Tenía que dar ya por terminado en serio el relato. ¿«En la otra almohada se veía el hueco que deja una cabeza»? ¿Había, en la otra almohada, «un largo cabello de color de hierro»? Aguzó la vista. En la otra almohada no había ningún hueco, ningún cabello gris.
Respiró con alivio. Eso por lo menos se lo había ahorrado. Apagó la luz, salió, volvió a cerrar la puerta, regresó a la habitación de Mariastella, cogió una silla y se sentó a su lado. Una vez alguien le había dicho que el sueño provocado carecía de sueños. Pues entonces, ¿por qué aquel pobre cuerpo se agitaba y era traspasado de vez en cuando por unas violentas sacudidas como las causadas por una fuerte descarga eléctrica? Esa misma persona le había explicado que, cuando uno duerme, no puede llorar de verdad. Pues entonces, ¿por qué unas gruesas lágrimas resbalaban por el rostro de la mujer? ¿Qué sabían los científicos acerca de lo que podía ocurrir en el misterioso, indescifrable e indescriptible país de los sueños? Le cogió una mano entre las suyas. Ardía. Había sobrevalorado a Gargano, era un simple estafador, no había podido resistir el homicidio de Giacomo. Tras empujar el coche para hundirlo en el mar, cogió la maletita y corrió a llamar a la puerta de Mariastella, en la certeza de que ésta no diría nada y jamás lo traicionaría. Y Mariastella lo había acogido, consolado y albergado en su casa. Y después, tras haber conseguido que se durmiera, le había pegado un tiro. ¿Por celos? ¿Una enloquecida reacción a la revelación de las relaciones de su Emanuele con Giacomo? No, eso Mariastella jamás lo habría hecho. Entonces lo comprendió: lo había matado por amor, para ahorrar al único ser al que había amado verdaderamente en su vida el desprecio, la deshonra y la cárcel. No podía haber ninguna otra explicación. La parte más oscura (o la más clara) le sugirió una solución fácil. Coger la bolsa, colocarla en el maletero de su coche, dirigirse al mismo lugar en el que Giacomo había sido asesinado y arrojarla al mar. Nadie habría pensado en una implicación de Mariastella Cosentino. Y él se lo habría pasado bomba contemplando el rostro de Guarnotta cuando viera el cadáver de Gargano cuidadosamente envuelto en nailon: ¿por qué razón lo habría envuelto la mafia?, se preguntaría, estupefacto.
Pero él era un policía.
Se levantó, ya eran las ocho, y se dirigió al teléfono. Quizá Guarnotta aún estuviera en su despacho.
—¿Oiga, Guarnotta? Soy Montalbano.
Y le explicó lo que tendría que hacer. A continuación, regresó a la habitación de Mariastella, le enjugó el sudor de la frente con la punta de la sábana, se sentó y cogió de nuevo su mano entre las suyas.
Después, al cabo de no supo cuánto tiempo, oyó el rumor de unos coches. Abrió la puerta y salió al encuentro de Guarnotta.
—¿Has llamado a una enfermera y una ambulancia?
—Ya vienen.
—Ten cuidado que hay una maletita. Puede que consigas recuperar el dinero robado.
Durante el camino de vuelta a Marinella tuvo que detenerse un par de veces. No conseguía conducir, estaba agotado y no sólo físicamente. La segunda vez, bajó del coche. Ya era noche cerrada. Respiró hondo. Y entonces percibió que el olor de la noche había cambiado: era un perfume fresco y ligero, un perfume de hierba tierna, de verbena y albahaca. Se puso de nuevo en marcha agotado, pero aliviado. Entró en su casa y se quedó paralizado de golpe. Livia estaba en el centro de la sala, con el rostro enfurecido y los ojos ardientes de rabia. Sostenía en sus manos el jersey que él había olvidado enterrar. Montalbano abrió la boca, pero no le salió ningún sonido. Entonces vio que los brazos de Livia bajaban muy despacio y que su rostro cambiaba de expresión.
