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Authors: Geoffrey Chaucer

Cuentos de Canterbury (45 page)

"Opta por el no antes que por el sí cuando puedas hacer algo de lo que luego te arrepentirás"
[373]
. A saber, es preferible permanecer callado a hablar. Así, pues, por poderosos motivos captarás que si puedes llevar a cabo algo de lo que te arrepentirás, es preferible que sufras antes que comenzarlo. Bien afirman los que propugnan que nadie intente ejecutar algo si ponen en duda sus posibilidades reales.

»Después de ello, una vez examinado tu consejo del modo descrito con anterioridad, y sabedor de que puedes llevarlo a término, debes mantenerlo con firmeza hasta el final.

»Ahora parece razonable y adecuado que te explique cuando y cómo se puede cambiar de opinión sin ser digno de reproche.

»A decir verdad, se puede cambiar de opinión y criterio cuando se dan nuevas circunstancias o las causas que lo motivaron desaparecen. Tal como la ley lo afirma: "A nuevos hechos corresponden nuevos consejos." Y Séneca apostilla: "Cambia de decisión si ésta ha llegado a oídos de tu enemigo"
[374]
. También puedes variar tu decisión si, por error o por otra causa, puede derivarse daño o perjuicio. Cambia de opinión si tu consejo es poco honrado o procede de una causa que así sea. Pues las leyes declaran que "todos los mandatos que no son honestos carecen de valor; y lo mismo reza para los mandatos imposibles, o que no se pueden observar o llevar a cabo con bien.

»Y adopta esta norma general de conducta: afirmo que un consejo absolutamente inamovible bajo circunstancia alguna es realmente malo.

Cuando Melibeo hubo escuchado las enseñanzas de Prudencia, su esposa, le replicó con las siguientes palabras:

—Señora, hasta ahora me has enseñado de un modo global a elegir y conservar a mis consejeros adecuada y propiamente. Pero me gustaría conocer tu opinión sobre los que, de hecho, en las presentes circunstancias, he elegido.

—Señor —repuso ella—, te suplico humildemente que no te enfrentes a mis argumentos de un modo obcecado ni tomes a mal que te diga cosas desagradables. Pues Dios sabe que es mi propósito hacerlo para tu bien, tu provecho, y también para tu honor. A decir verdad, espero de tu bondad tomes con paciencia mis palabras. Confia en mí plenamente, pues los consejos que has pedido en este asunto no son propiamente tales, sino más bien un impulso o arrebato de locura, y en la decisión adoptada te has equivocado de varias formas.

»Primero y ante todo, erraste al convocar a tus consejeros, pues debiste haber llamado de entrada a unos pocos, y después, en caso necesario, habrías podido apelar a más. De hecho, has convocado repentinamente a consejo a mucha gente pesada y de discurso plomizo.

»Tampoco acertaste al no llamar sólo a amigos fieles, probados y experimentados, sino más bien a gente extraña y halagadora, aduladores con falsía y antiguos enemigos, y a personas que te respetan, pero que no te aman. Y tampoco acertaste al convocar a la ira, a la codicia y al atolondramiento. Estas tres cosas se oponen a un consejo bueno y provechoso. Ni tú ni tus consejeros habéis contrarrestado estos tres sentimientos de vuestros corazones.

»Igualmente obraste mal en manifestar a tus consejeros tu pensamiento o intención de pelear enseguida como venganza. Por tus palabras detectaron cuáles eran tus móviles. Y por ello te aconsejaron de acuerdo con tus pensamientos antes que con tu conveniencia.

»También erraste al suponer que te bastaba con escuchar los menguados consejos de esos confidentes, cuando en realidad tenías necesidad perentoria de más opiniones y deliberación para llevar a cabo tus propósitos.

»También erraste al no examinar tu objetivo de la manera anteriormente descrita, ni en la manera pertinente a este caso. Y erraste, además, al no discriminar a tus consejeros, es decir, entre tus auténticos amigos y tus confidentes embaucadores, sin enterarte de los propósitos de tus viejos y leales amigos, sino que reuniste todos los pareceres en una mezcolanza y optaste por el de la mayoría. Y ya sabes de sobra que los locos son siempre más numerosos que los cuerdos, de donde se colige que en las asambleas multitudinarias se tiene más en cuenta al número que a la sabiduría de las personas, y siempre prevalece el consejo insensato.

Melibeo replicó de nuevo y dijo:

Admito que me he equivocado, pero como me has dicho antes que no es vituperable el cambiar a los consejeros en ciertos casos y por razones justas, estoy dispuesto a cambiarlos del modo que tú dispongas. El refrán afirma que el pecar es humano, pero, sin duda, empecinarse en el pecado es diabólico.

