Read La muerte llega a Pemberley Online

Authors: P. D. James

Tags: #Detectivesca, Intriga, Narrativa

La muerte llega a Pemberley (28 page)

4

Ahora, cuando el abogado de la acusación estaba a punto de iniciar su primera intervención, Darcy vio que se había operado un cambio en la señora Younge. Seguía sentada con la espalda muy erguida, pero miraba hacia el banquillo de los acusados con gran intensidad y concentración, como si, mediante su silencio y a través del encuentro de sus ojos, pudiera transmitir un mensaje al acusado, un mensaje de esperanza o tal vez de resistencia. El momento se prolongó apenas durante un par de segundos, pero, mientras duró, para Darcy, dejaron de existir la sala, la túnica escarlata del juez, los colores vivos de los espectadores, y se fijó solo en aquellas dos personas, absortas la una en la otra.

—Señores del jurado, el caso que nos ocupa nos resulta especialmente espantoso: el brutal asesinato, por parte de un antiguo oficial del ejército, de su amigo y, hasta poco tiempo atrás, camarada. Aunque gran parte de lo ocurrido seguirá siendo un misterio, pues la única persona que podría testificar sería la víctima, los hechos más destacados son claros, no admiten conjetura y les serán presentados como pruebas. El acusado, en compañía del capitán Denny y de la señora Wickham, dejó la posada Green Man, situada en la aldea de Pemberley, Derbyshire, hacia las nueve de la noche del viernes catorce de octubre para dirigirse por el camino del bosque hacia la mansión de Pemberley, donde la señora Wickham pasaría esa noche, y un período de tiempo indeterminado, mientras su esposo y el capitán Denny eran conducidos hasta la posada King’s Arms de Lambton. Oirán declaraciones sobre una discusión entre el acusado y el capitán Denny mientras se encontraban en la posada, y sobre las palabras que este pronunció al abandonar el cabriolé, antes de internarse en el bosque. Después, Wickham lo siguió. Se oyeron disparos, y como el señor Wickham no regresaba, su esposa, alterada, fue trasladada hasta Pemberley, donde se organizó una expedición de rescate. Oirán también declaraciones sobre el hallazgo del cadáver por dos testigos que recuerdan con precisión el significativo momento. El acusado, manchado de sangre, estaba arrodillado junto a su víctima, y en dos ocasiones, pronunciando sus palabras con gran claridad, confesó que había matado a su amigo. Entre lo mucho que tal vez resulte extraño y misterioso en relación con este caso, ese hecho constituye su punto central. Existió una confesión que fue reiterada y, apunto yo, fue claramente comprendida. El grupo de rescate no buscó a ningún otro asesino potencial. El señor Darcy se ocupó de mantener custodiado a Wickham e, inmediatamente, fue en busca de un magistrado. Y a pesar de un rastreo amplio y exhaustivo, no se hallaron pruebas de que ningún desconocido se hallara en el bosque esa noche. No es posible que cualquiera de los residentes de la cabaña del bosque (una mujer de mediana edad, su hija y un hombre moribundo) hubieran levantado la piedra con la que, según se cree, se causó la herida mortal. Oirán la declaración según la cual pueden encontrarse piedras de esa clase en el bosque, y Wickham, que conocía el lugar desde su infancia, habría sabido dónde encontrarlas.

»Se trata de un crimen particularmente perverso. Cualquier médico confirmaría que el golpe en la frente causó solo un aturdimiento transitorio e incapacitó a la víctima, y que fue seguido de un ataque letal, perpetrado cuando el capitán Denny, cegado por la sangre, intentaba huir. Cuesta imaginar un asesinato más cobarde y atroz. Al capitán ya nadie puede devolverle la vida, pero puede hacerse justicia, y confío en que ustedes, señores del jurado, no vacilarán al emitir un veredicto de culpabilidad. Ahora llamaré a declarar al primer testigo de la acusación.

