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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (17 page)

—Sí, usan sillas-flotantes algunas veces —asintió Benin.

—Por eso le pregunté si alguien había visto entrar a Ba Lura a la cámara. ¿Quién está autorizado a usar esas burbujas? ¿Están relacionadas con sus dueñas, con una clave por ejemplo? ¿Son tan anónimas como parecen, o hay alguna manera de distinguirlas?

—Están relacionadas con sus dueñas, con una clave. Y cada una tiene una firma electrónica única.

—Toda medida de seguridad ideada por el hombre puede violarse. Todos somos humanos. Por supuesto, para violar medidas de seguridad, hay que tener acceso a los recursos necesarios.

—Me doy cuenta de eso, lord Vorkosigan.

—Mmm. Creo que comprende usted lo que quiero decir. Ésta es la situación que me imagino: suponga que atacaron a Ba Lura con un bloqueador en otro lugar (por desgracia, la cremación apresurada ha hecho que este extremo sea difícil de probar), lo llevaron inconsciente dentro de una hautburbuja hasta el punto ciego, le cortaron el cuello, en silencio y sin que se produjera lucha. Después, la burbuja se aleja. No tomaría más de quince segundos. No sería necesaria mucha fuerza física por parte del asesino. Pero claro, no sé lo suficiente sobre las burbujas para estar seguro de que esto sea posible desde un punto de vista técnico. Y no sé si entraron o salieron burbujas de la rotonda… ¿Cuánto tránsito se produjo realmente durante la ventana de tiempo de la que estamos hablando? No puede haber habido tanto… ¿Entraron o salieron hautburbujas en ese lapso?

Benin se apoyó en el respaldo de la silla, se mordió los labios y miró a Miles con interés.

—Es usted muy observador, lord Vorkosigan. Siempre alerta. Durante el tiempo en cuestión, cruzaron la cámara cinco bas, cuatro guardias y seis hautmujeres. Los ba tienen deberes que cumplir: se encargan de los adornos florales y del servicio de limpieza. Las hautmujeres vienen a meditar y rendir honores a la Señora Celestial. Los interrogué a todos: ninguno informó nada sobre el cuerpo de Ba Lura.

—Entonces… alguno, el último, tiene que estar mintiendo.

Benin extendió los dedos… y se los miró.

—No es tan sencillo.

Miles hizo una pausa.

—Yo también odio hacer investigaciones internas —dijo por fin—. Estoy seguro de que usted está documentando cada uno de sus pasos…

Benin casi sonrió.

—Eso es asunto mío… ¿no le parece?

A Miles le estaba empezando a caer bien aquel hombre.

—Considerando la situación, usted es… de rango bastante bajo para una investigación de esta importancia. ¿No le parece?

—Eso también… es asunto mío.

—Entonces, usted es sacrificable.

Benin esbozó una mueca. Ah, sí. Nada de lo que había dicho Miles era nuevo para Benin. Si había reflexionado sobre la situación, seguro que ya lo sabía. Miles decidió seguir haciéndole favores.

—Se ha ganado usted un buen compromiso con este asesinato, diría yo, ghemcoronel —señaló. Los dos habían dejado de fingir que la muerte de Ba Lura era un suicidio—. Pero si el método fue el que yo he sugerido, se puede deducir bastante acerca del asesino. Seguramente el culpable tiene un rango alto, su acceso a seguridad interior es bastante extensa y, perdóneme usted, es alguien con un peculiar sentido del humor, para ser cetagandano. El insulto a la emperatriz casi roza la traición.

—Eso es lo que se deduce por el examen del método —admitió Benin, en tono de queja—. Lo que me preocupa es el motivo. Ba Lura era ba y no hacía daño a nadie. Sirvió en el Jardín Celestial durante décadas. La venganza parece muy improbable.

