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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (8 page)

Veamos qué pasó con la momia del faraón Zoser de la III dinastía. En 1926, Gunn, en los trabajos de desescombro de la pirámide escalonada de Zoser, en Sakkara, encuentra en la cámara funeraria seis vértebras de una columna vertebral y parte de la cadera derecha de una momia. En 1934, Lauer y Quibell se introducen de nuevo en la cripta y encuentran la parte superior del húmero derecho, fragmentos de costilla y el pie izquierdo vendado con lino bañado en resinas. Lo más importante del hallazgo de estos restos es que la única entrada a la cámara que existía hasta entonces era un pequeño agujero practicado por los saqueadores, que imposibilita la introducción de otra momia de épocas posteriores. El estudio antropológico realizado entonces confirmó que se trataba de la momia del faraón. Eso, sumado a que la técnica de momificación del pie se ajusta a la III dinastía, no dejaba lugar a dudas sobre que la pirámide fuese la tumba del rey Zoser (Dyeser); ésos debían de ser los restos de su momia.

Se deduce así que al menos en la III dinastía esas pirámides llegaron a ser tumbas, aunque la tesis de que fueron únicamente lugares de enterramiento cada vez tiene menos partidarios por una sencilla razón inicial: apenas se han encontrado momias, ni ningún tipo de resto humano, salvo los vasos canopes, en el interior de las pirámides, lo cual no es una prueba definitiva, pues ha pasado demasiado tiempo como para que cada una de las más de cien pirámides encontradas no hayan sido saqueadas a conciencia incluso en la misma época de los faraones. A mediados de los años cincuenta el egiptólogo egipcio Zakaria Goneim descubrió una pirámide en la necrópolis de Sakkara en la que encontró un sarcófago cerrado y sellado del faraón Sekhemkhet (2700 a.C.). ¡Un sarcófago intacto de hace cinco mil años de antigüedad con un ramillete de flores sobre la tapa! Todo un acontecimiento arqueológico de primer orden. Lo abrieron y… estaba vacío. La explicación que dio Goneim es que la pirámide no era otra cosa que un cenotafio.

Nacho Ares, en su obra
Egipto el Oculto
(1998), cree que las pirámides pudieron convertirse en tumbas con el tiempo y que tan sólo tuvieron un carácter funerario en un segundo plano. En primer lugar, es un hecho que distintos faraones se hicieron construir varias pirámides, como le ocurrió a Esnofru, padre del rey Keops, al que se le atribuyen tres pirámides. ¿Tres tumbas? No parece lógico ni creíble.

En segundo lugar, a través de estudios comparativos que se han realizado entre pirámides y tumbas convencionales, se puede concluir que las llamadas cámaras del sarcófago, en la estructura de las pirámides, fueron construidas para albergar los restos mortales del propietario del monumento.

Las teorías más revolucionarias vienen de la mano del ingeniero Robert Bauval y de Adrian Gilbert, autores de
El misterio de Orión
1995), quienes intentan demostrar el vínculo entre la constelación de Orión, la ubicación de las pirámides y el dios de los muertos Osiris, lo cual conectaría directamente la finalidad mortuoria de las pirámides con un claro propósito astronómico, que sería su principal objetivo. La orientación de sus canales y galerías está enfocada a esa constelación en la posición que debió de tener en el año 10500 a.C. Es decir, que las tres pirámides de Gizeh reproducen en la Tierra la distribución de las tres estrellas centrales de la constelación de Orión. Y no sólo estas tres pirámides, sino también las de los faraones Diodefre, Zahaw el Ariani y Esnefru, que se corresponderían con otros tantos puntos de la misma constelación. ¿Con qué finalidad? Desde este punto de vista, las pirámides proyectarían el alma del faraón hacia su destino en las estrellas. Todo lo cual obliga a replantearnos si las pirámides llegaron a ser alguna vez tumbas, en su sentido estricto, o a reescribir la historia de Egipto de arriba abajo.

