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Authors: Mandelrot

El viajero (6 page)

—Ya empieza —dijo Sadsaloo.

Tepulus apoyó una mano sobre el hombro de su discípulo.

—Ha llegado el momento de que la veas.

Las antorchas hacían posible moverse fácilmente por el pasadizo pero no dejaban ver mucho más allá; Kyro seguía al grupo sin esperar lo que encontraría. El camino les llevó hasta una bóveda natural, y el chico se sorprendió al ver en el centro de aquel espacio una... una gran esfera oscura, que alcanzaba una altura muy superior a la de un hombre. Los demás avanzaron con seguridad, pero él se vio profundamente sorprendido por aquello y se acercó despacio asombrándose de su perfección.

Era como una gran bola uniforme, hecha de un extraño material completamente opaco; incluso al ser iluminada por las antorchas se la veía tan oscura que parecía tragarse la luz que la rodeaba. Kyro llegó hasta una distancia corta pero prudencial.

—No te preocupes, puedes tocarla sin miedo —Tepulus sonreía al llegar hasta él.

Los demás estaban encendiendo otras antorchas que había en las paredes, cuyas luces permitieron ver con más claridad. De repente se notó otro leve temblor, pero solo duró unos momentos.

Kyro parecía absorto en la esfera negra. Primero la rozó con sus dedos y luego apoyó su mano sobre ella: al tacto parecía de infinita dureza y a la vez, de algún modo, cálida. Se dio cuenta de que era igual que la piedra mágica que llevaba consigo.

—¿Qué es, maestro?

—Es la primera de las puertas que tendrás que atravesar. Ven, acompáñame.

Al otro lado había una pequeña columna de metal de la altura de una mesa; en la cara superior, curvada hacia fuera, había un dibujo: la silueta de una mano humana con los dedos ligeramente cerrados como si estuviera sujetando la superficie convexa. Los otros se les unieron mientras Tepulus hablaba.

—En cada mundo que cruzarás en tu camino hay dos puertas escondidas; llegarás por una de ellas, que se cerrará tras tu paso y no volverá a abrirse, y tendrás que encontrar la que te llevará a la siguiente etapa.

—¿No están juntas? —preguntó el chico.

—Los magos las separaron para que, si por cualquier circunstancia una resultara destruida, sus seguidores pudieran crear otra y no tuvieran que rehacer las dos. Ha de ser un poder muy difícil de lograr.

—Pero... Un mundo es muy grande, ¿cómo las encontraré?

—Dame la piedra mágica.

Kyro sacó la bolsita de entre sus ropas. Se la dio al maestro, que sostuvo la pequeña piedra en la palma de su mano.

—Atravesarás cada puerta solo y no podrás llevar nada contigo; ni ropas, ni armas, ni herramientas, nada. Solo la piedra, que será tu llave. Está hecha con la misma magia y te guiará con total seguridad, cada vez hacia el siguiente umbral y al final de tu viaje hasta el mismo Varomm. Los magos querían asegurarse de que solo un humano podría recorrer el camino.

Un nuevo temblor, algo más fuerte que los anteriores.

—Date prisa —dijo el general.

Tepulus continuó.

—La magia de la piedra escapa a nuestra comprensión, pero sabemos que de alguna manera está... viva. Cuando la despiertes ella guardará todos tus recuerdos desde ese momento y hasta que vuelvas a hacerla dormir. Entonces se llevará toda tu memoria, y habrás olvidado todo lo que hayas vivido desde el principio hasta el final de tu viaje; si Varomm te vence nunca podrá saber dónde están las puertas y quién te ha ayudado para llegar a él.

El chico parecía abrumado.

—No... No recordaré nada.

—Eso es —el anciano asintió con expresión grave.

Kyro miró a sus maestros. Estaba aterrorizado.

—Puedes hacerlo, Kyro —dijo Sadsaloo.

—Hijo, confiamos en ti —añadió Kamor.

