Maestra del Alma (Spanish Edition) (2 page)

            
 
2. El Príncipe Mental

 

Alina comenzó a preocuparse cada vez más por su sanidad a medida que avanzaban por las pequeñas callejuelas entre las casas y comercios construidos con la misma piedra blanca que la muralla. Tenía que admitir que era una ciudad pintoresca y limpia aunque nunca hubiese visto nada similar. Gael, como había dicho Mayra que se llamaba esta ciudad, parecía estar estancada en una época medieval o algo parecido. Alina no era muy buena en Historia como para identificarlo.

Había escuchado hablar de festivales donde las personas pretendían vivir en la edad media durante unos días y se comportaban como caballeros y damas de antaño. Quizás había ido a parar cerca de alguno y realmente esperaba que fuese así, dado que la alternativa era mucho más preocupante que un grupo de personas viviendo en lo que creían ser tiempo mejores durante un par de días.

A lo lejos, detrás de las casas y comercios de dos o tres pisos, apareció una enorme estructura rectangular. Era el edificio más grande y esplendoroso de la ciudad blanca, hecho de mármol gris y madera clara, rodeado de un elegante y cuidado jardín lleno de flores. Cuando llegaron a las puertas de la gran reja que protegía el jardín, se comenzó a formar un cortejo de guardias hasta la puerta principal, cosa que, al parecer, no agradaba mucho a Mayra, quien dejó escapar un sonido de exasperación ante la pompa. Las enormes puertas se abrieron con un chirrido cuando estuvieron enfrentados a la escalera del edificio y dos figuras vestidas de gris se dejaron ver.

Una de ellas era una mujer, no muy imponente ni bella, pequeña y flaca, de cabellos oscuros que con una sonrisa cálida en el rostro, tomaba del brazo a la figura que dominaba toda la escena. Era un hombre que erguido miraba a los recién llegados expectante y cuyo aire extraño hacía sentir incómoda a Alina. Los jinetes desmontaron de sus caballos y dos de los guardias procedieron a tomarlos y conducirlos fuera del camino principal hacia los establos. La compañía comenzó a subir lentamente los escalones, los ojos de Alina fijos en la figura al lado de la mujer intentando descubrir lo que la desconcertaba de ese personaje. Al avanzar, el corazón de la chica comenzó a latir más fuerte cuando pudo distinguir las facciones del hombre. Más que un hombre parecía una estatua de plata y marfil. Su tez era blanca e inmaculada, su cabello, largo hasta la cintura, consistía de finas hebras plateadas, pero lo más inquietante eran los ojos. Todo su iris consistía en un pequeño espejo y al mirarlos uno se veía a sí mismo.

A Alina siempre le había gustado mirar los ojos de las personas. El dicho 
Los ojos son ventanas al alma 
era uno de los pocos que verdaderamente consideraba en serio, pero al mirar a la figura plateada que tenía frente a ella no podía distinguir absolutamente nada en su interior. Era como mirar los ojos de un muñeco y la sensación le revolvió el estómago.

—Príncipe Mental, ¡sabes que odio llamar la atención de esta manera! ¡Diles a tus guardias que dejen de comportarse como si viniese el comité de los eleutherianos cada vez que llego! —reprochó Mayra suavemente.

—Mayra debo admitir que eso fue mi culpa. Había que darle la bienvenida a nuestra invitada después de todo —sonrió la mujer mirando a Alina.

—Veo que todo ha ido sin problemas —comentó el hombre mirando rígidamente a Alina—. Yo soy el Príncipe Mental, gobernante de todos los gaeleanos de Babia —dijo como si alguna de sus palabras fuesen a tener sentido para Alina—. Y esta es mi esposa Lauria.

—¡Mayra! ¡Mayra! ¡Mayra! —se sintió que gritaba una vocecita desde adentro del palacio.

Como un rayo una niña de diez años vestida con volados y moños se lanzó hacia Mayra como si no la hubiese visto en una eternidad, abrazándola por el cuello. Seguidamente un niño de doce apareció también del interior del palacio con paso calmo, un libro bajo el brazo, y mueca de disculpas que dirigía a su madre.