—Mm, tal vez. Pero si Ba Lura es un factor conocido, tal vez lo nuevo sea el asesino. Y piénselo usted… décadas de andar por ahí guardando secretos… Ba Lura estaba en un lugar que le permitía saber cosas sobre personas de rangos extraordinariamente altos. Suponga… suponga que Ba Lura… sintió la tentación de chantajear a alguien. Creo que un buen estudio de sus últimos movimientos en estos días podría revelar mucho. Por ejemplo, ¿salió del Jardín Celestial durante esas semanas?

—Ya… ya hemos iniciado esa investigación.

—En su lugar yo le daría la máxima prioridad. Tal vez Ba Lura se puso en contacto con su asesino. —
O fue a la nave del asesino, que está en órbita, sí
…—. El momento también es revelador. Desde mi punto de vista, el asesinato tiene todos los visos de haber sido algo apresurado. Si el asesino hubiera tenido meses para planearlo, podría haber hecho algo mucho más cuidado, más sutil y menos conspicuo. Creo que se vio obligado a tomar muchas decisiones en poco tiempo, tal vez en una hora o menos, y algunas de esas decisiones fueron francamente desafortunadas.

—No lo bastante —suspiró Benin—. Pero usted me interesa, lord Vorkosigan.

Miles esperaba que esa frase no tuviera doble sentido.

—Este tipo de cosas es el pan de todos los días para mí. Es la primera vez que tengo la oportunidad de hablar de negocios desde que llegué a Eta Ceta. —Ofreció a Benin una sonrisa de alegría—. Si tiene usted más preguntas para mí, por favor, venga cuando quiera…

—No creo que usted estuviera dispuesto a contestarlas bajo pentarrápida… ¿o sí? —dijo Benin, sin demasiada esperanza.

—Ah… —Miles pensó con rapidez—, sí, claro, con el permiso del embajador Vorob'yev. —Permiso que, por supuesto, nunca llegaría. La leve sonrisa de Benin era un indicio de que había entendido la delicadeza de esa negativa no pronunciada.

—De todos modos, espero encantado la ocasión de seguir conversando con usted, lord Vorkosigan.

—Cuando usted quiera. Estaré aquí otros nueve días.

Benin dirigió a Miles una mirada inquisitiva, impenetrable…

—Gracias, lord Vorkosigan.

Miles tenía un millón de preguntas que formular a su nueva víctima, pero en la primera sesión no se atrevía a preguntar nada más. Quería proyectar un aire de interés profesional, no de obsesión frenética. Era tentador… y muy peligroso pensar en Benin como aliado. Pero Benin era sin duda una ventana hacia el Jardín Celestial. Una ventana con ojos que devolvían la mirada. Pero tenía que haber alguna forma sutil y razonable de inducir a Benin a pegarse una palmada en la frente y exclamar:
Vamos, ¡tengo que examinar más de cerca a esos gobernadores de satrapías!
No había duda de que ya estaba mirando en la dirección correcta: hacia arriba. Y por encima del hombro. Una posición realmente incómoda para cualquier trabajo.

¿Cuánta influencia podían tener los gobernadores de satrapías, todos parientes cercanos del emperador, en Seguridad Imperial Cetagandana? No demasiada… sin duda los consideraban amenazas potenciales. Pero tal vez uno de ellos había estado estableciendo contactos durante largo tiempo… Tal vez uno de ellos había sido totalmente leal hasta la primera tentación. Era una acusación muy grave; Benin tenía que acertar en su primer intento porque no tendría una segunda oportunidad.

¿A quién le importaba el asesinato de un esclavo? ¿Cuánto interés tenía Benin en la justicia abstracta? Si un cetagandano no podía ser el primero en ningún ámbito, ¿le bastaría con ser más-santo-que-los-demás? Casi un impulso estético: el Arte de la Detección. ¿Cuánto riesgo estaba dispuesto a correr el ghemcoronel? ¿Cuánto tenía que perder? ¿Tenía familia, o era una especie de guerrero-monje, completamente entregado a su carrera? A decir verdad, hacia el final de la entrevista Benin había tenido los ojos fijos en la cara de Miles porque le interesaba lo que le estaba diciendo, no porque evitara mirarle el cuerpo. Eso le honraba.

