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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (14 page)

Éstas fueron las consideraciones y puntos de vista que el profesor Dr. Vladimir Uher escribió mirando el recorte amarillento del viejo periódico, temblando con el entusiasmo intelectual de un descubridor.

—Lo publicaré en los periódicos —dijo—, porque las revistas científicas no las lee nadie. ¡Que sepa todo el mundo de qué gran acontecimiento de la Naturaleza somos testigos!

Y le pondré por título:

¿TIENEN ALGÚN PORVENIR LAS SALAMANDRAS?

Pero la redacción del
Lidové Noviny
leyó el artículo del profesor Uher y sacudió la cabeza. ¡Otra vez las salamandras! Nuestros lectores están cansados de esas historias. Ya sería hora de publicar otras cosas… Y, además, relatos tan científicos no son apropiados para los periódicos.

Como consecuencia, el artículo sobre el porvenir de las salamandras no llegó a publicarse.

12

El sindicato de las salamandras

El presidente G.H. Bondy hizo sonar la campanilla y se puso de pie.

—Respetable asamblea —comenzó—, tengo el honor de abrir esta reunión general extraordinaria de la Sociedad Exportadora del Pacífico. Doy la bienvenida a todos los presentes y les agradezco su numerosa asistencia.

—Señores —continuó con voz conmovida—, me toca el penoso deber de comunicarles una dolorosa noticia. El capitán John van Toch ya no existe. Ha muerto nuestro, por así decirlo, fundador, padre de la feliz idea de entablar relaciones comerciales con miles de islas del lejano Pacífico, nuestro primer capitán y ferviente colaborador. Falleció a principios de este año a bordo de nuestro barco
Sárka
, no lejos de la isla de Fanning, a consecuencia de un ataque cerebral que le sobrevino durante el cumplimiento de su deber. («Vaya escándalo que debía de estar armando el viejo!» pensó Bondy). Les suplico que en honor a su memoria se pongan ustedes de pie.

Los señores se pusieron de pie, haciendo un terrible ruido con las sillas, y guardaron un silencio solemne dominado por la idea común de si aquella reunión general iba a durar demasiado. (¡Pobre camarada van Toch!) —pensaba verdaderamente emocionado G.H. Bondy—. ¡Qué aspecto tendrá ahora! Seguramente lo arrojarían al mar, ¡habría que haber oído el chapoteo! Era un buen hombre y tenía unos ojos tan azules…).

—Muchas gracias, señores —añadió brevemente—, por haber recordado con tanta emoción al capitán van Toch, amigo personal mío. Suplico al Sr. director Volavka nos informe sobre los resultados económicos con que puede contar este año la S. E. P. Las cifras no son definitivas, pero les advierto que no esperen que puedan sufrir algún cambio considerable hasta fin de año. Así que, señor director, haga usted el favor.

—Muy honorable asamblea —comenzó en un susurro el señor director Volavka, y luego alzó la voz—. La situación del mercado de perlas es muy insatisfactoria. Después del año pasado, en que la producción de perlas se multiplicó casi por veinte en comparación con el ya favorable año 1925, comenzó a descender catastróficamente el precio de las perlas hasta en un sesenta y cinco por ciento. Por ello, el Consejo Central ha decidido no sacarlas este año al mercado, guardándolas para una época en que sea mayor la demanda. Por desgracia, en el otoño del año pasado las perlas dejaron de estar de moda, quizá por haberse abaratado tan considerablemente.

—En nuestra filial de Amsterdam están en almacén más de doscientas mil perlas que, por ahora, casi no tienen salida. Por el contrario, —siguió susurrando el director Volavka—, este año la producción de perlas está reduciéndose peligrosamente.

—Fue preciso abandonar muchos criaderos porque su rendimiento no compensaba los gastos del viaje hasta dichos lugares. Los bancos de perlas encontrados hace dos o tres años parecen estar, en mayor o menor medida, agotados. Por eso, el Consejo Central decidió dirigir su atención hacia otros productos de la profundidad de los mares, como son los corales, las conchas y las esponjas. Es cierto que hemos conseguido revivir el mercado de las joyas de coral y otros adornos, pero en esta coyuntura tienen más valor los corales de Italia que los del Pacífico. El Consejo Central está estudiando la posibilidad de dedicarse a la pesca intensiva en las profundidades del océano Pacífico, pero el problema está en cómo transportar dicho pescado a los mercados europeos y americanos. Los informes que tenemos hasta ahora no son muy alentadores.

—Sin embargo, por otra parte —leyó el director alzando un poco más la voz—, se nota un aumento en la venta de mercancías secundarias, como textiles de exportación, cacerolas esmaltadas, radios y guantes, a las islas del Pacífico. Este comercio tiene posibilidades de extenderse y profundizarse. Ya este año el déficit será, proporcionalmente, insignificante, pero desde luego, no hay la menor esperanza de que la S. E. P. pueda pagar esta vez cualquier clase de dividendos en sus acciones. Por eso, el Consejo Central ha preferido anunciárselo a ustedes anticipadamente.