El joven miró a su padre, que no dijo nada. En una vida llena de duras pruebas, de sufrimiento, nada le había dolido más que eso. Bajó la mirada sintiendo una profunda, infinita pena en su interior.

Respiró hondo, conteniéndose, y volvió los ojos de nuevo hacia Tepulus. Asintió.

—Estoy listo.

El maestro asintió también, y le dio la piedra.

—Póntela en la nuca, justo bajo el cráneo, y sujétala un momento —le dijo.

Así lo hizo y los demás se separaron unos pasos.

—Ahora pon tu mano sobre la marca —el maestro señaló la columna metálica.

Kyro les miró a todos. Tragó saliva, sintió cómo el corazón le latía fuerte y respiró profundamente de nuevo. Un instante después apoyó su mano sobre la silueta ante él.

En el momento en que todo empezó me di cuenta del error de mi padre.

El dibujo donde tenía apoyada la mano se iluminó con una luz anaranjada; inmediatamente después se iluminó la piedra igualmente, y Kyro hizo un gesto de dolor.

Al despertar a la piedra, al sentir cómo se agarraba a mi cabeza y se hacía una con mi mente.

El chico bajó la mano pero la piedra mágica no cayó al suelo; quedó sujeta y todavía iluminada.

Al comienzo de mi viaje fue cuando supe que todo estaba perdido.

Unos instantes después tanto la silueta en la roca como la piedra mágica se apagaron. Nadie se movió hasta que la esfera comenzó a iluminarse también.

Vi abrirse la primera puerta y mi único pensamiento fue que estábamos condenados.

Su superficie negra se volvió anaranjada también; la luz era igual a la de la piedra que Kyro llevaba en la cabeza. Tras unos momentos apareció un agujero delante del viajero, que se agrandó rápidamente hasta convertirse en una abertura del tamaño de un hombre.

¿Cómo es que nadie más se había dado cuenta?

Miró a los demás, que no se movían. Se les acercó. Sus maestros le rodearon, hablándole, y su padre se mantuvo en silencio tras ellos.

Me daban las últimas instrucciones, los últimos consejos.

Kyro les escuchaba con atención. Miró a Karan, que seguía inmóvil con los brazos cruzados mirando a un lado.

Mi padre no habló, pero en ese momento fue el que más cosas me dijo.

Una lágrima corrió por el rostro del general.

Me dijo que me quería. Me dijo que le perdonara por no haber podido demostrármelo. Me dijo que estaba orgulloso de mí.

Seguía inmóvil, llorando en silencio.

Me dijo que no me aferrara a nada, que no me uniera a nadie para no hacer más dura la pérdida al seguir solo mi viaje. Me dijo que nunca mirara atrás.

Kyro no le habló, simplemente le miró con gran tristeza.

No tuve valor para decirle que fracasaría.

El chico se despidió de sus maestros, abrazándoles. Lloraron.

No tuve valor para decirle que todo aquello, tanto esfuerzo, había sido en vano.

Miró al general de nuevo, que siguió sin reaccionar, y se giró hacia la esfera. A su alrededor todo tembló con mucha más fuerza que antes, y de arriba comenzaron a caer polvo y algunas pequeñas piedras.

Estaba preparado para sobrevivir. Estaba preparado para luchar. Estaba preparado para matar.

Caminó hacia la puerta sin volver la cabeza; al andar se fue despojando de toda su ropa, dejándola simplemente caer al suelo. Ya completamente desnudo llegó hasta la entrada.

Pero toda mi vida había sido un entrenamiento.

Entró y la superficie de la esfera se cerró tras él.

Mis maestros me habían guiado en mi aprendizaje; jamás había hecho nada sin ellos.

Por dentro estaba vacía; Kyro miró las paredes anaranjadas mientras se situaba con cautela en el centro.

No había tomado decisiones por mí mismo, siempre me habían dicho qué debía hacer.