A esto replicó Prudencia con las siguientes palabras: —Examina las opiniones y veamos quién te aconsejó mejor y habló del modo más sensato. Y ya que debemos efectuar esta tensión, empecemos por los médicos y cirujanos, que fueron los primeros en hablar. Y ya que ellos lo hicieron con discreción y sabiduría, tal como conviene a su condición, pues tratan a todos con honra y provecho sin molestar a nadie, y aplican su competencia profesional en curar a los que tienen bajo su cuidado, opino que merecen una elevada y soberana recompensa por sus nobles palabras.

»Señor, del mismo modo que te han dado la respuesta adecuada, así se esmerarán en cuidar a tu estimada hija. Y aunque sean amigos tuyos, no permitas que no te cobren honorarios; al contrario, debes recompensarles con inequívoca largueza.

»En lo que se refiere a la afirmación de los médicos respecto a este caso, a saber, que una enfermedad se cura con la contraria, me apetecería saber cómo la has entendido y cuál es tu criterio.

Melibeo replicó:

—Esta es mi opinión: ya que mis adversarios actuaron en mi contra, yo debo responder con algo que se les oponga; pues, ya que me vengaron y ofendieron, así yo me he de vengar y ofenderles. De este modo un contrario se opone al otro.

La señora Prudencia apostilló:

—Vaya, vaya. ¡Con qué ligereza tiende el hombre a satisfacer sus propias inclinaciones y placer! Sin lugar a dudas, la afirmación de los médicos no ha de interpretarse de este modo. Resulta cierto que la maldad no se opone a la maldad, ni la venganza a la venganza, ni la injuria a la injuria; antes bien, son parecidas. Por consiguiente, una venganza no se aplaca con otra, ni un error con otro, sino que se encrespan y enconan mutuamente. Las palabras de los médicos deben interpretarse de este modo. Lo bueno se opone a lo malo, la paz a la guerra, la venganza al perdón, la discordia a la concordia, y así por el estilo. En resumen, la maldad se vence con la bondad, la guerra con la paz, y así con todo lo demás.

»El apóstol San Pablo lo refrenda en muchos lugares. Afirma: "No devuelvas mal por mal, ni palabras injuriosas con palabras injuriosas; al contrario, haz bien a quien te perjudica y bendice a quien te maldice
[375]
. Y en muchos otros pasajes recomienda la paz y la armonía.

»Pero ahora comentaré la opinión suministrada por los juristas y sabios. Éstos consideran que, sobre todo, deberías custodiar tu persona y tu casa, y que, dadas las circunstancias, deberías obrar cautelosa y reflexivamente.

»En lo referente al primer punto, la defensa de tu persona, debes comprender que quien está en guerra, sobre todo, ha de suplicar devota y humildemente a Jesucristo para que sea su protector y valedor ante el peligro. Indudablemente, sin la ayuda de Jesucristo Nuestro Señor, nadie en este mundo puede recibir suficiente socorro y consejo. El profeta David es de la misma opinión cuando declara: "Si el Señor no la guarda, en vano trabajan los que custodian la ciudad"
[376]
.

»Después, señor, confia tu seguridad personal a fieles, conocidos y probados amigos, y pídeles que te ayuden. Catón afirma: "Si precisas ayuda, pídesela a tus amigos, pues el mejor médico siempre será un auténtico amigo
[377]
.

»Aléjate de las personas ajenas y de los embusteros y desconfía de su compañía. Pedro Alfonso amonesta: "No te hagas acompañar en tu camino de hombre extraño, a no ser que sea antiguo conocido tuyo. Y si se encuentra contigo de modo casual y sin tu consentimiento, inquiere de un modo sutil sobre su vida anterior, y no le digas adónde vas, suminístrale una dirección falsa. Y si portare una lanza, colócate a su diestra; y si espada, a su siniestra"
[378]
.

»Te lo recalco: evita la gente que antes mencioné y rechaza su compañía y sus consejos. No presumas de fortaleza de modo que desestimes la de tus enemigos; no te apoyes en tu jactancia: el prudente siempre teme a sus enemigos. Salomón ya lo afirma: "Dichoso quien todo lo teme, porque, sin duda, mal le irán las cosas a quien por alocada osadía de su corazón y por atrevimiento alberga mucha arrogancia"
[379]
.

»A continuación debes estar siempre prevenido contra las insidias e injerencias, pues Séneca declara: "El hombre prudente y temeroso del mal, los evita, y quien elude la tentación no cae en ella. Aun cuando te creas en lugar seguro, procura defender tu persona. Rehúye el descuidar tu propia protección ante tus enemigos, bien sean grandes o pequeños." Séneca comenta: "Quien está bien aconsejado teme incluso al menor de sus enemigos"
[380]
. Y Ovidio comenta que "la diminuta comadreja puede matar al enorme toro y al ciervo salvaje»
[381
.

»También leemos en el
Libro
[382]
: "Una pequeña espina puede ocasionar un pinchazo muy doloroso a un rey, y un perro apresar a un jabalí."

