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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (8 page)

Tagiri se estremeció.

—No —dijo—. ¿Quién dice que podamos viajar físicamente al pasado de forma que lo hiciera posible? De todas formas, no necesitamos matarlo. Sólo tenemos que apartarlo de su plan para navegar hacia poniente. Tenemos que encontrar qué es posible antes de decidir cómo hacerlo. Y asesinar... nunca estaría de acuerdo con eso. Colón no era ningún monstruo. Todos lo sabemos, sobre todo desde que el tempovisor nos mostró la verdad acerca de él. Sus vicios eran los vicios de su época y cultura, pero sus virtudes trascendían el escenario de su vida. Fue un gran hombre. No tengo ningún deseo de deshacer la vida de un gran hombre.

Hassan asintió, lentamente.

—-Digamos lo siguiente: Si conociéramos que es posible apartar a Colón de su viaje, y si después de mucha investigación estuviéramos seguros de que apartarlo detendría de verdad la terrible maldición del mundo desde esa época en adelante, entonces merecería la pena deshacer esta edad de curación sobre la firme posibilidad de hacerla innecesaria.

—Sí —dijo Tagiri.

—Encontrar respuestas a esas preguntas podría ser el trabajo de varias vidas.

—Puede que sí. O puede que no.

—E incluso aunque estuviéramos muy seguros, podríamos estar equivocados, y el mundo podría acabar peor que ahora.

—Con una diferencia —dijo Tagiri—. Si detenemos a Colón podemos estar seguros de que Putukam y Baiku nunca morirían bajo las espadas españolas.

—En eso te doy la razón —repuso Hassan—. Averigüemos si es posible y deseable hacerlo. Averigüemos si la gente de nuestra propia época está de acuerdo en que merece la pena, que es justo hacerlo. Y si lo están, entonces te secundaré cuando se haga.

Sus palabras estaban llenas de confianza, y sin embargo ella sintió un vértigo que la mareaba, como si se encontrara al borde de un gran precipicio y el suelo acabara de moverse bajo sus pies. ¿Qué tipo de arrogancia tenía para imaginar siquiera ahondar en el pasado y hacer cambios? «¿Quién soy yo —pensó—, si me atrevo a responder a oraciones que tenían como destinatarios a los dioses?»

Sin embargo, sabía aunque lo dudara que ya había tomado una decisión. Los europeos habían tenido su futuro, habían cumplido sus más ambiciosos sueños, y era su futuro el que se había convertido en el oscuro pasado de su mundo, las consecuencias de sus decisiones las que entonces estaban siendo eliminadas de la Tierra.

«Los sueños europeos condujeron a esto —se dijo—, un mundo profundamente herido y convaleciente, con un millar de años de curación por delante, con tantas cosas irremediablemente perdidas que sólo serán recuperadas en las holocintas de Vigilancia del Pasado. Así, si está en mi poder deshacer sus sueños, dar futuro a otra gente, ¿quién puede decir que me equivoco? ¿Cómo podría ser peor?»

Cristóbal Colón (Christopher Colombus, como lo llamaban los ingleses, Cristoforo Colombo, como fue bautizado en Genova) no descubriría América después de todo si ella conseguía encontrar un medio de impedírselo. La oración de la aldea de Ankuash sería contestada.

Y al contestar a esa oración, su propia sed sería saciada. Nunca podría satisfacer el ansia sin esperanza de los rostros de todos los esclavos de todas las épocas. Nunca podría borrar la tristeza del rostro de su anciana antepasada Diko y su hijo, Acho, que una vez fue un niño alegre. Nunca recuperaría las vidas y los cuerpos de los esclavos. Pero sí podía hacer esto, y al hacerlo, la carga que se había acumulando en su interior a lo largo de todos estos años sería finalmente aliviada. Sabría que había hecho todo lo que era posible por sanar el pasado.

A la mañana siguiente, Tagiri y Hassan informaron de lo que había sucedido. Durante semanas los líderes más importantes de Vigilancia del Pasado y también muchos líderes externos vinieron a ver la holocinta, a discutir sus posibles significados. Escucharon a Tagiri y Hassan mientras atendían a sus preguntas y proponían sus planes. Al final, dieron su consentimiento a un nuevo proyecto para explorar lo que podría significar la visión de Putukam. Lo llamaron el Proyecto Colón, tanto porque parecía el mismo tipo de viaje alocado e imposible en el que Colón se había embarcado en 1492 como porque el proyecto podría conducir a deshacer su gran logro.

