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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación

Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (9 page)

Brillantes investigadores como Robert Bauval descubrieron que, en techas próximas al nacimiento de Jesús de Nazaret, se produjo un fenómeno celeste casi idéntico. En su opinión, su nacimiento y la saga de su familia, así como la aparición de la estrella que anunciaba su venida, podría no ser más que una reactivación del mito egipcio. Y es que, ciertamente, Orión y Sirio han sido el objeto de numerosos cultos y mensajes cifrados. Muchas de las construcciones que nos legaron están orientadas en función de estos astros al tiempo que, en los jeroglíficos que dejaron grabados, aparecen como objeto de adoración religiosa.

No deja de ser casualidad que muchos pueblos de la Antigüedad apuntaran a Sirio como el origen de sus fundadores. El caso más llamativo es el del pueblo dogón de Mali. En sus leyendas dicen que dioses llegados desde allí les transmitieron sus conocimientos. Tales saberes los legaron de generación en generación a lo largo de siglos y siglos. Hace casi cien años se descubrió que esos dioses que llegaron desde Sirio contaron a los dogones cómo era su estrella. Les explicaron las características orbitales, así como otras pistas significativas: «Junto a Sirio existen otras dos estrellas invisibles», narraron aquellos dioses. Cuando los modernos telescopios aparecieron, los astrónomos descubrieron que, efectivamente, los dogones estaban en lo cierto y que sabían de detalles astronómicos de Sirio que con sus medios jamás hubieran podido alcanzar. En 1862 se descubrió definitivamente que Sirio A tenía a su alrededor a Sirio B, una enana blanca de una gran densidad, y en 1995 se descubre a Sirio C, dos estrellas invisibles a los ojos humanos que sólo podían captarse mediante modernos telescopios. ¿Cómo supieron tal cosa los dogones hace cientos o miles de años?

Y es que tanto la de Egipto, como otras culturas del pasado, no son una excepción: dicen que sus dioses llegaron desde la estrella más brillante del firmamento…

Capítulo III
Enigmas del cristianismo
¿Dónde se encuentra el Arca de la Alianza?

Las películas de Indiana Jones han puesto de moda la búsqueda de la legendaria y perdida Arca de la Alianza. Cuenta el Antiguo Testamento que, bajo la guía de Moisés, el Arca viajó con los hebreos desde el desierto del Sinaí a Horma. Muerto Moisés, bajo la dirección de Josué, casó el Jordán y entró en Palestina. En tiempos de Samuel fue capturada por los filisteos y llevada a Ashod, a Gath y después a Ekron. Asustados por los poderes del Arca, que provoca muertes y enfermedades, se la devolvieron a los israelitas, que la guardaron en Kirjath-Jearim. David la hizo llevar finalmente a Jerusalén, donde Salomón la guardó en el templo. Después de esto, ninguna mención en los libros históricos, sólo silencio. Nabucodonosor, al tomar Jerusalén en el año 587 a.C., mandó incendiar el templo, pero no se hace mención alguna del Arca. ¿En qué lugar podría encontrarse hoy en día?

Ya que hemos comenzado por citar a Indiana Jones, el arqueólogo Vendyl Jones, un tipo pintoresco de quien se dice que inspiró a Spielberg para su personaje cinematográfico, cuenta que descifró una parte del rollo de cobre hallado en 1952 en Qumram, que resultó ser una lista de objetos del sanctasanctórum del templo, indicándose hasta sesenta y dos lugares donde se ocultaron objetos litúrgicos tras la destrucción del segundo templo. Vendyl Jones dice que el Arca de la Alianza está en la relación y se halla en la ciudad de Gilgal.

Otro arqueólogo, Ron Wyatt, sostiene que se encuentra enterrada bajo el monte Moriah, en el Grotto o caverna en la que Jeremías escondió el Tabernáculo, el Arca de la Alianza y el Altar del Incienso y cuya entrada cerró después. El lugar indicado por Wyatt para iniciar la búsqueda, la cual emprendió en compañía de sus dos hijos, Danny y Ronny, era un lugar que algunos denominan la
pared del Calvario
, cuyo relieve dibuja —con mucha imaginación— la forma de una calavera alusiva al Gólgota donde Jesús fue crucificado. Wyatt decidió excavar perpendicular a la roca y tras dos años de trabajo descubrió una cueva bajo el monte Moriah. El 6 de enero de 1982, después de una búsqueda en todos los pasadizos y cavidades, halló lo que buscaba, una caja de piedra con la tapa partida en dos y justamente encima, en el techo de la cueva, distinguió una grieta ennegrecida por algún sedimento. Al llegar a la caja comprobó que la hendidura de la tapa estaba manchada de la misma sustancia del techo. Decidió volver días después con unos instrumentos ópticos especiales, de cuya lectura dedujo que el contenido de la caja no era otro que el Arca de la Alianza. Asegura que informó a las autoridades israelíes, pero éstas le recomendaron mantener el secreto. Para él puede seguir allí.

