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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (12 page)

—¿Quiere que se lo lea?

—Léeme cualquier cosa, Andy —contestaba otra voz.


¿Quién ganará el Derby de este año, Pelharn-Beauty o Gobernador?

—Pelham-Beauty —contestó la otra voz—, pero sigue leyendo.

Sir Charles abrió silenciosamente la puerta. El señor Thomas Gregs barría el suelo con la escoba, y en el estanque con agua de mar estaba sentado Andrias Scheuchzeri que, despacio, con voz que parecía más bien un graznido, silabeaba ante un periódico vespertino que sostenía entre sus patas delanteras.

—¡Gregs! —llamó Sir Charles.

La salamandra se escondió inmediatamente bajo el agua.

El señor Gregs, asustado, dejó caer la escoba.

—¿Decía usted, señor?

—¿Qué significa esto?

—Le ruego que me disculpe, señor —tartamudeó el desgraciado Gregs—. Andy me lee mientras yo limpio, y cuando barre él, le leo yo.

—¿Y quién le ha enseñado?

—Ha aprendido él solo, señor. Yo… yo le doy el periódico para que no hable tanto. He pensado que más vale que aprenda a hablar como una persona culta.

—Andy —llamó Sir Charles Wiggan.

Del agua salió una cabezota negra.

—Diga usted, señor —graznó.

—Ha venido a verte el profesor Petrov.

—Mucho gusto, señor. Soy Andy Scheuchzeri.

—¿Y cómo sabes que te llamas Andrias Scheuchzeri?

—Está escrito aquí, señor. Andrias Scheuchzeri, Islas Gilbert.

—¿Y lees la prensa muy a menudo?

—Sí, señor. Cada día.

—¿Y qué te interesa más del periódico?

—La información de tribunales, las carreras de caballos y el fútbol.

—¿Has visto alguna vez jugar al fútbol?

—No, señor.

—¿O las carreras de caballos?

—Tampoco, señor.

—Entonces, ¿por qué lo lees?

—Porque está en el periódico, señor.

—¿No te interesa la política?

—No, señor. ¿HABRÁ GUERRA?

—Eso nadie lo sabe, Andy.


Alemania está construyendo un nuevo tipo de submarino
—dijo Andy preocupado—.
Los rayos de la muerte pueden convertir una fortaleza en un desierto
.

—¿Eso lo has leído en el periódico también? —preguntó Sir Charles.

—Sí, señor.
¿Ganará el Derby Pelham-Beauty o Gobernador?

—¿Qué te parece a ti, Andy?


Gobernador
, señor. Pero el señor Gregs cree que ganará
Pelham-Beauty
. —Andy movió su cabezota.


Compre usted mercancía inglesa
, señor.
Los tirantes Sni-der
, ¡los mejores!
¿Ha comprado usted ya un nuevo seis cilindros Tancred Júnior? ¡Rápido, económico, elegante!

—Gracias, Andy. Eso basta.

—¿Qué artistas cinematográficos son sus preferidos?

Al profesor Petrov se le erizaron los cabellos y el bigote.

—Perdone, Sir Charles —balbuceó— pero debo marcharme ya.

—Está bien, vamos. Andy, ¿te sabría mal que vinieran a visitarte unos cuantos hombres de ciencia? Creo que les interesaría hablar contigo.

—Tendré mucho gusto, señor —medio graznó la salamandra—. ¡Hasta la vista, Sir Charles! ¡Hasta la vista, profesor!

El profesor estaba nervioso y escapó dando resoplidos y hablando solo.

—Perdón, Sir Charles —dijo finalmente—. ¿Podría usted enseñarme algún animal que no lea periódicos?

Los hombres de ciencia que fueron a visitar a Andy eran: Sir Bertram Dash, Doctor en Medicina, el profesor Ebbigham, Sir Oliver Dodge, Julián Poxley y otros. Citaremos, solamente, parte del informe de sus experimentos con Andrias Scheuchzeri.

—¿Cómo se llama usted?

Respuesta:
Andrew Scheuchzeri.

—¿Qué edad tiene?

Respuesta:
Eso no lo sé. ¿Quiere parecer joven? Use corsets Libella.

—¿Qué día es hoy?

Respuesta:
Lunes. Hace buen tiempo, señor. Este sábado correrá Gibraltar en Epsom.

—¿Cuánto es tres por cinco?

Respuesta:
¿Por qué?

—¿Sabe usted contar?

Respuesta:
Sí, señor. ¿Cuánto es diez y siete por veintinueve?

