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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (6 page)

—Más o menos —respondió de forma evasiva el hombre de barba blanca.

—Lo siento —dijo Seda—, no pretendía inmiscuirme en tus asuntos.

—No te preocupes, amigo, se nota que eres un hombre honrado. —Velvet reprimió una risita irónica—. Es sólo una costumbre que he adquirido —continuó el hombre—. No me parece conveniente ir contándole a todo el mundo cuánto oro has encontrado.

—Por supuesto, lo comprendo.

—Cuando bajo a los valles, no suelo traer mucho conmigo. Sólo lo indispensable para comprar lo que necesito. El resto lo tengo escondido en las montañas.

—Entonces ¿por qué dedicas tu vida a buscar oro? —preguntó Durnik—. ¿Qué sentido tiene si después no vas a gastarlo?

—Es una actividad como cualquier otra —dijo el individuo encogiéndose de hombros—, y me sirve de excusa para vivir en lo alto de las montañas. Si no lo hiciera, me sentiría frívolo viviendo allí. —Volvió a sonreír—. Además, encontrar una veta de oro en el lecho de un río puede resultar muy emocionante. Algunos dicen que es más divertido encontrarlo que gastarlo, y el oro es un metal agradable a la vista.

—Desde luego —asintió Seda con vehemencia.

El viejo buscador de oro miró a la loba y luego a Belgarath.

—Por la forma en que actúa la loba, veo que eres el jefe del grupo —dijo.

Belgarath lo miró con asombro.

—Ha aprendido el lenguaje de los lobos —explicó Garion.

—¡Qué extraordinario! —dijo Belgarath, sin saber que repetía las palabras de la loba.

—Pensaba dar unos consejos a estos dos jóvenes, pero tal vez seas tú quién deba escucharlos.

—Puedo asegurarte que lo haré.

—Los dalasianos son un pueblo extraño, amigo, y tienen curiosas supersticiones. Decir que consideran sagrado a este bosque sería exagerar, pero lo cierto es que le tienen un gran aprecio. No os aconsejo que cortéis ningún árbol, y pase lo que pase, no matéis a ninguna persona o animal en su interior. —Señaló a la loba—. Ella ya lo sabe, y quizás hayáis notado que no caza en este lugar. Los dalasianos no quieren que nadie profane este bosque con sangre, y yo, en vuestro lugar, respetaría sus deseos. Es un pueblo bastante amistoso, pero si ofendéis sus creencias, pueden complicaros la vida.

—Te agradezco la información —dijo Belgarath.

—No hace daño a nadie compartir las cosas que uno ha descubierto —dijo el anciano y luego miró hacia el camino—. Bueno, aquí nos separamos, pues ése es el sendero que conduce a Balasa. Ha sido un placer hablar con vosotros. —Saludó a Polgara quitándose el tosco sombrero y luego miró a la loba—. Que te vaya bien, madre —dijo mientras clavaba los talones en los flancos del poni.

El animal apresuró el paso y giró hacia el camino de Balasa. Poco después desapareció de la vista.

—¡Qué anciano encantador! —exclamó Ce'Nedra.

—Y útil —añadió Polgara—. Será mejor que te pongas en contacto con el tío Beldin, padre. Dile que se olvide de los conejos y de las palomas mientras estemos en este bosque.

—Lo había olvidado —dijo él—. Me ocuparé de eso enseguida.

Luego alzó la cara y cerró los ojos.

—¿Es verdad que ese viejo puede hablar con los lobos? —le preguntó Seda a Garion.

—Conoce su lengua —respondió Garion—. No la habla muy bien, pero la conoce.

—Estoy segura de que la entiende mejor de lo que la habla —dijo la loba.

Garion la miró, asombrado de que hubiera comprendido su conversación.

—No es difícil aprender la lengua de los humanos —dijo ella—. Como bien dijo el humano con la piel blanca en la cara, si escuchas con atención, puedes aprender con rapidez. Sin embargo, nunca intentaría hablar vuestro lenguaje —añadió con voz crítica—, pues creo que me arriesgaría a morderme la lengua.

Una idea súbita asaltó a Garion e inmediatamente supo que estaba en lo cierto.

—Abuelo —dijo.

—Ahora no, Garion, estoy ocupado.

—Esperaré.

—¿Es algo importante?

—Creo que sí.

—¿De qué se trata? —preguntó Belgarath con curiosidad.

—¿Recuerdas la conversación que tuvimos en Tol Honeth la mañana de la nevada?

—Creo que sí.

—Hablábamos de que todo lo que ocurría parecía haber sucedido antes.

—Sí, ahora lo recuerdo.

—Entonces tú dijiste que cuando las dos profecías se separaron, las cosas se detuvieron y que no habría futuro a menos que volvieran a unirse. Luego añadiste que, hasta tanto llegara ese momento, tendríamos que vivir las mismas circunstancias una y otra vez.

—¿De verdad dije eso? —El anciano parecía complacido—. Es una idea bastante profunda, ¿no crees?, pero ¿por qué lo mencionas ahora?

