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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (12 page)

Pero si estaba allí, ¿por qué no la había descubierto Vigilancia del Pasado? La respuesta era bastante sencilla. El pasado era enorme, y aunque el TruSite I había sido utilizado para recopilar información climatológica, las nuevas máquinas que eran lo bastante precisas como para seguir a seres humanos concretos nunca habían sido empleadas para examinar océanos donde no vivía nadie. Sí, el tempovisor había explorado el Estrecho de Bering y el Canal de la Mancha, pero fue para seguir migraciones bien conocidas. No hubo ninguna migración similar en el Mar Rojo. Vigilancia del Pasado simplemente no había sintonizado nunca sus precisas máquinas para ver lo que hubo bajo las aguas del Mar Rojo en los siglos finales de la última Edad de Hielo. Y nunca lo harían, a menos que alguien les diera una razón de peso.

Kemal conocía la burocracia lo suficiente como para saber que él, un estudiante de meteorología, difícilmente sería tomado en serio si presentaba a Vigilancia del Pasado una teoría acerca de la Atlántida, sobre todo una teoría que la situaba en el Mar Rojo nada menos, y catorce mil años atrás, mucho antes de que surgieran civilizaciones en Sumeria o Egipto, y mucho menos en China o el valle del Indo o entre los pantanos de Tehuantepec.

Sin embargo, Kemal también sabía que ese emplazamiento habría sido adecuado para que una civilización creciera en la tierra pantanosa del Canal Massawa. Aunque no había ríos suficientes desembocando en el Mar Rojo para llenarlo al mismo ritmo que el océano mundial, seguía habiendo ríos. Por ejemplo, el Zula, que todavía tenía agua incluso hoy, y que antaño cubría toda la llanura Massawa y desembocaba en el Mar Rojo, cerca de Mersa Mubarek. Y, a causa de las distintas pautas de lluvia de esa época, había un río grande y constante que procedía de la llanura Assahara. En la época de Kemal no era más que un valle seco por debajo del nivel del mar, pero entonces habría sido un lago de agua fresca alimentado por muchos arroyos y que se desbordaba por su punto más bajo en el canal Massawa. El río serpenteaba a lo largo de la lisa llanura Massawa, donde algunos afluentes se unían al Zula y otros se perdían hacia el este y el norte para formar varias desembocaduras en el Mar Rojo.

Así, fuentes de agua constantes alimentaban la zona. En la estación de las lluvias al menos el Zula traería nuevo limo para abonar el suelo, y en todas las estaciones los serpenteantes ríos de las llanuras habrían proporcionado un medio de transporte a través de las marismas. El clima era también cálido, con luz de sobra y una larga estación de siembras. Todas las civilizaciones primarias se habían desarrollado en un lugar así. No había ningún motivo para que una de ellas no lo hubiera hecho entonces.

Sí, era seis o siete mil años demasiado pronto. ¿Pero no era posible que la destrucción de la Atlántida hubiera convencido a los supervivientes de que los dioses no querían que los seres humanos se congregaran en ciudades? ¿No había atisbos de tendencia anticivilización en muchas de las antiguas religiones de Oriente Medio? ¿Qué era la historia de Caín y Abel, sino una expresión metafórica de la maldad del habitante de la ciudad, el granjero, el asesino de su hermano que es juzgado indigno por los dioses porque no lleva una vida trashumante con sus ovejas? ¿No podían aquellas historias haber circulado ampliamente en aquellos tiempos? Eso explicaría por qué los supervivientes de la Atlántida no habían comenzado inmediatamente a reconstruir su civilización en otro lugar: sabían que los dioses lo prohibían, que si construían de nuevo su ciudad serían destruidos de nuevo. Así que recordaron las historias de su glorioso pasado, y al mismo tiempo condenaron a sus antepasados y advirtieron a todo el mundo que conocían contra el peligro de unirse para construir una ciudad. Eso habría hecho que la gente anhelara un lugar así y lo temiera al mismo tiempo.

Hasta la aparición de Nimrod, un constructor de torres, un creador de Babel que desafió a la antigua religión, la vieja prohibición no sería superada y se alzaría otra ciudad, en otro valle fluvial muy lejos en el tiempo y el espacio de la Atlántida, pero recordando las viejas costumbres que habían sido memorizadas en las historias y, en lo posible, repitiéndolas. Construiremos una torre tan alta que no pueda ser cubierta por las aguas. ¿No enlazaba el
Génesis
el diluvio con Babel de esa misma forma, junto con la inflexible desaprobación de los nómadas hacia la ciudad? Ésta fue la historia que sobrevivió en Mesopotamia, el relato del comienzo de la vida urbana allí, pero con claros recuerdos de una civilización más antigua que había sido destruida en una inundación.

Una civilización más antigua. La edad dorada. Los gigantes que una vez recorrieron la Tierra. ¿Por qué no podrían todas aquellas historias estar recordando la primera civilización humana, el lugar donde fue inventada la ciudad? Atlántida, la ciudad de la llanura Massawa.