El anfitrión se levantó con el huésped e hizo una pausa:

—Ghemcoronel… ¿puedo hacerle una sugerencia personal?

Benin inclinó la cabeza: curiosidad, permiso.

—Tiene usted buenas razones para suponer que el problemita viene de más arriba. Pero no sabe de dónde. Si yo estuviera en su lugar, iría directo a la cima. Recurra directamente a su Emperador. Es la única forma en que podrá pasar por encima del asesino.

¿Palideció Benin debajo del maquillaje? No había forma de saberlo.

—Tan alto… Bueno, lord Vorkosigan, no puedo decir que vea a mi amo celestial todos los días.

—No se trata de amistad. Es un asunto de negocios; negocios del Emperador. Si usted quiere serle útil, tiene que actuar deprisa. Los emperadores son humanos. —Bueno, el emperador Gregor era humano. El Emperador cetagandano era hauthumano. Miles esperaba que fuera más o menos lo mismo—. Seguramente, Ba Lura fue para él más que un mueble cualquiera; lo sirvió durante cincuenta años o más. No haga acusaciones, sólo pídale que proteja la investigación, que no deje que la aplasten. Aseste el primer golpe, hoy, antes de que… alguien… empiece a tener… miedo de su… eficiencia. —
Si piensa cubrirse la espalda, Benin, por Dios, hágalo bien
.

—Tendré en cuenta su consejo.

—Buena caza. —Miles sonrió con alegría, como si el asunto no tuviera nada que ver con él—. La caza mayor es la mejor. Piense en el honor que recibe el cazador.

Benin se inclinó con una sonrisa leve, ácida, y salió por el pasillo junto al guardia de la embajada.

—Nos veremos pronto —le gritó Miles.

—No le quepa la menor duda. —El gesto final de Benin fue casi un saludo militar. Casi, no del todo.

El deseo de Miles de derretirse y convertirse en un charco exhausto sobre el suelo del corredor quedó interrumpido por la llegada de Vorob'yev, que sin duda había estado escuchando detrás de las escaleras. Vino acompañado por otro hombre. Iván venía detrás de los dos con una expresión de ansiedad malhumorada.

El hombre que acompañaba al embajador era de edad madura, de complexión media y llevaba un traje holgado y varias túnicas de buena hechura, como un ghemlord cetagandano, todas en colores neutros. Le caían bien y eran cómodas, pero no se había pintado la cara y el corte de cabello era el de un oficial de Barrayar. Tenía una mirada… de interés…

—Una entrevista muy bien conducida, lord Vorkosigan —lo felicitó Vorob'yev. Miles respiró con alivio. Un tanto. En esa entrevista era difícil decidir quién había interrogado a quién…

—El ghemcoronel Benin tiene mucho en mente, diría yo —dijo Miles—. Ah… —Y miró al compañero de Vorob'yev.

—Permítame presentarle a lord Vorreedi —dijo el embajador—. Lord Vorkosigan, claro está. Lord Vorreedi es nuestro experto en la comprensión de las actividades de nuestros ghemcamaradas, en toda una multitud de escenarios y campos…

Lo cual era una forma diplomática de decir
Jefe de espías
. Miles asintió y le dirigió un saludo deferente.

—Me alegro de conocerlo por fin, señor.

—Y yo a usted —contestó Vorreedi—. Lamento no haber llegado antes. Se suponía que las ceremonias por la muerte de la difunta emperatriz serían un poco más tranquilas… No sabía que usted tenía tanto interés en temas de seguridad civil, lord Vorkosigan. ¿Le gustaría que le concertáramos una visita a las organizaciones policiales de la ciudad?

—Lamento decirle que no creo que tenga tiempo. Pero le diré que si no hubiera podido entrar en la carrera militar, creo que mi siguiente opción habría sido el trabajo policial.

