Read El viajero Online

Authors: Mandelrot

El viajero (8 page)

Balod hablaba de ellos con temor.

—Bueno, lo cierto es que nadie de aquí los ha visto... Nadie que siga vivo, quiero decir. Como dice nuestro amigo Balod, son seres peligrosos.

—Mi padre los vio de joven y eso es lo que siempre contaba —Balod mostró un leve destello de orgullo al decirlo.

El alcalde hizo un gesto condescendiente.

—Sí, el bueno de Baku. Eso es lo que dice; pero ya le conocemos, ¿no es cierto, Balod? —el aludido le miró un instante y bajó los ojos—. ¿Por cierto, hace mucho que no le tenemos por aquí; espero que esté bien.

—Yo le he visto —intervino Kyro—, está perfectamente.

—Ah, me alegro, me alegro —contestó el alcalde como si realmente no le importara; Balod mantuvo silencio—. En fin, lo cierto es que los fantasmas siempre habían vivido en cuevas subterráneas, porque la luz solar directa les mata, y muy rara vez se les veía; las rutas eran seguras y Damdal nació como un lugar de descanso en el camino. Pero al instalarse los colonos de repente los encuentros con fantasmas se volvieron más frecuentes, y aquí empezamos a sufrir sus ataques. La luz de la ciudad nos mantuvo seguros al principio, pero ese es un poder ya olvidado.

En ese momento habló Balod.

—La magia de los antiguos era muy poderosa —dijo—. Antes de marcharse definitivamente de las montañas fueron capaces de hacer que un río llegara directamente hasta el lugar donde estamos ahora. Esos bastones que ves allí —señaló hacia una parte donde había varias varas metálicas clavadas en ranuras del suelo— servían para distribuir el abastecimiento por toda la ciudad.

—Y hay más —intervino de nuevo el alcalde—. Dicen que la casa del agua también hacía que la luz de pequeños soles brillaran durante la noche iluminándolo todo como si fuera de día. Los que cruzaban las montañas traían y se llevaban esas luces que podían brillar durante muchos días sin apagarse y les protegían de los fantasmas, que huían de ellas.

—¿Cómo era posible todo eso? —preguntó Kyro con gran interés.

—Ya nadie lo sabe —Bórgaro se encogió de hombros—. Cuando el gran Varomm prohibió la magia los sacerdotes se aseguraron de que el conocimiento maldito se olvidara, aunque nuestras fuentes siguieran manando y los pequeños soles se encendieran de nuevo al traerlos aquí y colocarlos junto a estas cajas.

Todos guardaron silencio unos momentos.

—De todo aquello ya no queda nada —dijo pensativo Kyro.

—Un día el agua dejó de manar, nadie sabe por qué. El río se secó, las antorchas mágicas que nos protegían se apagaron, los que viajaban por este lado del mundo dejaron de pasar por aquí y casi todos nuestros vecinos y amigos se fueron. Nosotros somos los descendientes de los que decidieron quedarse, hemos aprendido a vivir del desierto y sabemos que dirigirse hacia esas montañas es encontrar una muerte segura.

—Escucha a Bórgaro, Kyro —suplicó Balod, que seguía muy preocupado—. Olvida ese lugar.

El viajero no contestó; mantenía la mirada baja y su expresión pensativa. Tras unos momentos se acercó al grupo de cajas, rodeándolas mientras las miraba con interés.

—¿Por aquí llegaba el agua? —dijo cuando llegó a lo que parecía un enorme tubo que salía de la más grande y se enterraba en el suelo; era como un gran gusano de metal.

—Así es —contestó el alcalde—. Los antiguos construyeron este brazo del río por el que circulaba. Que sepamos está todo bajo tierra, desde el lugar donde se recogía el agua en las montañas hasta aquí.

—Es impresionante —murmuró Kyro—, jamás había visto nada igual. Vuestros antepasados debieron ser magos muy poderosos.

