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Authors: Amadeo Martínez-Inglés

Tags: #Política, #Opinión

Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española (59 page)

Mezclado con los invitados

Según sus declaraciones, el coronel pasó por delante del altar y se dirigió a la zona donde iban a sentarse los familiares de Doña Letizia, porque «había estudiado muy bien el croquis» y sabía que se iban a sentar allí los compañeros de armas del Príncipe de Asturias y consideró que era la «única forma» de «mezclarme un poco con ellos» y pasar desapercibido cuando los invitados tomaran asiento.

Insistió en que «nadie me dijo nada» y aseguró que «dos compañeros de promoción del Príncipe que ejercían la labor de asentadores» le ofrecieron su ayuda para buscar su asiento que él declinó. Reconoció que el «único momento de peligro» que vivió fue cuando se encontró con la cúpula militar, los jefes de las Fuerzas Armadas «que estaban charlando entre ellos, porque si aparezco por ahí me conocen»

Fue precisamente la insistencia de uno de ellos la que le obligó, según continuó, a explicar que no tenía invitación pese a haberla solicitado al Ministerio de Defensa como «historiador militar» y para relatar la boda real en un libro sobre el Rey Juan Carlos «que estoy escribiendo».

Precisó que dicho comandante le acompañó entonces hasta la entrada donde se le acercó «un diplomático de unos 50 años flanqueado por dos o tres miembros del servicio de seguridad» que pensó «que era Alberto Aza, jefe de la Casa del Rey», quien le dijo que no podía permanecer allí sin invitación, le invitó a abandonar la catedral y le acompañó hasta la salida.

Martínez Inglés, que está en la reserva, fue absuelto recientemente por un juzgado madrileño de una denuncia de Defensa por llevar su uniforme en una manifestación contra la guerra de Irak.

13. SENTADOS SOBRE UN POLVORÍN

-El futuro que viene. Con la próxima desaparición o abdicación de Juan Carlos I llegará la verdadera transición. -El nuevo ciclo histórico ha comenzado ya. El objetivo: Una España plural, sumamente descentralizada, moderna, democrática, solidaria, europea y republicana. -La III República española pide paso. La bandera tricolor florece en Madrid al socaire del «No a la guerra» -Los 20.000 republicanos «fantasmas» del 22 de abril de 2006.

Que a la monarquía juancarlista le quedan muy pocos telediarios es algo de lo que cada día que pasa son más conscientes millones de ciudadanos en este país. No hace falta tener una intuición especial ni línea directa con el diablo. Dejando al margen la formidable “ofensiva republicana” desatada en toda España tras el secuestro de la revista satírica
El Jueves
y la quema masiva de fotografías de la familia real, que no está cerrada y que puede reactivarse en cualquier momento, basta ver bostezar y dormirse descaradamente a su abotargado titular, el rey Juan Carlos, una y otra vez, en cualquier acto institucional o protocolario a los que últimamente asiste. Vestido de militar o civil y sea el que sea el nivel profesional de los promotores de esos actos: jueces, ministros, generales, empresarios, líderes sociales… etc., etc.

Por ejemplo, sólo en la primera semana del mes de junio de 2007 las cámaras de televisión de una determinada cadena privada lanzaron al aire la imagen del monarca, placenteramente dormido, con los ojos cerrados y hasta roncando ligeramente, nada menos que en cuatro ocasiones, o sea, en cuatro distintos escenarios y con diferentes anfitriones e invitados. Y a lo largo de los meses de septiembre y octubre de ese mismo año, otras cuatro veces volvió a salir en pantalla el rey de todos los españoles soñando con los angelitos en el curso de diferentes actos institucionales. Es todo un récord que demuestra, además de una falta de respeto a los asistentes a esos eventos y a los ciudadanos en general, el claro deterioro físico y mental del rey Juan Carlos I (perceptible últimamente, además, en el nerviosismo y en el mal carácter que evidencia seguramente debido a problemas personales y familiares y a que el tiempo de vino y rosas para la monarquía española parece haber pasado ya definitivamente), su desapego por la función que ejerce y el aburrimiento mortal que transmite.

Y es que en este mundo traidor nadie es eterno, todos envejecemos (unos más rápidamente que otros, es cierto) y, sobre todo, las instituciones políticas sometidas al control periódico e inmisericorde de la ciudadanía en los regímenes democráticos, y a un desgaste feroz por parte de las organizaciones opositoras (clandestinas o no) en los Estados autoritarios. Aquí, en España, con un cierto régimen de libertades y derechos para sus ciudadanos (siempre que ni las primeras ni los segundos choquen frontalmente con los intereses de los poderosos y las expectativas políticas de los partidos), las organizaciones políticas, mal que bien, se van retroalimentando y adaptando a las circunstancias de cada momento promocionando cada cierto tiempo nuevos líderes que sustituyan a los ya cansados o demasiado vistos. Sin embargo, el problema lo vamos a tener (lo tenemos ya) con la actual monarquía, una institución inicialmente de derecho franquista que la Constitución/trampa de 1978 metió de matute en nuestro ordenamiento jurídico, convirtiendo
de facto
a su titular en una figura «cuasi divina» al revestirlo con el manto de la inviolabilidad y la irresponsabilidad ante la justicia de los hombres, y que se ha enquistado en la Jefatura del Estado por los siglos de los siglos al haber sido salvajemente blindada en ese decimonónico texto legal.

