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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (64 page)

—¿De qué va esto?

—Nos gustaría tener unas palabritas con la señorita Bax en persona, si no es mucha molestia.

—En eso no puedo ayudarlos.

Reloj levantó una ceja muy fina, apenas presente.

—¿No?

—Si quieren hablar con ella, tendrán que encontrarla ustedes.

—Muy bien. Esperaba no tener que llegar a esto pero... —Reloj miró al cerdo, que dejó el folleto y se levantó. Tenía la fornida presencia de un gorila. Cuando caminaba parecía que estuviese haciendo un truco de malabarismo, siempre a punto de derrumbarse. El cerdo lo empujó para pasar con la caja negra en las manos.

—¿Adónde va? —preguntó Xavier.

—A la nave de la chica. Se le da muy bien la mecánica, señor Liu. Se le da muy bien arreglar cosas, pero también, todo hay que decirlo, se le da muy bien romper cosas.

H lo llevó por más escaleras. Su ancha espalda descendía uno o dos pasos por delante de Clavain. Clavain bajó la mirada y contempló las brillantes estrías de un color negro azulado de aquel cabello peinado con brillantina. A H no parecía preocuparle mucho que Clavain pudiera atacarlo o intentar huir de aquel monstruoso
Cháteau
negro, y sentía una extraña disposición a cooperar con su nuevo anfitrión. Era, suponía, sobre todo por curiosidad. H sabía cosas sobre Skade que él desconocía, aunque el propio H no fingiera tener todos los datos. Estaba claro que, a su vez, a H le interesaba Clavain. Lo cierto es que los dos podían aprender mucho del otro.

Pero esta situación no podía continuar y Clavain lo sabía. Por muy cortés e interesante que su anfitrión pudiera haber sido, a Clavain lo habían raptado, sin más. Y tenía asuntos que resolver.

—Hábleme más de Skade —dijo—. ¿Qué buscaba? ¿Qué quería ella de la Mademoiselle?

—Es un poco complicado. Haré todo lo que pueda, pero debe perdonarme si parece que no comprendo todos los detalles. Lo cierto es que dudo que llegue a comprenderlos alguna vez.

—Empiece por el principio.

Llegaron a un pasillo. H lo recorrió, pasó al lado de un buen número de esculturas irregulares que se parecían a la roña y las escamas desprendidas de un inmenso dragón metálico, cada una de las cuales descansaba sobre un único pedestal fijo.

—A Skade le interesaba la tecnología, señor Clavain. —¿De qué tipo?

—Una tecnología avanzada que se ocupa de la manipulación del vacío cuántico. No soy científico, señor Clavain, así que no voy a fingir que tengo un conocimiento algo más que ligero sobre los principios más relevantes. Pero por lo que yo entiendo, ciertas propiedades principales de la materia, la inercia por ejemplo, son el resultado directo de las propiedades del vacío en el que están incrustadas. Pura especulación, por supuesto, pero, ¿un medio de controlar la inercia no resultaría útil a los combinados?

Clavain pensó en el modo en el que la Sombra Nocturna había sido capaz de perseguirlo por todo el sistema solar a una velocidad tan grande. Una técnica para suprimir la inercia lo habría permitido, y podría explicar también lo que Skade había estado haciendo a bordo de la nave durante la misión anterior. Debía de estar poniendo a punto su tecnología, probándola sobre el terreno. Así que era probable que la tecnología existiera, aunque fuera en forma de prototipo. Pero H tendría que enterarse de eso él solo.

—No tengo conocimiento alguno de un programa que desarrolle ese tipo de capacidades —le dijo Clavain tras elegir las palabras de tal modo que pudiera evitar contar una mentira descarada.

—No cabe duda que sería un secreto, incluso entre los combinados. Muy experimental, y sin duda peligroso.

—¿Y de dónde salió la tecnología, para empezar?

—Esa es la parte interesante. Skade, y por extensión los combinados, parecían tener una idea bien desarrollada de lo que estaban buscando antes de venir aquí, como si lo que quisieran encontrar no fuera más que la última pieza de un rompecabezas. Como sabe, la operación de Skade se vio como un fracaso. Ella fue la única superviviente y escapó a su Nido Madre con poco más que un puñado de objetos robados. Si fueron suficientes o no, es algo que yo no podía adivinar... —H le lanzó una mirada y una sonrisa de complicidad por encima del hombro.

Alcanzaron el final del pasillo. Habían llegado a un saliente con un muro bajo que circunnavegaba una enorme sala con un suelo inclinado de varios pisos de profundidad. Clavain se asomó al borde y observó lo que parecían ser cañerías y rejillas de drenaje fijadas a paredes de un color negro puro.

—Se lo preguntaré de nuevo —dijo Clavain—. Para empezar, ¿de dónde salió la tecnología?

