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Authors: Alejandro Suarez Sánchez-Ocaña

Desnudando a Google (34 page)

Me sedujo la posibilidad de exponer cómo las empresas españolas compiten en desigualdad de condiciones con las grandes empresas estadounidenses, que llegan a nuestro país generalmente con enormes inversiones detrás y se saltan ciertas leyes sin problema. Incluso algunas otras, campando a sus anchas, colaboran sólo lo mínimamente necesario con las autoridades —a veces, ni eso—, y en ocasiones, como las anteriormente citadas, evitan con artimañas que el dinero que aquí generan revierta en el interés general. Me apetecía mostrar ese punto de vista con la esperanza de que «algo les quedaría» a los diputados, senadores y altos cargos del PSOE, que lo retransmitía de forma interna a otras sedes del partido repartidas por todo el país. Además, hacerlo delante de la responsable de Google tenía cierto encanto. El hecho es que lo hice, y recuerdo que se organizó un cierto alboroto. Lamentablemente, no tuve la satisfacción de ver la cara del representante de Google mientras explicaba sus prácticas, es decir, las que su empresa matriz lleva a cabo en nuestro país. Nada más terminar de hablar en primer lugar, con una actitud de soberbia, cogió sus cosas y se fue sin esperar ni escuchar a los demás. Al acabar la exposición se formó un corrillo a mi alrededor en el que algunos de los presentes me pedían más datos, intrigados y sorprendidos por la situación que les había expuesto. Ante la gravedad de lo relatado, incluso dudaban de que las cosas fueran tal y como les estaba explicando, y coincidían conmigo en que suponía un enorme agravio comparativo para las empresas españolas.

Tan sólo uno de ellos, un alto cargo del Ministerio de Industria, me rebatió, y tal vez con cierta razón, de la siguiente forma: «Tienes razón, pero aunque el sistema no sea perfecto, y evidentemente haya que hacerlo más justo y forzar a estos gigantes a cumplir nuestra legislación, ¿no crees que es mejor que tengan presencia en España, aunque sea así?». Desde luego, ése es otro punto de vista, aunque creo que no debemos pagar su presencia de forma escandalosa ni soportar más injusticias.

No se sabe con exactitud cuál es la facturación de Google en España. De hecho, si nos ceñimos a las cuentas de 2009 de su filial, Google Spain SLU, según el registro mercantil su cifra de negocio fue de 18 millones de euros, uno más que el año anterior, declarando un beneficio anual de algo más de 49.876 euros. En conclusión, Google Spain SLU pagó en España en concepto de impuesto de sociedades de 2009 la «desorbitante» cantidad de 26.419 euros. Por supuesto, resulta ridículo. Parece evidente que tener una filial en un mercado extranjero para generar algo más de 25.000 euros anuales de beneficio después de impuestos, pese a que factura 18 millones de euros, no tiene ningún sentido. Pero tú, que estás leyendo, sabes también que la gran mayoría de los ingresos de Google en España es desviada a Irlanda. Nadie sabe exactamente de qué cantidad se trata, dado que Google se niega a facilitar ningún tipo de dato. ¡Hay información que no es de interés general, especialmente la de la propia empresa! Lo más habitual en estos casos es hacer uso de las estimaciones de mercado de la International Advertising Bureau (IAB). Las grandes agencias y anunciantes del sector aportan datos de inversión publicitaria a esta asociación. De esta manera, con la colaboración del auditor PriceWaterHouseCoopers, se elabora cada año un informe del mercado publicitario digital en España. Según el estudio de inversión publicitaria de 2010
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de la IAB, la inversión en publicidad digital en España fue de 798,8 millones de euros. De esa cantidad 417,15 millones, es decir un 52,8%, corresponde a publicidad de texto en buscadores —
search
—, y el resto a
banners
gráficos. Teniendo en cuenta que Google tiene una cuota de mercado del 97%, podemos estimar que al menos tuvieron unos ingresos de 404,49 millones de euros en 2009 —año en el que, recordemos, tributó en España por valor de 49.876 euros de beneficio—. Y la cosa no se queda ahí. Google tiene también ingresos de su filial para teléfonos móviles y de DoubleClick, con la que mantienen una cuota de mercado de la publicidad gráfica, con lo que la cantidad sería aun mayor. Es más, sostengo la teoría de que las estimaciones de la IAB se quedan muy cortas, ya que se basan en grandes anunciantes y agencias de medios, mientras que el patrimonio de Google se basa precisamente en lo contrario. Te pondré un ejemplo. Las grandes líneas aéreas se anuncian internet, es cierto, y éstas ofrecen datos de cuál ha sido su inversión, pero a la vez hay miles de pequeñas agencias de viajes con presupuestos más modestos que, en conjunto, suponen una enorme inversión imposible de contabilizar, y que no se reporta. De esta manera, y si estoy en lo cierto, no creo que sea una barbaridad pensar que la facturación de Google en España teniendo en cuenta estos criterios rondaría la extraordinaria cifra de… ¡500-550 millones de euros!