Como esta institución, aquí, en España, obviamente, no tiene nada de democrática por mucho que se las haya ingeniado en el pasado para aparecer ante sus súbditos como «salvadora de la democracia y garante de sus libertades» y no puede renovarse cada pocos años porque es hereditaria y sólo la muerte o la abdicación voluntaria puede cambiar a su titular (la sacrosanta Constitución de 1978 sí contempla la pérdida de facultades personales como motivo de renovación en el trono, pero pocos reyes en la historia de España han sido calificados por sus súbditos como «idiotas» cuando en realidad lo han sido casi todos) su envejecimiento y el de su cabeza rectora, el rey, ha sido muy rápido, provocando en muy pocos años en sus súbditos, y por este orden, la indiferencia, el hastío, el desprecio, el reproche, y hasta la animadversión más absoluta.

Son sentimientos hostiles que sumados a la clara percepción de su inutilidad por parte de unos ciudadanos que saben perfectamente que el poder militar en España, el único del que podía defenderles la monarquía en el pasado, ya no existe (los pocos soldados que tiene en filas el Ejército actual prestan servicios humanitarios en el exterior y ya no asustan a nadie), y a las continuas «chocheces» y excentricidades del rey Juan Carlos (que igual se duerme como un bebé en un acto institucional que pierde los papeles en una Cumbre Iberoamericana mandando callar a gritos a un jefe de Estado o mata a tiros a cualquier animal en peligro de extinción que no sea capaz de pasar el control de alcoholemia), pueden llevar a la Institución y a su jefe a la ruina más absoluta en cuestión de meses. No años, majestad, no, sino meses…

En efecto, a punto de acabar la primera década del siglo XXI, tras cuarenta años de dictadura franquista y otros treinta de mangoneo subterráneo juancarlista, pseudodemocracia, democracia posperjurial, posfranquismo de rostro amable… o como queramos llamar a esta inacabada transición que todavía padecemos los españoles, España se enfrenta en el medio plazo (período que va a depender, como él mismo dijo, del aguante del ya fondón cuerpo serrano de nuestro monarca, pero también de la paciencia y verdadero sentido democrático del inmovilista pueblo español) a una importante modificación en su estructura política y territorial, a un verdadero cambio de ciclo histórico que, si los españoles somos lo suficientemente inteligentes, debería ponerla en muy pocos años a la cabeza de las democracias más avanzadas de Europa.

Efectivamente a día de hoy, pasados más de seis lustros desde la muerte del dictador, muy pocos españoles pueden creer que la monarquía hereditaria instaurada por Franco
manu militari
en la persona de Juan Carlos de Borbón que, desde luego, ha aguantado más de lo previsto porque sobre todo al principio representó una especie de valladar o burladero para el golpismo militar (aunque ella misma usara esta ilegal herramienta castrense para salvarse de los radicales franquistas en el 23-F) y más tarde la vulnerable argamasa que mantenía unido el débil sombrajo de la transición… pueda sobrevivir a la desaparición física o abdicación de su primer titular y encarnarse sin problemas graves en el cuerpo gentil del joven, espigado y, por supuesto, antipático personaje que lleva sobre sus hombros en estos momentos el preciado título de «príncipe de Asturias».

Sí, sí, ése, el ex novio de la Sannum y segundo marido de la Ortiz Rocasolano, Felipe de Borbón, al que según todos los indicios pronto deberemos regalarle los españoles por suscripción popular un funcional braguero de oro contra las hernias inguinales si no queremos que se nos desgracie el pobre porque según la prestigiosa revista (un poco derechona, eso sí)
Época
, que publicó un trabajo de investigación sobre la «apretada» agenda del heredero en un número de junio de 2007, trabaja demasiado: nueve días (9) en total lo hizo en marzo de ese año 2007, ocho (8) en abril y otros ocho (8) en mayo, uno de los cuales lo dedicó a asistir a la final de la Copa de la UEFA. La citada revista ampliaba además en sus páginas esa información con otra no menos sorprendente: entre el 13 de diciembre de 2006 y el 9 de marzo de 2007, la página web de la Casa Real española no recogió actividad oficial alguna del príncipe D. Felipe, salvo un viaje al extranjero entre el 9 y el 14 de enero para asistir a las tomas de posesión de los presidentes de Nicaragua y Ecuador. No obstante, todo hay que decirlo, en los últimos meses, después de que el senador Anasagasti llamara «pandilla de vagos» al entorno más o menos definido de la familia real, parece ser que a nuestro principito le ha entrado una especie de «baile de sambito institucional» y no para de moverse por toda la geografía nacional e internacional con la triste y escurrida Letizia pegada a su cuerpo. O sea, lo dicho, o los españoles de bien nos preocupamos por nuestro laborioso príncipe de Asturias, que parece ser está en peligro cierto de estrés laboral, regalándole los adminículos protésicos necesarios para combatir tan desagradable patología o nos quedamos sin heredero, lo que puede representar en el futuro un grave peligro de pérdida de identidad nacional y prestigio internacional para este país.

