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Authors: David Brin

Navegante solar (3 page)

Tijuana, Honolulú, Oslo, y otra media docena de ciudades estarían incluidas cuando las reservas de etés aumentaran de nuevo. Cincuenta o sesenta mil condicionales, tanto permanentes como temporales, tendrían que ponerse en marcha para que esas ciudades fueran «seguras» para un millar de alienígenas. La molestia sería pequeña, por supuesto. La mayor parte de la Tierra estaba aún prohibida a los etés, y los no-ciudadanos todavía tenían espacio de sobra. El Gobierno ofrecía también grandes compensaciones.

Pero una vez más había refugiados en la Tierra.

La ciudad apareció de repente en el borde sur de la Franja. Muchas de sus construcciones seguían un estilo español o revival español, pero en general mostraba la experimentación arquitectónica típica de una ciudad mexicana moderna. Los edificios eran blancos y azules. El tráfico a ambos lados de la carretera llenaba el aire con un leve zumbido eléctrico.

Por toda la ciudad carteles metálicos verdes y blancos, como el que había en la frontera, anunciaban el cambio inminente. Pero uno, cerca de la autopista, había sido pintado con spray negro. Antes de que se perdiera de vista, Jacob pudo ver las apresuradas palabras «Ocupación» e «Invasión».

Pensó que la pintada la había hecho un condicional permanente. No era probable que un Ciudadano hiciera algo tan arriesgado, con cientos de formas legales para expresar su opinión. Y un condicional temporal, condenado por algún delito, no querría que su sentencia aumentara.

Un temporal tendría la certeza de ser capturado.

Sin duda algún pobre permanente, arriesgándose a ser condenado, había aireado sus sentimientos, sin preocuparse por las consecuencias. Jacob simpatizó con él. Probablemente el C.P. estaba ahora bajo custodia.

Aunque la política no le interesaba especialmente, Jacob procedía de una familia de políticos. Dos de sus abuelos fueron héroes durante el Vuelco, cuando un pequeño grupo de tecnócratas consiguió derribar la Burocracia. La política de la familia hacia las Leyes Condicionales era de vehemente oposición.

Durante los últimos años, Jacob había adquirido la costumbre de evitar los recuerdos del pasado. Sin embargo, ahora una imagen se abrió paso en su mente.

El tío Jeremey estaba dando una charla en la Escuela de Verano en el compuesto del clan Álvarez en las montañas de Caracas, en la misma casa donde Joseph Álvarez y sus amigos habían fraguado sus planes treinta años antes. Los primos de Jacob, adoptivos y carnales, escuchaban adoptando expresiones respetuosas por fuera y rebosando de aburrimiento por dentro. Y Jacob jugueteaba en un rincón, deseando poder volver a su habitación y el «equipo secreto» que había ensamblado con su hermanastra Alice.

Suave y confiado, Jeremey aún estaba entonces en plena madurez, y era una voz importante en la Asamblea de la Confederación. Pronto sería el líder del clan Álvarez, desbancando a su hermano mayor James.

El tío Jeremey estaba diciendo cómo la antigua Burocracia había decretado que todo el mundo sería examinado en busca de «tendencias violentas» y que los que no pasaran la prueba estarían bajo constante vigilancia: libertad condicional.

Jacob podía recordar las palabras exactas que pronunció su tío esa tarde, cuando Alice entró en la Biblioteca, con la excitación resplandeciendo en su carita de doce años como algo a punto de convertirse en nova.

—Hicieron grandes esfuerzos para convencer al populacho de que las leyes reducirían la delincuencia —dijo Jeremey con voz baja y grave—. Y tuvieron ese efecto, desde luego. Los individuos con transmisores de radio a menudo se lo piensan dos veces antes de causar problemas a sus vecinos.

»Entonces, como ahora, a los Ciudadanos les encantaron las Leyes Condicionales. No tuvieron ningún problema a la hora de olvidar el hecho de que suprimían todas las garantías constitucionales tradicionales de proceso debido. De todas formas, la mayoría vivía en países que nunca habían conocido esas lindezas.

»Y cuando un fallo en esas leyes permitió a Joseph Álvarez y sus amigos poner boca abajo a los burócratas... bueno, a los jubilosos Ciudadanos les encantaron aún más las pruebas condicionales. A los líderes del Vuelco no les hizo ningún bien sacar el tema en ese momento. Ya tenían bastantes problemas estableciendo la Confederación...

Jacob pensó que iba a gritar. Allí estaba el viejo tío Jeremey farfullando interminablemente sobre todas aquellas tonterías, y Alice —la afortunada Alice, cuya habilidad era arriesgarse a la ira de los mayores y escuchar por el micro intervenido que había colocado en el receptor de espacio profundo de la casa—... ¿qué era lo que había oído?

¡Tenía que ser una nave espacial! ¡Sería el tercero de los grandes navíos en volver! Esa era la única explicación para la llamada a los Reservistas Espaciales o la excitación del ala este, donde los adultos mantenían sus laboratorios y oficinas.

