Read La ciudad sagrada Online

Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Misterio, Intriga

La ciudad sagrada (30 page)

—Me regaló un ejemplar, pero lo cierto es que todavía no lo he abierto.

—Ese libro es pura adrenalina. Y el tipo tampoco está mal físicamente, para ser de ciudad, por supuesto.

Nora meneó la cabeza con resignación.

—Es el hombre más engreído que he conocido en mi vida.

—Puede, pero creo que en parte sólo es apariencia. Se le ve muy capaz de reírse tanto de sí mismo como de los demás. —Hizo una nueva pausa y añadió—: Y algo en esa boca me dice que tiene que besar muy pero que muy bien.

—Si lo averiguas, ya me lo contarás. —Nora miró a Sloane e inquinó—: ¿Le has echado el ojo a alguien?

A modo de respuesta, Sloane empezó a abanicarse con aire ausente. Luego dijo:

—Black.

Nora tardó un momento en asimilar aquella respuesta.

—¿Qué? —exclamó.

—Si tuviese que elegir a alguien, elegiría a Black.

—No lo entiendo —señaló Nora, meneando la cabeza.

—Bueno, ya sé que puede ser odioso. Le aterra estar lejos de la civilización, pero espera y verás. Cuando encontremos Quivira, recuperará su verdadero ego. Es fácil olvidar aquí, en mitad del desierto, que es uno de los arqueólogos más prominentes del país y por sobrados méritos. Ése sí que podría hacer grandes cosas por la carrera de una… —Se echó a reír—. Y fíjate en ese armario de cuerpo… Apuesto a que está muy bien dotado en todos los aspectos… —Tras pronunciar aquellas palabras se puso en pie, dejando que la camiseta se deslizara por sus brazos y cayese al suelo—. Mira qué ha pasado por tu culpa —dijo—. Me voy al arroyo a refrescarme un poco…

Nora se recostó hacia atrás. A lo lejos, oyó a Sloane en el arroyo, chapoteando suavemente. Regresó al cabo de unos minutos, y su esbelto cuerpo relució bajo la luz de la luna. Se deslizó sin hacer ruido en el saco de dormir.

—Felices sueños, Nora Kelly —murmuró.

Luego se volvió y, en cuestión de segundos, Nora oyó la respiración serena y regular de la joven. Sin embargo, Nora permaneció inmóvil, con los ojos abiertos y contemplando las estrellas durante largo rato.

24

N
ora despertó con un sobresalto. Había dormido tan profunda y plácidamente que por un momento no supo dónde estaba. Se incorporó de golpe, presa del pánico. La luz del alba teñía de rojo las rocas que había encima de su cabeza. Una sensación punzante en los extremos de los dedos vendados le devolvió de inmediato los recuerdos de la víspera: la terrible ascensión por la cordillera, el descubrimiento de la garganta secundaria y del valle que había más allá, la ausencia de señales que indicasen la existencia de unas ruinas en las inmediaciones… Miró alrededor. El saco de dormir que había junto a ella estaba vacío.

Se levantó con una protesta de sus doloridos músculos y atizó las cenizas del fuego. Después de cortar unas cuantas hierbas secas y de doblarlas hasta formar un pequeño manojo, las arrojó a las ascuas de carbón. Empezó a desprenderse una delgada columna de humo y luego el manojo prendió. Rápidamente Nora añadió unas cuantas ramas secas. Hurgando en la mochila, llenó una diminuta cafetera exprés con capacidad para dos tazas con café molido y agua, la puso al fuego y luego bajó al arroyo a asearse. Cuando volvió, la cafetera estaba silbando. Se sirvió una taza justo cuando Sloane regresaba.No había rastro de su perpetua sonrisa.

—Toma un poco de café —le ofreció Nora.

Sloane aceptó la taza y se sentó junto a ella. Sorbieron en silencio mientras el sol barría las paredes delcañón.

