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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Monster High (8 page)

—Y yo, Frankie —le agarró la mano y se la apretó con fuerza.

Una diminuta chispa de electricidad pasó de una a la otra, como cuando te quitas el suéter de forro polar.

—¡Ay! —Melody soltó una risita nerviosa.

—Lo siento —replicó Frankie mientras su hermoso rostro se contraía en señal de disculpa.

Antes de que Melody pudiera responder que no importaba, Frankie echó a correr, dejando sobre la barra del mostrador su bandeja blanca y, sobre la palma de Melody, el aguijón de otra amistad echada a perder.

De pronto, el
flash
de una cámara le estalló en plena cara.

—Pero ¿qué…?

A través de una ráfaga de palpitantes puntos blancos, distinguió a una chica de baja estatura, con gafas de carey y flequillo castaño claro, que se escabullía.

—Hola —dijo una voz masculina que le resultaba familiar.

Lentamente, los destellos del
flash
se apagaron. Uno a uno, como si de un absurdo efecto especial se tratara, desaparecieron, y la visión borrosa de Melody adquirió nitidez.

Y ahí estaba él…

Vestido con camisa blanca desabrochada, jeans recién estrenados y botas de montaña

marrones. Una amplia sonrisa iluminaba su rostro, de un atractivo sin estridencias.

—¡Jackson! —exclamó, resistiendo el impulso de abrazarlo.

«¿Y si se trata del clásico timo del superlindo?»

—¿Cómo te va?

—Muy bien, ¿y a ti?

—Estuve enfermo todo el fin de semana —comentó Jackson como si, en efecto, fuera verdad.

—¿Tan enfermo como para no contestar el celular? —espetó Melody. De acuerdo, se había puesto en un plan de loca posesiva ¿y qué? Al fin y al cabo, estaba frente a un posible estafador superlindo.

—¿Alguien tiene hambre? —preguntó un hombre con forma de huevo y bigote oscuro desde el otro lado del mostrador. Hizo sonar las tenazas plateadas que sujetaban en la mano para llamar la atención de Melody—. ¿Qué va a ser?

—Mmm —Melody lanzó una mirada añorante a la última porción de
pizza
de champiñones. Como el cachorro en una tienda de mascotas que hace una súplica final para que lo adopten, la
pizza
le devolvió la mirada. Pero, en ese momento, el estómago revuelto de Melody no estaba en condiciones de afrontar una digestión pesada—. Nada, gracias.

Se dirigió a otra sección de comida más ligera. Jackson la siguió.

—A ver, ¿qué sentido tiene incluirte en el marcador rápido si no contestas? —Melody arrojó a su bandeja un racimo de uvas y un bizcocho de arándanos.

—¿Qué sentido tiene contestar si nadie te llama? —replicó él. Con todo, las comisuras de sus labios se veían relajadas, compasivas alegres, incluso.

—¡Pero si te llamé! —Melody se zampó una uva antes de pagar—. Unas tres veces, o algo así. (En realidad, habían sido más bien siete, pero ¿por qué hacer la situación más embarazosa de lo que ya era?)

Jackson se sacó de los jeans un celular negro con tapa deslizante y lo agitó frente a las narices de Melody a modo de prueba. La pantalla indicaba que no había mensajes. También dejaba a la vista el número del teléfono, que resultó acabar en «7» y no en «1».

Melody sintió que las mejillas se le ponían al rojo vivo mientras le venía a la mente la huella dactilar emborronada de rojo —la marca de su propio pulgar— junto al número que Jackson había anotado en la hoja del bloc de dibujo. Aquella maldita huella había amputado el número «7».

—¡Ay! —soltó una risita al tiempo que pagaba la cuenta de su almuerzo, elegido al azar—. Ahora entiendo lo que paso.

Jackson tomó una bolsa de Lay’s Gourmet y una lata se Sprite.

—Bueno, eh… ¿Nos sentamos juntos? Si no quieres, lo entiendo…

—Sí, claro —repuso Melody. Acto seguido, orgullosa, siguió a su primer amigo (acaso futuro novio) de Merston High hacia la zona libre de alergia.

Dos atractivas chicas de aspecto alternativo, absortas en su propia conversación, trataron de rebasarlos a pesar del restringido espacio. La del estilo Shakira, con rizos castaños y una bandeja hasta arriba de hamburguesas en miniatura, consiguió abrirse camino junto a Jackson. Pero la otra, con flequillo negro y gruesas mechas doradas, se quedó encajonada entre el hombro de Melody y una silla azul.

—¡Cuidado! —vociferó, tambaleándose sobre sus zapatos de plataforma dorados.

—Perdón —Melody agarró a la chica por el brazo, del color del café con leche, antes de que se cayera. Por desgracia, no pudo rescatar el almuerzo. La bandeja de plástico blanco cayó al suelo con un sonoro ¡pum! Uvas rojas se diseminaron como perlas de un collar roto mientras la cafetería dividida por zonas se fundía en un aplauso común.

—¿Por qué la gente aplaude cuando a alguien se le cae algo? —preguntó Jackson, sonrojado por llamar repentinamente la atención.