—Intenté detenerla, ¡pero es escurridiza! —dijo implorante el chico ante la mirada de reproche de quién seguramente era su madre.

—Marina, ¿qué te de dicho sobre tu comportamiento? ¿Especialmente con Mayra? —rezongó la madre olvidándose de todo protocolo real, si es que existía alguno.

—Está bien Lauria —respondió Mayra acariciando la cabeza de la niña.

—¿Es ella la chica que fueron a buscar? —preguntó la niña aun colgada de Mayra mirando a Alina con una mirada traviesa.

—¿Podemos por favor entrar? Estoy cansado de estar aquí parado —comentó Elio desganado.

Todos siguieron al príncipe Mental hacia el interior del gran edificio, aún más elegante y detallado que el exterior, con escaleras de mármol y tallados en madera y plata por doquier. No tuvo mucho tiempo para contemplarlo pues un anciano de barba blanca hasta la cintura bajaba renqueando por una de las escaleras de mármol rápidamente con la mirada fija en ella.

—Mi nombre es Misael, soy el encargado de responder a todas tus preguntas —dijo simplemente mientras la analizaba con escrutinio.

Genial, 
pensó, 
solo faltaba Dumbledore.

—¿Dónde demonios estoy y quienes son ustedes? —contesto ella sin dar vueltas.

—No te preocupes que no es tan serio como parece —dijo Joy dándole una palmadita en su espalda.

—No me importa si es estricto, aburrido, amargado o si se viste de mujer en sus horas libres. Solo quiero respuestas.

A su lado, Alina vio que Mayra se estaba sacando la capa que cubría toda su figura y por fin pudo ver sus rasgos. Era una chica de pelo castaño un poco más baja que ella, de ojos color miel pero de una profundidad y penetración que no parecían humanos. Debajo de la capa llevaba una simple solera blanca y al caminar, con pies descalzos, era como si lo estuviese haciendo sobre agua. Emanaba un brillo especial, aún más que el Príncipe Mental, que no solo iluminaba la habitación sino también el corazón. La vio dirigirse hacia Lauria devolviéndole la capa prestada y agradeciéndole con su voz melodiosa. Intentando desviar la mirada, Alina se dio cuenta que no podía, estaba hipnotizada.

En seguida sintió las carcajadas de Elio que la miraba entretenido. Emir se acercó a ella y la sacudió nerviosamente ante la mirada de todos los presentes.

—No te preocupes, uno se acostumbra —dijo cuando pudo romper el trance— Misael se encargará de explicarte todo.

Mayra, entendiendo lo que había sucedido bajó la mirada aún con vergüenza, haciendo sentir a Alina un poco culpable por observarla.

—Espera a verla enojada, es completamente lo opuesto —agregó Elio con una risita ahogada—. Es por eso que es preferible que use una capa cuando sale fuera del palacio, dejaría en trance a medio pueblo de lo contrario.

—¿Dónde diablos estoy? —fue lo único que salió de los labios de Alina, repitiendo una vez más la misma pregunta que había hecho desde el principio.

—Será mejor que te acompañen a tu habitación necesitas descansar –propuso Joy buscando con la mirada a algún sirviente.

—¡NO! ¡QUIERO QUE ME EXPLIQUEN DÓNDE ESTOY Y QUIENES SON USTEDES! —gritó Alina sin controlarse sintiendo su cara enrojecer del enojo— ESTOY CANSADA DE ESPERAR Y DE SEGUIR LA CORRIENTE, ¡LO EXIJO!

Todos la observaron sorprendidos por su ataque de ira y se miraron entre ellos buscando que alguno dijese algo. Misael fue quién tomó la iniciativa, acercándose Alina.

—Que temperamento que tiene la nueva.... —susurro Elio a Emir.

—Tranquila muchacha, acompáñame y comenzaré a explicarte todo. Pero no alcanzará con unas pocas horas.