»Sin embargo, no te digo que debas ser tan cobarde que titubees donde no existe causa alguna de temor. El
Libro
comenta que "algunos sienten deseos de engañar, pero temen ser engañados". Recela también ser envenenado y aléjate de la compañía de los insolentes, pues se lee en el
Libro
: "No te juntes con los insolentes y huye de sus palabras como el veneno."

»Y por lo que respecta al punto segundo —el de la solícita defensa de tu casa—, quisiera saber tu opinión y decisión sobre este asunto.

La respuesta de Melibeo fue la siguiente:

—Esta es mi sincera respuesta: que debo proteger mi casa con torreones, al estilo de los castillos y otros edificios, y con armaduras y artillería; con todo ello podré defender mi persona y vivienda de forma que mis enemigos teman aproximarse a ella.

Prudencia respondió:

—Resulta de elevado coste y afán protegerse con altos torreones y grandes edificios, que son, en ocasiones, fruto del orgullo. Y una vez ejecutadas las obras, éstas no valen un rábano si no se defienden con amigos leales, auténticos, prudentes y probos. Y debes captar que la mejor y más aguerrida guarnición de un hombre rico —con vistas a la protección personal y de sus bienes— radica en la estima de sus súbditos y vecinos. Pues así comenta Tulio: "Existe una clase de defensa inexpugnable e indestructible: el amor que a un señor profesan sus ciudadanos y su pueblo."

»Ahora, señor, abordemos el punto tercero. Tus antiguos y prudentes consejeros afirman que no debes obrar con precipitación, sino con extremo cuidado y deliberación. Juzgo, en verdad, que tal afirmación rezuma prudencia y verismo. Tulio lo refrenda: "Prepáralo con extremo cuidado antes de empezar cualquier asunto"
[383]
.

»Te exhorto a que en temas de venganza, bélicos, de lucha y de fortificación te prepares con gran ahínco antes de emprenderlos. Tulio exclama: "Una minuciosa preparación antes de la batalla ocasiona una victoria rápida"
[384]
. Y Casiodoro: "La resistencia se acrece cuando más largo es el preaviso"
[385]
.

»Pero ahora toquemos la decisión acordada por tus vecinos —tus reverenciadores exentos de amor, tus antiguos enemigos reconciliados, tus aduladores—, que te dieron en privado un consejo determinado y el opuesto en público; y también el consejo de la gente joven: el de vengarse y pelear inmediatamente.

»Ciertamente, señor, tal como he dicho con anterioridad, erraste sobremanera al convocarles a consejo. Razones expuestas con anterioridad descalifican a tales consejeros con claridad. Sin embargo, bajemos a pormenorizar.

»En primer lugar, has de proceder según el pensamiento de Tulio. La verdad de este asunto o de este consejo, ciertamente, no precisa grandes investigaciones; notorios son los autores de esos agravios e injurias y la naturaleza de los mismos.

»Acto seguido revisarás el segundo requisito que Tulio
[386]
menciona al respecto. Éste inserta algo que denomina "consentimiento", es decir, qué, quiénes y cuántos son los que respaldan bien la decisión de una rápida venganza o la de estar acordes con tus enemigos.

»Indudablemente, por lo que respecta al primer punto, es notoria la clase de gente que opta claramente por una decisión rápida: los que te aconsejan emprender la guerra de inmediato no son amigos tuyos.

»Consideremos ahora a aquellos amigos a los que tú aprecias como a ti mismo. Aunque tienes poder y riquezas, estás solo, ya que no tienes un hijo varón, sino una hija; ni tampoco hermanos, primos hermanos ni parientes próximos que induzcan a tus enemigos a no atacarte o a destruirte por temor. Eres consciente de que tu hacienda, con el tiempo, deberá distribuirse entre varios, y cuando cada uno haya recibido esa menguada recompensa, poco anhelo tendrán de vengar tu muerte.

»Por otra parte, tres son tus enemigos, con numerosa descendencia, hermanos, primos y otros parientes próximos; así, aunque exterminases a dos o tres de ellos, quedarían muchos para vengarse de ti y aniquilarte. Y aunque tus parientes fuesen más fieles y fuertes que los de tu enemigo, son, sin embargo, lejanos y tú tienes poca relación con ellos; al contrario, los de tu enemigo guardan estrecha relación con él. En lo tocante a este tema, su posición es, pues, mejor que la tuya.

»Sopesa igualmente si el consejo de los que abogan por la venganza se ajusta a razón. Bien sabes que la respuesta es "no", pues el derecho y la razón prohiben la venganza, que es privativa del juez, el único con jurisdicción sobre ella, según los requerimientos legales.

»En lo referente al punto que Tulio denomina "consentimiento", considera si tu poderío y tu fuerza pueden llevar a término tu propósito y el de tus consejeros. Ciertamente puedes responder negativamente, pues hablando con propiedad sólo se puede hacer lo lícitamente ejecutable. Así, desde el punto de vista legal, no puedes vengarte por tu cuenta. En consecuencia, no estás facultado a llevar a cabo tu propósito.

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