—Un donante —respondió H—. Hace más o menos un siglo me enteré de una asombrosa verdad. Tuve conocimiento del paradero de un individuo, un individuo alienígena, que llevaba varios millones de años esperando en este planeta sin que nadie lo molestara. Su nave se había estrellado y, sin embargo, en esencia estaba ileso. —Hizo una pausa, era evidente que observaba la reacción de Clavain.

—Continúe —dijo este, decidido a no dejarse anonadar.

—Por desgracia, yo no fui el primero que supe de esta desventurada criatura. Otras personas habían descubierto que podía darles algo de considerable valor siempre que lo tuvieran prisionero y le administraran sacudidas regulares de dolor. Cosa que habría sido detestable en cualquier circunstancia, pero la criatura en cuestión era un animal muy sociable. Y también inteligente, la suya era una cultura espacial de gran alcance y antigüedad. De hecho, los restos de su nave todavía contenían tecnología funcional. ¿Ve adonde me dirijo con esto?

Había recorrido una parte de aquella especie de cámara acorazada. Clavain todavía no había deducido su función.

—Esa tecnología, ¿incluía el proceso de modificación de la inercia?

—Eso parecería. Debo confesar que yo tenía algo así como ventaja en este asunto. Hace una considerable cantidad de tiempo conocí a otra de estas criaturas, así que ya sabía un poco de lo que podía esperar.

—Un hombre con más prejuicios que yo podría encontrar todo esto un poquito difícil de aceptar —dijo Clavain.

H hizo una pausa en una esquina y colocó las dos manos en la parte superior del muro bajo de mármol.

—Entonces le contaré más, y quizá empiece a creerme. No puede habérsele escapado que el universo es un lugar peligroso. Estoy seguro de que los combinados han aprendido eso solos. ¿Cuál es el número de víctimas actual, trece culturas inteligentes conocidas extintas, o son ya catorce? Y es posible que una o dos inteligencias alienígenas existentes, que por desgracia son tan alienígenas que no hacen nada que nos permita saber con certeza lo inteligentes que son en realidad. El caso es que parece que al universo le da por erradicar la inteligencia antes de que se le suban mucho los humos.

—Esa es una teoría. —Clavain no le reveló lo bien que encajaba con lo que él ya sabía; hasta qué punto era consistente con el mensaje de Galiana sobre un cosmos acechado por lobos que babeaban y aullaban ante el aroma de la sapiencia.

—Algo más que una teoría. Las larvas, que es el nombre de raza de la especie de la que formaba parte este desafortunado individuo, también habían sido hostigados hasta su casi extinción. Solo vivían entre las estrellas, rehuyendo el calor y la luz. Incluso allí estaban nerviosos. Sabían lo poco que hacía falta para que los asesinos cayeran de nuevo sobre ellos, y al final desarrollaron una estrategia de protección bastante desesperada. No eran de natural hostil, pero aprendieron que a veces había que silenciar a otras especies más ruidosas para poder protegerse. —H reanudó su paseo mientras rozaba con una mano el muro. Era la mano derecha, y Clavain notó que dejaba atrás una fina mancha roja.

—¿Cómo se enteró usted de la existencia del alienígena?

—Es una larga historia, señor Clavain, una historia con la que no tengo intención de entretenerlo. Baste con decir lo siguiente: juré salvar a la criatura de sus torturadores. Parte de mi plan de expiación personal, podría decir usted. Pero no podía hacerlo de forma inmediata. Era necesario planearlo, una inmensa cantidad de previsión. Reuní un equipo de ayudantes de confianza e hice elaborados preparativos. Los años pasaron, pero el momento nunca era el adecuado. Luego pasó una década. Dos décadas. Cada noche soñaba con el sufrimiento de aquella criatura y cada noche renovaba mi juramento de ayudarla.

—¿Y?

—Es posible que alguien me traicionara. O bien su información era mejor que la mía. La Mademoiselle llegó a la criatura antes que yo. La trajo aquí, a esta sala. Cómo, no lo sé; eso solo ya debió de exigir una planificación ingente.

Clavain volvió a mirar hacia abajo, luchaba por comprender qué clase de animal había necesitado una sala así de grande como prisión.

—¿Mantuvo a la criatura aquí, en el
Cháteau?

H asintió.

—Durante muchos años. No era asunto sencillo mantenerla con vida, pero las personas que la habían tenido prisionera antes que ella habían averiguado con toda exactitud lo que había que hacer. La Mademoiselle no tenía un interés especial en torturarlo, creo. En ese sentido no era cruel. Pero cada instante de la existencia de la criatura era una especie de tortura, incluso cuando no la estaban pinchando y picando con electrodos de alto voltaje. Pero ella se negó a dejarlo morir. No hasta que se hubiera enterado de todo lo que pudiese sobre ella.

H pasó a decirle a Clavain que la Mademoiselle había encontrado una forma de comunicarse con la criatura. A pesar de lo lista que había sido la Mademoiselle, había sido la criatura la que había realizado el mayor esfuerzo.