Ante él aparecieron, flotando en el aire, luces y un dibujo de una silueta humana con un punto naranja parpadeando en la nuca. Se escuchó una voz hablando en una lengua antigua que el chico podía comprender, aunque no entendió lo que decía: "biochip detectado y activo.

Teletransporte autorizado. Código: YLMARIA. Comenzando transmisión".

Estaba preparado para todo, pero no estaba preparado para hacerlo solo.

La luz de las paredes se intensificó.

Mi viaje hacia la muerte había comenzado.

La luz se hizo más y más brillante hasta inundar todo el espacio: Kyro desapareció.

Capítulo 2: Ylamaria

La esfera se iluminó, se abrió la puerta y Kyro salió, mirando a todas partes un poco desorientado. Estaba en lo que parecía una pequeña gruta, iluminada sobre todo por la luz que entraba por un agujero no demasiado grande; apenas poco más de lo mínimo para que pasara un ser humano. Cuando el viajero salió la esfera se cerró tras él y su luz se apagó completamente, volviendo su superficie a su color negro profundo. El chico la miró.

Al ver cómo el portal se cerraba para siempre tras de mí me sentí como si súbitamente me hubieran sacado de la realidad.

Apoyó sus manos sobre la esfera. No hubo reacción, ahora era un objeto muerto.

Estaba en mi casa, todo estaba bien, y de repente me habían contado una historia extraña y me habían expulsado por un camino sin vuelta atrás.

El viajero se volvió de nuevo hacia la salida de la gruta.

Nadie me había preguntado qué pensaba yo de todo aquello. En realidad ni siquiera yo me había cuestionado lo que me dijeron.

Avanzó hacia la abertura y se sujetó con las manos para acceder al exterior.

Hasta ese momento.

Salió y se encontró un paisaje que jamás hubiera esperado. Estaba en medio de la nada, un desierto de piedras y tierra rojiza sin rastro alguno de vida. Miró a su alrededor absolutamente atónito: si el terreno le resultaba desconocido, el cielo era lo más sorprendente. Su color era algo más amarillento de lo normal, como si hubiera arena flotando en el ambiente; y lo más increíble, no estaba soñando, había dos soles en el firmamento.

Al encontrarme solo y perdido en aquel mundo extraño, al comprender por fin hasta qué punto todo había cambiado sabiendo que no sería capaz de cumplir la misión que tenía encomendada, fue cuando me pregunté si realmente quería, desde mi corazón, seguir adelante.

Kyro se llevó las manos a la cabeza, sin poder creer lo que veía. Dio vueltas sobre sí mismo con los ojos abiertos al máximo y expresión desencajada. Después de unos momentos cayó de rodillas y bajó las manos por su rostro hasta taparse la boca, sin cerrar los ojos mirando hacia donde flotaban los dos soles.

Pasar toda mi vida viajando, dejando siempre todo atrás, para al final del camino renunciar incluso a mis recuerdos.

Comenzó a llorar amargamente y se dejó caer completamente hacia delante sobre el suelo.

Me hice a mí mismo la pregunta, y descubrí que mi único deseo era la muerte.

El viajero se quedó, inerte, tumbado en medio del desierto.

—Sí, está vivo. Ya os lo dije, estúpidos descreídos, ¿no es verdad? Para que aprendáis a hacer caso de lo que dice el viejo Baku. El chico es fuerte, decía, y vosotros como siempre pensabais también que el viejo Baku está loco. Como todos, todos esos estúpidos descreídos que no hacen caso de lo que dice el viejo Baku.

Kyro oyó la voz antes de poder abrir los ojos. Trató de moverse con cierta dificultad.

—Espera, chico de la esfera, deja que el viejo Baku te ayude. Has estado mucho tiempo quemándote ahí fuera hasta que te he encontrado, con esa piel pálida bastante tienes con estar vivo. ¡Estos idiotas descreídos no te echarán una mano, seguro! Pero el viejo Baku es tu amigo.