Jeremey estaba todavía exponiendo la continua falta de compasión pública, pero Jacob no le veía ni oía. Mantuvo el rostro rígido e inmóvil mientras Alice se inclinaba sobre él para susurrarle al oído, o más bien para jadearle llena de excitación:

—¡Alienígenas, Jacob! ¡Traen extraterrestres! ¡En sus propias naves! ¡Oh, Jake, la Vesarius trae etés!

Fue la primera vez que Jacob oyó aquella palabra. A menudo se preguntaba si la había inventado Alice. Recordó que a los diez años se había preguntado si venían para comerse a alguien.

Mientras recorría las calles de Tijuana, se le ocurrió que la pregunta todavía no había sido respondida.

En varios cruces importantes los edificios habían sido demolidos para instalar un irisado «Kiosco de Recreo E.T.». Jacob vio a varios de los nuevos autobuses descubiertos equipados para transportar a humanos y a alienígenas que reptaban, o tenían tres metros de altura.

Al pasar ante el ayuntamiento, Jacob vio a una docena de «pieles» deambulando en piquetes. Al menos parecían pieles: gente vestida con pieles y agitando lanzas de plástico. ¿Quién más se vestiría de esa forma con este clima?

Subió el volumen de la radio de su coche y pulsó el seleccionador de voz.

—Noticias locales —dijo—. Palabras clave: Pieles, ayuntamiento, piquetes.

Tras sólo un momento de retraso, una voz mecánica habló desde detrás del salpicadero con la inflexión levemente defectuosa de un boletín de noticias elaborado por ordenador. Jacob se preguntó si alguna vez arreglarían ese tonillo de voz.

—Noticias. —La voz artificial tenía acento de Oxford—. Resumen: Hoy, lunes 12 de enero de 2246, cero nueve cuarenta y uno, buenos días. Treinta y siete personas se están manifestando de forma legal ante el ayuntamiento de Tijuana. El motivo de su protesta, en síntesis, es la expansión de la Reserva Extraterrestre. Por favor, interrumpa si desea un fax o una presentación verbal de su manifiesto de protesta.

La máquina hizo una pausa. Jacob no dijo nada, preguntándose si le quedaban ganas de oír el resto del resumen. Conocía bien la protesta de los pieles contra las consecuencias de las Reservas: algunos humanos, al menos, no eran adecuados para relacionarse con los alienígenas.

—Veintiséis de los treinta y siete miembros del grupo de protesta llevan transmisores condicionales —continuó el informe—. El resto, naturalmente, son ciudadanos. Esto da una idea de un condicional por cada ciento veinticuatro ciudadanos de Tijuana en general. Por su conducta y forma de vestir, los manifestantes pueden ser descritos como pertenecientes a la llamada Ética Neolítica, popularmente «pieles». Como ninguno de los ciudadanos ha invocado privilegio de intimidad, puede decirse que treinta de los treinta y siete son residentes en Tijuana y el resto visitantes...

Jacob dio un golpecito al botón y la voz murió a mitad de la frase. La escena ante el ayuntamiento había quedado atrás hacía rato, y de todas formas era una historia vieja.

Sin embargo, la controversia sobre la expansión de la Reserva E.T. le recordó que habían pasado casi dos meses desde la última vez que visitó a su tío James en Santa Bárbara. El viejo cascarrabias estaba probablemente metido hasta las orejas en pleitos a favor de la mitad de los condicionales de Tijuana. Pese a ello, se daría cuenta si Jacob se marchaba a hacer un largo viaje sin despedirse, ya fuera a él o a los otros tíos, tías y primos del enorme clan Álvarez.

¿Largo viaje? ¿Qué largo viaje?, pensó Jacob de repente. ¡Yo no voy a ninguna parte!

Pero el rinconcito de su mente que había dejado preparado para ese tipo de cosas había notado algo en esta reunión convocada por Fagin. Sentía expectación, y a la vez el deseo de reprimirla. Las sensaciones habrían sido intrigantes si no fueran ya tan familiares.

Condujo en silencio durante un rato. Pronto la ciudad dio paso al campo, y el tráfico se redujo a un hilillo. Durante los siguientes veinte kilómetros condujo con el calor del sol sobre el brazo, y un puñado de dudas jugando al escondite en su mente.

A pesar de la inquietud que había sentido últimamente, experimentaba cierta resistencia a admitir que era hora de dejar el Centro de Elevación. El trabajo con los delfines y chimpancés era fascinante, y mucho más equilibrado —después de las primeras y tumultuosas semanas, durante el asunto de la Esfinge de Agua— que su antigua profesión de investigador criminólogo. El personal del Centro era trabajador y, contrariamente a muchas otras empresas científicas de la Tierra, tenía la moral bien alta. Hacían un trabajo que tenía un enorme valor intrínseco y no quedaría obsoleto instantáneamente cuando la Sucursal de la Biblioteca en La Paz estuviera en pleno funcionamiento.