¿Pero cómo demostrarlo sin emplear el tempovisor? ¿Y cómo conseguir acceso a una de esas máquinas sin convencer primero a Vigilancia del Pasado de que la Atlántida estaba realmente en el Mar Rojo? Era un pez que se mordía la cola.

Hasta que pensó: «¿Por qué se forman en primer lugar las grandes ciudades? Porque hay obras públicas que hacer y requieren más de unas pocas personas que las realicen.» Kemal no estaba seguro de qué formas habrían tomado las obras públicas, pero sin duda habrían hecho algo que cambiara la superficie de la Tierra lo bastante para que las viejas grabaciones del TruSite I lo mostraran, aunque no se las pudiera advertir a menos que alguien las estuviera buscando.

Así, arriesgando su título, Kemal hizo a un lado el trabajo al que le habían asignado y empezó a estudiar las viejas grabaciones del TruSite I. Se concentró en el último siglo antes de que el Mar Rojo se inundara: no había ninguna razón para suponer que la civilización hubiera durado mucho antes de
s
er destruida. Y en unos pocos meses recopiló datos que eran irrefutables. No había diques y presas para impedir la riada: ese tipo de estructura habría sido lo bastante grande para que nadie lo hubiera pasado por alto en la primera ojeada. En cambio, había al parecer montones aislados de lodo y tierra que crecían entre las temporadas de las lluvias, sobre todo en los años más secos, cuando los ríos eran menos caudalosos que de costumbre. Para personas dedicadas a buscar sólo pautas climáticas, aquellos montones aleatorios y sin estructura no significarían nada. Pero para Kemal fueron muy obvios: en las aguas poco profundas, los atlantes construían canales para que sus botes pudieran continuar avanzando para comerciar de un sitio a otro. Los montones de tierra eran simplemente los vertederos del lodo que sacaban del agua. Ninguno de los botes aparecía en el TruSite I, pero desde que Kemal supo dónde buscar empezó a captar atisbos de casas de junco. Cada año, cuando llegaban las riadas, las casas desaparecían, así que sólo eran visibles durante un instante o dos en el TruSite I: frágiles estructuras de barro y junco que debían ser barridas cada estación y reconstruidas de nuevo cuando las aguas retrocedían. Pero estaban allí, rodeadas por los montículos que marcaban los canales. Platón tenía razón una vez más: la Atlántida creció alrededor de sus canales. Pero la Atlántida eran las personas y sus botes; los edificios eran barridos y reconstruidos cada año.

Cuando Kemal presentó sus hallazgos a Vigilancia del Pasado no tenía aún veinte años de edad, pero sus pruebas fueron tan impresionantes que le entregaron de inmediato no un tempovisor, sino la aún más nueva máquina TruSite II para que mirara bajo las aguas del Mar Rojo en el canal Massawa durante los cien años anteriores a la inundación. Descubrieron que Kemal estaba gloriosa, espectacularmente en lo cierto. En una época en que otros humanos estaban todavía formando partidas de caza y recolectando bayas, los atlantes plantaban amaranto y ballico, melones y grano en el rico aluvión de los ríos, y llevaban comida en cestas y en botes de junco de un lugar a otro. Lo único que Kemal había pasado por alto era que los edificios no eran casas, sino silos flotantes para el almacenaje de grano. Los atlantes dormían al raso durante la estación seca, y en la estación de las lluvias lo hacían en sus diminutos botes de junco.

Kemal entró en Vigilancia del Pasado y lo hicieron jefe del nuevo Proyecto Atlántida. Al principio le encantó el trabajo, porque, como Schliemann, podía buscar los orígenes de grandes eventos. Más importante fue cuando encontró a Noé, aunque tenía un nombre distinto: Yewesweder se llamaba cuando era niño, naveg al convertirse en adulto. En su prueba de masculinidad, este Yewesweder, alto ya para su edad, hizo el peligroso viaje al puente de tierra del Bab al Mandab para ver el «Mar de las Olas». Lo vio, sí, pero también vio que este brazo del Océano índico estaba sólo a unos pocos metros por debajo del nivel del recodo que marcaba la antigua línea costera del Mar Rojo antes de la última edad de hielo. Yewesweder no sabía nada de edades de hielo, pero sí que el nivel del banco de arena estaba a cientos de metros por encima de la llanura donde el «Mar Salado» (el retazo del Mar Rojo) se elevaba lentamente. El Mar de las Olas cortaba ya un canal que durante las tormentas lanzaba agua salada a varios lagos, desbordándose ocasionalmente y enviando un río de agua de mar al Mar Rojo. Pronto (en la próxima tormenta, o en la siguiente), el Mar de las Olas se abriría paso y todo un océano caería encima de la Atlántida.

