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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

El secreto del universo (52 page)

La materia gris está asociada a la inteligencia, y, por tanto, la superficie del cerebro es más importante que su masa. Si observamos distintas especies de seres vivos de inteligencia cada vez mayor, veremos que la superficie del cerebro aumenta más rápidamente que la masa. Una de las manifestaciones visibles de este fenómeno consiste en que la superficie aumenta hasta tal punto que ya no puede extenderse uniformemente por encima del interior del cerebro y se arruga formando circunvoluciones. Un cerebro con circunvoluciones tiene una superficie mayor que un cerebro liso de igual masa.

Por tanto, asociamos las circunvoluciones a la inteligencia y, efectivamente, los cerebros de los mamíferos presentan circunvoluciones y los de los no mamíferos, no. El cerebro de un mono tiene más circunvoluciones que el de un gato. No es de extrañar que el cerebro humano presente más circunvoluciones que el de cualquier otro mamífero terrestre, incluidos algunos relativamente inteligentes como los chimpancés y los elefantes.

Y, sin embargo, el cerebro del delfín tiene una masa mayor que el cerebro humano, la relación masa cerebral/ masa corporal es más alta y
además
presenta más circunvoluciones que el cerebro humano.

Entonces, ¿por qué los delfines no son más inteligentes que los seres humanos? Para explicarlo, tenemos que volver a la hipótesis de que la estructura de las células cerebrales del delfín o su organización cerebral presentan alguna deficiencia, y no tenemos ninguna prueba de que sea así.

Pero permítanme adelantar una hipótesis alternativa. ¿Cómo sabemos que los delfines no son más inteligentes que los seres humanos?

Claro que no han desarrollado ninguna tecnología, pero no es de extrañar. Viven en el agua, donde es imposible hacer fuego, y la tecnología humana está basada fundamentalmente en la utilización inteligente del fuego. Además, las formas aerodinámicas son esenciales para la vida en el agua, así que los delfines no disponen de ningún equivalente de las manos humanas, capaces de las manipulaciones más delicadas.

Pero ¿basta con la tecnología para medir la inteligencia? Nosotros nos olvidamos de ella cuando más nos resulta conveniente. Pensemos en las estructuras construidas por insectos que viven en sociedad, como, por ejemplo, las abejas, las hormigas y las termitas, o el delicado diseño de la tela de araña. ¿Son estas estructuras una prueba de que una abeja, una hormiga, una termita o una araña son más inteligentes que el gorila, que construye su tosco refugio en los árboles?

A esto respondemos que no sin dudarlo un instante. Consideramos que las maravillosas realizaciones de los animales inferiores son obra del instinto, que es inferior al pensamiento consciente. Pero es posible que esto no sea más que una opinión interesada.

¿No es acaso posible que los delfines opinen interesadamente que nuestra tecnología es el resultado de una forma inferior de pensamiento y que la descarten como prueba de inteligencia?

Claro que los seres humanos tienen la facultad del lenguaje. Nos servimos de complejas modulaciones de sonidos para expresar ideas infinitamente sutiles, y no existe ninguna otra especie que tenga esta facultad ni nada que se le parezca. (Y, que nosotros sepamos, tampoco pueden comunicarse entre sí por otros medios que les permitan una complejidad, versatilidad y sutileza comparables a las del lenguaje humano.)

Y, sin embargo, la ballena corcovada canta complejas «canciones», y el delfín es capaz de emitir un número mayor de sonidos diferenciados que nosotros. ¿Por qué estamos tan seguros de que los delfines no son capaces de hablar?

Pero la inteligencia es algo tan evidente. Si los delfines son tan inteligentes, ¿por qué no resulta
obvio
que lo son?

En «Algunos pensamientos sobre el pensamiento» yo sostenía que los seres humanos tienen distintas clases de inteligencia y que por esa razón las pruebas de CI resultan engañosas. Pero aunque así fuera, todas las variedades inteligenciales (he tenido que inventarme esta palabra) del ser humano pertenecen claramente al mismo género. Podemos reconocer estas variedades a pesar de sus diferencias. Nos damos cuenta de que Beethoven tenia un tipo de inteligencia, Shakespeare otro, Newton otro más y Peter Piper (el experto en selección de embutidos)
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otro más aún, y comprendemos el valor de cada uno de ellos.

¿Y si existiera una variedad inteligencial totalmente distinta a la de los seres humanos? ¿Seriamos capaces siquiera de darnos cuenta de que es una manifestación de inteligencia, por mucho que la estudiáramos?