Hay
googlefans
que comentan que si bien las argucias fiscales de la empresa son poco éticas, al menos son legales; son pocos pero muy ruidosos. Los que defienden estas tesis argumentan que Google no tiene servidores físicos en España, por lo que no tiene por qué tributar aquí. Es una falacia intelectualmente muy débil que no tiene otro ánimo que justificar lo injustificable.

Google lleva a cabo este tipo de «fiscalidad creativa» con última parada en las Bermudas tanto en países del norte de Europa, donde tiene servidores, como en otros, donde no los tiene. España es uno de estos últimos. Google tiene en nuestro país soporte, ventas y equipo comercial. Segmenta sus ventas publicitarias para que vayan dirigidas a usuarios españoles e incluso seleccionan la ciudad de destino de la publicidad. Son las empresas españolas quienes contratan estas campañas, y las pagan desde el país. Pero Google emite las facturas desde Irlanda, con lo que escapa en una primera fase al fisco español, y posteriormente al europeo.

No sólo estamos ante una empresa que evita pasar por caja y que «secuestra» sus beneficios en un paraíso fiscal. Estamos ante algo mucho más serio. Nos encontramos ante una situación en la que un porcentaje importantísimo de los ingresos publicitarios de internet en España, que podría ser de más del 60-65% si consideramos los datos expuestos anteriormente, está saliendo del país y no revierte en los ciudadanos, en las empresas ni en las arcas públicas. Por favor, no pensemos que es un problema de fraude fiscal. Esto es un expolio en toda regla.

En mi opinión, la Agencia Tributaria, que tan diligente está siendo en estos períodos de crisis ante la caída de recaudación para revisar los impuestos de sociedades de las pymes españolas, a las que durante 2011 ha llegado a reclamar cantidades simbólicas de 200 y 300 euros de declaraciones del año 2007, debería ser más eficaz y mostrar más interés en solventar este tipo de situaciones. De hecho, me consta que se han reunido con responsables de la compañía en este sentido. Ellos, claro está, no parecen muy dispuestos a colaborar.

Esto no es más que el reflejo del poco respeto que ciertas multinacionales del sector tecnológico, especialmente las estadounidenses, sienten hacia nuestras leyes al instalarse en Europa. Si bien es cierto que crean empleo —sin ir más lejos, Google gastó unos nueve millones de euros durante 2009 en sueldos y seguridad social en nuestro país—, no es menos cierto que eso sale «demasiado caro» por todo lo que se escapa fuera, sin control y sin tributar, lo que hace que ésta sea una situación sangrante.

En España, Google no ha realizado inversiones significativas. Apenas ha creado valor, pese a que éste es el país con mayor cuota de mercado del mundo. En otros países ha instalado centros de datos u oficinas de desarrollo. En España se ha conformado con un equipo humano que realiza acciones comerciales. En otras palabras: aunque no son los únicos departamentos y hay algunos ingenieros, personal de comunicación y de representación institucional, Google España es, en esencia, una oficina de ventas cuyo objetivo es captar las inversiones que, una vez canalizadas, nos abandonan sigilosamente… Es decir, la «tapadera» es Google España, que paga algo de impuestos —una cantidad ridículamente simbólica—, y que cuidadosamente cuadra sus balances para repartir un poco de beneficio. Si encima declararan pérdidas, la situación sería ya kafkiana. La manera de operar es similar a la de muchas casas de apuestas deportivas o casinos
online
que durante años han crecido al amparo de un inaceptable vacío legal. Normalmente operaban en España con sede fiscal en Malta o Gibraltar, con lo que evadían capitales a la hacienda pública. En esos casos concretos el gobierno se apresuró a regular el juego online con el argumento de que, como están operando en nuestro país, al menos tributen por ello. Lo mínimo exigible a una compañía como Google por su tamaño, su volumen y su importancia es que asuma la legalidad vigente para operar en un país. En estos acuerdos debería estar tipificada la prohibición de constituirse como un chiringuito que se aprovecha de su situación de monopolio de mercado para captar enormes ingresos, no pagar impuestos y encima, como hemos visto a lo largo de este libro, darnos lecciones de moral, ética o bondad universal.

Con lo poco que ingresan las arcas públicas en estos momentos de crisis, y con lo que logran evadir las enormes compañías multinacionales, como vemos en este caso, nuestro futuro pinta muy negro. Tarde o temprano alguien tendrá que ponerle el cascabel al gato. Y somos nosotros, los ciudadanos, quienes debemos exigirlo.

Lo malo se contagia rápidamente. Facebook, el aprendiz de Google, prepara una estructura fiscal similar. Tan sólo se diferencian en que, tras pasar por Irlanda el dinero de media Europa, acabará en las islas Caimán en lugar de en las Bermudas, tal vez por no coincidir con los directivos de Google en el mismo destino de vacaciones.

Éste no es un problema privativo de Europa. Países como Turquía, India, China y alguno más están —o han estado— investigando a Google por fraude fiscal.