—Ahora las cosas han cambiado —dijo Balod—. Sobrevivimos lo mejor que podemos.

El viajero parecía concentrado en sus pensamientos mientras no desviaba la vista del tubo.

—¿Y vosotros sabéis aún cómo se maneja esta... máquina? —preguntó.

Bórgaro y Balod se miraron. Habló el alcalde.

—Sí, no es difícil en realidad: los antiguos siempre dejaban con sus creaciones signos que explicaban cómo usarlas. Cualquiera que sepa leerlos puede hacerlas funcionar, claro.

—Kyro —dijo Balod casi con miedo—, ¿en qué estás pensando?

El chico miró hacia ellos. Su mirada reflejaba una fuerte decisión.

—Tengo que ir hacia esas montañas. Y será mejor que alguien de vosotros me acompañe.

Kyro y Balod caminaban por el desierto llevando a la espalda una bolsa cada uno; el viajero llevaba además una espada. Sus ropas, de color parecido al de la tierra que pisaban, les tapaban todo el cuerpo menos el rostro.

—Aún no puedo creer lo que estoy haciendo —dijo Balod.

—Si llegamos hasta el otro extremo del río de metal y eres capaz de devolver el agua a su cauce todo habrá valido la pena.

—No llegaremos. Moriremos devorados por monstruos que nos causarán el peor de los tormentos.

El chico sonrió.

—Quizá.

—Kyro, ¿por qué tienes tanto empeño en hacer esto? ¿Por qué no tomar otra ruta?

—No puedo elegir, Balod. Es por ahí.

—¿Cómo estás tan seguro? Y... No sé si puedo preguntarte esto, pero ¿qué estás buscando?

El viajero se detuvo un momento y miró a su compañero.

—¿No lo sabes? ¿No conoces mi misión?

—Pues... no, la verdad es que no. Mi familia... Mi padre siempre me dijo que nosotros somos los guardianes de la esfera, que este honor pasaba de padres a hijos desde mucho tiempo atrás. Pero si un día mis antepasados supieron algo más es un conocimiento que se ha perdido.

Kyro bajó la vista un momento, y reanudó la marcha.

—Confía en mí, Balod. Este es mi camino.

La visión de las montañas resultaba sobrecogedora desde muy lejos: lo primero que se veía era un enorme, impresionante muro de piedra rojiza que parecía extenderse por todo el horizonte y que marcaba abruptamente el fin del desierto; tras esta barrera natural se divisaban algunos picos más lejanos aún.

—Allí está —señaló Balod—, esa gran grieta en la pared es el Paso de la Sombra. Jamás me había acercado tanto.

—Los fantasmas se refugian allí durante el día, ¿no es así?

—Eso es. Ya lo ves, la luz de los soles nunca alcanza el interior; dicen que es como estar en una caverna.

—Tenemos que darnos prisa, hay que alcanzarlo antes de que anochezca.

Balod tenía expresión de gran preocupación mientras seguía al viajero.

—Aún no puedo creer lo que estoy haciendo —dijo.

Siguieron su marcha hasta llegar a una distancia cercana pero prudente de la entrada al paso.

Uno de los soles se había ocultado ya por completo y el otro lo haría muy pronto, aunque aún les quedaba algo de tiempo antes de que oscureciera del todo.

—Esperaremos aquí —dijo Kyro deteniéndose y dejando sus cosas en el suelo—. Será mejor descansar un poco, ahora que podemos.

—Ya es suficiente locura estar en este lugar mientras hay luz, ¿por qué quieres quedarte hasta que se haga de noche?

—Ahora es imposible cruzar el paso si es cierto que los fantamas están ahí dentro —señaló—; aprovecharemos la oportunidad cuando hayan salido. La verdad, no es eso lo que me preocupa.

—¿Y qué es entonces? —Balod se acomodó también.

—Lo que encontraremos después. La magia de vuestros antiguos debía ser muy poderosa, ¿qué hizo que se apagara?

Su compañero pensó un momento y se encogió de hombros.