Sea como fuere, en las ciento catorce pirámides censadas y catalogadas hasta el momento no se ha encontrado aún ningún material concluyente que pueda conectarlas con una función de enterramiento, aunque sí están relacionadas con la muerte y la resurrección, por lo que es más factible suponer que tuvieron una finalidad múltiple. El error es catalogarlas todas como si tuvieran una única misión. Las pirámides atribuidas a Esnefru, Keops, Kefrén y Micerinos no sólo hay que separarlas del conjunto a causa de su envergadura y perfección, sino también porque no contienen en su interior la más leve pista de cuándo fueron edificadas, ni por quién, ni con qué motivos. Por el contrario, todas las demás pirámides están repletas de jeroglíficos, esculturas y relieves que hacen fácil su datación. Y si ello es así, también su utilidad puede ser diferente. Se han barajado teorías para todos los gustos, según la particular visión de cada investigador: servir como antenas emisoras-receptoras, como hitos geodésicos, como centros de observación astronómica, como templos iniciáticos o como archivo de conocimientos de civilizaciones desaparecidas…

Se podría decir que estas impresionantes pirámides eran sofisticados templos de poder de una secreta religión celeste que revela un conocimiento astronómico muy superior al que se venía atribuyendo a los antiguos egipcios.

¿Hubo faraones rubios y faraones negros?

El problema del aspecto externo de los egipcios puede parecer trivial a primera vista, y sin duda lo es. Sin embargo, es un asunto que desde que se planteó por primera vez en el mundo occidental, a finales del siglo XVIII, ha generado un enorme debate que aún no ha concluido y que a lo largo del siglo pasado se vio contaminado por cuestiones ideológicas que lo hicieron tomar un rumbo absurdo.

Joham Friederich Blumenbach fue el primer europeo que se ocupó de cómo eran aquellos hombres que habían construido una de las civilizaciones más asombrosas de la historia. Concluyó que los egipcios antiguos eran predominantemente un pueblo similar a los etíopes, con un segundo grupo parecido a la población de la India védica y en el que había un tercer elemento racial producto de la mezcla de los dos anteriores. Las conclusiones del estudioso alemán tuvieron una gran influencia en el siglo XIX, pues a muchos de los primeros egiptólogos les interesó hacer hincapié en una supuesta relación entre la India antigua y Egipto. El detallado análisis del «coeficiente racial», que se estableció a principios del siglo XX con detalladas mediciones craneales, probó que las semejanzas con la población del subcontinente hindú no eran demasiado elevadas, pero aleaban mucho a los pueblos del antiguo Egipto de los habitantes del África negra, en tanto los situaba más próximos a los europeos del sur y a los asiáticos de levante, algo bastante lógico teniendo en cuenta la proximidad geográfica.

Más recientemente se inició un poderoso movimiento cultural empeñado en la «africanización» de la cultura egipcia, entendiendo como tal la vinculación de la cultura egipcia y su desarrollo como el exponente supremo del desarrollo de los pueblos «negros» y de su aportación a la humanidad.

En lo que respecta al nordicismo de los antiguos egipcios, estas teorías nacieron en 1939, cuando el profesor Carlton Coon, de la Universidad de Harvard, escribió un libro llamado
Las razas de Europa
lleno de fotografías, cuadros, mapas, diagramas y citas científicas. En este libro, el profesor Coon hacía una asombrosa aseveración: «La reina Hetep-Heres II, de la cuarta dinastía, la hija de Keops, el constructor de la gran pirámide, es retratada en los coloridos bajorrelieves de su tumba como una llamativa rubia. Su cabello está pintado con un brillante amarillo moteado con pequeñas líneas rojas horizontales, y su piel es blanca. Esta es la más temprana evidencia conocida de rubicundez en el mundo». ¿De dónde pudieron surgir los egipcios rubios? Hay varias posibilidades: libios, constructores megalíticos y pueblos de las montañas del Cáucaso y del área del sur de Ucrania.

