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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (9 page)

—No, pero tengo la impresión de que no tardará mucho.

—No eres muy preciso, hermano mío —dijo Beldin—. Los dalasianos tienen una idea muy curiosa del tiempo. Lo cuentan por eras en lugar de años.

Zakath examinaba con atención la pared, a pocos metros de la fuente cantarina.

—¿Habéis notado que este muro no está unido con argamasa?

Durnik se unió a él, desenvainó un cuchillo y examinó una fina grieta entre dos bloques de mármol.

—Es el sistema de caja y espiga —dijo con aire pensativo—, con los bloques muy apretados unos a otros. Deben de haber tardado años en construir esta casa.

—Y si todo está hecho del mismo modo, siglos enteros en edificar la ciudad —añadió Zakath—. ¿Dónde habrán aprendido a construir de este modo?, ¿y cuándo?

—Tal vez en la primera era —dijo Belgarath.

—Para ya, Belgarath. Hablas igual que ellos.

—Siempre me adapto a las costumbres locales.

—Aún no me habéis aclarado nada —protestó Zakath.

—La primera era cubre el período desde la creación del hombre hasta el día en que Torak dividió el mundo —explicó Belgarath—. Los comienzos son un pocos vagos, pues nuestro maestro nunca fue muy preciso sobre el momento en que él y sus hermanos crearon el mundo. Supongo que ninguno quiere hablar de ello porque lo hicieron sin la aprobación de su padre. Sin embargo, la fecha de la división de la tierra se conoce con bastante exactitud.

—¿Tú ya existías cuando sucedió, Polgara? —preguntó Sadi con curiosidad.

—No —respondió ella—. Mi hermana y yo nacimos un tiempo después.

—¿Cuánto tiempo?

—Unos dos mil años, ¿verdad, padre?

—Sí, algo así.

—Me dan escalofríos al ver la poca importancia que dais a un siglo más o menos —dijo Sadi estremeciéndose.

—¿Qué te induce a pensar que aprendieron este sistema de construcción antes de la división del mundo? —le preguntó Zakath a Belgarath.

—He leído parte del Libro de las Eras —respondió el anciano—, que documenta bastante bien la historia de los dalasianos. Después de que el mundo se agrietara y el mar separara los continentes, los angaraks huisteis a Mallorea. Los dalasianos sabían que tarde o temprano tendrían que enfrentarse con vosotros y decidieron hacerse pasar por simples campesinos. Por lo tanto, desmantelaron todas sus ciudades, excepto ésta.

—¿Por qué decidieron dejar Kell intacta?

—No había necesidad de derrumbarla, pues sólo les preocupaban los grolims y éstos no pueden venir a Kell.

—Pero sí otros angaraks —señaló Zakath con tono malicioso—. ¿Cómo es que ninguno de ellos informó a los burócratas de la existencia de una ciudad semejante?

—Es probable que los animen a olvidarla —respondió Polgara. El emperador la miró con perplejidad—. No es tan difícil, Zakath. Una simple sugerencia suele bastar para borrar recuerdos. —De repente, una expresión de impaciencia se dibujó en su cara—. ¿Qué es ese murmullo? —preguntó.

—Yo no oigo nada —respondió Seda, asombrado.

—Entonces debes de tener los oídos tapados, Kheldar.

Al atardecer, varias mujeres jóvenes vestidas con finas túnicas blancas trajeron la cena en bandejas con tapa.

—Veo que algunas cosas son iguales en todo el mundo —le dijo Velvet con sarcasmo a una de las jóvenes—. Los hombres se sientan a conversar mientras las mujeres trabajan.

—Oh, a nosotras no nos importa —respondió una de ellas con seriedad—. Servir es un honor.

La joven tenía grandes ojos oscuros y una brillante cabellera castaña.

—Eso es lo peor —dijo Velvet—. Primero nos obligan a hacer el trabajo y luego nos convencen de que nos gusta.

La joven la miró asombrada y rió. Luego echó un vistazo a su alrededor, con expresión culpable y las mejillas teñidas de rubor.