A esta declaración siguió un silencio violento (¿Cómo serán esas islas Fanning?, pensó G.H. Bondy. El buenazo de van Toch murió como un verdadero marino. ¡Es una lástima! Era un hombre de verdad… ¡Si todavía no era tan viejo! No sería mayor que yo…). El Dr. Hubka pidió la palabra. A continuación citaremos el informe de la sesión extraordinaria de la Sociedad Exportadora del Pacífico:

El Dr. Hubka
pregunta si es que se piensa liquidar la S. E. P.

G.H. Bondy
contesta que el Consejo Central ha decidido esperar, sobre este punto, nuevas proposiciones.

M. Louis Bonenfant
reprocha que la recogida de perlas en los bancos no fuera puesta bajo la vigilancia de representantes permanentes, con residencia en dichos lugares, capaces de controlar si la pesca se efectuaba con la suficiente intensidad y por expertos.

El director Volavka
indica que esto se tuvo en cuenta, pero que se calculó que de esta forma disminuirían considerablemente los ingresos de la compañía. Serían necesarios, por lo menos, trescientos agentes con paga permanente. Además, tengan ustedes en cuenta, ¿cómo hubiéramos podido determinar si dichos agentes entregaban todas las perlas capturadas?

M.H. Brinkeler
pregunta si se puede confiar en que las salamandras entregan todas las perlas que encuentran a la Sociedad, y no a personas extrañas.

G.H. Bondy
contesta que, por primera vez, se ha nombrado aquí a las salamandras. Hasta ahora, fue regla general el no dar ningún detalle particular sobre la pesca de las perlas. Advierte que precisamente por eso se había elegido el sencillo título de Sociedad Exportadora del Pacífico.

M.H. Brinkeler
pregunta si acaso está prohibido hablar en este lugar de cosas que interesan a la Sociedad y que, además, son conocidas desde hace tiempo por amplias capas del público.

G.H. Bondy contesta que no está prohibido, pero que es algo nuevo. Se alegra de que se pueda hablar sobre esta cuestión abiertamente. A la primera pregunta del señor Brinkeler puede contestar que, según tiene entendido, no procede dudar de la perfeta honradez y el trabajo desinteresado de las salamandras empleadas en la pesca de perlas y corales. Por otra parte, se puede contar con el hecho de que los bancos de perlas están, o estarán agotados en breve plazo. Por lo que se refiere a nuevos bancos, ha muerto nuestro inolvidable amigo y colaborador capitán van Toch, precisamente cuando navegaba hacia islas no explotadas todavía. Es imposible reemplazarlo, por ahora, por un
hombre de su misma experiencia y de su honradez y que tenga un entusiasmo tan grande por dicho asunto.

El coronel D.W. Bright
reconoce los méritos del capitán van Toch, recientemente fallecido; sin embargo, cree que el capitán, cuya pérdida todos lamentamos, mimaba demasiado a las referidas salamandras. (Aprobación). No cree necesario entregar a las salamandras cuchillos y herramientas de primera calidad, como hacía el capitán van Toch, ni alimentarlas tan costosamente. Hubiera sido posible disminuir considerablemente los gastos de mantenimiento de las salamandras y aumentar así los ingresos de la Sociedad. (Vivos aplausos).

El vicepresidente J. Gilbert
está de acuerdo con el coronel Bright, pero señala que en vida del capitán van Toch fue imposible hacerlo. El capitán van Toch aseguraba que tenía compromisos personales con sus salamandras. Por diversos motivos, no era posible dejar de tener en cuenta los deseos del fallecido capitán, en este sentido.

Curt von Fritsch
pregunta si las salamandras no podrían emplearse de forma que produjesen más que pescando perlas. Debemos tener en cuenta sus cualidades naturales, podría decirse, de castor, para construir diques y otras obras bajo el agua. Quizá sería posible aprovecharlas en la profundización de puertos, construcción de muelles y otras tareas técnicas en el agua y bajo el agua.

G.H. Bondy
manifiesta que el Consejo Central estudia este punto intensamente. En dicha dirección se abren, desde luego, grandes posibilidades. Indica que la cantidad de salamandras pertenecientes a la Sociedad es, aproximadamente, de seis millones. Si tenemos en cuenta que una pareja de salamandras engendra anualmente, digamos, cien renacuajos, podemos disponer el próximo año de trescientos millones de salamandras. De aquí a diez años la cifra será astronómica.

G.H. Bondy
pregunta qué piensa hacer la Sociedad con esta inmensa cantidad de salamandras que, ya hoy en día, han de ser alimentadas en las granjas superpobladas con copra, patatas, maíz, etc.

C. von Frisch
pregunta si las salamandras son comestibles. /.
Gilberf
. No señor. Tampoco su piel sirve para nada.
M. Bonenfant
pregunta al Consejo Central qué piensa hacer.