Alina ignoró a todos excepto al anciano, y mirándolo fríamente y sin decir una palabra logró que la dirigiesen por uno de los largos pasillos del palacio hacia un pequeño salón.

—Bueno niña, presta atención. Te encuentras en un lugar a mitad de camino entre la realidad de tu mundo y la imaginación de quienes lo habitan —comenzó el anciano yendo directamente al grano del asunto.

—¿Eh? —fue el único sonido que salió de su boca.

3. Los dos mundos

 

Alina consideraba dos posibilidades, o mientras dormía había tenido un derrame cerebral y ahora se encontraba en coma, o estaba atada en un chaleco de fuerza sentada en una habitación acolchonada y babeando. Sí, eso era viable, se había vuelto loca de tanto soñar despierta. Era la única explicación racional, la que le había dado Misael era completamente inverosímil para ser real.

—El mundo donde ahora te encuentras se llama Babia y se supone que fue creado por un poder innato de las personas de tu mundo. Un lugar donde convergen todos los pensamientos, emociones y deseos de cada uno. Un lugar creado por el inconsciente colectivo de las personas de la Tierra —explicó Misael sentado frente a ella en un gran escritorio de madera maciza.

—Ok... —respondió Alina no muy convencida mirando hacia la puerta buscando una vía de escape— ¿Y cómo es que estoy aquí en este mundo imaginario?

—Aunque la conexión entre los dos mundos es algo descubierto bastante recientemente, existen registros de personas que han viajado a través de ellos por error. Todavía es un secreto compartido por un selecto grupo de personas y esfuerzos para poder viajar de forma controlada se están llevando acabo. Joy es el encargado de esas pruebas, no lo parece pero es un genio y tiene un poder especial ideal para esta investigación.

—Yo soy una de esas personas que llegó a aquí por error –tanteó Alina desconfiadamente.

—Sí, seguramente has escuchado leyendas sobre lugares o ciudades que personas dicen haber visto para luego desaparecer. Aquí empezamos estudiando estas historias y contactando a personas que decían venir de otros mundos o haberlos visto.

—Si es un mundo hecho de la imaginación de las personas en la tierra, ¿dónde están las naves espaciales y los extraterrestres?

—No sabría responderte, solo sabemos que hay una conexión entre este mundo y el tuyo y que usualmente acontecimientos o emociones que pasan a gran escala en uno de los mundos, afecta al otro. Hay una teoría que dice que este mundo es uno de muchos más. Incluso el primer Príncipe Mental, que introdujo cómo controlar el poder, se dice que era de otro mundo.

—¿Poderes? ¿Eso es la magia que mostró Elio para lograr que viniese con ellos?

—Algo así, no es exactamente llamado magia sino poder, y existen muchísimas ramas de estudio para lograr manejar algún aspecto de él. Para llegar a dominarlo se necesitan años de estudio pues existen ciertos límites, o más propiamente dicho, reglas. Todo tiene un límite aunque siempre estamos encontrando nuevos poderes y formas más eficientes de invocarlos. Hay pequeñas cosas a veces son instintivas pero su tipo depende de la persona y la afinidad que tenga con el poder.

—Entonces, ¿puede Joy, el experto en viajes ente mundos, llevarme de vuelta a casa? —preguntó aun sin creer una palabra de lo que le decía el anciano y comenzando a aburrirse.

—Alina, no creo que pueda ayudarte –respondió el viejo negando con su cabeza haciendo que su barba ondulara.

—Si llegué a aquí seguramente pueda volver.

—Por qué no descansas un poco hoy y mañana nos volvemos a juntar. Todavía hay mucho más que no sabes.

—Honestamente no me importa, hablaré con Joy para que me saque de aquí —respondió sin preocuparse de ser educada y salió por la puerta sin decir ni "adiós".

