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Authors: Alejandro Suarez Sánchez-Ocaña

Desnudando a Google (33 page)

6
Las empresas
cool
no pagan impuestos

Si eras un leal e incondicional
googlefan
es posible que lo que estás leyendo sobre determinadas actividades de Google te deje un sabor agridulce. Es el mismo que siento después de haber comprobado, durante muchos años, cómo actúan después de tenerles en mi más alta estima. Lo que verdaderamente me defrauda es comprobar que no son más que otra voraz multinacional. No son lo especiales que llegamos a creer en un momento. Y eso, cuando me rendí a la evidencia, me decepcionó bastante.

Por mi trabajo he participado en muchas comidas y cenas con empresarios y profesionales del sector de internet quienes, sólo tras estar seguros de que sus opiniones no iban a trascender, han decidido posicionarse y opinar abiertamente sobre Google. El poder económico e incluso político de la compañía es tal que existe, no diré temor, pero sí un cierto respeto a opinar y decir en público algunas de las cosas que se recogen en este libro. De hecho, es posible que hubiera sido más sensato silenciar algunas de las opiniones que estás leyendo, ser más discreto y guardarlas en esas charlas informales. Puedes pensar que exagero, pero te aseguro que es así. Te daré dos pequeños ejemplos. El primero lo tienes en tus manos. Muchos profesionales, analistas y empresarios del sector recibieron siempre la misma respuesta por mi parte: «Me parece interesante tu opinión. Tengo en mente escribir un libro sobre Google y me gustaría contar con tu punto de vista y tu testimonio». Las respuestas siempre eran entusiastas: «¡Por supuesto!», «¡Es necesario un libro así!» o «Cuenta con ello!», decía la mayoría.

Durante los meses de redacción de esta obra mandé a algunos de ellos un cuestionario por correo electrónico. Unos respondieron con extraordinaria tibieza, alejados de las opiniones que vertían en privado. Otros, sin embargo, fueron más claros y sinceros, y se lo agradezco. Por el bien de todos, me decían que se arrepentían, e incluso me pedían que narrara sus opiniones «sin identificarles, para no perjudicar a su empresa o a futuros proyectos». No sé si tenían motivos reales para preocuparse o para esconder una postura crítica hacia Google. Por mi bien, ¡espero que no! Pero presiento que meses después de la publicación de este libro tendré una opinión mucho más formada al respecto.

El segundo ejemplo nos lleva al año 2009. Había sido invitado a un desayuno de trabajo con un grupo de periodistas. En un momento dado uno de ellos, con el que mantengo una buena relación, me pidió que le diera alguna idea sobre un tema de tecnología para un próximo reportaje. Le sugerí que investigara lo que hace Google en España: qué valor crea para nuestro país, y en el resto de los países de Europa en los que se ha establecido. Le pedí que mirara más allá de lo obvio, de sus fantásticos productos y servicios, y que se informara y buceara en el asunto. Recuerdo que le expliqué brevemente su estructura fiscal, sus inversiones y cómo operan en determinados países fuera de Estados Unidos. Quedó fascinado y prometió estudiarlo para un reportaje en profundidad.

Aquel reportaje jamás se publicó. No hizo falta que le preguntara. Él mismo me explicó, días más tarde, que su jefe le había dicho que no autorizaría ese reportaje bajo ningún concepto, que su grupo editorial tenía suficientes intereses en internet como para que eso pudiera suponer un problema. ¡Con la comida no se juega!

La autocensura sin motivo aparente es algo muy español. Al menos hasta hoy en día, Google tiene la virtud de permitir la crítica, y tal vez sea porque entiende que es parte del juego. En realidad, le resbala como la lluvia sobre una enorme gabardina. Con una sonrisa en boca se limitan a decir
no comment
, y asunto resuelto. La crítica no les hace ni cosquillas. Gozan del amor incondicional de millones de personas que no quieren ver más allá de lo superficial. No conozco ningún caso en el que Google haya tomado represalias con su buscador, o en sus sistemas de publicidad, contra personas u organizaciones por sus opiniones sobre la compañía. Es justo resaltarlo. También es igualmente justo decir que no deben verse en esta tesitura con frecuencia. Cuando la mayoría de la gente está frente al
Tyranosaurus re
x, corre para proteger su vida en lugar de quedarse allí y tirarle la primera piedra. Somos pocos los suicidas, y tal vez eso explique que los humanos hayamos sobrevivido a los dinosaurios. Hemos desarrollado un enorme instinto de supervivencia.

Google opera fuera de Estados Unidos con una estructura fiscal propia de un chiringuito financiero: facturan más del 90 % de sus ingresos hacia paraísos fiscales. Pero no importa. Es la empresa de la ética, de los simpáticos y brillantes chicos innovadores, los mismos que han hecho una bandera de su lema «no hagas el mal» de puertas para afuera. En un momento determinado vieron que eso de no hacer el mal era poco práctico, al menos en términos financieros y económicos. De hecho, vieron que resultaba demasiado caro.

