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Authors: John Darnton

Experimento (59 page)

—Pero esos tipos —lo interrumpió Jude—, los científicos iniciales, ya son viejos. No podrían hacer uso de un clon donante hasta que éste hubiera alcanzado la edad adulta.

—Tienes razón. No sabemos si los científicos iniciales produjeron clones de ellos mismos. Para ser un reportero, no eres tonto. Pero aún te quedan cosas por saber.

—¿Cuáles?

—Si sigues interrumpiendo no te enterarás de la historia.

—Lo siento. Sigue.

—Volvamos al Laboratorio. El gran avance que han logrado tiene también importancia en otro sentido. Ahora dispones de la herramienta más imprescindible: el dinero. Porque ahora puedes vender tu pequeño experimento. Es un sueño hecho realidad. Todo el mundo sueña con tener una vida más longeva y, si eso se consigue, ¿qué importa que sea a costa de tener un clon en alguna parte? Tú nunca lo ves, nunca piensas en él. Quizá ni siquiera sepas que existe. Lo único que sabes es que si pierdes un órgano, lo recuperas sin el menor problema. Es como un seguro. Así que ahora Rincón y sus muchachos pueden elegir a su clientela. Y se muestran sumamente selectivos. Sólo escogen como clientes a personajes importantes. Y una vez logres atraparlos, los tendrás comiendo en tu mano y utilizando toda su influencia para favorecerte. Así que ahora ya tienes dinero e influencia. Eres invencible.

—O sea que la gente a la que le vendieron su descubrimiento también tiene clones, ¿no?

Raymond se encogió de hombros.

—¿Y eso quién demonios puede saberlo?

Siguiendo el tendido ferroviario habían llegado a un puente sobre el Delaware. A un lado había una pasarela para peatones y Jude echó a andar por ella. Raymond miró hacia el río, que discurría lento allá abajo.

—¿Adonde vamos? ¿Al otro lado del río?

—¿Por qué no? Es un bonito paseo.

Jude comenzó a cruzar el puente y Raymond lo siguió de mala gana. El federal permanecía callado y Jude deseaba reanudar la conversación.

—Entonces, ¿qué pretende esa gente en realidad?

—Ésa es una pregunta difícil. Yo diría que ese grupo, el Laboratorio, ha conseguido un montón de grandes avances científicos. Y eso es algo que a cualquiera se le sube a la cabeza. Debe de hacer que te sientas una especie de dios, capaz de jugar con el propio origen de la vida. Están convencidos de que realmente pueden prolongar la existencia humana y, lo más importante, además han logrado convencer a otros de que son capaces de hacerlo. Venden su invento y, según tenemos entendido, lo que piden para empezar son diez millones de dólares.

—Dios bendito. ¿De veras hay gente que paga esas cantidades?

—¿Bromeas? Estamos hablando de algunos de los tipos más ricos y poderosos del país. Gente que está en la cima, que tiene poder, dinero, fama, influencia. Poseen todo eso, sí, pero les falta algo. ¿Qué le piden a la vida todos esos tipos? La oportunidad de seguir aferrándose a ella. Si pudieras venderle a esa gente sesenta o setenta años extra, años útiles, productivos, ¿crees que no te los comprarían, que no harían cualquier cosa con tal de conseguirlos?

—Así que ya has averiguado lo que hacen. En ese caso, ¿por qué no los detenéis?

—No es tan fácil. Por un lado, tenemos que saber quiénes son, todos ellos. Si metemos la pata y sólo detenemos a unos pocos, será inútil. Porque los otros volverán a la clandestinidad y resultarán aún más peligrosos.

—¿Y por otro lado?

—¿Cómo?

—Comenzaste diciendo: «Por un lado», ¿qué pasa por el otro lado?

—Ah. Bueno, por otro lado... Gran parte de lo que te estoy contando son simples conjeturas que carecerían de valor probatorio ante un tribunal y que el juez desestimaría por poco bueno que fuese el abogado defensor.