Anthony F. Futterer la ha buscado en el monte Nebó. Al parecer la encontró y, antes de morir, dejó pistas de su emplazamiento a un tal reverendo Clinton Locy. Tom Crotser, arqueólogo estadounidense que visitó al reverendo, dice que consiguió una copia de la inscripción que Futterer había visto en la boca del túnel bajo el Nebó. Según Crotser, la traducción de esa inscripción era «aquí yace el Arca de la Alianza». En el monte Pisagh —en la cordillera del monte Nebó— encontraron una cavidad que al parecer era la entrada de la gruta. Quitaron la plancha de hojalata que cubría la entrada y se introdujeron en el pasadizo el 31 de octubre de 1981. Allí aseguran que había una caja de oro que no tocaron por temor a recibir una descarga, pero hicieron varias fotografías y la midieron. Más tarde en Ammán intentaron inútilmente convencer a las autoridades jordanas de su descubrimiento.

Una información, que Maimónides atribuye a un judío llamado Arabaita, pudo haber inspirado una expedición que en 1908 buscó Arca bajo el antiguo templo de Salomón. Era la expedición Parker, que comenzó su búsqueda en el palacio-museo de Topkapi, en Etambul. Durante esta expedición el sueco Walter H. Juvelius, estudioso de la Biblia, había encontrado un código sagrado en un manuscrito del Libro de Ezequiel en el que descubrió el emplazamiento exacto del Arca bajo el templo. Juvelius se asoció al capitán Montague Parker bajo el mecenazgo de la duquesa de Marlborough, para recuperar el Arca de su presunto escondite. Gracias a una serie de sobornos a las autoridades turcas, entre 1909 y 1911 el grupo descubrió varios túneles secretos. Mas su búsqueda acabó el 17 de abril de 1911, cuando Parker y sus hombres intentaron entrar en una gruta natural, justo debajo de la roca sagrada sobre la que estuvo colorada el Arca en la época del primer templo. Parker y su equipo descendieron a la gruta y empezaron a retirar las piedras que cubrían la entrada a una galería antiquísima. Uno de los vigilantes que estaba rasando la noche en el templo oyó los ruidos de los trabajos de cava y al descubrir extranjeros bajo el sanctasanctórum, fue a la ciudad para avisar a todo el mundo sobre la profanación que estaba sucediendo. Una muchedumbre enfurecida llegó frente a los muros del templo dispuesta a hacer pagar con sangre la ofensa. Parker y el resto de la expedición consiguieron escapar a Jerusalén y de allí al puerto de Haifa, donde embarcaron sanos y salvos.

Pero la pista más apreciada hoy en día es la defendida por el investigador británico Graham Hancock y plasmada en su obra
Símbolo y Señal
Hancock dice que oyó hablar por primera vez de la conexión del Arca con Etiopía mientras escribía un libro sobre este país africano, donde había sido corresponsal. En una visita a la ciudad de Axum conoció a quien afirmaba ser guardián del Arca o
Tabot
, que le contó la leyenda del hijo de Salomón y Belkis, la mítica reina de Saba, y su relación con el objeto sagrado. La hipótesis de Hancock demuestra que el Arca salió de Palestina, recaló un tiempo en Elefantina (Egipto) y después de que los judíos de Elefantina huyesen al Sudán y a las tierras altas de Etiopía, llegó finalmente al lago Tana. Visitando esta zona conoció la existencia de unos textos antiguos —el
Kabra Negast
— que relataban como el Arca de la Alianza había sido colocada en una especie de tabernáculo en la isla lacustre de Tana Kirkos, donde permaneció ochocientos años hasta que el rey Ezana de Etiopía la llevó hasta su emplazamiento actual en Axum. Desde luego en Etiopía había judíos, los
falashas
, aunque la historia del Arca se vinculó a las tradiciones cristianas, pues los etíopes se convirtieron en torno al siglo IV. Graham Hancock sostiene firmemente que el Arca de Menelik I se depositó en la iglesia de Santa María de Sión, en Axum, y ahí sigue…

Finalmente, hay todo tipo de leyendas más o menos documentadas que la sitúan en otras partes, como la capilla de Rosslyn, en Escocia, donde supuestamente la llevaron los caballeros templarios, que la habrían encontrado bien en Jerusalén, bien en el Vaticano, gracias a que el gobierno de Mussolini se la donó, tras haberla encontrado en Etiopía, o bien, y más extraño todavía, en algún lugar no identificado de Alemania, donde la habría llevado desde una gruta cercana a Tarascón un comando especial de las SS al mando de Otto Skorzeny, que seguía las pistas dejadas por Otto Rahn antes de su suicidio ritual. Pero, si no les parece suficiente, hay hasta quien sostiene que desde Alemania fue embarcada en un submarino en 1945, antes del final de la guerra, con rumbo a algún lugar secreto de América del Sur o, ya puestos a imaginar, de la Antártida. Como pueden ver, hay variantes para todos los gustos.