Mientras, inmersos en una cruel crisis económica mundial, los líderes políticos del mundo se comprometen a inyectar ética al capitalismo y a acabar, entre otras cosas, con los paraísos fiscales. No hay que ser hipócritas. Los paraísos fiscales existen y han existido siempre. Que nuestros líderes políticos nos cuenten la historia que quieran, pero van a seguir existiendo. Hagamos un ejercicio propio de alquimistas. Escoge al azar el nombre de cualquier banco del país, el que quieras. Seguro que esa entidad tiene decenas de empresas en paraísos fiscales, y eso no parece preocuparle a nadie. Las autoridades toleran estas prácticas; otra cosa sería que ese banco —pongamos como ejemplo a los grandes: Santander y BBVA— se sirviera de estrategias de ingeniería financiera para expatriar TODOS sus ingresos a lugares tan exóticos como la Isla de Man, las Bermudas o las islas Caimán. No sería tolerable, sería un escándalo. Bien, pues eso es lo que hace Google en la gran mayoría de mercados donde opera y, por supuesto, eso no es lo que hacen en Estados Unidos. Allí no se atreverían.

¿Lo que hace Google es ilegal? Posiblemente no. Utilizan todos los agujeros legales posibles para no pagar lo que deberían en países en los que operan. ¿Es moralmente reprobable? De eso no cabe ninguna duda. Utilizar triquiñuelas legales para no cumplir con el fisco de los países donde generas enormes cantidades de negocio, con lo que perjudicas a los ciudadanos que tanto dices defender y haces que un porcentaje del dinero generado no revierta en el país, sino en la cuenta bancaria de un paraíso fiscal, me parece moralmente reprobable.

¿Cómo sucede esto? ¿No estará el autor, que parece tener alguna manía persecutoria a Google, exagerando esta situación? ¡Pues va a ser que no! Analicemos lo que hacen, que supera con creces los límites de lo escandaloso.

Desde la sede de Mountain View lo que sucede fuera de Estados Unidos se considera, en cierto modo, como «segunda división». Ya hemos visto que el respeto a la legislación de cada país por parte de la compañía es relativo. En algunos países se lo toman en serio, precisamente en los mismos países en los que han tenido numerosos conflictos.

Google tiene su matriz en Estados Unidos y una filial en Europa. Desde ahí opera y centraliza el resto de sedes europeas y varios países de Asia y de África. La filial está en Irlanda, país que tiene ciertas ventajas para la compañía. La primera es estar en Europa y poder operar en euros. La segunda, el idioma y el nivel formativo del país. Por supuesto, no son razones de peso suficiente para establecer allí una base de operaciones a escala mundial. Hay otras razones, como la escasísima tributación exigida a las empresas multinacionales que se establecen en Irlanda, que sólo pagan anualmente un impuesto de sociedades del 12,5%, muy diferente a la carga tributaria que existe en el resto de los países de Europa, que oscila entre el 20 y el 30% de los beneficios.

Desde los años cincuenta, Irlanda ha basado en esto su modelo de crecimiento: atraer a grandes empresas, sobre todo estadounidenses, que se establecen en Europa con bajos impuestos. Este país no es un paraíso fiscal en sí mismo, sino una zona dentro de Europa con una baja fiscalidad y, como veremos, con una legislación muy permisiva con el chiringuito financiero que ha montado Google.

Durante décadas Irlanda vivió de los subsidios agrícolas y de los Fondos de Cohesión Europeos, que llegaban a representar hasta el 4% del PIB del país. De ese modo podía mantener crecimientos sostenidos del 4% incluso con su baja fiscalidad. Así, durante el período 2000-2007 era atractivo trabajar en el país. Las empresas allí instaladas se podían permitir pagar altos salarios a sus directivos. Seducidas por las ventajas fiscales, se establecían grandes corporaciones como Johnson & Johnson, Diageo, Citibank o, los más agresivos, Google. Cuando en noviembre de 2010 se colapsó el sistema financiero irlandés en medio de la crisis económica global y el país reconoció que necesitaba ser rescatado por sus socios europeos, varios presidentes europeos, especialmente Merkel y Sarkozy, intentaron obligar a Dublín a cambiar estas bases financieras, que además habían contribuido a llevarles a una situación delicada. En otras palabras, hacían daño al resto de los países europeos en un marco de competencia desleal. Esto debió ser aparentemente imposible, y en diciembre de 2010 se aprobó, sin esas modificaciones, una ayuda en efectivo y avales por parte de los 27 países de la Unión de más de 45.000 millones de euros a modo de salvavidas para las finanzas públicas irlandesas.