—Pues a mí me parece que sabéis bastante.

—Tendrías que ver el expediente. Es bastante delgado. Un manojo de informes parciales, algunas transcripciones de conversaciones telefónicas, recortes de periódicos. Un montón de espacios en blanco. No parece sino que alguien haya estado retirando documentos del expediente.

Jude no necesitó ninguna aclaración. Alguien del FBI se había pasado al otro bando.

—Esos agentes renegados del Bureau... ¿son los que estuvieron a punto de matarme en la mina y los que luego me persiguieron?

—En efecto.

—¿Y volaron también la pensión de Washington?

—De nuevo diste en el clavo.

—¿Por qué no los desenmascaráis?

—Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Creo que ellos son más que nosotros.

—¿En quién confías?

—En nadie. Sólo en mí mismo. Y en mi compañero, Ed Brantley. Estuve a punto de traerlo conmigo, pero supuse que tú te asustarías.

—¿Por qué no haces alguna detención?

—¿A quién quieres que detenga?

Jude tardó unos momentos en contestar.

—¿Qué tal ese multimillonario que mencionaste? ¿Cómo se llama?

—Billington. Sam Billington. Sí. El tipo tuvo una importancia crucial. En determinado momento, él fue quien los financió. Los sacó de Jerome. Les dio dinero suficiente para comprar la islita que exploraste. No es mal sitio, ¿verdad? Sin isla Cangrejo, no creo que el plan se pudiese haber llevado a cabo.

—¿Quién es Billington?

—Quién era. Recuerda que está muerto. Ganó montones de dinero con el plástico. Consiguió vivir muy bien, y deseaba prolongar su existencia al máximo. Esto llegó a convertirse en una obsesión: asistía a conferencias, patrocinaba investigaciones, incluso llegó a poner anuncios. Así que cuando se tropezó con el Laboratorio fue un caso de amor a primera vista. Les dio millones y millones, incluso cuando ya se hallaba en su lecho de muerte. Los descubrimientos importantes llegaron demasiado tarde y Billington no pudo beneficiarse de ellos. Pero congelaron su cuerpo, como hicieron con Disney. El tipo debió de pensar que, cuando los del Laboratorio lograran los avances necesarios, descongelarían a su benefactor. Así que supongo que el tipo murió feliz.

—Una duda que tengo. Ese sitio web que tiene por nombre la letra W, y que se ocupa de la extensión de la vida humana, ¿lo puso el Laboratorio?

—Es posible. No estamos seguros. Imagino que ellos lo crearon, probablemente como medio para conseguir clientes. Pero con ello debieron de atraer a muchos curiosos y chiflados. El esfuerzo no compensó. Así que probablemente se desentendieron de W y la página web continuó en Internet por simple inercia.

—Entonces, ¿cómo captan a sus clientes?

—No lo sé a ciencia cierta. Quizá los recluten en geriátricos de lujo. Quizá tengan suficiente con el boca a boca. A fin de cuentas, todos los tipos que dirigen el mundo se conocen, y cuando el Laboratorio recluta a uno de ellos, éste se lo cuenta a todos sus amigos.

—¿Sabes quiénes son?

—La verdad es que no. Conocemos a un par de ellos. Pero necesitamos la nómina completa. Por eso, para que los identifique, queremos localizar a tu amigo.

Jude no deseaba que la conversación fuera por aquellos derroteros.

—¿Tiene esa gente algún nombre concreto? —preguntó.

—Que yo sepa, no. Por eso los llamo el Grupo. En mi opinión, los científicos iniciales y sus hijos son el Laboratorio. Luego están los multimillonarios a quienes el Laboratorio vendió su secreto, ellos son el Grupo.

—O sea que son cosas separadas, ¿verdad?

—Sí. Probablemente.