—Déjenos preguntar a nosotros, Andrew. Nómbrenos algún río de Inglaterra.

Respuesta:
El Támesis.

—¿Algún otro?

Respuesta:
El Támesis.

—No sabe otros, ¿verdad? ¿Quién gobierna en Inglaterra?

Respuesta:
El rey Jorge, ¡Dios lo bendiga!

—Está bien, Andy. ¿Cuál es el mejor escritor inglés?

Respuesta:
Kipling.

—Muy bien. ¿Ha leído algo de él?

Respuesta:
No. ¿Les gusta a ustedes Mae West?

—Preferimos ser nosotros los que hagamos las preguntas, Andy. ¿Qué sabe sobre la historia de Inglaterra?

Respuesta:
Les puedo hablar sobre Enrique VIII.

—¿Y qué puede decirnos sobre él?

Respuesta:
Que es la mejor película de la última temporada. Fastuosa presentación, extraordinario espectáculo.

—¿La ha visto usted?

Respuesta:
No la he visto. ¿Quiere conocer Inglaterra? Cómprese un Ford Baby.

—¿Qué preferiría ver usted más que nada?

Respuesta:
Las regatas Oxford-Cambridge, señor.

—¿Cuántas son las partes del mundo?

Respuesta:
Cinco.

—Muy bien. Nómbrelas.

Respuesta:
Inglaterra y las otras.

—¿Cuáles son las otras?

Respuesta:
Los bolcheviques, los alemanes e Italia.

—¿Dónde están las Islas Gilbert?

Respuesta:
En Inglaterra. Inglaterra no estará atada de pies y manos en su fortaleza. Inglaterra necesita diez mil aviones. Visiten las playas del Sur de Inglaterra.

—¿Nos permite que le miremos la lengua?

Respuesta:
Sí, señor. Límpiese los dientes con pasta Flit. ¿Quiere tener aliento fresco? Use pasta Flit.

—Gracias, eso basta. Y, ahora, díganos, Andy…

Etcétera… El informe de la charla con Andrias Scheuchzeri ocupaba dieciséis páginas completas y fue publicado en
The Natural Science
. En las últimas páginas del informe estaban resumidos los resultados de los experimentos en la forma siguiente:

1) Andrias Scheuchzeri, salamandra criada en el Parque Zoológico de Londres, sabe hablar, aunque con un sonido cavernoso. Cuenta con un vocabulario de unas cuatrocientas palabras.

Dice, solamente, lo que ha oído o leído. No se puede, de ningún modo, hablar de que piense por sí sola. Su lengua es bastante movible y sus órganos vocales, debido a las circunstancias, no fue posible examinarlos de cerca.

2) La salamandra antes mencionada sabe leer, pero solamente periódicos vespertinos. Le interesan las mismas cosas que a un inglés de tipo corriente y reacciona a los acontecimientos de la misma forma, o sea, según las opiniones comunes establecidas. Su vida síquica —si es que se puede hablar de tal cosa— es la herencia, precisamente, de las ideas y opiniones propias de estos tiempos.

3) No es necesario dar demasiada importancia a su inteligencia, porque en ningún aspecto sobrepasa a la del hombre corriente de nuestros días.

A pesar de esta sensata opinión de los expertos, la salamandra parlante se convirtió en la sensación del Zoo londinense. El querido Andy fue rodeado por el público, que quería entablar con él conversación sobre los temas más variados, empezando por el tiempo y terminando por la crisis económica y política. Mientras tanto, recibía de sus visitantes tantos bombones y chocolate, que acabó por ponerse muy enfermo de una dolencia intestinal. El pabellón de las salamandras tuvo que ser cerrado, pero ya era tarde: Andrias Scheuchzeri, llamado Andy, murió a causa de su popularidad. Como ven ustedes, la fama corrompe hasta a las salamandras.

10

Las fiestas de Nové Strasecí

El señor Povondra, portero de la casa del señor Bondy, pasaba aquel año las vacaciones en su pueblo natal. Nos encontramos con él el día antes de comenzar las fiestas del pueblo. El señor Povondra salió de paseo llevando de la mano a su hijo Frantik, de ocho años de edad.

En toda Nové Strasecí se sentía un agradable olor a tortas y buñuelos, y por las calles cruzaban las mujeres y muchachas llevando bandejas llenas de tortas sin cocer, en dirección al horno. En la plaza principal ya habían levantado dos puestos los confiteros, un tendero con sus artículos de cristal y porcelana, y una alborotada mujer que vendía toda clase de mercancía. Y además, había una especie de tienda de lona, cubierta por todas partes con pedazos de toldo. Un hombre pequeñito, subido en una escalera, estaba precisamente colocando un letrero.