Aunque solo había tenido tiempo para explicarle qué era Babia a grandes rasgos, todavía tenía muchas preguntas. Alina había decidido seguir la corriente con lo que estaba sucediendo hasta que despertase de su trance o continuase dentro de su propia locura. No había mucho por hacer, mañana buscaría a Joy y le exigiría que la llevase de vuelta.

Luego de la clase con Misael, una de las mucamas la acompañó a su habitación donde se sentó pensativa durante algunos minutos. No pasó mucho tiempo antes de que sintiese unos tímidos golpes en la gran puerta de madera. Lo único que quería era que la dejaran tranquila mientras evaluaba su situación, consideró ignorar los golpes en la puerta pero decidió finalmente optar por no ser enteramente descortés.

—Adelante —dijo con su voz delatando el fastidio.

Mayra apareció por la puerta, cabizbaja pero radiante, tanto que Alina tuvo que desviar un poco la mirada. La chica parecía un poco incómoda y el silencio reinó por unos minutos en la habitación, hasta que Mayra se atrevió a hablar.

—¿Cómo te encuentras? –preguntó la chica refregando sus manos de forma nerviosa.

—Como Alicia en el País de las Maravillas —dijo simplemente sin disimular su frustración e intentando no mirar a Mayra para no deslumbrarse.

—Es mucho para aceptar, pero prometo que no te estás volviendo loca —respondió con una pequeña sonrisa—. Ten paciencia, es todo muy largo de explicar.

—Estoy agotada y me agota más pensar en respuestas que no tengo.

—Me imaginé. La princesa Lauria estaba organizando un baile en honor a tu llegada pero logré disuadirla para que lo suspendiese. Es una buena mujer pero a veces puede dejarse llevar por la ostentosidad.

—Gracias —respondió Alina sinceramente.

—Nos traerán la cena aquí, no deberías estar sola y dejar que tu mente vuele. Emir y Elio nos acompañarán. —explicó Mayra—. A menos que realmente quieras estar sola —agregó a último momento como temiendo haber cometido una equivocación.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió sin previo aviso dando paso a Elio y Emir para entrar en la habitación.

—¡¿Cuándo vas a aprender a tocar la puerta, Elio?! —reprochó Mayra.

—Lo mismo le digo yo —consintió Emir mirando fastidiado a Elio que sin un gramo de vergüenza se sentó a los pies de la cama de Alina haciendo caso omiso a los reproches.

—Mucho más rápido de esta forma —fue su única explicación antes de caer de espaldas en el colchón como si estuviese agotado. —¿Y la cena?

—Debería de estar por llegar —dijo Mayra.

Como llamando al destino, alguien tocó la puerta y ante las exclamaciones de Emir y Elio para que pasasen, varias mucamas trajeron un carrito con bandejas y dos mayordomos armaron una mesita ratona con rapidez. En cuestión de segundos todo estaba dispuesto y con reverencias salieron del cuarto. Los dos chicos y Mayra se dispusieron en seguida en torno a la mesa como si fuese su propio comedor, sentados en el piso o tomando sin permiso almohadones de la cama para recostarse en ellos.

Sin proponérselo Alina se encontró realizando lo mismo, no se había dado cuenta del hambre que tenía y las bandejas olían delicioso. Había carne asada con vegetales saltados, puré de patatas, salsas varias para condimentar y tartas rellenas. Los chicos y Mayra, cuya timidez había sido dejada de lado para acapararse las mejores porciones antes que cualquiera de los chicos, se sirvieron en platos de porcelana. Era el caos.

Emir, habiendo notado la vacilación de Alina, le dijo:

—Si no te apuras te quedas sin comida, estos dos compiten en glotonería —sin esperar respuesta comenzó a servirle un poco de todo en el plato.

En solo breves minutos, habían terminado. La comida estaba deliciosa aunque Alina no había reconocido algunos vegetales y, sorprendiéndose a sí misma, se encontró riendo junto con el resto y conversando sobre temas banales distrayéndose de todo lo que ocupaba su cabeza. Les agradeció para sus adentros, puesto que claramente ese había sido el objetivo de sus tres acompañantes.

 

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