Misterio en la villa incendiada (18 page)

Precipitándose a otro arbusto no muy lejano, «Buster» empezó a escarbar violentamente debajo del mismo. A poco desenterró el otro zapato y fue a dejarlo a los pies de Fatty. Los chicos lo recogieron para examinarlo.

—¡Bien! —exclamó Fatty—. Esto es muy raro. Me figuro que, después de enterarse de que Bets había seguido las huellas, el viejo Hiccup se puso nervioso y agitado y salió a enterrar los zapatos por si acaso la policía los encontraba en su casa o reparaba en que los llevaba puestos. Y el fiel «Buster» los ha husmeado. ¡Qué perro más inteligente, bueno y portentoso! Mañana tendrás un gran hueso, «Buster», ¡un magnífico hueso!

—Y ahora, ¿qué os parece que hagamos? —inquirió Larry, retrocediendo al sendero—. Es inútil contárselo a la policía. Como nos tienen en mal concepto, no querrán escucharnos. Tampoco podemos decírselo a nuestros padres. Nuestra situación es bastante apurada.

—Propongo que nos sentemos a la orilla del río para discutir el asunto —profirió Pip—. Vamos. «Tenemos que tomar una decisión. Las cosas se están poniendo muy serias.»

CAPÍTULO XVIII
UN AMIGO INESPERADO

Los niños recorrieron el sendero que conducía al río e instaláronse en un rincón guarecido de la orilla. «Buster» gruñó un poco, pero al fin accedió a sentarse con ellos.

—¿Por qué gruñes, «Buster»? —preguntó Bets—. ¿No quieres sentarte?

Tras un nuevo gruñido, «Buster» se calló. Los muchachos procedieron a cambiar impresiones.

—Es curioso —comentó Pip—: hemos encontrado al hombre que incendió la villa: conocemos todos los hechos: sabemos cómo subió al tren de Londres; sabemos que las suelas de sus zapatos corresponden a las de las huellas; sabemos que, inducido por el miedo, escondió dichos zapatos, descubiertos por nosotros; y sabemos a qué obedecía la presencia de todos los demás sospechosos en el jardín aquella noche. Lo sabemos todo y, no obstante, no podemos hacer nada porque, a buen seguro, el señor Goon se atribuiría el mérito de haberlo descubierto todo.

—Sí, no vale la pena decírselo a la policía —convino Fatty lúgubremente—, ni tampoco a nuestros padres, porque inmediatamente telefonearían al señor Goon. ¿No os parece desesperante pensar que, después de desentrañar el misterio y descubrirlo todo absolutamente, no podemos conseguir que el malhechor reciba su castigo? ¡Ese horrible señor Hick! Debería ser castigado. ¿Queréis cosa más fea que intentar endosar la culpa al pobre Peeks al comprender que nosotros sabíamos demasiado?

—Efectivamente —convinieron todos.

—Lo curioso es la forma en que se delató mencionando aquellos aeroplanos —comentó Larry—. Opino que Fatty demostró mucha agudeza por el hecho de captarlo.

—Muchísima —corroboró Daisy calurosamente entre el general asentimiento.

—Ya os dije en cierta ocasión —aventuró Fatty esponjándose inmediatamente— que tengo mucho «talento». Por ejemplo, en el colegio...

—Basta ya, Fatty —atajáronle sus compañeros, todos a una.

Fatty obedeció, satisfecho de que, a pesar de todo, los demás le admirasen por descubrir aquella vaga y curiosa pista.

Por espacio de un buen rato, los chicos siguieron hablando de la villa incendiada, de los sospechosos y de las pistas, hasta que por fin «Buster» gruñó con tal furia e intensidad que todos se quedaron sorprendidos y desconcertados.

—¿Qué le pasa a «Buster»? —profirió Bets—. ¿No tendrá dolor de tripas o algo parecido?