El señor Povondra se paró curioso a mirar qué decía.

El hombre pequeñito bajó de la escalera y miró satisfecho el cartel colgado. Y el señor Povondra leyó, con gran sorpresa, lo siguiente:

El señor Povondra recordó a aquel hombre grandote y fuerte con la gorra de marinero, el capitán al que una vez dejó pasar a entrevistarse con el señor Bondy. «¡Sí que le deben ir las cosas mal!», pensó el señor Povondra. «¡Capitán, y tiene ahora que recorrer el mundo con un circo tan miserable y en una tienducha así! ¡Si era un hombre con tan buen aspecto! Debería entrar a verlo», se dijo el señor Povondra compasivo.

Mientras tanto, el hombrecito había colgado, junto a la entrada de la tienda, otro cartel:

El señor Povondra dudó. Dos coronas por él y una por el niño era demasiado dinero. Pero Frantik estudiaba bien, y conocer los animales exóticos también es instructivo. El señor Povondra estaba dispuesto a sacrificar algo por la cultura y, decidido, se acercó al hombrecito pequeño y seco.

—Amigo —dijo—, quisiera hablar con el capitán J. van Toch.

El hombrecito infló el pecho bajo la camiseta a rayas.

—Servidor de usted, señor.

—¿Usted es el capitán van Toch? —se extrañó el señor Povondra.

—Sí, señor —respondió el hombrecito, señalando un ancla que llevaba tatuada en la muñeca.

El señor Povondra lo contempló pensativo. ¿Podría ser que el capitán se hubiera encogido de ese modo? ¡No era posible!

—Es que yo conozco al capitán van Toch personalmente, señor —dijo—. Yo soy Povondra.

—Ése es otro cantar —exclamó el hombrecito—. Pero las salamandras son verdaderamente del capitán van Toch, señor. Salamandras australianas garantizadas, señor. Haga usted el favor de pasar adelante. Precisamente, va a comenzar la gran representación —cacareó levantando la lona que hacía de puerta.

—Vamos, Frantik —dijo papá Povondra, y entraron.

Junto a una pequeña mesa se sentó, rápidamente, una mujer extraordinariamente gorda y alta. «¡Vaya una pareja!», pensó el señor Povondra pagando sus tres coronas. Dentro del barracón no había nada, más que un cierto olor desagradable que se desprendía de una especie de bañera de hojalata.

—¿Dónde están esas salamandras? —preguntó el señor Povondra.

—En la bañera —respondió sin interés la gigantesca dama.

—No tengas miedo, Frantik —dijo Povondra acercándose al baño. En el agua estaba echado algo negro e indolente, del tamaño de un inmenso pez; solamente la piel de su nuca se inflaba y desinflaba.

—Mira, éste es el lagarto antediluviano del que se habló en los periódicos —dijo en plan de instrucción papá Povondra, sin manifestar su desilusión. («¡Otra vez me he dejado engañar!» pensaba, «pero que no se dé cuenta el niño, ¡lástima de tres coronas!»

—¿Por qué está en el agua, papá? —preguntó Frantik.

—Porque las salamandras viven en el agua, ¿sabes?

—¿Y qué come, papá?

—Peces y cosas por el estilo —respondió papá Povondra—. ¡Algo ha de comer!

—¿Y por qué es tan horrenda? —añadió Frantik.

El señor Povondra no sabía qué decir pero, en aquel momento, entró en el barracón el hombrecito.

—Por favor, señoras y caballeros —dijo con voz ronca.

—¿Tiene usted solamente esa salamandra? —preguntó el señor Povondra acusador. (Si al menos hubiese dos, ya no resultaba tan caro).

—La otra se ha muerto hace poco —dijo el hombrecito—. Pues sí —continuó— éste, señoras y caballeros, es el famoso Andrias, importante y venenosa salamandra de las islas de Australia. En su lugar de origen llega a alcanzar la altura de un hombre y anda sobre sus patas traseras. ¡Venga! —dijo hurgando con un palo a aquello negruzco e indolente que estaba inmóvil en el agua. Aquello negro se removió y, con dificultad, se levantó del agua. Frantik retrocedió un poco, pero papá Povondra le apretó la manita como diciéndole: «No temas, yo estoy aquí.»

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