—Aquí no hay nada, Nora —dijo Sloane al fin—. Me he pasado una hora recorriendo la zona centímetro a centímetro. Tu amigo Holroyd puede rastrear el suelo con el magnetómetro, pero nunca he visto una ruina bajo la arena o en un precipicio que no deje algún rastro, por pequeño que sea, en la superficie. No he encontrado un solo fragmento de cerámica ni una esquirla de pedernal.

Nora dejó la taza en el suelo y repuso:

—No me lo creo.

Sloane se encogió de hombros.

—Echa un vistazo tú misma.

—Lo haré.

Nora se acercó a la base de los precipicios y empezó a recorrer el valle en el sentido de las agujas del reloj. Vio señales de pisadas en los lugares donde Sloane había rastreado el suelo en busca de posibles restos. En lugar de repetir la búsqueda de su compañera, Nora sacó los prismáticos y examinó todos y cada uno de los precipicios, pendientes y huecos de forma sistemática. Cada veinte pasos se detenía y observaba de nuevo. La invasión matinal de luz sobre el valle continuaba, creando nuevos ángulos y sombras sobre la roca. A cada pausa Nora se esforzaba en mirar las mismas paredes rocosas desde diferentes ángulos, tratando de reconocer algo: un punto de apoyo para el pie, un bloque de piedra con forma de construcción, un petroglifo difuminado por el paso del tiempo… cualquier cosa que indicase una presencia humana en la zona. Después de completar el circuito, cruzó el valle de norte a sur y de este a oeste, vadeando el arroyo con aire distraído una y otra vez, con la mirada clavada en las paredes, tratando de obtener todas las vistas posibles de los elevados precipicios.

Al cabo de hora y media regresó al campamento, mojada y cansada. Se sentó en silencio junto a Sloane,que tampoco dijo nada y se limitó a seguir con la cabeza ladeada, contemplando la arena del suelo mientras dibujaba un círculo con un palo.

Nora pensaba en su padre y en las cosas terribles que su madre había dicho de él a lo largo de aquellos años.¿Y si ella hubiese tenido razón todo aquel tiempo? ¿De verdad era su padre un hombre informal y poco digno de confianza, que sólo vivía de fantasías?

Permanecieron en silencio junto a los rescoldos del fuego durante diez minutos, quizá veinte, mientras el peso de aquel fracaso colosal se desplomaba sobre sus hombros.

—¿Qué vamos a decirles a los demás? —preguntó Nora al fin.

Sloane se echó el pelo corto hacia atrás con un brusco movimiento de la cabeza.

—Lo haremos como es debido —contestó—. Ahora no podemos dar media vuelta sin cumplir con las formalidades. Tal como dijiste anoche, traeremos el equipo, haremos un reconocimiento arqueológico del valle en toda regla y luego volveremos a casa. Tú a tu oficina y yo… —Hizo una pausa—. A ver a mi padre.

Nora miró a Sloane. Un brillo hosco fue ensombreciendo el ámbar de sus ojos al hablar. La mujer le devolvió la mirada y entonces su expresión se suavizó.

—Vaya, ¿qué te parece? Estoy lloriqueando como una colegiala egoísta —prosiguió, recuperando su sonrisa—, cuando eres tú la que realmente necesita consuelo. Lo siento de veras, Nora. Ya sabes lo mucho que creíamos en tus sueños.

Nora alzó la vista para mirar los oscuros precipicios circundantes, las suaves paredes de arenisca que no mostraban indicio alguno de una posible senda. No habían hallado ningún otro resto arqueológico en todo el sistema de cañones, y aquél no era ninguna excepción.

—No puedo creerlo —repuso Nora—. No puedo creer que os haya arrastrado hasta aquí, que haya malgastado el dinero de tu padre, que haya puesto en peligro vuestras vidas, que hayan muerto los caballos todo para nada.

Sloane tomó una de las manos de Nora entre las suyas y la apretó con ademán tranquilizador. Acto seguido, se puso en pie y dijo:

—Vamos. Los otros están esperándonos.