Beldin había cogido una jarra de cristal en cuanto las jóvenes habían entrado. Llenó un vaso y bebió ruidosamente, pero enseguida pareció ahogarse y escupió el líquido púrpura por toda la habitación.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó indignado.

—Zumo de frutas, señor —le aseguró con seriedad la joven morena—. Es muy fresco. Fue exprimido esta misma mañana.

—¿No esperáis a que fermente?

—¿Te refieres a que se ponga malo? Oh, no. Cuando eso ocurre lo tiramos.

—¿Y qué hacéis con la cerveza?

—¿Qué es eso?

—Sabía que había algo malo en este sitio —gruñó el enano mirando a Belgarath.

Polgara, sin embargo, sonreía con evidente satisfacción.

—¿A qué venían todas esas tonterías? —le preguntó Seda a Velvet tras la partida de las jóvenes dalasianas.

—Estaba investigando el terreno —respondió ella con aire enigmático—. Siempre es conveniente abrir vías de comunicación.

—Mujeres —suspiró él alzando los ojos hacia el techo.

Garion y Ce'Nedra, que recordaban haberse dicho las mismas cosas y en el mismo tono al comienzo de su matrimonio, intercambiaron una breve mirada y rieron al unísono.

—¿Qué os causa tanta gracia? —preguntó Seda con desconfianza.

—Nada, Kheldar —respondió Ce'Nedra—. Absolutamente nada.

Aquella noche, Garion durmió mal. El murmullo en sus oídos lo despertaba una y otra vez. Por la mañana, se levantó de mal humor y con los ojos vidriosos.

En la amplia sala circular encontró a Durnik con la cabeza apoyada contra la pared, cerca de la fuente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Garion.

—Intento localizar ese ruido —dijo Durnik—. Tal vez sea algún desperfecto en las cañerías. El agua de esta fuente debe de venir de algún lado y quizá llegue a través de caños colocados bajo el suelo o detrás de las paredes.

—¿Crees que el agua podría producir esa clase de ruido?

—Nunca se sabe qué tipo de ruido puede surgir de una cañería —rió Durnik—. En una ocasión conocí un pueblo abandonado, cuyos habitantes habían huido pensando que el lugar estaba embrujado. Los ruidos que oían venían del tanque municipal de agua.

Sadi entró a la sala, vestido una vez más con su túnica de seda iridiscente.

—Hoy llevas un atuendo muy llamativo —observó Garion, pues durante los últimos meses el eunuco había estado usando calzas, chaqueta y botines sendarios.

—Por alguna razón siento nostalgia de mi tierra —dijo Sadi encogiéndose de hombros. Suspiró—. Creo que podría vivir feliz hasta el resto de mis días sin pisar otra montaña. ¿Qué haces, Durnik? ¿Sigues examinando la construcción?

—No. Intento encontrar el origen del ruido.

—¿De qué ruido?

—Sin duda puedes oírlo.

Sadi inclinó la cabeza hacia un lado.

—Oigo algunos pájaros al otro lado de la ventana —dijo—, y un arroyo cercano, pero nada más.

Garion y Durnik intercambiaron una larga mirada con aire pensativo.

—Ayer Seda tampoco podía oírlo —recordó Durnik.

—¿Por qué no despertamos a todo el mundo? —sugirió Garion.

—No creo que les guste, Garion.

—Se repondrán. Creo que esto podría ser importante.

Mientras los demás entraban en la sala, Garion fue blanco de varias miradas maliciosas.

—¿De qué se trata, Garion? —preguntó Belgarath con exasperación.

—De algo similar a un experimento, abuelo.

—Pues ya podrías hacer experimentos a otra hora.

—Vaya, qué enfadado estás esta mañana —le dijo Ce'Nedra al anciano.

—No he dormido bien.

—Es curioso. Yo he dormido como un niño.