—¿Has oído hablar de algo llamado Comité de Jóvenes Dirigentes en pro de la Ciencia y la Tecnología en el Nuevo Milenio?

—No —respondió Raymond—. Es todo un nombrecito. ¿Quiénes lo forman?

—Sólo es un nombre con el que me tropecé. Probablemente, no significa nada.

Se produjo una pausa. Raymond tenía la vista fija en el agua que discurría sus pies.

—Creemos que ha surgido algún problema grave —dijo en tono reflexivo.

Era un cebo y Jude picó.

—¿A qué te refieres? —quiso saber.

—Son puras especulaciones, pero creo que, de algún modo, a esa gente le ha salido el tiro por la culata.

—¿Qué tiro y por qué culata?

—No lo sé. Pero quizá hayan cometido algún error terrible e irreparable.

—¿Por qué lo crees?

—Por dos motivos. En primer lugar, últimamente ha habido una gran agitación en el Grupo: llamadas telefónicas, reuniones, cosas por el estilo. No me sorprendería que hubieran celebrado una convención general. Algo está ocurriendo, algo grave y urgente. Gracias a los teléfonos que tenemos intervenidos, hemos conseguido algunos indicios. Naturalmente, esos tipos no hablan claramente del problema, así que tenemos que leer entre líneas. Como digo, todo son puras conjeturas.

»Y, en segundo lugar, está la guardería. Sí, encontramos a aquellos niños. Los han trasladado a un hospital de Jacksonville. Pero no parece demasiado probable que logren recuperarse.

—¿Qué les pasa? ¿Qué enfermedad padecen?

—Progeria. Vejez prematura. Su nombre técnico es síndrome de Hutchinson-Gilford. Lo que les ocurre a esos niños es que tienen organismos de viejos de noventa años. Eso, al menos, es lo que dicen los médicos.

—Cristo. Morirse de viejos a los doce años. Pobres chiquillos.

—Se trata de una enfermedad muy rara. Los niños de la isla suman más que la totalidad de casos antes conocidos. Los médicos están boquiabiertos.

—Tienes razón. Han debido de cometer un error garrafal.

—Suceden cosas muy extrañas. Como lo de la sala de autopsias de New Paltz. Tú estuviste allí. ¿Te contó McNichol, el forense, que habían forzado la entrada y habían robado algunas de las muestras? ¿Por qué iba nadie a hacer algo así?

—Raisin.

—¿Qué es eso de Raisin?

—Así se llamaba el muerto. Era un clon. Trataba de llegar hasta el juez.

—Bueno, pues lo consiguió. Y por eso lo mataron. Y, quienquiera que lo hizo, después necesitó recuperar alguno de los órganos. Al menos eso es lo que yo supongo. De todas maneras, ¿qué clase de nombre es Raisin?

—Qué más da. Háblame del juez.

—Está enfermo. Últimamente, no ha ido a trabajar.

—No era eso lo que quería saber. ¿Por qué me facilitaste su identidad? ¿Querías que yo me metiera a fondo en el asunto?

—Sí. Siempre te he tenido por un excelente periodista.

—Pero... ¿por qué no me dijiste que el juez estaba vivo?

—Quizá no te lo creas, pero lo cierto es que esa información tú la obtuviste antes que yo.

—¿Y por qué el juez se alarmó tanto al verme?

—Buena pregunta. El tipo es más o menos de tu edad, y tenía un clon, así que pertenecía al Laboratorio. Quizá te recordó de los felices días de Jerome, aunque eso resulta muy poco probable. O quizá todo el grupo estuviera al corriente de que tu clon, Skyler, había huido. Quizá avisaron de ello a todo el mundo, y quizá incluso hicieron circular su foto. Tal vez el juez pensó que tú eras Skyler. Todo es posible.

El viento era fresco y Raymond se cerró la chaqueta. Ya casi estaban al otro lado del río.

A Jude le bullían un montón de preguntas en la cabeza.

—¿Qué pretendían los tipos que fueron por la isla?