Melody se encogió de hombros, la chica, que evidentemente disfrutaba siendo el blanco de interés, lanzó besos a su público. Ataviada con un minivestido en tonos negros y turquesa, parecía una patinadora sobre hielo en unos Juegos Olímpicos.

Una vez que el aplauso se hubo apagado, se giró hacia Melody y su sonrisa se desplomó como el telón que pone fin a un espectáculo.

—¿Por qué no miras por dónde vas? —resopló.

Melody se echó a reír. Dada la impresión de que todas las batallas en el instituto estallaban a partir de aquella frase.

—Vamos, contesta —presionó la chica.

—Un momento —replicó Melody, reuniendo valor gracias a su camiseta de The Clash—, fuiste

quien me empujó a

.

—¡Mentira! —vociferó la chica con las hamburguesas. Su respuesta llegó a tal velocidad que más bien parecía un estornudo—. Lo vi todo, y tú empujaste a Cleo —la amiga chillona llevaba unos
leggings
púrpura y una cazadora negra tipo aviador forrada de piel del mismo color que su pelo.

No era precisamente el panorama que Melody habría esperado encontrar en Oregón, el apacible estado de la Unión Americana famosa por sus castores. Era más propio de Missouri, la patria del «aquí estoy yo».

—Mira, Claudine, fue sin querer —explicó Jackson, a todas luces tratando de mantener la calma.

—Ya sé —Cleo se lamió los labios cubiertos de brillo como si saboreara las delicias de su propia idea. Dedicó a Melody una amplia sonrisa—. Me das tus uvas y estamos en paz.

—¡De ninguna manera! Fue culpa tuya —replicó Melody, sorprendida de su propia valentía (y de su repentino apego a las uvas). Se había pasado los últimos quince años cediendo sus uvas a los matones que la acosaban. Ya estaba harta.

—Escucha, Melopea… —Cleo se inclinó hacia ella con los dientes apretados.

—¿Cómo es que sabes mi nombre?

Claudine soltó una carcajada que más bien pareció un aullido.

—Sé todo lo que pasa aquí —Cleo abrió los brazos como si la cafetería fuera su reinado. Y quizá lo fuera. Aun así, Melopea no era una tonta de la que los demás se pudieran burlar.

—Y también sé —Cleo elevó la voz, reanudando la representación ante sus fans, en las sillas azules— que si no me das esas uvas, tendrás que comer allí —señaló la mesa vacía situada junto a la puerta del baño de los chicos. Estaba cubierta de papel higiénico empapado y pastillas para inodoro desmoronadas.

A lo lejos, por encima del hombro de Cleo, Melody veía a Candace. Se reía con sus nuevas amistades y flotaba por encima del mundo dentro de su feliz pompa de jabón, ignorante por completo del tormento al que su hermana se veía sometida.

—¿Y bien? —Cleo colocó las manos en sus esbeltas caderas y tamborileó los dedos con impaciencia.

Melody notó que la envolvía una sensación de vértigo. La visión periférica restringida le agudizó los sentidos y la hizo percatarse en mayor medida de las exóticas facciones egipcias de Cleo. «¿Por qué las chicas guapas se creen con derecho a todo? ¿Por qué no utiliza su belleza para lo bueno, y no para lo malo? ¿Qué pensaría papá de ese lunar asimétrico que tiene a un lado del ojo?»

Melody no tenía ni idea de cómo comportarse ahora. La gente miraba fijamente. Y Jackson no paraba de moverse. ¿Confiaba él en que Melody se diera por vencida, o deseaba que contraatacara? Un repiqueteo le inundó los oídos.

—¿Y bien? —preguntó Cleo, cuyos ojos azules violeta lanzaron una advertencia final.

Melody sentía que el corazón le golpeaba en el pecho, tratando de librarse de lo que veía venir. Sin embargo, consiguió lanzar su propio mensaje.

—Para nada.

Claudine ahogó un grito. Jackson se puso tenso. Los ocupantes de las sillas azules intercambiaron miradas de incredulidad. Melody se clavó las uñas en las palmas de las manos para evitar desmayarse.

—Perfecto —Cleo dio un paso al frente.

—Oh, oh —Claudine se enroscó un rizo castaño en el dedo con femenina expectación.

El primer instinto de Melody fue taparse la cara, ya que los puños de Cleo, cubiertos de anillos, parecían dispuestos a propinarle un puñetazo. Aunque no había nada que Beau, su padre, no consiguiera arreglar. Así que, al contrario, se mantuvo fuerte y reunión valor para resistir la primera embestida. Al menos, la gente se daría cuenta de que no tenía miedo.

—¿Tú me quitas lo mío? ¡Pues yo te quito lo tuyo! —proclamó Cleo.

—No te he quitado nada —protestó Melody. Demasiado tarde.

Cleo se aplicó otra capa de brillo en sus ya resplandecientes labios, se balanceó sobre las punteras de sus zapatos de plataforma y acto seguido, agarró Jackson y lo jaló hacia ella. De improvisto, le plantó un beso.

—¡Dios mío! —Melody se echó a reír, incapaz de procesar semejante osadía. Desesperada, se giró hacia Claudine—. ¿Pero qué hace?