Supongamos que el delfín, con su enorme cerebro lleno de circunvoluciones y su enorme repertorio de sonidos armónicos, tuviera una mente capaz de considerar ideas abstractas y un lenguaje capaz de expresarlas con enorme sutileza. Pero supongamos que esas ideas y ese lenguaje fueran tan distintos de todo aquello a lo que estamos acostumbrados que ni siquiera pudiéramos advertir que se trata de ideas y lenguaje, y mucho menos comprender su contenido.

Supongamos que una colonia de termitas tuviera un cerebro comunal, cuyas reacciones fueran tan distintas de las nuestras que fuéramos incapaces de advertir esta inteligencia comunitaria por muy manifiestamente «evidente» que fuera.

Es posible que el problema sea, en parte, semántico. Insistimos en definir el «pensamiento» de tal forma que llegamos automáticamente a la conclusión de que sólo los seres humanos piensan. (De hecho, a lo largo de la historia siempre ha habido fanáticos que han estado seguros de que sólo las personas del género masculino y de aspecto bastante parecido al suyo eran capaces de pensar, y que las mujeres y las «razas inferiores» no lo eran. Las definiciones interesadas pueden llegar muy lejos.)

Supongamos que definiéramos el «pensamiento» como el tipo de acciones emprendidas por una especie cuyo propósito es asegurar su propia supervivencia. Según esta definición, todas las especies tienen algún tipo de pensamiento, y el pensamiento humano no sería más que una variedad del pensamiento, y no necesariamente mejor que todas las demás.

En realidad, si tenemos en cuenta que la especie humana, dotada de la capacidad de previsión y sabiendo exactamente qué es lo que está haciendo y lo que puede ocurrir, se enfrenta a pesar de ello a la posibilidad de destruirse a si misma en un holocausto nuclear… entonces, según mi definición, la única conclusión lógica a la que podemos llegar es que el
Homo sapiens
piensa peor y es menos inteligente que cualquier otra especie que exista o haya existido sobre la superficie de la Tierra.

Por tanto, es posible que de la misma manera que los partidarios del CI llegan a sus conclusiones, teniendo buen cuidado de establecer una definición de la inteligencia que haga de ellos y de sus iguales personas «superiores», la humanidad considerada en su totalidad haga lo mismo con su cuidadosa definición de en qué consiste el pensamiento.

Vamos a recurrir a una analogía para aclarar este punto.

Los seres humanos «caminan». Para ello suelen servirse de sus dos piernas, y llevan, el cuerpo alzado de tal forma que la columna se dobla hacia dentro en la región lumbar.

Podríamos definir «caminar» como el movimiento que se realiza sobre dos piernas con el cuerpo en equilibrio sobre una columna vertebral doblemente curvada. Según esta definición, caminar seria un atributo exclusivo de los seres humanos, de lo que podríamos sentirnos justamente orgullosos. Esta forma de caminar liberó a nuestros miembros anteriores de la obligación de contribuir a nuestros desplazamientos (excepto en determinadas situaciones de emergencia), permitiéndonos disponer continuamente de nuestras manos. Este desarrollo de la postura erguida es anterior al desarrollo de la capacidad craneana y es bastante posible que lo haya provocado.

Otros animales no caminan. Se desplazan sobre cuatro patas o sobre seis, ocho, varias docenas o ninguna. O vuelan o nadan. Incluso los cuadrúpedos que pueden alzarse sobre sus cuartos traseros (como los osos y los simios) sólo lo hacen provisionalmente, y se encuentran más cómodos a cuatro patas.

Hay animales exclusivamente bípedos, como los canguros y las aves, pero a menudo brincan más que caminan. Incluso las aves que caminan (como las palomas y los pingüinos) son, en primer lugar, voladoras o nadadoras. Y las aves que sólo caminan (o sus parientes más rápidas que sólo corren), como el avestruz, no tienen una columna doblemente curvada.

Supongamos entonces que nos empeñáramos en que «caminar» es una actividad absolutamente única, hasta el punto de que careciéramos de términos para designar la manera de desplazarse de otras especies. Supongamos que nos contentáramos con decir que los seres humanos son «caminadores» y que el resto de las especies no lo son, y nos negáramos a extender nuestro vocabulario más allá de este punto.

Si nos empeñáramos en ello con el bastante ardor, no tendríamos por qué prestar ninguna atención a la hermosa eficacia con que algunas especies brincan, saltan, corren, vuelan, navegan, se zambullen o se deslizan. No habríamos inventado el término «locomoción animal» para describir todas estas distintas maneras de desplazarse.

Y si nos limitáramos a calificar todas las formas de locomoción animal excepto la nuestra de «no caminadoras», es posible que nunca tuviéramos que reconocer que, en muchos aspectos, el medio de locomoción humano es mucho menos elegante que el de un caballo o el de un halcón, y que de hecho es una de las formas menos elegantes y admirables de locomoción animal.