—Durnik —dijo Garion—, ¿quieres ponerte allí, por favor? —Señaló a un extremo de la habitación—. Y tú, Sadi, allí. —Señaló hacia el lado contrario—. Esto sólo nos llevará unos minutos —les dijo a todos—. Os haré un pregunta a cada uno y quiero que os limitéis a responder sí o no.

—¿No crees que te estás comportando de una forma un tanto extraña? —preguntó Belgarath con acritud.

—Pretendo evitar que arruinéis el experimento hablando entre vosotros.

—Parece un principio científico —aprobó Beldin—. Hagámosle caso. Ha despertado mi curiosidad.

Garion fue de persona en persona y les murmuró la misma pregunta al oído:

—¿Puedes oír ese susurro?

Después, según la respuesta obtenida, les rogaba que se unieran a Sadi o a Durnik. El experimento no llevó mucho tiempo y el resultado confirmó las sospechas de Garion. Junto a Durnik estaban Belgarath, Polgara, Beldin y, sorprendentemente, Eriond. En el grupo de Sadi se encontraban Seda, Velvet, Ce'Nedra y Zakath.

—¿Ahora podrías explicarnos el sentido de este galimatías? —preguntó Belgarath.

—Le hice la misma pregunta a todo el mundo, abuelo. La gente que está contigo puede oír el sonido y los demás no.

—¿Cómo no van a oírlo? Me mantuvo despierto toda la noche.

—Tal vez eso explique por qué estás tan estúpido esta mañana —gruñó Beldin—. Buen experimento, Garion. ¿Ahora por qué no se lo explicas a nuestro atontado amigo?

—Es muy simple, abuelo —dijo Garion restándole importancia—, tanto que quizá no te hayas dado cuenta justamente por eso. Los únicos que podemos oír el susurro somos aquellos que tenemos lo que soléis llamar «poderes». Los demás no pueden oírlo.

—Con franqueza, Belgarath —dijo Seda—, yo no oigo nada.

—Y yo lo he estado oyendo desde que avistamos Kell —añadió Durnik.

—¿No es interesante? —le preguntó Beldin a Belgarath—. ¿Hacemos algo al respecto, o quieres volver a la cama?

—No seas ridículo —respondió Belgarath con aire ausente.

—De acuerdo —continuó Beldin—, tenemos un sonido que la gente normal no puede oír, pero nosotros sí. Ahora mismo se me ocurre otro ejemplo similar.

—El sonido que hace alguien al practicar la hechicería —asintió Belgarath.

—Entonces no se trata de un sonido natural —dijo Durnik pensativo, y de repente rió—. Me alegro de que lo hayas averiguado, Garion. Estaba a punto de levantar el suelo.

—¿Para qué? —preguntó Polgara.

—Pensé que el sonido venía de alguna cañería.

—Sin embargo, no se trata del ruido que producen los trucos de hechicería —observó Belgarath—. Ni el sonido ni la impresión son iguales.

Beldin se rascaba la enmarañada barba con aire pensativo.

—¿Qué te parece esta idea? —le dijo Beldin a Belgarath—: Los habitantes de este lugar tienen suficiente poder como para enfrentarse a un solo grolim o a un grupo entero, así que ¿para qué crear una maldición?

—No te entiendo.

—La gran mayoría de los grolims son hechiceros, ¿verdad?, por lo tanto deberían ser capaces de oír este sonido. ¿No es probable que el encantamiento tenga el único fin de mantenerlos a distancia, para que no puedan oír este ruido?

—¿No es una idea un tanto rebuscada, Beldin? —preguntó Zakath con escepticismo.

—En realidad no. Creo que estoy simplificando el problema. No tiene mucho sentido echar una maldición para mantener lejos a gente a quien uno no teme. Todo el mundo pensaba que el objetivo de este encantamiento era proteger la ciudad de Kell, pero eso también es absurdo. ¿No es más lógico pensar que intentan protegerse de algo más importante?

—¿Qué tiene de particular ese sonido para que los dalasianos se preocupen tanto de que nadie lo oiga? —preguntó Velvet perpleja.

—Bien —dijo Beldin—, ¿qué es un sonido?