—No lo sé. Un día el agua dejó de fluir, simplemente, y la vida en Damdal se detuvo. Al principio hubo quien se arriesgó a venir a averiguar qué había pasado; mi padre fue uno de ellos, era muy joven entonces y aún no había... heredado la responsabilidad de guardar la esfera. Fue uno de los pocos que sobrevivió, aunque mi abuelo casi le mata al descubrir el riesgo que corrió sin pensar en que su vida era más valiosa que toda el agua del mundo.

—Lo hizo por tu pueblo.

—Sí, ¿y para qué? Ahora todos le toman por loco. Hasta yo lo hice —Balod bajó la cabeza con dolor.

El viajero le miró con seriedad, pero su interlocutor no levantaba la vista.

—Baku es un hombre valiente; un digno guardián de la esfera. Puedes estar orgulloso de él.

—Sí, claro. Ahora lo sé. Es su hijo quien no merece serlo.

—Tu destino no es el suyo, Balod; y de hecho no habría tenido sentido que continuaras su labor, ya que yo soy el último. Tú tienes tu propio camino que recorrer, y la prueba está en que ahora mismo estás aquí conmigo. Nadie más se hubiera atrevido.

Por fin Balod levantó la vista y miró al viajero.

—Nadie más habría sido tan tonto como para venir a morir en este lugar —sonrió.

—Tu padre vino una vez hasta aquí para ayudar a los suyos y volvió sin conseguirlo, ¿no es cierto?

—No pudo hacer más; bastante suerte tuvo al regresar vivo.

—Bien, donde él fracasó tú tienes ahora una oportunidad. Todos tenemos nuestro destino, quizá aquí esté la prueba que demostrará que eres digno de tu linaje.

Los hombres se sostuvieron la mirada unos segundos. De repente Kyro cambió la expresión irguiendo la cabeza.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Balod.

—Cúbrete. Rápido.

Los dos se tumbaron tapando sus cuerpos y su equipaje con las mantas que les hacían confundirse con la tierra; Kyro mantenía bien asido el puño de su espada. La oscuridad que iba llegando ayudaba a camuflarles completamente.

—No te muevas —susurró el viajero.

Unos momentos después se escuchó claramente un sonido creciente: sonaba casi como el gemido de un niño, pero mucho más largo e intenso: hasta la noche que pasó en Damdal Kyro jamás había oído nada igual. Aún no era noche cerrada, pero pudo apreciar en el interior del Paso de la Sombra un resplandor brillante que indicaba que algo se acercaba a la entrada.

—Por el gran Varomm —la voz de Balod era tan tenue que apenas se le oía.

Kyro le miró.

—A partir de ahora haz exactamente lo que yo te diga sin perder tiempo. ¿Entendido?

Balod asintió como pudo.

—S-s-sí.

El ser que emitía esos sonidos y brillaba de aquel modo parecía esperar la oscuridad total para asomarse al exterior. Cuando por fin llegó, lo que apareció superó todo lo que la imaginación de los dos hombres hubiera podido hacerles esperar.

El fantasma era grande, mucho más que un hombre; solo su cabeza podría contener a un ser humano. Parecía una larga serpiente semitransparente y despedía una luz blanca y fría que iluminaba todo a su alrededor. Pero lo más impresionante era la majestuosidad con la que flotaba, moviéndose suavemente como si buceara a través del aire. Salió del todo y comenzó a subir en espiral muy despacio, casi parecía que estuviera desperezándose, mientras otros de aquellos monstruos maravillosos le seguían.

Eran nueve en total; el último en salir el más grande de todos. Parecían nadar en grupo, pasando unos cerca de los otros, y la luz que emitían juntos era tan fuerte que Kyro y Balod tenían que entrecerrar los ojos para poder mirarlos.

—Por Varomm, qué belleza —acertó a susurrar Balod. Ambos estaban absolutamente impresionados por lo que veían.