Supongamos entonces que nos inventáramos una palabra que designara todas las formas que adopta el comportamiento de los seres vivos a la hora de responder a un estimulo o de favorecer la supervivencia. Digamos que esta palabra es «zornar». El pensamiento humano podría ser una de las variedades de zornar, y otras especies podrían manifestar otras variedades de zornar.

Si consideráramos el zornar sin ideas preconcebidas, es posible que nos diéramos cuenta de que pensar no siempre es la mejor manera de zornar, y es posible que llegáramos a comprender un poco mejor la manera de zornar de los delfines o de las comunidades de termitas.

O supongamos que nos planteamos la pregunta de si las máquinas pueden pensar, de si un ordenador puede llegar a tener conciencia, de si es posible que los robots experimenten emociones; en una palabra, en qué momento del futuro lograremos crear una verdadera «inteligencia artificial».

¿Cómo podemos discutir sobre ello si no nos paramos antes a pensar qué es exactamente la inteligencia? Si por definición se trata de algo que sólo pueden tener los seres humanos, entonces es evidente que una máquina no puede tenerla.

Pero todas las especies pueden zornar, y es posible que los ordenadores también lleguen a ser capaces de hacerlo. Es posible que no lo hagan de la misma forma que cualquier especie biológica, así que también necesitaremos una palabra nueva para designar lo que hacen. En mi charla improvisada sobre las facultades de los ordenadores utilicé la palabra «tendar», que supongo que nos sirve tan bien como cualquier otra.

Entre los seres humanos existe un número indefinido de diferentes formas de zornar; estas formas son lo bastante parecidas como para que las agrupemos bajo la denominación común de «pensamiento». Y es muy posible que también entre los ordenadores existiera un número indefinido de diferentes formas de zornar, tan distintas de las que comparten los seres humanos que podríamos agruparlas bajo la denominación común de «tendamiento».

(Y además es posible que el resto de los animales zornen de maneras diferentes, así que tendríamos que inventar docenas de palabras diferentes para todas las variedades de zornar y organizarlas según una compleja clasificación. Además, es posible que, a medida que se desarrollaran los ordenadores, nos diéramos cuenta de que «tendar» no resultaba suficiente y tuviéramos que inventar subdenominaciones… Pero ya lo dirá el futuro. Mi bola de cristal no llega tan lejos.)

Como es natural, proyectamos nuestros ordenadores para que sean capaces de resolver problemas que nos interesan, y por tanto tenemos la impresión de que piensan. Pero tenemos que reconocer que incluso cuando un ordenador resuelve un problema que nosotros tendríamos que resolver de no existir éste, los procesos para resolverlo son totalmente distintos. Los ordenadores tendan y nosotros pensamos, y puede que sea inútil que nos sentemos a debatir si los ordenadores piensan o no. Del mismo modo, los ordenadores podrían sentarse a debatir si los seres humanos tendan o no.

Pero ¿resulta razonable suponer que los seres humanos son capaces de crear una inteligencia artificial tan distinta de la inteligencia humana como para que sea necesario reconocer que lo que hacen los ordenadores es tendar, un proceso bien distinto del pensamiento humano?

¿Por qué no? No es la primera vez que ocurre. Durante cientos de miles de años los seres humanos transportaron los objetos poniéndoselos debajo del brazo o manteniéndolos en equilibrio sobre la cabeza. De esta forma, sólo podían transportar una masa igual a la suya como máximo.

Si apilaban los objetos sobre los lomos de los burros, caballos, bueyes, camellos o elefantes, podían transportar masas mayores. Pero con ello sólo se sustituye el uso directo de músculos por el de otros músculos mayores.

Pero a la larga los seres humanos inventaron un dispositivo artificial que facilitaba el transporte de objetos. ¿De qué manera lo consiguió la máquina? ¿Desarrolló acaso una forma artificial de caminar, correr, volar o nadar, o de cualquiera de las innumerables formas de la locomoción animal?

No. En la remota prehistoria algún ser humano inventó la rueda y el eje. Gracias a este invento fue posible cargar masas mucho mayores en los carros, arrastrados por la fuerza humana o animal, que los que esta fuerza era capaz de cargar por sí sola.

A mi manera de ver, la rueda y el eje son los inventos más extraordinarios jamás realizados por los seres humanos. El descubrimiento del fuego estuvo precedido al menos por la observación de los fuegos naturales provocados por los rayos. Pero la rueda y el eje no tenían ningún precedente natural; no han sido desarrollados por ninguna forma de vida hasta el momento. De modo que la «locomoción asistida por máquinas» fue desde un principio totalmente distinta a todos los medios de locomoción animal, y del mismo modo, no sería de extrañar que el zornar mecánico no tuviera nada que ver con todas las variedades del zornar biológico.

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