Los antiguos libios se extendían desde las islas Canarias, a través del Magreb, hasta el delta del Nilo. El tercio occidental del delta del Nilo estaba ocupado por libios durante los primeros años de civilización registrada. ¿Es posible que un pueblo blanco pudiera componer el núcleo de la clase regente del Antiguo Egipto? ¿Quiénes eran los libios y de dónde provenían? El profesor Coon afirmaba que durante la edad del Paleolítico superior (30000-5000 a.C.) Europa y el oeste de África del Norte estaban ocupadas por descendientes de los hombres de Cró-Magnon. Braidwood dice que «las gentes de Cró-Magnon eran altas y de grandes huesos, con cráneos grandes, largos y rugosos. Debieron de haber tenido un aspecto similar a los actuales escandinavos».

Los hombres Afalou y Crô-Magnon tenían cerebros más grandes que los hombres modernos. Su volumen craneal —que los científicos denominan «capacidad craneal»— tenía alrededor de 1.650 centímetros cúbicos. El actual promedio de talla cerebral es de 1.326 centímetros cúbicos. Los granjeros que vivían en Tushka, en el Nilo, alrededor del 11000 a.C., tenían una capacidad craneal de 1.452 centímetros cúbicos, un volumen casi idéntico a la talla cerebral de los actuales europeos septentrionales, 1.453 centímetros cúbicos. Los modernos habitantes de El Cairo promedian sólo 1.302 centímetros cúbicos. Pero incluso esta cifra es mayor que el promedio de los actuales negros africanos, 1.295 centímetros cúbicos. En la época de los hombres de Afalou, África al sur del Sahara estaba poblada por el hombre de Rhodesia, que promediaba 1.225 centímetros cúbicos. Por milenios, el influjo de negros desde el sur del Sáhara provocó que la población de Egipto se volviese más negra y con cerebros más pequeños.

Las antiguas pinturas egipcias de los libios los describen como blancos, con cabellos rubios, ojos azules y caracteres faciales nórdicos. El antiguo escritor griego, Scylax, describió a los libios como rubios y los escritores latinos describieron a los libios como rubios. El gran historiador egipcio Maspero dice que Seth «era pelirrojo y de piel blanca, con un temperamento violento, sombrío y celoso». Hoy la antigua raza libia aún sobrevive en remotas partes del Rif, en Marruecos y entre los kabiles de Argelia.

La realidad, aunque moleste a los racistas nórdicos, obsesionados con ver faraones con aspecto sueco, y a los modernos fanáticos de la negritud, empeñados en hacer parecer a Ramsés primo de Kunta Kinte, ha de imponerse tal y como fue. Los egipcios de la Antigüedad fueron fruto del encuentro de pueblos muy diversos, procedentes del norte, del este y del sur, que de modo lento se fueron mezclando durante milenios con una población que llevaba en el lugar desde el neolítico, sin que el aspecto externo ocasional de la clase dirigente de las diferentes dinastías —las hubo negras, nórdicas y asiáticas— tenga la más mínima importancia, salvo tal vez como prueba de la existencia de profundos e intensos movimientos de pueblos en el Mediterráneo oriental. Los propios egipcios, según fue aumentando su conciencia de ser un pueblo único, se vieron asimismo como los «hombres genuinos», a medio camino entre los nubios, de riel negra, y los libios y asiáticos, barbudos y de piel clara. Esta visión, magníficamente detallada en la XVIII dinastía en pinturas y esculturas, se consolidó en el último milenio antes de nuestra era y ya no me eliminada por el hecho ocasional de que hubiese faraones negros, como los de la dinastía etíope, o europeos, como los ptolomeos. Por lo tanto, como bien dijo el antropólogo norteamericano Loring Bracefore, los intentos de forzar la calificación de los egipcios en negros o blancos carecen de justificación biológica, pues el «concepto quimérico anticuado de raza es totalmente inadecuado para tratar la realidad biológica humana de Egipto, el antiguo o el moderno».