Realmente era un espectáculo grandioso. Los gigantescos, fantasmagóricos seres volaban sobre ellos sin advertir su presencia; al cabo de unos momentos el viajero reaccionó.

—Ahora. Sígueme tapado con tu manta y no te alejes.

Comenzó a moverse, manteniéndose aún agachado y cubierto, hacia la entrada del Paso de la Sombra. Su compañero iba justo tras él, sin dejar de mirar al cielo constantemente para asegurarse de que no les descubrían. Poco después alcanzaron su objetivo.

—Avancemos un poco y encenderemos la luz —dijo Kyro.

Aún les llegaba algo del resplandor del exterior y lograron avanzar sin mucha dificultad, hasta que llegaron a un punto donde ya apenas se veía. El suelo allí era sorprendentemente firme y liso, como si de alguna extraña manera hubiera sido allanado y limpiado convirtiéndolo en una especie de alfombra de roca.

—Aquí está bien. La antorcha y el aceite —el chico sacó de su bolsa unas piedras mientras Balod empapaba la tela enrollada en la estaca con un poco del óleo que también había traído.

Dejó la antorcha en el suelo y el viajero hizo chocar las piedras varias veces haciendo saltar chispas. Una de ellas acabó por tocar la tela, que se prendió en el acto. Los hombres se prepararon para seguir y Kyro cogió la tea.

—¿Vamos? —la pregunta era más bien una afirmación.

Balod asintió; parecía muerto de miedo. El viajero sonrió un instante y apoyó una mano en el hombro de su compañero.

—Lo estás haciendo muy bien. Sigamos.

Avanzaron todo lo rápido que pudieron. El camino era siempre ascendente, casi todo en una suave cuesta; la perfección de las formas de las paredes, que habían sido excavadas dándoles forma ligeramente abovedada, y el suelo increíblemente liso dejaban adivinar la poderosísima magia que debía haber tras la construcción de aquel lugar.

—No sé cuánto llevamos así —jadeó Balod— pero necesito parar un momento. No puedo más.

—De acuerdo —contestó Kyro, y ambos se detuvieron—. Bebe un poco.

El viajero se mantuvo en pie, alerta a su alrededor, mientras su compañero se sentaba, extenuado, y se acercaba el odre de agua a la boca.

—Ya no falta mucho —le animó el chico.

—¿Cómo lo sabes? Nunca has estado aquí.

—El aire empieza a oler distinto.

Balod lanzó una risa sin aire.

—De verdad que me asombras, hombre de la esfera. Por el gran Varomm, ¿quién eres?

Ambos se miraron.

—Debemos darnos prisa —fue la respuesta—, el amanecer se acerca. ¿Puedes seguir?

Su compañero asintió, poniéndose en pie.

—Vamos.

Aunque a Balod le costara mantener el paso del viajero no se quejó durante el resto del camino.

Kyro miraba atrás de vez en cuando y su compañero asentía, para decirle sin palabras que continuara. Siguieron así bastante tiempo más, hasta que de repente el primero se detuvo y alargó una mano para indicar al otro que lo hiciera también. El chico escuchó un momento, y tras esto rápidamente tiró la antorcha al suelo pisándola para apagarla mientras hablaba.

—¡Rápido, a cubierto!

Balod tenía las manos apoyadas en las rodillas y respiraba sin poder moverse. Kyro se volvió hacia él y sin pensarlo dos veces le saltó encima, tirándole hacia atrás; lo arrastró hacia la pared de piedra y le empujó manteniéndoles a ambos pegados a ella.

Other books

Lethal Outbreak by Malcolm Rose
Lauri Robinson by DanceWith the Rancher
Paranormals (Book 1) by Andrews, Christopher
Rise and Fall by Kelleher, Casey
Thread Reckoning by Amanda Lee
Libros de Sangre Vol. 2 by Clive Barker
The Jane Austen Book Club by Karen Joy Fowler
The Best of Times by Penny Vincenzi
La gaviota by Antón Chéjov