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Authors: P. D. James

Tags: #Detectivesca, Intriga, Narrativa

La muerte llega a Pemberley (25 page)

Miró a su alrededor para ver si quedaba algún asiento libre al fondo, a poder ser rodeado de otros también desocupados que pudiera reservar para el coronel y para Alveston, pero en ese momento se oyó un revuelo junto a la puerta, y con bastante dificultad asomó por ella una gran silla de mimbre sostenida por una rueda pequeña, en la parte delantera, y por dos más grandes detrás. El doctor Josiah Clitheroe llegaba sentado con empaque, la pierna derecha extendida, apoyada sobre una plancha alargada, el pie envuelto por una venda blanca que daba muchas vueltas. Los asistentes sentados en la primera fila desaparecieron al momento, y el doctor Clitheroe fue empujado con esfuerzo, pues la rueda delantera, cabeceando sin parar, se resistía al avance. Desalojaron de inmediato las sillas contiguas, y en una de ellas el juez dejó la chistera. Hizo una seña a Darcy para que ocupara la otra. El círculo de asientos que los rodeaba había quedado vacío, lo que facilitaría, al menos, cierta privacidad en su conversación.

—No creo que esto vaya a llevarnos todo el día —dijo el doctor Clitheroe—. Jonah Makepeace lo mantendrá todo bajo control. Este es un asunto difícil para usted, Darcy y, cómo no, para su esposa. Confío en que se encuentre bien.

—Me alegra poder decirle que así es, señor.

—Por razones obvias, usted no puede participar en las averiguaciones sobre este crimen, pero sin duda Hardcastle lo habrá mantenido debidamente informado de las novedades.

—Me ha comunicado todo lo que ha estimado prudente revelar —corroboró Darcy—. Su propia posición también es algo delicada.

—Bien, aunque no existe motivo para una cautela excesiva. Cumpliendo con su deber, él mantendrá informado al alto comisario, y también me consultará a mí si lo necesita, aunque dudo de que yo pueda serle de gran ayuda. Brownrigg, el jefe de distrito, el agente Mason y él parecen estar al mando de la situación. Por lo que sé, se han entrevistado con todo el mundo en Pemberley, y les tranquiliza saber que todos tienen coartada, algo que, de hecho, no puede sorprender: el día antes del baile de lady Anne hay cosas mejores que hacer que pasearse por el bosque de Pemberley con intenciones asesinas. También se me ha informado de que lord Hartlep cuenta con coartada, por lo que, al menos usted y él pueden ahuyentar esa inquietud. Dado que todavía no es aforado, en caso de que fuera acusado, el juicio no tendría que celebrarse en la Cámara de los Lores, procedimiento muy vistoso pero caro. También le tranquilizará saber que Hardcastle ha identificado a los familiares más próximos del capitán Denny, gracias a la mediación del coronel de su regimiento. Al parecer, solo tenía un pariente vivo, una tía anciana que reside en Kensington, a la que apenas visitaba, pero que le proporcionaba apoyo económico con cierta regularidad. Tiene casi noventa años, y su edad y estado de salud le impiden en gran medida interesarse personalmente por el caso, aunque sí ha pedido que el cadáver (que el juez de instrucción ya no precisa), sea enviado a Kensington, donde desea que reciba sepultura.

—Si Denny hubiera muerto en el bosque por mano conocida o tras sufrir un accidente, lo correcto sería que la señora Darcy o yo le enviáramos una carta de condolencia, pero en las presentes circunstancias sería poco adecuado, y ni siquiera sería bien recibida. Cuesta creer que incluso los acontecimientos más raros y espantosos acarreen consecuencias sociales, y ha hecho usted bien en informarme de su existencia. Me consta que la señora Darcy se sentirá aliviada. ¿Y qué hay de los arrendatarios de la finca? Preferiría no preguntárselo directamente a Hardcastle. ¿Han sido interrogados?

—Sí, eso creo. La mayoría se encontraba en casa, y entre los que no se resisten a salir ni en una noche tormentosa para hacerse fuertes en la taberna local, se han encontrado varios testigos poco relevantes, algunos de los cuales lo bastante sobrios en el momento del interrogatorio como para considerarlos fiables. Al parecer, nadie vio ni oyó a ningún forastero en las inmediaciones. Ya sabrá, por supuesto, que cuando Hardcastle visitó Pemberley dos jóvenes necias empleadas como doncellas explicaron que habían visto al fantasma de la señora Reilly vagando por el bosque. Como debe ser, este decide manifestarse en noches de luna llena.

—Esa es una vieja superstición —dijo Darcy—. Al parecer, según oímos luego, las muchachas acudieron al bosque por una apuesta, y Hardcastle no tomó en serio su testimonio. A mí, en aquel momento, me pareció que decían la verdad, y que esa noche pudo haber una mujer caminando por el bosque.