5

Alguien gritó: «¡Nathaniel Piggott!», y casi de inmediato, el encargado de la posada Green Man ocupó su asiento en el lugar del estrado reservado a los testigos y, sosteniendo la Biblia abierta con gran ceremonia, pronunció el juramento. Se había puesto el traje de los domingos, con el que solía aparecer por la iglesia, pero este se veía gastado, como sucede con las ropas de los hombres que se sienten a gusto en ellas, y permaneció de pie largo rato, estudiando a los miembros del jurado como si, en realidad, fueran candidatos a ocupar una vacante en su establecimiento. Finalmente, posó la mirada en el abogado de la acusación, seguro, al parecer, de hacer frente a cualquier cosa que sir Simon Cartwright pudiera plantearle. Cuando se le conminó a hacerlo, dijo en voz alta su nombre y su dirección.

—Nathaniel Piggott, posadero de Green Man, aldea de Pemberley, Derbyshire.

Su declaración fue concisa, y llevó poco tiempo. En respuesta a las preguntas del abogado de la acusación, manifestó ante el tribunal que George Wickham, la señora Wickham y el difunto capitán Denny habían llegado a la posada el 14 de octubre en coche de punto. El señor Wickham había pedido comida y vino, así como un cabriolé que llevara a la señora Wickham a Pemberley esa noche. La señora Wickham comentó, mientras él mostraba el bar a los recién llegados, que iba a pasar aquella noche en Pemberley para asistir al baile de lady Anne que se celebraría al día siguiente.

—Parecía bastante entusiasmada —declaró.

En respuesta a preguntas posteriores, relató que el señor Wickham había expresado su deseo de que, después de detenerse en Pemberley, el vehículo prosiguiera ruta hasta la posada King’s Arms de Lambton, donde el capitán Denny y él pasarían la noche, y desde donde, a la mañana siguiente, emprenderían viaje hasta Londres.

El señor Cartwright dijo:

—¿De modo que en aquel momento no se sugirió en modo alguno que el señor Wickham podría quedarse también en Pemberley?

—Yo no lo oí, señor. Y no era probable. El señor Wickham, como algunos de nosotros sabemos, nunca es recibido en Pemberley.

Se oyeron murmullos en la sala. Instintivamente, Darcy se agarrotó en su asiento. Los testigos se internaban en terrenos peligrosos antes de lo que él esperaba. Mantuvo la vista fija en el abogado de la acusación, aunque sabía que los ojos de todo el jurado estaban clavados en él. Pero, tras una pausa, Simon Cartwright cambió de rumbo.

—¿El señor Wickham le pagó por los alimentos y el vino, y por el alquiler del cabriolé?

—Así es, señor, mientras estaba en el bar. El capitán Denny le dijo: «Es tu función, y tendrás que pagarla tú. Yo solo tengo lo imprescindible para llegar a Londres.»

—¿Los vio irse en el cabriolé?

—Sí, señor. Eran las ocho y cuarenta y cinco.

—Y, cuando se alejaron, ¿se fijó en qué estado de ánimo lo hacían? ¿En cuál era la relación entre los dos caballeros?

—No puedo decirle que me fijara, señor. Yo estaba dándole instrucciones a Pratt, el cochero. La dama le advertía que colocara el baúl con gran cuidado en el vehículo, porque en él viajaba el vestido que se pondría para el baile. Sí, vi que el capitán Denny estaba muy callado, igual que cuando se encontraban en la posada bebiendo.

—¿Alguno de los dos había bebido mucho?

—El capitán Denny solo tomó cerveza, menos de una pinta. El señor Wickham bebió dos cervezas y se pasó al whisky. Cuando se fueron, él estaba muy colorado, y algo tambaleante, pero se expresaba con claridad, aunque, eso sí, en voz muy alta, y se subió al cabriolé sin precisar ayuda.