El viajero abrió los ojos lentamente y vio a quien le hablaba: el anciano era un manojo de huesos y pellejo oscuro, reseco y arrugado por las inclemencias del tiempo, vestido con harapos.

Tenía una barba gris sucio completamente despelusada, los ojos parecían desorbitados y miraban fijamente al chico mientras continuaba hablando sin parar.

—Tú vienes de la esfera negra, ¿verdad? Eres el siguiente, el que llevaba esperando tanto tiempo, y mi padre antes que yo, y su padre, y el padre de su padre. Taaaaanto tiempo esperándote y estos idiotas descreídos diciéndome que el viejo Baku estaba loco. ¡Hahá! Ahora se disculpan, míralos ahí avergonzados —señaló al aire alrededor suyo— pero todo este tiempo no han hecho más que reírse de mí.

Kyro miró a su alrededor: allí no había nadie más. Estaba en una gruta parecida a la que escondía a la esfera, pero aquí había algunos muebles rudimentarios que revelaban su uso como vivienda: una piedra lisa sostenida por otras amontonadas hacía de mesa, un camastro hecho con trozos de algún tipo de tela, restos de fuego cerca de una entrada estrecha por la que se colaba algo de luz. El viajero estaba ahora vestido con harapos parecidos a los de su interlocutor, y no parecía sufrir daños importantes.

—¿Sabes hablar? —preguntó el viejo, acercándosele tanto que sus narices casi se tocaron—. ¿Vienes de la esfera?

—Hablo tu lengua —contestó Kyro—. ¿Quién eres?

—¡Hahá! Mirad todos —miró hacia atrás, a nadie—, el chico desconfía. El viejo Baku le salva la vida y no se fía de él; si no fuera por el viejo Baku ahora estaría muerto, pero ya tiene energías para hacer preguntas. ¿Cómo? Ah, sí, claro... ¡Es la prueba!

Volvió a mirar a Kyro.

—Soy el guardián de la esfera, y te lo demostraré. Conozco el signo, ¡toda mi familia lo conoce!

Se apartó un instante para coger un palo, y con él dibujó en el suelo la marca de una mano con los dedos ligeramente cerrados igual a la que había junto a la primera esfera, la que despertó a la piedra mágica. Kyro se sorprendió.

—¡Hahá! ¿Lo ves? Mis antepasados ayudaron al que vino antes que tú, y me enseñaron la marca del viajero. Yo soy el guardián de la esfera, y tú vienes de su interior. ¿Verdad?

Kyro tardó un momento en responder.

—Soy el viajero. Vengo de la esfera —asintió.

Baku dio un salto.

—¡Hahá! ¿Habéis oído eso, idiotas descreídos? —exclamó, mirando alrededor—. ¡Taaaanto tiempo riéndoos del viejo Baku! ¿Y ahora quién se ríe? Tú, que me llamaste loco mil veces, ¿qué dices? ¿Eh? Y tú también, ¡no lo he olvidado! ¡Todos vosotros! Hasta el propio Balod pensó mal de su padre, ¡id a Damdal y decidle que venga aquí a cumplir con el deber de su familia! Ya veréis cuando lo sepa, ¡se avergonzará de sí mismo! Balod, espera que vengas a pedirme perdón, ¡aprenderás a respetar a los tuyos!

Kyro se levantó, aún con algo de esfuerzo. Mientras Baku refunfuñaba el viajero llegó hasta la abertura que daba al exterior y salió.

El paisaje era desolador: ahora solo se veía completo en el cielo uno de los soles, el otro casi se había ocultado del todo; pero aún había luz más que suficiente para ver que allí no había nada más que tierra y piedras en todas direcciones hasta el horizonte. El chico se quedó mirando fijamente en dirección al poniente mientras se frotaba la nuca, justo en el lugar donde tenía la piedra mágica. Unos instantes después salió Baku.

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