Apenas la chiquilla hubo pronunciado estas palabras apareció una carota redonda por encima del margen que bordeaba la orilla. Era un rostro afable, realzado por unos ojos grandes e inteligentes que centelleaban al mirar.

—¡Oh! —exclamaron todos, alarmados.

—Perdonadme —se disculpó el desconocido—. Temo haberos asustado. Pero veréis lo que ha pasado. Yo me hallaba ahí sentado, bajo el margen, pescando en mi rincón favorito. Como es de suponer, permanecí inmóvil, para no asustar a los peces, y, claro está, sin querer he oído todo lo que decíais. Si me lo permitís os diré que me ha parecido muy interesante, «interesantísimo».

«Buster» ladraba tan fuerte, que los chicos apenas oyeron lo que les decía el desconocido. Por fin éste trepó al margen donde estaban instalados. Era un individuo alto y corpulento, con traje de «tweed» y unos enormes zapatos pardos.

El hombre se sentó a su lado, y sacándose del bolsillo una barra de chocolate la repartió entre los niños, captándose al punto su simpatía.

—¿Ha oído usted todo lo que decíamos? —inquirió Bets—. En realidad es un secreto, ¿sabe usted? Somos los «Cinco Pesquisidores».

—¿Los Perseguidores? —masculló el hombre, desconcertado.

Todos se rieron.

—No —repuso Daisy—. Los Pesquisidores. Nos dedicamos a averiguar cosas.

—¡Ah, ya comprendo! —exclamó el hombretón, encendiendo una pipa.

Al presente, «Buster» mostrábase tan adicto a él, que incluso le lamía la mano. El desconocido lo acarició.

—¿Quién es usted? —inquirió Bets—. Es la primera vez que le veo.

—Bien, si os importa lo que voy a deciros, os diré que yo también soy una especie de detective —declaró el hombre—. Mi tarea consiste asimismo en desentrañar misterios. Resulta algo interesantísimo... estoy seguro de que estáis de acuerdo conmigo, ¿verdad?

—¡Absolutamente de acuerdo! —exclamaron a una.

—A juzgar por lo que habéis dicho, colijo que en la actualidad os halláis en un apuro. Habéis aclarado el misterio, pero no podéis dar a conocer vuestro descubrimiento, ¿no es eso?

—Exactamente —respondió Larry—. Verá usted: el señor Goon, el policía de este pueblo, nos profesa una gran antipatía y ha ido a quejarse a nuestros padres de ciertas acciones nuestras. Bien... Reconozco que algunas de ellas fueron realmente detestables, pero las hicimos con buen fin. Nos proponíamos averiguar quién incendió la villa del señor Hick.

—Y ahora que lo habéis descubierto, tenéis que guardar silencio, ¿eh? —murmuró el hombre, despidiendo una bocanada de humo—. ¡Qué contratiempo para vosotros! Contadme más detalles. Como os he dicho, yo también soy una especie de Pesquisidor, a mi manera, y por tanto me encanta, igual que a vosotros, descubrir un misterio de esa envergadura.

Los muchachos miraron al robusto hombretón que, a su vez, les observaba con ojos centelleantes, sin cesar de acariciar a «Buster» con su manaza.

—Opino que podríamos contárselo todo, ¿no os parece? —inquirió Larry, consultando a sus compañeros con la mirada.

Todos asintieron. Había algo en el corpulento pescador que les inspiraba confianza y seguridad de que sus secretos no serían traicionados.

Así pues, Larry, con varias interrupciones por parte de Daisy, Fatty y Pip, refirió toda la historia del incendio y de sus descubrimientos. El hombretón escuchábale atentamente formulando alguna que otra pregunta y asintiendo en silencio de cuando en cuando.

—Eres un chico listo —dijo a Fatty cuando Larry relató el episodio en que el señor Hick habíase traicionado a sí mismo, diciendo haber visto los siete «Tempests» la tarde del incendio.

Fatty se sonrojó de satisfacción en tanto Bets oprimíale la mano cariñosamente.