—¿Oyó usted alguna conversación entre ellos cuando accedían al coche?

—No, señor, o al menos no lo recuerdo. Fue la señora Piggott la que oyó discutir a los dos caballeros, según me contó, pero eso había sido antes.

—También llamaremos a declarar a su esposa. No tengo más preguntas para usted, señor Piggott. Puede abandonar el estrado, a menos que el señor Mickledore tenga algo que preguntarle.

Nathaniel Piggott, confiado, volvió el rostro hacia el abogado de la defensa, mientras el señor Mickledore se ponía en pie.

—De modo que ninguno de los dos caballeros estaba de humor para conversar. ¿Tuvo usted la impresión de que les complacía viajar juntos?

—En ningún momento expresaron lo contrario, señor, y no existió discusión entre ellos cuando emprendieron viaje.

—¿Ninguna señal de enfado?

—No, señor, que yo notara.

No hubo más preguntas, y Nathaniel Piggott abandonó el estrado con el aire satisfecho de un hombre seguro de haber causado una buena impresión.

La siguiente en ser llamada a declarar fue Martha Piggott, y se produjo cierto revuelo en una esquina de la sala, mientras la corpulenta mujer se abría paso entre un grupo de personas que le susurraban su apoyo y se dirigía al estrado. Llevaba un sombrero muy adornado con almidonadas cintas rojas, que parecía nuevo, adquirido sin duda porque la trascendencia de la ocasión lo requería. Con todo, habría resultado aun más llamativo de no haber reposado sobre una mata de pelo amarillo panocha. Además, de vez en cuando se lo tocaba, como si dudara de si seguía plantado sobre su cabeza. Clavó la vista en el juez hasta que el abogado de la acusación se puso en pie para dirigirse a ella, tras dedicarle un gesto de asentimiento con la cabeza. Pronunció su nombre y domicilio, prestó juramento con voz clara y corroboró el relato de su esposo sobre la llegada de los Wickham y del capitán Denny.

Darcy le susurró a Alveston:

—A ella no la llamaron a declarar durante la instrucción. ¿Se ha producido alguna novedad?

—Sí —respondió Alveston—. Y podría perjudicarnos.

Simon Cartwright prosiguió con las preguntas.

—¿Cuál era el ambiente general en la posada entre los señores Wickham y el capitán Denny? ¿Diría usted, señora Piggott, que era un grupo bien avenido?

—No lo diría, señor. La señora Wickham estaba de buen humor y se reía. Se trata de una dama agradable y habladora, señor, y fue ella la que nos contó a mí y al señor Piggott, cuando estábamos en el bar, que iba a asistir al baile de lady Anne, y que aquello iba a ser un gran escándalo, porque la señora Darcy no tenía la más remota idea de que ella iba a presentarse, y no podría echarla, no en una noche tormentosa como aquella. El capitán Denny estaba muy callado, pero el señor Wickham parecía inquieto, como impaciente por emprender viaje.

—¿Y oyó usted alguna discusión, alguna palabra que intercambiaran?

El señor Mickledore se puso en pie al momento para protestar porque la acusación estaba guiando al testigo, y la pregunta fue reformulada:

—¿Oyó alguna conversación entre el capitán Denny y el señor Wickham?

La señora Piggott captó al momento lo que se esperaba de ella.

—Mientras nos encontrábamos en la taberna no, señor. Pero después de que dieran cuenta de los fiambres y las bebidas, la señora Wickham pidió que le subieran el baúl a la habitación para poder cambiarse de ropa antes de trasladarse a Pemberley. No iba a lucir el vestido del baile, dijo, pero quería ponerse algo bonito para causar buena impresión a su llegada. Yo envié a Sally, una de mis doncellas, a que la asistiera. Me dirigí entonces al retrete del patio y al salir, cuando abría la puerta en silencio, vi al señor Wickham hablando con el capitán.

—¿Oyó lo que decían?