—Porque creo que acaba de suceder otra vez. —Garion se volvió hacia Seda— ¿Recuerdas el viejo buscador de oro que encontramos en Gar og Nadrak cuando los tres nos dirigíamos a Cthol Mishrak?

Seda asintió con un gesto dubitativo.

—¿No era muy parecido al anciano con el que acabamos de hablar?

—Ahora que lo dices... —Seda entrecerró los ojos—. De acuerdo, Belgarath, ¿qué significa eso?

Belgarath alzó la vista hacia las tupidas ramas que se extendían sobre sus cabezas.

—Dejadme pensar un momento —dijo—. Es verdad que hay ciertas similitudes —admitió—. Los dos hombres se parecen y ambos nos advirtieron algo. Creo que debería llamar a Beldin. Esto podría ser importante.

Quince minutos más tarde, el halcón de franjas azules descendió del cielo y se transformó en el deforme hechicero.

—¿Por qué estás tan nervioso? —preguntó molesto.

—Acabamos de encontrarnos con alguien —respondió Belgarath.

—Enhorabuena.

—Creo que podría tratarse de algo serio, Beldin —dijo Belgarath y se apresuró a explicarle la teoría de los hechos que se repetían.

—Es una idea un tanto rudimentaria —gruñó Beldin—, pero eso no me sorprende, pues tus hipótesis siempre lo son. —Hizo una mueca de concentración— Sin embargo, es probable que estés en lo cierto... al menos hasta el momento.

—Gracias —dijo Belgarath con sequedad y luego procedió a relatarle el encuentro de Gar og Nadrak y el que acababa de suceder—. Las similitudes son sorprendentes, ¿no crees?

—¿No serán coincidencias?

—Restar importancia a los hechos, tomándolos como simples coincidencias, es el mejor medio que conozco de meterse en problemas.

—De acuerdo. Consideremos la posibilidad de que no se trate de coincidencias. —El enano se sentó sobre el suelo polvoriento con la cara contorsionada en una mueca de concentración—. Pensemos por un momento que estas repeticiones se producen en momentos significativos dentro del curso de los acontecimientos.

—¿Como hitos en el camino? —sugirió Durnik.

—Exacto, yo no podría haber hallado una expresión más exacta. Supongamos que estos hitos nos indican que está a punto de suceder un acontecimiento realmente importante, que actúan como advertencias.

—Demasiadas ideas y suposiciones —dijo Seda con escepticismo—. Creo que habéis entrado en un terreno puramente especulativo.

—Eres un hombre valiente, Kheldar —dijo Beldin con sarcasmo—. Alguien podría estar intentando avisarte de una catástrofe potencial, pero tú prefieres pasar por alto la advertencia. Para eso hay que ser muy valiente o muy estúpido. Por supuesto, al elegir la primera palabra en lugar de la segunda, te he concedido el beneficio de la duda.

—Un tanto a su favor —murmuró Velvet, y Seda se ruborizó ligeramente.

—Pero ¿cómo podemos saber lo que va a suceder? —objetó.

—No podemos —dijo Belgarath—, pero las circunstancias exigen que nos mantengamos alerta. Ya hemos recibido el aviso, el resto depende de nosotros.

Aquella noche, cuando acamparon para descansar, tomaron precauciones especiales. Polgara se apresuró a preparar la cena y apagaron el fuego en cuanto acabaron de comer. Garion y Seda se ocuparon del primer turno de guardia, escudriñando la oscuridad desde lo alto de un montecillo.

—Detesto esta situación —murmuró Seda.

—¿A qué te refieres?

—A esto de creer que va a suceder algo y no saber de qué se trata. Ojalá esos dos viejos se guardaran sus especulaciones para sí.

—¿De verdad prefieres las sorpresas?

—Es mejor que vivir con esta sensación de peligro. Mis nervios ya no son los de antes.

—A veces eres demasiado impresionable. Piensa en toda la diversión que obtienes por anticipado.

—Me decepcionas mucho, Garion. Creí que eras un chico agradable y sensato.

—¿Qué he dicho? .

—Has hablado de divertirse por anticipado. Más bien se trata de «preocuparse» de antemano, y la preocupación no es buena para nadie.

—Es sólo una forma de prepararnos por si sucede algo.

—Yo siempre estoy preparado, Garion. Así es como he conseguido vivir tanto tiempo. Sin embargo, ahora mismo estoy tan tenso como una cuerda de laúd.

—Intenta no pensar en ello.

—Por supuesto —respondió Seda con sarcasmo—. Pero entonces ¿no perdería sentido la advertencia? ¿No se supone que debemos pensar en ello?

El sol aún no había salido cuando Sadi regresó al campamento y fue de tienda en tienda, murmurando una advertencia:

—Se acerca alguien —dijo tras arañar la lona de la tienda de Garion.

Garion salió de entre las mantas y buscó instintivamente la espada, pero enseguida se detuvo. El buscador de oro les había advertido que no derramaran sangre en el bosque. ¿Sería aquél el acontecimiento que habían estado esperando? ¿Debían obedecer la prohibición o responder a una necesidad más importante, tomando las medidas necesarias? Sin embargo, no había tiempo para vacilaciones, y Garion salió de la tienda con la espada en la mano.