—Dios mío, Salvo, ¿qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido?
Arrojó al suelo el jersey y corrió a abrazarlo.
—¿Qué te ha ocurrido, cariño? ¿Qué tienes?
Y lo abrazaba, desesperada y asustada.
Montalbano seguía sin poder hablar ni devolverle el abrazo. Sólo tuvo un pensamiento nítido y fuerte:
«Menos mal que está aquí.»
La idea de hacer que Montalbano lleve a cabo una investigación (un tanto anómala, casi un
divertissement
) sobre un «mago de las finanzas» me la sugirió la lectura de un artículo de Francesco («Ciccio» para los amigos) La Licata titulado «Mafia multinacional», en el que se hacía referencia al caso de Giovanni Sucato («el mago» precisamente), que consiguió, mediante una especie de multimillonaria cadena de San Antonio, levantar un imperio. Después saltó por los aires en un coche. Mi historia es mucho más modesta y, sobre todo al final, muy distinta. Mis intenciones al contarla han sido varias. Y aquí la mafia no tiene nada que ver, a pesar del convencimiento del señor Guarnotta, uno de los personajes. Sin embargo, tengo que señalar que los nombres y las situaciones son imaginarios y no guardan la menor relación con la realidad. Cualquier coincidencia es por tanto etcétera, etcétera. El relato de William Faulkner en el que se ve metido Montalbano se titula «Una rosa para Emilia».
Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 6 de septiembre de 1925), es un guionista, director teatral y televisivo y novelista italiano.
Entre 1939 y 1943 estudia en el bachiller clásico Empedocle di Agrigento donde obtiene, en la segunda mitad de 1943, el diploma. En 1944 se inscribe en la facultad de Letras, no continúa los estudios, sino que comienza a publicar cuentos y poesías. Se inscribe también en el Partido Comunista Italiano.
Entre 1948 y 1950 estudia Dirección en la Academia de Arte Dramático Silvio d'Amico y comienza a trabajar como director y libretista. En estos años, y hasta 1945, publica cuentos y poesías, ganando el «Premio St. Vincent». En 1954 participa con éxito en un concurso para ser funcionario en la RAI, pero no fue empleado por su condición de comunista. Sin embargo, entrará a la RAI algunos años más tarde.
En 1957 se casa con Rosetta Dello Siesto, con quien tendrá 3 hijas. En 1958 empieza a enseñar en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión. Camilleri se inició con una serie de montajes de obras de Luigi Pirandello, Eugène Ionesco, T. S. Eliot y Samuel Beckett para el teatro y como productor y coguionista de la serie del inspector Maigret de Simenon para la televisión italiana o las aventuras del teniente Sheridan, que se hicieron muy populares en Italia.
En 1978, debuta en la narrativa con El curso de las cosas («Il corso delle cose»), escrito 10 años antes y publicado por un editor pagado: el libro fue un fracaso. En 1980 publica en Garzanti Un hilo de humo («Un filo di fumo»), primer libro de una serie de novelas ambientadas en la ciudad imaginaria siciliana de Vigàta, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.
En 1992 retoma la escritura luego de 12 años de pausa y publica La temporada de caza («La stagione della caccia») en Sellerio Editore: Camilleri se transforma en un autor de gran éxito y sus libros, con sucesivas reediciones, venden un promedio de 60.000 mil copias cada uno.
En 1994 se publica La forma del agua («La forma dell'acqua»), primera novela de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano (nombre elegido como homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán). Gracias a esta serie de novelas policiacas, el autor se convierte en uno de los escritores de más éxito de su país. El personaje pasa a ser un héroe nacional en Italia y ha protagonizado una serie de televisión supervisada por su creador.
Bibliografía:
Serie de Montalbano
Fuente:
Wikipedia.
La enciclopedia libre.