—Te buscaban a ti. Tuviste suerte al lograr escapar. En otro caso, en estos momentos tú y yo no estaríamos hablando.

—Y esos otros tipos que también me siguen, los ordenanzas... ¿Qué hay de ellos?

—Acerca de eso, los dos sabemos lo mismo. Lo único que puedo decir es que los he visto, y a mí me parecen psicópatas. Yo no me cruzaría en su camino. Quizá sean clones de alguien... ¿Cómo decirlo? De algún indeseable. Tú has visto películas de terror y has leído novelas de ciencia ficción. En cuanto esos científicos locos comenzaron a hacer descubrimientos de gran envergadura, empezaron también a pensar en la seguridad. Probablemente, tú, en su lugar, también querrías tener a mano a un Boris Karloff... o dos o tres.

—¿Y Tizzie?

—¿Qué pasa con ella?

—¿En qué bando está? ¿Puedo fiarme de ella?

Raymond lo miró fijamente.

—Escucha —dijo—. Yo no soy un puñetero oráculo. Para ciertas cosas, tendrás que confiar en tu instinto.

—¿Tibbett?

-¿Qué?

—¿Sabías que forma parte del Grupo?

—En este momento acabo de enterarme. ¿Qué puedes decirme sobre él?

—No mucho. Skyler lo identificó. Tibbett fue, junto con otros, a la isla para participar en una especie de gran convención. Rincón también acudió, pero los clones no tuvieron oportunidad de verlo. De todas maneras, Skyler está seguro de que Tibbett se hallaba entre los visitantes. Lo cierto es que yo, personalmente, no sé de qué va ese tipo. Pero lo más extraño es que, haciendo memoria, me doy cuenta de que Tibbett siempre me ha ayudado. Mi libro fue publicado y recibió una gran promoción. Y sospecho que, de algún modo, se orquestó que Tizzie y yo nos conociéramos. Y en el par de ocasiones que he tenido oportunidad de hablar con él, Tibbett siempre me ha tratado como si el personaje fuera yo y no él.

—Quizá el tipo sea un caballero a la vieja usanza.

—No sé por qué, pero lo dudo.

—Y yo también. Y eso nos conduce al motivo de esta reunión.

Jude se puso en guardia. Habían llegado a la otra orilla y estaban a un lado de los raíles. Oyeron un lejano rumor: un tren se aproximaba. Se apartaron más de las vías.

—Sigue.

—Tal vez puedas ayudarme.

Jude miró a su amigo, que de pronto parecía inerme, casi patético.

—¿Que yo te ayude a ti?

—Escucha, no podemos seguir andándonos por las ramas. El tiempo se nos termina. Tú estás metido hasta el cuello en este asunto. Tienes a Skyler, que puede identificar a los miembros del Laboratorio. Tienes a Tizzie, que se ha infiltrado en el Grupo. Y, como tú mismo dices, por algún motivo, tú también eres especial para ellos. Os necesitamos a los tres.

—Y... ¿dónde está ahora el Laboratorio?

—Eso es lo que a mí me gustaría saber.

—Pero... ¿no los localizasteis en la isla? ¿Por qué no los seguisteis cuando se fueron?

—A eso voy, Jude. Yo ni siquiera sabía que estaban en una isla. No me enteré hasta que ya se hubieron ido. Y no tengo ni puñetera idea de dónde están ahora.

—¡Cristo!

—Ya lo sé. Resulta patético.

—¿Sabes al menos por qué se marcharon de la isla? ¿Fue a causa del huracán?

—No, no creo. En mi opinión, cuando el huracán llegó, ellos ya estaban preparados para desaparecer. El día que Skyler huyó, ellos comprendieron que tenían que desalojar el lugar. —El ruido del tren estaba haciéndose más fuerte y Raymond se veía obligado a hablar casi a gritos—: ¿Qué me dices? ¿Nos ayudarás?

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