Por último, la historia llegó a su fin. Entonces el hombre, vaciando su pipa, murmuró, mirándoles con expresión radiante:

—Se trata, en efecto, de una excelente faena. Mi felicitación más sincera a los Cinco Pesquisidores... y el perro. Es más, creo que puedo ayudaros un poco.

—¿Cómo? —interrogó Larry.

—Bien, en primer lugar creo que debemos buscar de nuevo a ese vagabundo —propuso el hombretón—. Por lo que os dije es probable que él también viese al señor Hick en el jardín escondido en la zanja del seto, lo cual constituiría una valiosa prueba. Otra cosa... opino que la policía debiera ser puesta en antecedentes de todo.

—¡Oh! —exclamaron todos, consternados ante la idea de que el Ahuyentador se jactase de haber sido él el descubridor del hecho.

—Además —masculló Larry—, no creo que podamos volver a dar jamás con el vagabundo. A estas horas estará a millas y millas de distancia.

—Yo os lo encontraré —prometió seriamente el hombretón.

—Estoy seguro de que el viejo Ahuyentador, esto es, el señor Goon, no querrá escucharnos —gruñó Fatty, descorazonado.

—Yo procuraré que os escuche —declaró el desconcertante desconocido, poniéndose en pie—. Dejadlo en mis manos. Mañana, a las diez de la mañana, acudid al cuartelillo de policía de vuestra localidad. Yo estaré allí, y todo terminará satisfactoriamente.

Y, echándose al hombro su caña de pescar, agregó: —Ha sido una charla interesantísima, de gran valor para vosotros y para mí, según podréis comprobar más adelante.

Los niños le vieron marchar a grandes zancadas, envuelto en la luz crepuscular.

—Mañana, a las diez, en el cuartelillo de policía —murmuró Fatty con cierta contrariedad—. ¿Qué sucederá allí? ¿Y cómo se las compondrá ese hombre para encontrar al vagabundo?

Ninguno tenía idea. Por fin, Larry, consultando su reloj, se puso en pie de un brinco, gritando:

—¡Caramba! ¡Qué «tardísimo» es! Nos van a armar una bronca. ¡Vamos de prisa!

Todos emprendieron el regreso, seguidos de «Buster».

—¡Adiós! —gritáronse el uno al otro—. ¡Mañana, a las diez, en el cuartelillo de policía! ¡No os retraséis!

CAPÍTULO XIX
ACLARACIÓN DEL MISTERIO

A la mañana siguiente, los Cinco Pesquisidores y su perro llegaron puntualmente al cuartelillo de policía, provistos de sus pistas, tal como les había indicado el hombretón. Dichas pistas consistían en el dibujo de Fatty de las huellas, en el fragmento de franela gris guardado en la fosforera y en los zapatos con suela de goma descubiertos y desenterrados por «Buster».

—La única pista que no ha servido para nada es este pedacito de franela gris —comentó Larry abriendo la fosforera—. No hemos podido averiguar a qué chaqueta pertenecía. Y no obstante, el dueño de ella pasó por el claro del seto. A lo mejor, el señor Hick llevaba un traje gris aquella noche. En ese caso, no se lo habrá vuelto a poner desde entonces, porque siempre le hemos visto vestido de azul marino.

Los chicos entraron en el cuartelillo, algo atemorizados. El señor Goon hallábase allí, desprovisto de su casco, en compañía de otro policía a quien los niños no conocían. Los cinco contemplaron al señor Goon, en espera de que se levantase gritando: «¡Fuera de aquí!»

Pero en lugar de ello les invitó a sentarse en un tono tan cortés, que los muchachos se quedaron mudos de asombro. Mientras tomaban asiento, «Buster» fue a olfatear las piernas del policía. Pero el Ahuyentador ni siquiera hizo ademán de alejarle a puntapiés.

—Estamos citados con cierta persona aquí —explicó Fatty.

