una llevaba el símbolo de la ciudad de Treve.

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