Claudine ignoró la pregunta.


¡Jackson!
—chilló Melody. Pero Jackson se encontraba en una zona de su propiedad particular: de color rojo y con bandejas en forma de corazón.

Girándose a la derecha cuando ella iba hacia la izquierda, y a la izquierda cuando ella iba hacia la derecha, Jackson siguió los pasos de Cleo como si estuvieran concursando en
Mira quien baila
. Para ser un chico tímido, se la veía muy a gusto, la verdad. «¿Es que comparten un pasado común? ¿Un secreto? ¿Un cepillo de dientes?» Fuera lo que fuese, Melody se volvió a sentir como una intrusa patética.

Tal vez Candace tenía razón: por mucho que se hubiera operado, seguía siendo Narizotas.

—¡Guau! —exclamó sin aliento Cleo cuando, por fin, soltó a Jackson. Fue aclamada con otro aplauso. Pero esta vez no saludó con la mano. Sencillamente, se lamió los labios, se agarró del brazo de Claudine y, con el pausado contoneo de una gata satisfecha, se encaminó hacia los asientos libres en la zona blanca.

—Encantada de conocerte, Melopea —dijo Cleo por encima del hombro mientras dejaba una senda de uvas aplastadas a su paso.

—¿Qué fue eso? —preguntó Melody. Indignada, mientras notaba el calor de un centenar de pupilas.

Jackson se quitó las gafas. Tenía la frente empapada de sudor.

—¿Alguien tiene celos, quizá? —soltó una risita por lo bajo.

—¿Qué dices? —Melody se apoyó en una silla azul.

Jackson chasqueó los dedos al ritmo de la canción de Ke$ha que sonaba por lo altavoz y se puso a bailar.

—Lo único que digo —cruzo una pierna sobre otra y dio un giro como si estuviera actuando en la ceremonia de entrega de los premios Soul Train— es que el verde de la envidia no te sienta
bieeen
—de pronto, su voz adquirió el tono afilado del disk jockey de un programa radiofónico nocturno.

—No estoy celosa, para nada —replicó Melody, lamentado que Cleo no se hubiera limitado a partirle la cara y dar por zanjado el asunto.


Stop ta-ta-talking that… blah blah blah
—cantaba él a coro con Ke$ha. Lanzó los pulgares hacia la mesa de chicas que también tarareaban.

—No entiendo cómo pudiste quedarte ahí quieto y permitirle que…

—¿Se aprovechara de mí? —arqueó una ceja—. Sí, fue horrible —hizo un mohín con los labios—. Tan horrible, en realidad, que me voy a sentar con ella.

—¿En serio?

Jackson chasqueó los dedos, provocando una ronda de guiños.

—En serio —empezó a seguir el sendero de las uvas aplastadas, apartándolas de un puntapié al estilo Fred Astaire.

Melody lanzó su bandeja a la mesa que tenía a sus espaldas. Era incapaz de comer. Tenía en el estómago un…

—¡Bizcocho! —exclamó una chica en un chillido.

La gente retrocedió como si Melody se hubiera hecho pipí en la piscina. La zona libre de gluten se vació al instante, dejando a la culpable a expensas de su propia contaminación.

Melody se sentó. Sola. Rodeada de sobras de comida preparada con quínoa, mijo y amaranto, captó su desfigurado reflejo en el lateral de un servilletero de aluminio abollado. Su distorsionada cabeza oviforme se parecía a la del El grito, la pintura de Edvard Munch. A pesar de su cara nueva, a quien vio fue a la vieja y grotesca Melody. Evidentemente, no había en el mundo camiseta de The Clash, ni número de teléfono escrito en pastel rojo, ni nariz reconstruida que pudiera cambiar eso.

Sus ojos grises tenía una mirada feroz, sus mejillas estaban demacradas y las comisuras de loslabios le colgaban hacia abajo, como arrastradas por diminutas básculas de mano.

—Bonita grabada de gluten —comentó una chica entre risas.

Melody se giró hacia la desconocida.

—¿Qué?

Una chica pecosa con melena ondulada hasta los hombros y ojos almendrados verdes soltó un suspiro. La misma chica que había sugerido a su novio que fabricara un portaplumas con el trasero del monstruo.

—Dije que bonita grabada de gluten. Dejaste las sillas azules más vacías que los almacenes Saks el primer día de rebajas. La próxima vez, prueba a derramar leche en la zona naranja. Es lo que llamamos «vertido lácteo».

Melody trató de reírse, pero le salió más bien un gemido.

—¿Qué pasa? —preguntó la chica—. Se te ve un poco apachurrada, y eso que eres una AF.

—¿Una qué? —replicó Melody, implorando un solo segundo de normalidad.

—AF —replicó la timorata chica que le había tomado una foto a Melody y la había encandilado antes de que él apareciera.

—¿Y qué es una AF? —preguntó Melody, aunque sólo porque nadie más hablaba con ella y se había hartado de estar sola.

—Amenaza Física —explicó Pecosa—. Todo el mundo dice que eres la recién llegada más guapa del instituto. Y sin embargo… —su voz se fue apagando.

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