De hecho, los propios Estados Unidos se ven indirectamente afectados, ya que si el dinero de Google que está en las Bermudas fuera repatriado a Estados Unidos estaría sujeto a gravamen. La empresa ha declarado que no tiene intención de repatriarlo —«al menos por el momento»—, de modo que no tributa por los ingresos de sus filiales. Si algún día repatriaran esa enorme cantidad de dinero, veríamos una situación peculiar: la empresa tributaría más en Estados Unidos que en los países donde se originaron esas ganancias. ¿Alguien puede creérselo?

Ante las preguntas de Bloomberg, dirigidas en este sentido, la portavoz de Mountain View, Jane Penner, se negó a dar cualquier tipo de dato sobre el asunto afirmando que «trabajan de forma similar a la de otras compañías». Vamos, algo así como: «¡No somos los únicos que nos lo estamos llevando por la cara!». La Unión Europea debería poner coto a semejantes excesos.

¿Consideráis justo, además del daño patrimonial que esta situación nos provoca, que nuestras empresas compitan con alguien que nos coloniza, que logra enormes cuotas de mercado, que tiene una posición de monopolio de facto, que arrasa con la competencia y no muestra demasiado respeto ante los derechos de propiedad intelectual, que traspasa la línea roja de la protección de datos y que, además, no paga impuestos?

Resulta duro enterarse de cosas así. Yo tengo claras tanto mi posición como mi respuesta a esa pregunta. Creo que puedes adivinarla. Cada uno —y eso también te incluye a ti— debe definir la suya.

7
Sólo los que tienen algo que ocultar quieren privacidad

Si al iniciar la lectura de este libro tu concepto inicial de Google era verlo únicamente como un buscador, apuesto a que, llegados a este punto, lo percibes como algo diferente. Si haces memoria —perdón por la «autocita»—, en la introducción mencioné que Google es mucho más que un buscador. Es, en realidad, una de las empresas más grandes, más ambiciosas y con más poder del mundo. Es un gigante ocasionalmente descontrolado que no sólo domina a sus anchas la red de redes, sino que tiene intereses en muchas otras industrias. Bien, pues sigo pensando lo mismo. Pero reconozco que en ese momento no te conté toda la verdad, ya que a lo mejor no la hubieras creído. Ahora estás en disposición de conocerla.

Google es algo mucho más importante que todo lo mencionado con anterioridad. Es la mayor base de datos personales jamás creada en la historia. Incluye quiénes somos, nuestros secretos, aficiones, gustos, tendencias o relaciones personales. Toda nuestra información está lista para ser utilizada con dos fines diferentes, aunque complementarios. Primero, afianzar el dominio de la empresa como mayor fuente de información del mundo que se retroalimenta para conocer aún más cosas sobre ti. Segundo, y de forma evidente, explotar esa información para obtener pingües beneficios.

La empresa es lo que es hoy en día no porque disponga de un magnífico buscador —que lo tiene—, sino por el conocimiento que dispone de todos y cada uno de nosotros, y del uso que hace de estos datos para sus servicios. No es una empresa de búsquedas, ni de publicidad. En realidad Google es mucho más que eso. Una cosa es la actividad que desempeñas, y otra cosa bien distinta es quién eres.

McDonald’s no es una empresa que sólo vende hamburguesas. Es la mayor compañía inmobiliaria del mundo. Para ello lo que hace es, precisamente, vender hamburguesas. Google es la mayor fuente de información del mundo, y para lograrlo nos ofrece atractivos productos que utilizamos frecuentemente, con los que recopila los datos necesarios para seguir nutriendo a la bestia. Éste es el patrimonio de la compañía, la mayor fuente de información del mundo. Y es lo que la hace tan atractiva para los anunciantes, aunque también para los
hackers
,
crackers
, ladrones y gobiernos. Este escenario hace que no sólo nos tengamos que preocupar por las intenciones de la compañía de Page y Brin, sino también de la seguridad de nuestra información, que podría ser cedida a terceros o, peor aún, ser robada en accesos no autorizados.

Hace años era el músculo el que te daba la capacidad de comercializar en internet, es decir, el disponer de muchos millones de usuarios. Actualmente el número de usuarios no es la clave, sino la información que podemos tener de ellos. Google es en eso el auténtico rey Midas del mercado. Bajo esa premisa, tan sólo una compañía inquieta al gigante: Facebook. Y no sólo por su rápido crecimiento —que recuerda a los inicios de Google—. Lo que verdaderamente les inquieta es que está generando una enorme base de datos de información personal de millones de usuarios dentro de un sistema cerrado y, por lo tanto, no susceptible de ser indexado por Google. La gran amenaza es que esa información es susceptible de ser utilizada para ofrecer publicidad basada en personas e intereses de manera muy efectiva. Por vez primera, esta información no está siendo registrada en la base de datos de Google. Y cabe la posibilidad de que esos datos sean aún más efectivos para el mercado publicitario.

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