G.H. Bondy
(se levanta). «Respetables señores, hemos convocado esta sesión extraordinaria para llamarles la atención sobre las desfavorables perspectivas de nuestra Sociedad, que, permítanme recordarlo con orgullo, repartía en los pasados años un dividendo de un veinte o treinta por ciento, sobre buenas bases de reservas y contratos. Ahora estamos ante un dilema. Los métodos comerciales que fueron provechosos en los pasados años están, prácticamente, agotados. No nos queda otro remedio que buscar nuevos caminos». (Grandes aplausos).

»Me atrevo a decir que quizá sea una indicación del destino el que, precisamente en estos momentos, haya muerto nuestro magnífico capitán y amigo J. van Toch. A su persona estaba unido ese romántico, hermoso y —lo diré francamente— en cierto modo insensato negocio con las perlas. Lo considero un capítulo terminado en la historia de nuestra Sociedad. Tenía, por así decirlo, su encanto exótico, pero no era apropiado para la época moderna. Respetables señores, las perlas no pueden ser nunca suficiente base para una arriesgada empresa en todas las direcciones: horizontal y vertical. Para mí, personalmente, todo este asunto de las perlas fue sólo una pequeña diversión. (Intranquilidad). Sí, señores, una diversión que, lo mismo a ustedes que a mí, nos produjo una bonita suma. Además de esto, al comenzar nuestro negocio esas salamandras tenían, diría yo, el encanto de la novedad. Trescientos millones de salamandras carecerían ya de ese encanto…» (Sonrisas).

»He dicho nuevos caminos. Mientras vivía mi buen amigo el capitán van Toch estaba descartado el dar a nuestra empresa otro carácter que el que podríamos llamar Vantochesco. (¿Por qué?). Porque tengo demasiado buen gusto, señores, para mezclar estilos. El estilo del capitán van Toch era, a mi parecer, estilo de novela de aventuras a lo Jack London, Joseph Conrad y otros. Un estilo antiguo, exótico, colonial, casi heroico. No niego que, hasta cierto punto, me fascinó. Pero después de la muerte del capitán van Toch no tenemos derecho a continuar esta aventura infantil. Ante nosotros se abre, no un nuevo capítulo, sino una nueva concepción, señores, tarea para una imaginación básicamente diferente. (¡Habla usted como si se tratase de una novela!). Sí, señores, tienen ustedes razón. El negocio me interesa a mí como artista. Sin cierto arte, señores, nunca se idearía nada nuevo. Hemos de ser poetas si queremos mantener el mundo en movimiento.» (Aplausos).

G.H. Bondy
(saluda). «Señores, con tristeza cierro este capítulo que he llamado Vantochesco; en él hemos alimentado lo que quedaba en nosotros de infantil y aventurero. Ya es hora de que terminemos este cuento de perlas y corales. Simbad ha muerto, señores. La cuestión es: ¿Ahora, qué? (¡Eso es lo que queremos saber!). Está bien, señores. Hagan el favor de tomar papel y lápiz. Seis millones. ¿Ya está? Multiplíquenlo por cincuenta. Son trescientos millones, ¿no? Multiplíquenlo otra vez por cincuenta. Eso es, quince mil millones, ¿no es cierto? Y ahora, por favor señores, tengan la amabilidad de decirme qué vamos a hacer de aquí a tres años con quince mil millones de salamandras. ¿En qué las vamos a emplear? ¿Cómo vamos a alimentarlas? (¡Pues déjenlas morir!). Sí, pero ¿no es lástima, señores? ¿No creen que cada una de esas salamandras representa una especie de valor económico, una fuerza de trabajo que espera ser aprovechada? Señores, con seis millones de salamandras podemos, más o menos, saber qué hacer; con trescientos millones ya sería más difícil; pero quince mil millones de salamandras es ya más de lo que podemos administrar. Las salamandras se tragarán nuestra Sociedad. Así está el asunto.» (¡Usted será responsable de ello! ¡Usted empezó todo ese negocio de las salamandras!)
G.H. Bondy
(levanta la cabeza). «Acepto completamente esa responsabilidad, señores. El que lo desee puede deshacerse inmediatamente de las acciones de la Sociedad Exportadora del Pacífico. Estoy dispuesto a pagar por ellas… (¿Cuánto?). Su valor a la par, señor». (Gran nerviosismo. La presidencia anuncia un descanso de diez minutos).

Al reanudarse la sesión pide la palabra el señor H. Brinkeler. Expresa su satisfacción por el hecho de que las salamandras se multipliquen de esa manera, con lo que aumentan los bienes de la Sociedad. «Pero, señores, sería desde luego una locura el criarlas solamente porque sí. Si nosotros no podemos emplearlas propongo, en nombre de un grupo de accionistas, que se vendan las salamandras como fuerza de trabajo a cualquiera que se proponga emprender obras en el agua o bajo el agua. (Aplausos). La alimentación de las salamandras cuesta unos céntimos diariamente; si una pareja de salamandras se vendiese, digamos a cien francos, y si la fuerza de trabajo de una de ellas durase aunque fuese solamente un año, el dinero invertido se le amortizaría fácilmente al comprador. (Manifestaciones de aprobación).
Gilbert
constata que las salamandras llegan a una edad bastante superior a un año. Todavía no tenemos suficiente experiencia para saber cuánto viven.

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