—Brownrigg habló con ellas en presencia de la señora Reynolds. Se mostraron bastante firmes diciendo que habían visto a una mujer vestida de oscuro en el bosque dos días antes del asesinato, y que les dedicó un gesto amenazador antes de desaparecer entre los árboles. Reiteraron con convicción que no se trataba de ninguna de las dos mujeres que viven en la cabaña del bosque, aunque cuesta entender cómo pueden defender tal convicción, si la mujer vestía de negro y se esfumó tan pronto como una de las jóvenes empezó a gritar. Aun así, que hubiera una mujer en el bosque resulta poco importante. Este crimen no lo cometió una mujer.

—¿Y Wickham? ¿Coopera con Hardcastle y con la policía? —quiso saber Darcy.

—Creo que se muestra impredecible: en ocasiones responde razonablemente a las preguntas, y en otros momentos critica que a él, un hombre inocente, la policía no lo deje tranquilo. Como ya sabrá, le encontraron treinta libras en billetes en el bolsillo de la casaca: ha mantenido un silencio absoluto sobre la procedencia del dinero, más allá de decir que se trataba de un préstamo que habría de permitirle saldar una deuda de honor, y que había jurado solemnemente no revelar nada al respecto. Lógicamente, Hardcastle pensó que podría haber robado el dinero a Denny una vez este estuvo muerto, pero en ese caso es poco probable que los billetes no presentaran manchas de sangre, teniendo en cuenta, además, que Wickham sí tenía las manos manchadas. Supongo que en ese caso los billetes no estarían tan bien doblados en la cartera. He tenido ocasión de verlos, y parecen recién impresos. Al parecer, el capitán Denny confió al dueño de la posada que no tenía dinero.

Hubo un momento de silencio, tras el que Clitheroe añadió:

—Comprendo que Hardcastle se muestre reacio a compartir información con usted, para protegerlo y para protegerse a sí mismo, pero dado que se considera satisfecho con las coartadas que tienen todos en Pemberley, ya sean familiares, visitantes o criados, parece una discreción innecesaria mantenerlo a usted al margen de las novedades importantes. Por tanto, debo decirle que cree que la policía ha encontrado el arma, un gran bloque de piedra de canto redondeado descubierto bajo unas hojas a unas cincuenta yardas de donde se descubrió el cuerpo sin vida de Denny.

Darcy logró disimular su sorpresa y, mirando al frente, habló en voz baja.

—¿Qué pruebas existen de que, en efecto, se trata del arma del crimen?

—Nada definitivo, puesto que no se han encontrado marcas incriminatorias de sangre ni cabellos sobre la piedra, algo que, en realidad, no puede sorprender. Esa misma noche el viento dio paso a una lluvia intensa, y la tierra y las hojas debieron de empaparse, pero yo he visto la piedra, y por su tamaño y forma puede haber sido la que causó la herida.

Darcy siguió hablando en voz baja.

—Se ha prohibido el acceso al bosque a todos los residentes en la finca de Pemberley, pero sé que la policía ha rastreado exhaustivamente la zona en busca de armas. ¿Sabe qué oficial hizo el descubrimiento?

—No fue Brownrigg ni Mason. Necesitaban refuerzos, y llamaron a varios agentes de la parroquia vecina, entre ellos a Joseph Joseph. Según parece, sus padres estaban tan encantados con su apellido que decidieron ponérselo también como nombre de pila. Es un hombre serio y fiable, aunque, por lo que he podido inferir, no demasiado inteligente. Debería haber dejado la piedra en su lugar y haber llamado a otros policías para que sirvieran de testigos del hallazgo. En lugar de ello, la llevó, triunfante, en presencia del jefe de distrito.

—De modo que no hay pruebas de que estuviera donde dijo que la había encontrado…

—Diría que no. Según me han informado, había varias piedras de tamaños diversos en el lugar, todas medio enterradas en la tierra, bajo las hojas, pero no existen pruebas de que esa en concreto se encontrara entre las demás. Alguien, hace años, pudo volcar el contenido de una carreta, deliberada o accidentalmente, tal vez cuando su bisabuelo ordenó construir la cabaña del bosque y hasta allí se trasladaron los materiales.

—¿Presentarán la piedra esta mañana Hardcastle o la policía?

—No, que yo sepa. Makepeace se muestra inflexible en que, dado que no puede demostrarse que sea el arma, no debería formar parte de las pruebas. El jurado será simplemente informado de que se ha encontrado la piedra, aunque es posible que ni siquiera eso se mencione. Makepeace no desea que la vista previa degenere y se convierta en un juicio. Dejará muy claro cuáles son las atribuciones del tribunal popular, entre las que no se cuenta la usurpación de los poderes de un tribunal itinerante del condado.

—O sea, que usted cree que lo acusarán…,

—Indudablemente, considerando lo que ellos verán como una confesión. Sería raro que no lo hicieran. Pero veo que ha llegado el señor Wickham, quien parece muy tranquilo, considerando la delicada situación en la que se encuentra.