—Sí, señor. Se encontraban a pocos pasos de mí. Vi que el capitán Denny estaba muy pálido. Y le oí decir: «Ha sido un engaño de principio a fin. Es usted absolutamente egoísta. No tiene usted idea de lo que siente una mujer.»

—¿Está usted segura de esas palabras?

La señora Piggott vaciló.

—Bien, señor, es posible que me haya confundido un poco en el orden, pero no tengo duda de que el capitán Denny le dijo al señor Wickham que era un egoísta y que no entendía lo que sentían las mujeres, y que aquello había sido un engaño de principio a fin.

—¿Qué ocurrió entonces?

—Como no quería que los caballeros me vieran abandonar el retrete, entorné la puerta hasta casi cerrarla, y seguí observando por la rendija hasta que se fueron.

—¿Y está dispuesta a jurar que oyó esas palabras?

—Ya he jurado, señor. Estoy prestando declaración bajo juramento.

—Así es, señora Piggott, y me alegro de que reconozca usted la importancia del hecho. ¿Qué ocurrió una vez que hubo regresado al interior de la posada?

—Los caballeros entraron poco después, y el señor Wickham subió a la habitación que yo había reservado para su esposa. La señora Wickham ya debía de haberse cambiado de ropa, pues él bajó e informó de que el baúl ya volvía a estar cerrado, y ordenó que lo cargáramos en el cabriolé. Los caballeros se pusieron las casacas y los sombreros, y el señor Piggott llamó a Pratt para que fuera a recoger el baúl.

—¿En qué condiciones se encontraba entonces el señor Wickham?

Se hizo un silencio, porque la señora Piggott parecía no comprender bien el sentido de la pregunta. El abogado, algo impaciente, insistió con otras palabras:

—¿Estaba sobrio o mostraba signos de haber bebido?

—Yo sabía, claro está, que había estado tomando licor, señor, y parecía haber bebido más de la cuenta. Cuando se despidió noté que tenía la voz pastosa, pero entonces se puso en pie y se montó en el cabriolé sin ayuda de nadie, y se fueron.

Hubo otro momento de silencio. El abogado de la acusación estudió sus papeles antes de hablar.

—Gracias, señora Piggott. ¿Puede permanecer en su sitio por el momento, por favor?

Jeremiah Mickledore se puso en pie.

—De modo que, si se produjo esa conversación poco amistosa entre el señor Wickham y el capitán Denny, llamémosla «desavenencia», esta no culminó en gritos ni en ningún acto de violencia. ¿Alguno de los dos caballeros tocó al otro durante la conversación que usted escuchó a escondidas en el patio?

—No, señor, o al menos yo no lo vi. El señor Wickham habría sido un insensato si hubiera desafiado al capitán a pelear con él. El capitán Denny era más alto que él, medio palmo, diría yo, y mucho más corpulento.

—¿Vio usted si, cuando entraron en el coche, alguno de los dos iba armado?

—El capitán Denny, señor.

—De modo que, según lo que usted está en condiciones de afirmar, el capitán Denny, fuera cual fuere su opinión sobre el comportamiento de su acompañante, podía viajar con él sin temor a sufrir ningún asalto físico. Era más alto y más corpulento, e iba armado. Según lo que usted recuerda, ¿esa era la situación?

—Supongo que sí, señor.

—No se trata de lo que usted supone, señora Piggott. ¿Vio a los dos caballeros entrar en el cabriolé, y al capitán Denny, el más alto de los dos, con un arma de fuego?

—Sí, señor.

—De modo que, incluso si habían discutido, el hecho de que viajaran juntos no le habría ocasionado ningún temor.

Other books

Bound: Minutemen MC by Thomas, Kathryn
Good Earl Gone Bad by Manda Collins
Party Summer by R.L. Stine
Make Them Pay by Graham Ison
Where Souls Spoil by JC Emery
Overdrive by Simpson, Phillip W.