Pero lo más importante de todo era que había hecho amigos, y esos amigos le habían apoyado durante el último año, cuando empezó el lento proceso de unir las porciones dispersas de su mente.

En especial Gloria. Voy a tener que hacer algo respecto a ella si me quedo, pensó Jacob. Algo más que la camaradería que hemos llevado hasta el momento. Los sentimientos de la muchacha se estaban trasluciendo.

Antes del desastre en Ecuador, la pérdida que le había llevado al Centro en busca de paz y trabajo, Jacob habría sabido qué hacer y habría tenido el valor para hacerlo. Ahora sus sentimientos eran un lío.

Se preguntó si alguna vez desearía tener algo más que una relación amorosa casual.

Habían pasado dos largos años desde la muerte de Tania. En ocasiones se había sentido solo, a pesar del trabajo, los amigos, y los juegos siempre fascinantes que practicaba con su mente.

El terreno se volvió marrón y montañoso. Mientras contemplaba los cactus que iba dejando atrás, Jacob se acomodó para disfrutar del lento ritmo del viaje. Incluso ahora, su cuerpo oscilaba levemente con el movimiento, como si todavía se encontrara en el mar.

El océano destellaba azul tras las montañas. Cuanto más lo acercaba la carretera curva al lugar del encuentro, más deseaba estar a bordo de un barco, esperando el regreso de las primeras corcovadas y las colas alzadas de la Migración Gris del año, escuchando la Canción del Líder de las ballenas.

Sorteó una colina para encontrarse con que los aparcamientos a ambos lados de la carretera estaban repletos de pequeños coches eléctricos como el suyo. En la cima de las montañas había docenas de personas.

Jacob acercó su vehículo a la guía automática de la derecha, donde podría circular lentamente y apartar los ojos de la autopista.

¿Qué pasaba aquí? Dos adultos y varios niños bajaron de un coche al lado izquierdo de la carretera, sacando sus prismáticos y sus cestas con la merienda. Estaban claramente excitados. Parecían una familia típica de excursión, pero todos llevaban brillantes túnicas plateadas y amuletos dorados. La mayoría de la gente en las montañas iba vestida de forma similar. Muchos tenían pequeños telescopios, y apuntaban hacia la carretera, a algo que a Jacob le quedaba oculto por la montaña que tenía a la derecha.

La multitud de esa otra montaña vestía atuendos cavernícolas y plumas. Estos Cro-Magnones Completos estaban comprometidos.

Tenían sus propios telescopios, así como relojes de pulsera, radios y megáfonos, junto con sus hachas y lanzas de pedernal.

No era sorprendente que los dos grupos ocuparan colinas opuestas. En lo único en que los camisas y los pieles estaban de acuerdo era en su odio hacia la Cuarentena Extraterrestre.

Un gran cartel cruzaba la autopista entre las dos colinas.

RESERVA EXTRATERRESTRE DE LA BAJA CALIFORNIA

No se admiten Condicionales sin autorización.

Los visitantes primerizos deben detenerse en el Centro de Información.

Nada de fetiches ni de atuendos neolíticos.

Comprueben los «pieles» en el Centro de Información.

Jacob sonrió. Los «periódicos» habían tenido tema de sobra con esa última orden. Había caricaturas en todos los canales que mostraban a los visitantes de las Reservas obligados a quitarse la piel, mientras un par de etés con aspecto de serpiente observaban atentamente.

Los coches aparcados se apretujaban en la cima. Cuando el automóvil de Jacob llegó a ese punto pudo ver la Barrera.

En un amplio arco de terreno baldío que se extendía de este a oeste corría otra línea de postes con alambradas, esta vez completa. Los colores de muchos de los postes se habían deslucido. El polvo cubría las lámparas redondas que los remataban.

Los ubicuos trazadores-C actuaban aquí y allá como criba visible, permitiendo a los ciudadanos entrar y salir libremente de la Reserva E.T., pero advirtiendo a los condicionales para que se quedasen fuera, y a los alienígenas para que se quedasen dentro. Era un burdo recordatorio de un hecho que la mayoría de la gente ignoraba: que una gran parte de la humanidad llevaba insertados transmisores porque la otra parte, la mayor, no se fiaba de ellos. La mayoría no quería contactos entre los extraterrestres y los que habían sido calificados por un test psicológico como «tendentes a la violencia».

Al parecer, la Barrera hacía bien su trabajo. Las multitudes a ambos lados se hacían más grandes, y los trajes más salvajes, pero la muchedumbre se detenía justo al norte de la línea de postes-C.

Algunos de los pieles y camisas eran probablemente ciudadanos, pero se quedaban a este lado con sus amigos, por amabilidad y tal vez en señal de protesta.

La multitud era más densa al norte de la Barrera. Aquí los camisas y pieles hacían gestos a los ocupantes de los vehículos que pasaban. Jacob permaneció en el sistema de guía y miró alrededor, protegiéndose los ojos contra el resplandor del sol y disfrutando del espectáculo.

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