Darcy se había percatado de que, junto al estrado, había tres sillas vacías, reservadas por unos agentes, y Wickham, avanzando esposado entre dos oficiales de prisiones, fue escoltado hasta la que ocupaba la posición central. Los dos custodios se sentaron a ambos lados. La actitud del detenido era casi de indiferencia, y observaba a su público potencial con escaso interés, sin fijar la mirada en nadie. El baúl que contenía su ropa había sido trasladado a la cárcel una vez que Hardcastle lo permitió, y parecía claro que se había puesto su mejor casaca. Además, la camisa que se adivinaba debajo parecía haber pasado por las manos expertas de las doncellas de Highmarten encargadas de la ropa blanca. Sonriendo, se volvió hacia uno de los oficiales de prisiones, que le dedicó un leve asentimiento de cabeza. Al mirarlo, a Darcy le pareció ver algo del oficial joven y encantador que había subyugado a las damiselas de Meryton.

Alguien masculló una orden, los murmullos cesaron y el juez de instrucción, Jonah Makepeace, accedió a la sala en compañía de sir Selwyn Hardcastle y, tras dedicar una reverencia a los miembros del jurado, se sentó e invitó a sir Selwyn a hacerlo a su lado. Makepeace era un hombre menudo de rostro muy pálido, que en otros se habría tomado como signo de enfermedad. Llevaba veinte años ejerciendo de juez de instrucción, y se jactaba de que, a sus sesenta años, no había habido ninguna constitución de jurado, ya fuera en Lambton o en el King’s Arms, que él no hubiera presidido. Poseía una nariz estrecha y puntiaguda, y una boca de forma peculiar y labio superior carnoso, y sus ojos, enmarcados por unas cejas tan finas como dos líneas trazadas a lápiz, se mantenían tan vivaces como a sus veinte años. Su prestigio como abogado era indiscutible en Lambton y los alrededores, y con su creciente prosperidad y con unos clientes privados ansiosos por recibir sus consejos, nunca se mostraba indulgente con los testigos incapaces de aportar sus pruebas con claridad y concisión. En un extremo de la sala había un reloj de pared, y el juez clavó en él su mirada intimidatoria largo rato.

A su entrada, todos los presentes se habían puesto en pie, y se sentaron una vez que él hubo tomado asiento. Hardcastle estaba a su derecha, y los dos policías, en la primera fila, debajo del estrado. Los miembros del jurado, que hasta entonces se habían dedicado a conversar animadamente entre ellos, ocuparon sus puestos y, al momento, se levantaron. En calidad de magistrado, Darcy había estado presente en algunas vistas previas, y vio que, como en otras ocasiones, allí estaban convocadas las fuerzas vivas de la localidad: George Wainwright, el boticario; Frank Stirling, que regentaba el colmado de Lambton; Bill Mullins, el herrero de la aldea de Pemberley; y John Simpson, el sepulturero, vestido con su traje negro riguroso, que según se decía había heredado de su padre. El resto de los miembros del tribunal eran granjeros, y casi todos ellos habían llegado en el último minuto, confusos y acalorados: siempre había cosas que hacer en sus granjas, y no veían nunca el momento de abandonarlas.

El juez de instrucción se volvió hacia el oficial de prisiones.

—Puede retirar las esposas al señor Wickham. Ningún preso de mi jurisdicción se ha dado nunca a la fuga.

La orden fue cumplida en silencio, y Wickham, tras frotarse las muñecas, permaneció de pie sin decir nada, mirando de vez en cuando la sala, con la intención aparente de buscar algún rostro conocido. Inmediatamente después se hizo prestar juramento a los participantes, y mientras los miembros del jurado lo hacían, Makepeace se dedicó a observarlos con la intensidad escéptica de un hombre que estudiara la compra de un caballo de más que dudosas cualidades, antes de proceder a su habitual advertencia inicial.

—No es la primera vez que nos vemos, caballeros, y creo que conocen ustedes su deber. Su deber es escuchar con atención las pruebas que se presenten, y pronunciarse sobre la causa de la muerte del capitán Martin Denny, cuyo cuerpo sin vida fue hallado en el bosque de Pemberley alrededor de las diez de la noche del viernes catorce de octubre. No han sido convocados aquí a participar en un juicio penal ni a enseñar a la policía cómo ha de llevar a cabo su investigación. Entre las opciones que se les planteen, pueden, si así lo creen, considerar que no se trató de una muerte por accidente o por casualidad, y un hombre no se suicida golpeándose a sí mismo la nuca con una piedra. Eso puede llevarles, lógicamente, a la conclusión de que esta muerte fue un homicidio, y en ese caso deberán dilucidar entre dos posibles veredictos. Si no existen pruebas que indiquen quién fue el responsable, dictarán un veredicto de asesinato cometido por persona o personas desconocidas. Les he planteado las opciones existentes, pero debo hacer hincapié en que el veredicto sobre la causa de la muerte depende enteramente de ustedes. Si las pruebas les llevan a la conclusión de que conocen la identidad del asesino, podrán nombrarlo y, como en todos los casos de delito grave, este será mantenido bajo custodia y llevado a juicio cuando se convoque el siguiente tribunal itinerante del condado de Derby. Si tienen alguna pregunta que formular a algún testigo, por favor, levanten la mano y hablen con claridad. Empezamos. Propongo llamar primero a Nathaniel Piggott, propietario de la taberna Green Man, que aportará pruebas sobre el inicio del último viaje del desgraciado caballero.

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