Aunque quizá estemos exagerando un poco y la cosa no sea tan grave como para preocuparse en demasía: de momento, el susodicho príncipe de Asturias lleva muy bien, aunque con suma parsimonia, eso si, su rodaje regio cortando cintas inaugurales, presidiendo soporíferos actos institucionales en los que tiene que leer, con su habitual monotonía, la consabida «chuleta» escrita por el funcionario de guardia de La Zarzuela, repartiendo a diestro y siniestro los famosos premios que llevan su nombre (y que cuesta Dios y ayuda colocar en el currículo personal de cualquier famoso o famosillo que pueda darles esplendor) y… también, faltaría más, cumpliendo con la sagrada misión familiar de procrear un hijo al año en busca del ansiado varón que salve la dinastía. Por cierto, en relación con esta última sacrosanta misión de Felipe de Borbón de coadyuvar a la perpetuación de la saga, no puedo por menos que hacer una sucinta referencia al rocambolesco asunto del secuestro de la revista
El Jueves
que acabo de mencionar (algo totalmente fuera de lugar en un Estado europeo en pleno siglo XXI), en el verano de 2007, por presentar en portada a la principesca pareja en plena faena y en situación sexual un tanto irregular; aunque la verdadera causa de la retirada de los quioscos de la publicación humorística fue, no nos engañemos, la leyenda que acompañaba al irreverente dibujo y que no dejaba lugar a dudas sobre la holgazanería institucional del príncipe Felipe y su dedicación exclusiva al «arte amatorio». Un craso error, se mire por donde se mire, del Fiscal General del Estado que en esta ocasión, según todos los indicios, se dejó llevar al desastre mediático por el jefe de la Casa Real, el señor Aza, quien a instancias del príncipe de Asturias, que habría sufrido un ataque irrefrenable de cólera institucional al ver la caricatura pornolaboral en la que él, junto a su amada esposa, ejercía de protagonista absoluto, interesó de los poderes del Estado un freno inmediato a tanta desmesura.

Cambio de ciclo decía hace un momento: político, histórico, territorial, institucional… que tiene que venir indefectiblemente pero que quizá habría comenzado ya su andadura con la subida de Rodríguez Zapatero al poder el 14 de marzo de 2004 e, incluso antes, con las masivas manifestaciones contra la guerra de Irak celebradas en Madrid y otras ciudades españolas los días 15 de febrero y 15 de marzo de 2003, en las que miles de banderas republicanas salieron a las calles de toda España portadas y escoltadas por millones de ciudadanos. Que sí, que, efectivamente, querían la paz en Oriente Medio y que el señor Bush se metiera sus misiles crucero por salva sea la parte, pero también un verdadero avance en la débil y amañada democracia alumbrada con fórceps en este país en 1978 como punto de partida de una «modélica» transición autorizada por los generales franquistas y gestionada por unos cuantos sinvergüenzas de la política que no dudaron en traicionar a sus bases y, lo que es peor, a sus muertos, por el plato de lentejas de poder tocar poder. Aunque fuera con la bandera de sus antiguos enemigos presidiendo sus elegantes despachos bien retribuidos y con el heredero del dictador atrincherado en La Zarzuela con sus alabarderos y sus cortesanos militares.

Expectativas de cambio que quizá habrían tomado fuerza tras la estrafalaria y costosísima boda real de La Almudena del 22 de mayo de 2004, la presentación del rechazado pero no enterrado Plan Ibarretxe (nuevamente en el candelero político nacional por la reciente propuesta/amenaza del lehendakari de someter a referéndum su proceso soberanista el 25 de octubre de 2008), el nuevo Estatuto de Cataluña (descafeinado, pero con sus genes independentistas intactos), la reprimenda de ZP al Ejército por sacar a relucir a destiempo el artículo 8.° de la Constitución, la desenfrenada carrera de las autonomías para aumentar techo competencial, la ley del matrimonio homosexual, la reivindicación pública de la II República por parte del presidente del Gobierno, el proceso de paz con ETA (fracasado, pero no muerto), la ley de igualdad de género, la ley de la memoria histórica… y otras serie de iniciativas legislativas que prepara el revolucionario (y de momento alicaído) presidente Rodríguez Zapatero para hacer realidad su «cambio tranquilo» si en marzo de 2008 consigue derrotar a la derecha, que desde el 14-M milita en el maquis político y social de este país y no para de emboscar al Gobierno socialista dirigido
de facto
por la esbelta y ya madurita
top model
de
Vogue
Fernández de la Vega, y gana su segunda legislatura.

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