—Tengo entendido que fue un accidente —dijo H—. Un hombre cayó en el redil de la criatura desde aquí arriba. Murió al instante, pero antes de que pudieran sacarlo la criatura, que no estaba atada, se comió lo que quedaba de él. Lo habían estado alimentando con trozos, y hasta ese momento no tenía una idea muy clara del aspecto que tenían sus captores. La voz de H se entusiasmó un poco.

—En fin, ocurrió una cosa extraña. Un día después apareció una herida en la piel de la criatura. La herida se extendió y formó un agujero. No sangraba y parecía simétrica y bien formada. Tras ella acechaban unas estructuras, músculos que se movían. La herida se estaba convirtiendo en una boca. Más tarde comenzó a hacer sonidos vocálicos parecidos a los humanos. Pasó otro día o dos y la criatura intentaba emitir palabras reconocibles. Otro día y estaba uniendo esas palabras en frases sencillas. La parte más escalofriante, por lo que yo tengo entendido, fue que había heredado algo más que los simples medios para formar un lenguaje del hombre que se había comido. Había absorbido sus recuerdos y su personalidad y los había fundido con la suya propia.

—Horrible —dijo Clavain.

—Quizá —H no parecía muy convencido—. Desde luego podría haber sido una estrategia muy útil para una especie que se dedicara al comercio interestelar y que esperara encontrarse con muchas otras culturas. En lugar de tener que darle vueltas a algoritmos de traducción, ¿por qué no limitarse a decodificar el idioma en el nivel de la representación bioquímica? Cómete a tu compañero comercial y así te parecerás más a él. Requeriría una cierta cooperación por parte del otro grupo, pero quizá esa era una forma aceptada de hacer negocios hace millones de años.

—¿Cómo se enteró usted de todo esto?

—Hay medios, señor Clavain. Incluso antes de que la Mademoiselle llegara antes al alienígena, yo ya era vagamente consciente de la existencia de esta dama. Tenía mis propias redes de influencia en Ciudad Abismo y ella las suyas. Durante la mayor parte del tiempo éramos discretos, pero de vez en cuando nuestras actividades se rozaban. Tuve curiosidad e intenté saber más. Sin embargo, durante muchos años ella resistió mis intentos de infiltrarme en el
Cháteau
. Fue solo cuando tuvo a la criatura cuando creo que se distrajo con ella, consumida por su rompecabezas alienígena. Entonces pude meter unos agentes en el edificio. ¿Ha conocido a Zebra? Ella fue uno de esos agentes. Zebra se enteró de lo que pudo y estableció las condiciones que yo necesitaba para hacerme con el poder. Pero eso fue mucho después de que Skade hubiera venido aquí.

Clavain pensó las cosas detenidamente.

—¿Así que Skade debía de saber algo del alienígena?

—Es evidente. El combinado es usted, señor Clavain, ¿no debería saberlo?

—Ya me he enterado de demasiadas cosas. Por eso decidí desertar.

Siguieron caminando y salieron de la prisión. Clavain sintió tanto alivio al salir como cuando dejó la habitación en la que se encontraba el palanquín. Quizá fuera su imaginación, pero sentía que parte del aislado tormento de la criatura se había quedado grabado en el ambiente de la sala. Había una sensación de intenso pavor y reclusión que solo se mitigó cuando dejó la sala.

—¿Adonde me lleva ahora?

—Al sótano primero, porque creo que hay algo allí que le interesará, y luego lo llevaré a ver a unas personas que me gustaría mucho que conociera. —¿Estas personas tienen algo que ver con Skade?

—Yo creo que todo tiene que ver con Skade, ¿usted no? Creo que es posible que le pasara algo cuando visitó el
Cháteau
.

H lo acompañó hasta un ascensor. La caja era un mecanismo básico hecho de espirales y filigranas de hierro. El suelo era una fría rejilla de hierro con muchos huecos. Para cerrarlo, H deslizó una puerta chirriante formada por cortantes cheurones de hierro, y la encajó justo cuando el ascensor comenzó su descenso. Al principio el avance era lento, y Clavain supuso que haría falta casi una hora para llegar a los niveles inferiores del edificio. Pero el ascensor, a su crujiente manera, fue acelerando cada vez más hasta que unas sólidas ráfagas comenzaron a embestir y atravesar el suelo perforado.

—La misión de Skade se consideró un fracaso —dijo Clavain por encima del estruendo y los chirridos del descenso del ascensor.

—Sí, pero no necesariamente desde el punto de vista de la Mademoiselle. Piénselo así: ella había extendido su red de influencias por todas las facetas de la vida de Ciudad Abismo. Dentro de unos límites, podía hacer que ocurriera cualquier cosa que deseara. Su alcance incluía el Cinturón Oxidado, todos los focos más importantes del poder demarquista. Incluso tenía, creo, algún dominio sobre los ultras, o al menos medios para hacer que trabajaran para ella. Pero no tenía nada sobre los combinados.

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