¿Cómo influyó Sirio y Orión en los egipcios?

Osiris se casó con Isis y se convirtieron en los primeros gobernantes del antiguo Egipto. Ambos eran dos de los hijos del dios Ra; el tercero de sus vástagos fue Seth, que asesinó a Osiris cuando éste tenía veintiocho años de edad. Después de matarlo lo cortó en catorce pedazos, pero Isis, que había permanecido escondida durante semanas, pudo recuperarlos todos, salvo el correspondiente al órgano sexual. Sin embargo, la diosa fabricó uno artificial, que colocó encima del cuerpo de su esposo Osiris, que cobró forma de milano y dejó embarazada a Isis. De tan milagrosa concepción nació Horus…

Esa leyenda nos narra de forma alegórica el nacimiento del antiguo Egipto. Desde entonces, y como señalan todos los textos y leyendas, se ha identificado a la figura de Isis con la estrella Sirio, que es la más brillante y espectacular del firmamento. Pero hubo una época en la que este astro no fue visible debido al tercer movimiento de la Tierra: la precesión. Y es que nuestro azul mundo, además de rotar en torno a sí mismo y de girar alrededor del Sol, se mueve como una peonza debido a la inclinación de su eje. Eso provocó que, durante un largo tiempo, Sirio no fuera visible para los hombres que ocupaban las arenas de Egipto en un momento determinado de la prehistoria. Sin embargo, al ser la precesión un movimiento cíclico, Sirio asomó por el horizonte en el año 10500 antes de Cristo. Casi a la vez, las aguas del Nilo comenzaron a desbordarse, inundando los campos y haciendo que la agricultura volviese a prosperar.

Tal acontecimiento siempre ocurría por las mismas fechas, sólo que en esa ocasión coincidió con la aparición de un astro más brillante que cualquier otro, Sirio, que como hemos dicho representa a Isis. Quizá por ello no es casualidad que las tres grandes pirámides y la Esfinge de la meseta de Gizeh dibujen sobre la arena del desierto la posición de las tres principales estrellas de la constelación de Orión y de Sirio tal cual pudieron ser observadas aquel año 10500 antes de Cristo. Y es que si para los egipcios Sirio era Isis, la constelación de Orión estaba encarnada en la figura de Osiris. Así pues, ese año, esa situación astronómica y esa circunstancia climática marcaron en cierto modo el origen mítico de la civilización egipcia, que de forma metafórica se narra en la leyenda anteriormente explicada…

Pero aquel fenómeno se repitió en otras ocasiones, especialmente en el año 3300 a.C. En aquella ocasión, la precesión provocó que Sirio volviera a desaparecer ante los asombrados ojos de los egipcios. Se dejó de ver durante setenta días, transcurridos los cuales surgió de nuevo en el horizonte en el mismo momento matemático del amanecer del primer día del solsticio de verano, tras el que el Nilo se desbordó nuevamente. Precisamente, a partir de esa fecha, la civilización emergió en aquella tierra hasta convertirse en el pueblo más fascinante de todos los tiempos. Para el egiptólogo Ed Krupp, aquel acontecimiento astronómico es el que reflejan los relatos míticos: «Tras desaparecer setenta días, Sirio volvió a surgir antes de la salida del Sol y de iniciarse la inundación del Nilo, razón por la cual los egipcios consideraban a ese día como el primero del año. Es por ello que se conoce a Isis, es decir, a Sirio, como la “señora del año nuevo”. Así pues, el tiempo que Isis pasa ocultándose de Seth es el tiempo que Sirio desapareció del cielo. Luego resurge y da luz a Horus, al igual que Sirio da inicio al año nuevo».

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