Nora guardó los utensilios de cocina y el saco de dormir en la mochila y luego se la echó al hombro con gesto cansino. Tenía la boca dolorosamente seca. La perspectiva de los días que se avecinaban llevar acabo todo el proceso técnico, trabajar sin ninguna esperanza era demasiado para ella. Alzó de nuevo la vista para mirar la roca, reconociendo las mismas aristas, los mismos recovecos que había visto el día anterior. La luz de la mañana se derramaba en un ángulo distinto, rastrillando los precipicios más bajos. Contempló instintivamente la pared rocosa, pero seguía lisa y despejada. Levantó la mirada un poco más.

En ese instante sus ojos captaron algo: una muesca solitaria y de escasa profundidad en la roca, a unos doce metros del suelo. La luz incidía en un ángulo perfecto. Podía tratarse de una hendidura natural; de hecho, seguramente lo era, pero pese a todo se apresuró a buscar los prismáticos en su mochila. Enfocó las lentes y miró de nuevo. Ahí estaba: una minúscula depresión aparentemente suspendida en el espacio a unos treinta centímetros de un estrecho saliente. A través de los prismáticos, parecía un poco menos natural, pero ¿dónde estaba el resto del sendero?

Enfocando los prismáticos un poco más abajo, halló la respuesta: bajo la muesca solitaria, una sección de la pared rocosa se había desprendido recientemente, pues el barniz desértico —la capa de oxidación que, siglo tras siglo, se aposenta sobre la arenisca— era de un color más claro y fresco. En la base de los precipicios se hallaba la prueba: un pequeño montículo de escombros. El corazón de Nora empezó a latir con fuerza. Se volvió y descubrió a Sloane mirándola con curiosidad.

Le pasó los prismáticos.

—Mira eso de ahí.

Sloane examinó el punto que le indicaba su compañera. De pronto, su cuerpo se tensó.

—¡Es un escalón
moquü
—exclamó al fin, sin aliento—. La parte superior de una senda. El resto debe debe haber caído… ¡Joder, mira ese montón de escombros en el suelo!

¿Cómo he podido ser tan tonta? Yo buscando fragmentos de cerámica y no se me ocurrió…

—El desprendimiento debe de haberse producido después de que mi padre descubriese la senda —explicó Nora, pero Sloane ya estaba sacando de su mochila una cuerda de seguridad para escalada en roca.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

—No pasa nada —respondió Sloane—. Es una cuerda de rozamiento.

—¿Es que piensas subir ahí?

—Sí señora, allá voy. —Se movía frenéticamente, preparando el equipo, quitándose las botas de montaña para calzarse las de escalar.

—¿Y yo qué? —inquirió Nora.

Sloane la miró.

—¿Tú?

—Ni se te ocurra pensar que vas a subir ahí arriba sin mí.

Sloane se puso en pie y empezó a enrollar la cuerda.

—¿Sabes escalar?

—Un poco. He escalado alguna que otra pared y rocas difíciles.

—¿Y tus manos?

—Están bien —insistió Nora—. Me pondré losguantes.

Sloane vaciló unos segundos.

—No he traído mucho equipo, así que tendrás que asegurarme sin arnés.

—Da igual.

—En ese caso, adelante —dijo Sloane, esbozandouna repentina y radiante sonrisa.

Poco después, estaban en la base del precipicio. Sloane empezó haciendo un nudo, luego ayudó a Nora a colocar la posición de suelo y le enseñó a preparar el amarre de seguridad. Se ató la cuerda alrededor del cuerpo mientras Sloane se empolvaba las manos y luego se volvía para encarar la pared vertical.

—¡Allá voy! —exclamó.