La luz tenía el característico tono acerado que irradia el descolorido cielo que precede al amanecer. No proyectaba sombras, y debajo de las ramas extendidas de los robles no había oscuridad, sino una luz más pálida. Garion se movía de prisa, y sus pies esquivaban mecánicamente las ramas caídas que cubrían el suelo del bosque.

Zakath estaba en lo alto del montecillo con la espada en la mano.

—¿Dónde están? —preguntó Garion en una voz que más que un murmullo era apenas un soplo.

—Vienen desde el sur —susurró Zakath.

—¿Cuántos son?

—Es difícil calcularlo.

—¿Intentan sorprendernos?

—No lo parece. Es probable que se hayan escondido entre los árboles, pero daba la impresión de que venían andando tranquilamente por el bosque.

Garion escudriñó la creciente claridad y los vio. Todos estaban vestidos con túnicas o guardapolvos blancos y no intentaban disimular su presencia. Sus movimientos eran estudiados y parecían plácidos, serenos. Avanzaban en fila, separados unos de otros por una distancia de unos diez metros. Aquella procesión tenía un aire perturbadoramente familiar.

—Sólo les faltan las antorchas —dijo Seda detrás de Garion, sin esforzarse por bajar la voz.

—¡Calla! —ordenó Zakath en un susurro.

—¿Por qué? Ya saben que estamos aquí —respondió Seda con una risita irónica—. ¿Recuerdas aquella ocasión en la isla de Verkat? Tú y yo nos arrastramos sobre la hierba húmeda durante media hora, persiguiendo a Vard y a su gente, y estoy seguro de que sabían que estábamos allí. Si nos hubiésemos limitado a caminar detrás de ellos, nos habríamos ahorrado muchas molestias.

—¿De qué hablas, Kheldar? —preguntó Zakath con un murmullo ronco.

—Esta es otra de las repeticiones de Belgarath —dijo el hombrecillo encogiéndose de hombros—. Garion y yo ya hemos vivido esta situación antes. —Suspiró con tristeza—. La vida se volverá muy aburrida si nunca sucede nada nuevo. —Luego alzó la voz—: ¡Estamos aquí! —les gritó a las figuras vestidas de blanco.

—¿Te has vuelto loco? —exclamó Zakath.

—No lo creo, aunque los locos nunca son conscientes de su estado, ¿verdad? Esos hombres son dalasianos, y por lo que sé, ningún dalasiano ha hecho daño a nadie desde el comienzo de los tiempos.

El jefe del extraño grupo se detuvo al pie del montecillo y se quitó la capucha de la túnica blanca.

—Os esperábamos —anunció—. La sagrada vidente nos ha enviado para que os llevemos a Kell sanos y salvos.

Capítulo 4

Aquella mañana el rey Kheva de Drasnia estaba de mal humor. Su estado de ánimo obedecía a una especie de dilema moral, pues la noche anterior había oído una conversación entre su madre y un emisario del rey Anheg de Cherek, y para discutir sobre lo que había escuchado ahora debía confesar su indiscreción o esperar que ella sacara el tema. Sin embargo, como la segunda posibilidad parecía improbable, Kheva se encontraba en un callejón sin salida.

En honor a la verdad, el rey Kheva no solía inmiscuirse en los asuntos privados de su madre, y era básicamente un buen chico, pero también era drasniano. Los drasnianos tenían una característica que, a falta de un término mejor, podría definirse como curiosidad. Todo el mundo siente cierto grado de curiosidad en alguna ocasión pero en los drasnianos esta cualidad era casi una fuerza compulsiva. Muchos sostenían que esa curiosidad innata era lo que había convertido al arte de espiar en la industria nacional de Drasnia, mientras otros afirmaban, con igual convicción, que varías generaciones de espías habían conseguido aguzar la innata curiosidad drasniana, pero el debate sobre este tema era similar —e idénticamente absurdo— a la discusión sobre si existió primero el huevo o la gallina. Desde su más tierna infancia, Kheva había seguido disimuladamente los pasos de uno de los espías de la corte y así había descubierto un armario en el muro este de la sala de su madre. De vez en cuando, el joven se ocultaba en aquel armario para mantenerse informado sobre los asuntos de Estado o cualquier otro tema de interés. Después de todo, él era el rey, y tenía derecho a aquella información. Solía autojustificarse con la teoría de que al espiar evitaba a su madre el trabajo de comunicarle todos aquellos datos. Kheva era un joven muy considerado.

La conversación en cuestión se refería a la misteriosa desaparición del conde de Trellheim, de su barco La Gaviota y de varios individuos más, incluyendo a su hijo Unrak.

En ciertos círculos, Barak, el conde de Trellheim, no era considerado un hombre de fiar, pero la reputación de sus compañeros era aún peor. Los reyes alorns estaban inquietos por la catástrofe potencial que podían significar Barak y sus secuaces errando por mares ignotos.

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