—Ya empezamos otra vez —suspiró Belgarath.

—No me refiero al sonido en el bosque. Un sonido es sólo un ruido a no ser que tenga algún significado. ¿Cómo llamamos a un sonido con significado?

—Lengua, ¿verdad?

—No entiendo —dijo Ce'Nedra—. ¿Qué dicen los dalasianos para querer mantenerlo en secreto? Además, de todos modos nadie puede comprenderlos.

Beldin abrió los brazos en un gesto de impotencia, mientras Durnik se paseaba por la sala con una mueca de concentración.

—Tal vez la clave no esté en qué dicen, sino en cómo lo hacen.

—Y tú me acusas de ser rebuscado —le dijo Beldin a Belgarath—. ¿Qué quieres decir, Durnik?

—Es sólo una hipótesis —admitió el herrero—. Ese sonido, ruido o como queráis llamarlo, ¿no podría ser una indicación de que alguien está convirtiendo a la gente en sapos? —Se interrumpió—. ¿Podemos hacer eso?

—Sí —respondió Beldin—, pero no vale la pena. Los sapos se reproducen a un ritmo frenético. Prefiero soportar a una persona molesta que a un millón de exasperantes sapos.

—Bien —continuó Durnik—. No se trata del tipo de ruido que produce la práctica de la hechicería.

—Es evidente que no —asintió Belgarath.

—Y creo que Ce'Nedra tiene razón. Nadie puede entender lo que dicen los dalasianos, con la excepción de otros dalasianos. Yo no entiendo ni la mitad de las cosas que dice Cyradis.

—¿Qué otra posibilidad queda? —preguntó Beldin con los ojos brillantes de interés.

—No estoy seguro, pero tengo la impresión de que el «cómo» es más importante que el «qué». —De repente, Durnik pareció avergonzarse—. Estoy hablando demasiado —admitió—. Sin duda los demás tendréis cosas más interesantes que decir al respecto.

—No lo creo —dijo Beldin—. Creo que estás a punto de descubrirlo. No dejes escapar la idea.

Durnik, sudoroso, se cubrió los ojos con una mano e intentó concentrarse. Garion notó que todos observaban expectantes mientras su viejo amigo intentaba elaborar una idea que quizá ningún otro pudiera comprender.

—Los dalasianos intentan proteger algo —continuó el herrero—, y tiene que tratarse de algo muy simple..., al menos para ellos, pero no desean que nadie lo descubra. Ojalá Toth estuviera aquí. Quizás él pudiera explicarlo.

De repente, el herrero abrió mucho los ojos.

—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó Polgara.

—¡No puede ser! —exclamó, súbitamente agitado—. ¡Es imposible!

—¡Durnik! —dijo ella impaciente.

—¿Recuerdas cuando Toth y yo comenzamos a comunicarnos a través de gestos? —Durnik hablaba muy rápido y daba la impresión de que le faltaba el aliento—. Hemos estado trabajando juntos y cuando dos hombres comparten el trabajo, uno acaba por saber lo que hace el otro..., incluso lo que piensa. —Se volvió hacia Seda—. Tú, Garion y Pol usáis el lenguaje de los dedos —dijo.

—Así es.

—Habéis visto los gestos de Toth. ¿Pensáis que vuestro lenguaje secreto podría expresar lo mismo con unos pocos movimientos de las manos, tal como hace él?

Garion conocía la respuesta.

—No —dijo Seda perplejo—. Sería imposible.

—Sin embargo, yo siempre sé exactamente lo que intenta decir —continuó Durnik—. Los gestos no significan nada en absoluto. Sólo los emplea para ofrecerme una explicación racional de lo que está haciendo. —La cara de Durnik se llenó de temor reverente—. Ha estado poniendo las palabras directamente en mi mente, sin necesidad de hablar. Tiene que hacerlo así, porque no puede hablar. ¿Y si ese murmullo que oímos fuera el sonido de las conversaciones de los dalasianos? Tal vez se comuniquen a través de enormes distancias.

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