Yewesweder decidió que se había ganado su nombre de hombre, naveg, el día en que hizo este descubrimiento, y de inmediato regresó a casa. Se había casado con una mujer de la tribu que vivía en el Bab al Mandab, y con gran dificultad ella le siguió hasta que no le quedó más remedio que llevarla a casa consigo. Cuando alcanzó la tierra de los derku, como los atlantes se llamaban a sí mismos, se enteró de que lo que le había parecido tan claro en las orillas del Mar de las Olas era tomado por una mentira disparatada por los ancianos de su clan, y de todos los clanes. ¿Una gran inundación? Tenían una inundación cada año, y simplemente la evitaban con sus botes. Si la inundación de naveg se producía, la evitarían también.

Pero naveg sabía que no sería posible. Así que empezó a
ex
perimentar con troncos atados juntos, y en cuestión de pocos años aprendió a construir una balsa con forma de caja y casa incluida que podría soportar las presiones de la inundación en la que sólo él creía. Otros advirtieron después de las riadas normales de la estación que esta caja estanca de madera seca era un barco superior. Al final, la mitad del grano y las bayas de su clan acabó almacenada en su arca. Otros clanes también construyeron barcos de madera, pero sin seguir las especificaciones exactas de naveg en lo referente a fuerza y resistencia al agua. Mientras tanto naveg era ridiculizado y amenazado por sus constantes advertencias de que toda la tierra quedaría cubierta por las aguas.

Cuando llegó la inundación, naveg lo supo con la necesaria antelación: el primer torrente en abrirse paso a través del Bab al Mandab hizo que el Mar Salado se elevara rápidamente, acumulándose en los canales del pueblo de los derku durante varias horas antes de que la presión del océano estallara, enviando una muralla de agua de docenas de metros de altura que barrió toda la cuenca del Mar Rojo. Para cuando la riada alcanzó el barco de Noé, la nave estaba preparada, con una carga de semillas y alimentos, junto con sus dos esposas, sus hijos pequeños, los tres esclavos que le habían ayudado a construirlo y las familias de los esclavos. Fueron sacudidos inmisericordemente por las turbulentas olas y el arca a menudo fue cubierta por el agua, pero aguantó, y al final llegaron a detenerse no lejos de Gibeil, en el extremo sur de la península del Sinaí.

Se dedicaron a labores de cultivo durante un breve espacio de tiempo en el valle de El Qa', a la sombra de las montañas del Sinaí, contándole a todos los que llegaban la historia del diluvio enviado por Dios para destruir a los indignos derku, y cómo este puñado de gente se había salvado sólo porque Dios había mostrado a naveg lo que pretendía hacer. Sin embargo, con el tiempo, naveg se convirtió en pastor transhumante, difundiendo su historia allá donde iba. Como esperaba Kemal, la historia de naveg, con su interpretación antiurbana, tuvo enorme influencia a la hora de impedir que la gente se congregara en grandes comunidades que pudieran convertirse en ciudades.

También había tina fuerte oposición a los sacrificios humanos en esta historia, pues el propio padre de naveg había sido sacrificado al dios cocodrilo de los derku cuando se encontraba en su prueba de madurez, y naveg creía que el motivo principal de que el poderoso dios de las tormentas y los mares hubiera destruido a los derku era su práctica de ofrecer víctimas vivas al gran cocodrilo que habían creado para representar a su dios cada año después de la estación de las crecidas. En cierto modo esta relación entre los sacrificios humanos y la construcción de ciudades fue desgraciada, porque cuando se volvió a habitar en ciudades muchas generaciones más tarde, a cargo de herejes que rechazaban la antigua sabiduría de naveg, los sacrificios humanos vinieron formando parte integrante del paquete. Pero a la larga naveg se salió con la suya, pues incluso aquellas sociedades que ofrecían sacrificios humanos a sus dioses sintieron que hacían algo oscuro y peligroso, y con el paso del tiempo los sacrificios humanos fueron considerados primero bárbaros y luego una atrocidad inenarrable en todas las tierras que fueron alcanzadas por la historia de naveg.

Kemal había encontrado la Atlántida; había encontrado el origen de Noé y Utnapishtim y Ziusudra. Su sueño de la infancia se había cumplido; había representado el papel de Schliemann y protagonizado el mayor de los descubrimientos. Lo que ahora le quedaba por delante era trabajo burocrático.

Se retiró del proyecto, pero no de Vigilancia del Pasado. Al principio simplemente picoteó en todos aquellos trabajos que esporádicamente empezaba; sobre todo se concentró en formar una familia. Pero poco a poco, a medida que sus hijos crecían, sus esfuerzos inconexos tomaron forma y se hicieron más intensos. Había encontrado un proyecto aún mayor: descubrir por qué surgió la primera civilización. En lo que a él se refería, todas las culturas del mundo antiguo después de la Atlántida dependían de aquella primera civilización. La idea de la ciudad estaba ya en los egipcios, los sumerios, los pueblos del Indo e incluso los chinos, porque la historia de la Edad Dorada de la Atlántida se había extendido por todas Panes.

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