Pues bien, Google estableció en Dublín su principal sede de operaciones al margen de las filiales nacionales. Se estima que tiene algo más de dos mil empleados en Irlanda. Lo que hace es derivar casi toda la facturación de grandes mercados como Reino Unido, Francia, Alemania, Italia o España a su filial irlandesa. Pero el objetivo no es ése. Google no se conforma con tributar al 12,5% en Irlanda. ¡Eso seguiría siendo caro! Da una vuelta de tuerca más. El objetivo es no pagar. Punto. De este modo, el dinero que ingresa la filial irlandesa se envía casi automáticamente a otra empresa de Google en Países Bajos, que no tiene empleados y hace las veces de
boutique
financiera, aprovechando una ley irlandesa que exime algunos pagos de derechos en otros países de la Unión Europea. En Irlanda, lejos del 12,5 % de tipo impositivo, Google apenas tributa por el 1% de sus ingresos en toda la Unión Europea. Desde Países Bajos el dinero se va inmediatamente a cuentas que la propia compañía controla en las islas Bermudas, un paraíso fiscal exento de tributación.

Estas técnicas tributarias, descubiertas tras una investigación de la agencia Bloomberg, se conocen como
Double Irish
y
Dutch Sandwich
. Así consiguen que la compañía no pague apenas impuestos. De hecho, ellos mismos reconocen que la tasa impositiva global, fuera de Estados Unidos, es del 2,4%, la más baja de todas las grandes compañías tecnológicas estadounidenses. Por medio de estas maniobras, que rozan la ilegalidad, la empresa evita pagar un 98% de los impuestos que debería tributar en países europeos y asiáticos.

En otras palabras, y en números redondos: en 2010 se estimaba que habían dejado de pagar 3.100 millones de dólares en impuestos en países europeos desde 2007 a 2009. Esto incluso queda contabilizado pomposamente en las cuentas de Google como «diferencia en la tasa de extranjero». Pues sí, amigos. Así opera la compañía, que deriva la práctica totalidad de sus ingresos en Europa a su empresa Google Ireland Holdings, con sede en las islas Bermudas, donde, además de disfrutar de buen clima, no se pagan impuestos. Y no se trata de una cifra testimonial. Estamos hablando de una escandalosa cantidad de dinero.

Los fundadores de Google y sus altos directivos —muchos de los cuales utilizarían un jet privado hasta para ir al dentista—, a los que se les llena la boca dando lecciones de moral al mundo y presumiendo de ganar dinero de forma ética, actúan así. Pisotean a placer la normativa fiscal de países extranjeros y, en consecuencia, a los contribuyentes, a sus amados usuarios, es decir, a ti y a mí, los cebos.

Así de irrisoria es la situación en algunos países. Por poner un par de ejemplos: en 2009, Google pagó en el Reino Unido 672.000 euros de impuestos. No parece mucho, ¿verdad? Efectivamente, no lo es, sobre todo teniendo en cuenta que los ingresos estimados de la compañía en ese país —que tiene un impuesto de sociedades del 28%— fueron durante ese período de 1.400 millones de euros. Por lo tanto, la cantidad que deberían haber tributado rondaría los 392 millones de euros.

No es de extrañar que el portavoz de asuntos fiscales del Partido Liberal Demócrata, Vincent Cable, manifieste indignado que «tienen empleados británicos, utilizan nuestros servicios, redes e infraestructuras, ingresan miles de millones directamente de la actividad de nuestras empresas, y se van a pagar impuestos a otra parte». Además, lanzaba un aviso a los ciudadanos: «Cuantos más impuestos evaden empresas como Google, más carga fiscal debe soportar el resto del público». Lo que Vincent Cable posiblemente no sabía entonces es que ese dinero no acaba tributando en Irlanda en su totalidad, sino que vuela en primera clase hacia las Bermudas. En el viejo continente sólo se deja una cantidad simbólica —y ridícula— de fondos.

La respuesta de Google a semejantes acusaciones carece, como es habitual, de cualquier atisbo de arrepentimiento. Desde la compañía manifestaron: «Creamos empleo y hacemos una sustancial contribución al fisco local y nacional. Cumplimos generando empleo en toda Europa». Vamos, lo de siempre. ¡Les da igual!

Esto último trae a mi mente una frase de Eric Schmidt, que ya mencioné en el capítulo sobre trabajar en Google. Decía el bueno de Eric refiriéndose a los ingenieros y talentos captados: «Han venido a Google no para hacer dinero, sino para cambiar el mundo». ¡Claro! ¡Para hacer dinero sin pagar impuestos y guardarlo en paraísos fiscales ya estáis vosotros! ¡Al menos comparte algo de tus ganancias!

El caso español es igualmente sangrante, y a todos nos toca de lleno. Creo recordar que fue en 2009 cuando me pidieron que acudiera a dar una charla sobre el sector de los contenidos digitales en la sede del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en la calle Ferraz de Madrid. La charla, a puerta cerrada, estaba organizada para que los diputados, senadores y miembros del partido tuvieran una imagen más real del sector digital en España. Acepté con cierta curiosidad, y recuerdo que bajo el formato de mesa redonda acudían, entre otros, responsables de Google en España.

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