¿Cuándo nació y murió Jesús?

Lo que se sabe seguro es que no nació un 25 de diciembre, ni en el año que se le adjudica.

El despiste proviene de unos cálculos elaborados por un astrónomo y teólogo escita llamado Dionisio
el Exiguo
, que vivió en Romaanos quinientos años después de la época de Jesús. El apodo de El exiguo le venía dado por su baja estatura, pero tras el follón que organizó, se podría decir que exiguos eran también sus conocimientos.

Según sus cálculos, Cristo había nacido en el 753 AUC (los romanos fechaban los acontecimientos desde el año en que, según la revenda, se fundó la ciudad de Roma y ese año era el I AUC, iniciales de
ab urbe condita
, es decir, desde la fundación de la ciudad). Poco después desapareció este método romano de fijar las fechas por lo farragoso que era. En su lugar, dado que el cristianismo ya era una realidad en todo el Imperio Romano, se implantó la costumbre de contar los años a partir del nacimiento de Jesús. Este año fue el I Anno Domini («Año del Señor») y los años anteriores al nacimiento de Cristo se etiquetaron como a.C. De ese modo, si Jesús nació en el 753 AUC, significaba que Roma se habría fundado en el 753 a.C. Desde entonces los métodos de fijación de fechas siguen la cronología de la era cristiana, en la que I d.C. equivale al 753 AUC.

Fue todo un enigma para los historiadores determinar la fecha exacta del nacimiento muerte de uno de los hombres más prodigiosos.

Y aquí es donde la lía nuestro Dionisio
el Exiguo
. Hoy se sabe que Herodes el Grande subió al trono en el 716 AUC, es decir, en el 37 a.C. y que reinó durante treinta y tres años, hasta que murió en el 4 a.C. Así que resulta imposible que Jesús naciera en el año I (y menos en el año 0, que no existe) y al mismo tiempo «en los días del rey Herodes», como dicen Lucas y Mateo. Por lo tanto, el año de nacimiento de Jesús se debe retrasar al menos cuatro años. Vistas así las cosas, no deja de ser paradójico que Jesucristo naciera en el año 4 antes de sí mismo. Aunque lo normal es que fuera en el año 6 o 7 a.C.

Durante dos mil años el error del monje fue de pequeña importancia, pero en nuestra época se convierte en algo fundamental. Por ejemplo, los que situaron el fin del mundo en el año 2000 tienen aún unos cuantos años de esperanza de que sus catastróficas profecías se cumplan.

Por lo que respecta al 25 de diciembre como natalicio de Jesús, tenemos otro tanto de lo mismo. No hay constancia de que naciera en esa fecha ni siquiera en sus proximidades, pues si nos atenemos a lo que dice el evangelista San Lucas, los pastores estaban al relente de la noche con sus ovejas cuando ocurre el milagro de la estrella de Belén y, por lo tanto, en el momento justo en que el niño Jesús nace en una cueva o un pesebre camino de Belén. Los pastores no podrían pernoctar al aire libre en diciembre en Palestina, con una temperatura media de tres grados bajo cero, lo que refuerza el testimonio del Talmud según el cual los rebaños salían a los campos desde marzo hasta principios de noviembre.

Durante el siglo III se fijaron varias fechas del natalicio de Jesús. Las iglesias cristianas orientales, como la de Armenia, fijó el 6 de enero, otros propusieron el 25 de marzo, el 15 de abril o el 25 de mayo, esta última establecida por Clemente de Alejandría. Había que poner fin a tanto desmán. El papa Fabián, en el siglo III, calificó de sacrílegos a quienes intentaran determinar la fecha del nacimiento de Jesús. Hubo de pasar un siglo más para que el 25 de diciembre fuera inmutable. La establece el papa Liberio en el año 354 y quiso buscar una fecha significativa para solapar cultos paganos. El 25 de diciembre, próximo al solsticio de invierno, los romanos realizaban las fiestas tanto al Sol Invictus como a Mitra, dos dioses solares, redentores y salvadores, con muchos elementos comunes con Jesús (nacimiento en una cueva, de una mujer virgen, con señales luminosas, que mueren crucificados, etc.). Y funcionó. Aunque, realmente, Jesús naciera en primavera o verano, como proponen muchos teólogos.

Lo curioso es que quien nació un 25 de diciembre fue el emperador Nerón, que poco o nada tenía de dios bonachón, luminoso y salvador.

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