—Llegará dentro de unos instantes —declaró el Ahuyentador con un ademán de asentimiento.

Al tiempo que hablaba, se detuvo ante el cuartel un pequeño coche de la policía. Los niños escudriñaron el interior del vehículo, en espera de ver a su amigo, el hombretón. Pero éste no se hallaba en el auto.

Para sorpresa, uno de sus ocupantes era nada menos que el viejo vagabundo, que, mostrando una expresión asustada, murmuraba para sí:

—Yo soy un hombre honrado. Nadie ha dicho nunca lo contrario. Estoy dispuesto a decir todo lo que sé, pero no quiero meterme en berenjenales. No he hecho nada malo.

Además del chófer, le acompañaba un policía vestido de paisano. Bets se quedó sorprendida cuando Larry le dijo que el hombre con el traje gris oscuro era un policía.

—Yo creía que los policías iban siempre de uniforme —exclamó la pequeña.

A poco llegó otro coche, conducido por un hombre extremadamente elegante, vestido con un uniforme azul y una gorra con visera. Los demás policías le saludaron con mucha deferencia en cuanto se apeó del automóvil. Éste era grande, pero el desconocido también.

Los chicos le contemplaron fijamente. Casi sin transición, Bets exclamó con un grito:

—¡Es el pescador! ¡Es el señor que vimos ayer! ¡Hola!

—¡Hola, muchachos! —respondió el hombretón sonriendo.

—Hemos encontrado el vagabundo, inspector —dijo el policía de paisano al recién llegado.

Los chicos cambiaron unas miradas. ¡Cáspita! ¡De modo que su amigo era un inspector de policía!

—Un inspector es un policía de mucha categoría —cuchicheó Pip a Bets—. Ha de ser terriblemente inteligente. ¡Fíjate en el viejo Ahuyentador! ¡Está temblando como una gelatina!

De hecho el Ahuyentador no temblaba, pero saltaba a la vista que estaba emocionado ante la visita del inspector a su pequeño cuartelillo. Así lo acusaba el leve temblor de sus manos al pasar varias hojas de su agenda.

—Me alegro mucho de volver a veros —declaró el inspector mirando a los niños con expresión radiante.

Y dirigiéndose al Ahuyentador, con gran sobresalto por parte de este último, añadió:

—Es usted muy afortunado de tener cinco chicos tan listos en su distrito, Goon.

El Ahuyentador abrió la boca para decir algo, pero optó por callarse. Tener chicos listos en su distrito no le hacía ninguna gracia, especialmente si eran más listos que él.

Pero, claro está, esto no podía decírselo a su inspector.

Seguidamente el vagabundo fue interrogado por el inspector. El hombre contestó de buena gana a todas sus preguntas una vez convencido de que con ello no se acarreaba daño, sino bien. Los niños escucháronle atentamente.

—Cuéntenos toda la gente que vio usted en el jardín del señor Hick aquella noche —ordenó el inspector.

—Bien —accedió el vagabundo—. En primer lugar, yo me hallaba escondido debajo de un arbusto cercano al estudio, sin hacer daño a nadie, simplemente descansando un rato.

—Perfectamente —asintió el inspector.

—Entonces vi a aquel individuo que había sido puesto de patitas en la calle por la mañana —prosiguió el vagabundo—. Ese tipo llamado Peeks. Estaba escondido entre los arbustos en compañía de otra persona a quien no pude ver. Pero, por la voz, colegí que se trataba de una muchacha. A poco vi entrar y salir de la casa a dicho joven por una ventana.

—Ya —murmuró el inspector.

—Luego vi a un hombre viejo —continuó el vagabundo—, a quien aquel mismo día oí discutir acaloradamente con el señor Hick. Creo que se llama Smellie, ¿no es eso? Sí. Como iba diciendo, el viejo recorrió la calzada sigilosamente y se metió en la casa por una puerta, un poco antes de que Peeks volviera a salir de la misma.

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