Un cabo uniformado de la oficina de SegImp de la embajada hizo un gesto para separar del grupo a su superior. Hablaron en voz baja, y el cabo le entregó un pliego de papeles de colores. El oficial de protocolo se los entregó a su embajador con unas pocas palabras. Vorob'yev, con las cejas levantadas, se volvió hacia Iván.

—Lord Vorpatril. Le han llegado algunas invitaciones.

Iván tomó las hojas —los perfumes y colores contrastaron unos con otros— y las hojeó, extrañado.

—¿Invitaciones?

—Lady Benello lo invita a una cena privada; lady Arvin, a una fiesta con espectáculo de esquemas en fuego en el cielo, las dos esta noche, y lady Senden organiza danzas de salón esta tarde.

—¿Quién?

—Lady Senden —explicó el oficial de protocolo— es la hermana casada de lady Benello. Eso supimos después del incidente de anoche. —Miró a Iván, extrañado—. ¿Qué hizo usted para recibir tantas atenciones, lord Vorpatril?

Iván levantó los papeles en la mano, tembló y sonrió un poco. Miles dedujo inmediatamente que el informe de su primo sobre la aventura de la noche anterior no incluía todos los detalles.

—No estoy seguro, señor —dijo y captó la mirada disimulada de Miles. Se ruborizó levemente.

Miles estiró el cuello.

—¿Alguna de esas mujeres tiene alguna relación interesante en el Jardín Celestial? ¿O amigos que las tengan?

—Tu nombre no aparece por aquí, primito. —Iván señaló los papeles cubiertos de letras manuscritas en tintas de colores diversos. Su mirada, libre por fin del miedo y la cautela que había mostrado antes, empezaba a llenarse de alegría.

—¿Tal vez sería necesario ampliar más los controles, milord? —murmuró el oficial de protocolo al embajador.

—Por favor, coronel, si es posible…

El oficial de protocolo se alejó con su cabo. Miles, con un gesto de agradecimiento a Vorob'yev, se alejó detrás de Iván, que aferraba los papeles con firmeza en la mano y lo miraba lleno de sospechas.

—Son míos —afirmó Iván en cuanto estuvieron fuera del alcance del oído de sus superiores—. Tú tienes al ghemcoronel Benin, que de todos modos es más de tu tipo que ellas.

—Hay muchas ghemujeres en la capital que son damas de honor de las hautmujeres en el Jardín Celestial, eso es todo —dijo Miles—. Me… me gustaría volver a ver a la ghemlady que fue a pasear conmigo el otro día, pero no me dijo su nombre.

—Dudo que los amigos de Yenaro tengan relaciones celestiales.

—Creo que esa mujer era una excepción. Aunque en realidad estoy más interesado en conocer a los gobernadores de satrapías. Quisiera verlos cara a cara.

—Vas a tener mejores oportunidades en una de las ceremonias oficiales.

—Ah, sí. Eso ya lo sé. Lo estoy planeando.

8

El Jardín Celestial no intimidaba tanto en la segunda visita, se aseguró Miles a sí mismo. Esta vez no estaban perdidos en un gran arroyo de enviados galácticos: eran sólo un pequeño grupo de tres. Miles, el embajador Vorob'yev y Mia Maz entraron por una puerta lateral, casi en privado. Un solo servidor los escoltó a su destino.

El trío ofrecía una buena imagen. Miles y el embajador llevaban uniformes de gala negros. Maz se había puesto unas túnicas flotantes negras y blancas. Esa combinación le permitía usar los dos colores del duelo, hacer un homenaje al dolor de Cetaganda sin pasar los límites del hautprivilegio. No era casualidad que la ropa también le resaltara el cabello negro y la tez llena de vida y, de alguna manera, también a los dos hombres que la acompañaban. El hoyuelo de la mejilla de la vervani relampagueó con su sonrisa de placer y alegría, dirigida, por encima de la cabeza de Miles, al embajador Vorob'yev. Entre los dos, Miles se sentía como un chiquillo travieso escoltado con firmeza por sus padres. Vorob'yev no pensaba correr el riesgo de otra violación de etiqueta.

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