Mientras Nora la observaba, Sloane subía por la roca con cuidado y precisión, hallando instintivamente diminutos apoyos en la pared del precipicio. Al escalar, el juego de clavos especiales y mosquetones oscilaba en la quietud del aire. Nora iba soltando cuerda poco a poco, con moderación. Al cabo de unos cinco metros, Sloane se paró para elegir un clavo para el anclaje, introducirlo en una grieta y tirar de él hacia abajo con fuerza para comprobar su resistencia. Satisfecha, acopló un mosquetón al cable y le enganchó la cuerda. Siguió escalando la pared, colocando clavos distintos en distintos puntos. En un momento dado gritó: «¡Piedras!», y Nora esquivó una lluvia de esquirlas. Al cabo de un minuto, Sloane alcanzó el único punto de apoyo para el pie y se encaramó al saliente que había encimade él. Dejó el cable anclado y se dirigió a Nora para informarle de que había llegado al saliente.

Se produjo un breve silencio y luego volvió a gritar.

—¡Veo una ruta! —El grito retumbó enloquecidamente por todo el valle—. Sube otros sesenta metros y desaparece por el borde del primer recodo. ¡Nora, la ciudad tiene que estar empotrada en un hueco, justo encima!

—¡Ahora subo! —anunció Nora.

—Despacio —le aconsejó desde arriba—. Sigue mis marcas de tiza para los puntos de apoyo. No metas el pie directamente, utiliza sólo la parte interior. Los agujeros son muy pequeños.

—De acuerdo —dijo Nora, liberando la cuerda del dispositivo de amarre—. ¡Allá voy!

Empezó a trepar por la pared vertical, plenamente consciente de que su estilo no tenía ni la mitad del garbo y la seguridad del de Sloane. Al cabo de unos minutos, los músculos de los brazos y las pantorrillas empezaron a temblarle espasmódicamente por el esfuerzo de agarrarse a los pequeños huecos. Pese a los guantes, sentía un intenso dolor en la punta de los dedos. Sabía que Sloane estaba sujetando la cuerda más tensa de lo normal, pero agradecía su ayuda, ya que de esta forma el esfuerzo era menor.

Al acercarse al escalón solitario, la única pista de la existencia de un sendero, vio cómo su pie derecho no encontraba apoyo en la roca. Sus manos vendadas no pudieron compensar el peso y empezó a resbalar.

—¡Ayuda! —gritó, y de inmediato la cuerda se tensó.

—¡Apártate de la roca! —vociferó Sloane—. ¡Yo te subiré!

Jadeando, Nora subió con la ayuda de Sloane el resto de la escasa distancia que la separaba del saliente. Una vez arriba, se puso de pie con piernas temblorosas, dándose un masaje en los dedos. Desde aquella altura, vio que la pared del cañón se prolongaba en un ángulo terrorífico, pero al menos no era vertical y a medida que iba avanzando se suavizaba. Sloane tenía razón, a pesar de que era invisible desde el suelo, desde allí arriba el camino era inconfundible.

—¿Estás bien? —le preguntó Sloane. Nora asintió y su compañera inició un segundo ascenso por la roca, arrastrando la cuerda desde su arnés. Con el resto de la ruta intacta, era un ascenso sencillo. Tras recorrer otros quince metros, se detuvo, realizó el anclaje y al cabo de unos minutos Nora subió junto a ella, sin resuello por el esfuerzo. Cada vez estaban más cerca de la franja de piedra empotrada, y sólo un nuevo ascenso las separaba de los secretos que ésta albergaba.

Tras diez minutos más de escalada, la senda se niveló considerablemente.

—Hagamos el resto a pelo —propuso Sloane con incontenible entusiasmo.

Nora sabía que, técnicamente, debían seguir aferrándose a la seguridad de las cuerdas, pero tenía tantas ganas de llegar a la repisa de piedra como Sloane. Haciendo una señal tácita, se desataron las cuerdas y empezaron a subir rápidamente por el camino. Tardaron sólo un minuto en escalar el último trecho de roca.

Other books

Life, on the Line by Grant Achatz
Miss Marple and Mystery by Agatha Christie
Edge of Love by E. L. Todd
We Never Asked for Wings by Vanessa Diffenbaugh
A Sticky End by James Lear
El pasaje by Justin Cronin
The Slickers by L. Ron Hubbard