Tagiri mantuvo en marcha la investigación sobre la esclavitud, por supuesto, pero junto a Hassan se lanzó también al nuevo proyecto con un nuevo equipo de trabajadores. Hassan dirigía el grupo que estudiaba la historia para ver si detener a Colón tendría el efecto que deseaban, y descubrir si algún otro cambio podría ser más deseable o más fácilmente puesto en práctica. Tagiri dividió sus horas de trabajo entre el proyecto de la esclavitud y la coordinación de una docena de físicos e ingenieros que intentaban averiguar exactamente las consecuencias de una sacudida temporal, y cómo alterar las máquinas del tiempo para aumentar el efecto lo suficiente para permitir la alteración del pasado.

Poco después de iniciada su colaboración, Tagiri y Hassan se casaron y tuvieron una hija y un hijo. Llamaron a la niña Diko y Acho al niño. Ambos crecieron fuertes y sabios, inmersos en el amor de sus padres y el Proyecto Colón desde su infancia. Acho creció y se convirtió en piloto. Surcó la superficie de la Tierra como un pájaro, rápido y libre. Diko no se apartó tanto de casa. Aprendió los lenguajes, las herramientas, las historias inherentes al trabajo de sus padres, y se quedó junto a ellos. Tagiri miraba a su marido, a sus hijos, y más de una vez pensaba: «¿Y si algún extranjero de un lugar lejano viniera y me robara a mi hijo y lo convirtiera en esclavo y nunca volviera a verlo? ¿Y si un ejército de un lugar ignoto viniera y asesinara a mi esposo y violara a mi hija? ¿Y si, en algún otro lugar, gente feliz nos observara mientras todo eso sucedía, y no hiciera nada para ayudarnos, por temor a poner en peligro su propia felicidad? ¿Qué pensaría de ellos? ¿Qué clase de personas serían?»

3. AMBICIÓN

3

ESCLAVOS

A
veces Diko consideraba que había crecido con Cristóbal Colón, que era su tío, su abuelo, su hermano mayor. Siempre estaba presente en el trabajo de su madre, y las escenas de su vida se proyectaban una y otra vez como telón de fondo.

Uno de sus primeros recuerdos era de Colón dando órdenes a sus hombres para capturar a varios indios y llevarlos a España como esclavos. Diko era tan niña que en realidad no comprendía el significado de lo que estaba pasando. Sin embargo, sí sabía que la gente del holovisor no era real, así que cuando su madre dijo con profunda y amarga rabia: «Te detendré», Diko pensó que le estaba hablando a ella y se echó a llorar.

—No, no —la consoló su madre, meciéndola—. No hablaba contigo, sino con el hombre del holovisor.

—No puede oírte —contestó Diko.

—Lo hará algún día.

—Papá dice que murió hace cien años.

—Más que eso, mi Diko.

—¿Por qué estás tan enfadada con él? ¿Es malo?

—Vivió en una mala época. Fue un buen hombre en una mala época.

Diko no podía comprender las sutilezas morales de esto. La única lección que aprendió de aquel hecho fue que de algún modo la gente del holovisor era real después de todo, y que el hombre llamado por igual Cristóforo Colombo, Cristóbal Colón y Christopher Colombus era muy, muy importante para su madre.

También se volvió importante para Diko. Siempre estaba en algún rincón de su mente. Lo vio jugando cuando era niño. Lo vio discutiendo interminablemente con sacerdotes en España. Lo vio arrodillarse ante el rey de Aragón y la reina de Castilla. Lo vio intentando en vano hablar a los indios en latín, genovés, español y portugués. Lo vio visitando a su hijo en un monasterio de La Rábida.

Cuando tenía cinco años, Diko le preguntó a su madre:

—¿Por qué su hijo no vive con él?

—¿Con quién?

—Con Cristóforo —dijo Diko—. ¿Por qué vive ese niño pequeño en el monasterio?

—Porque Colón no tiene esposa.

—Lo sé. Ella murió.

—Así, mientras él intenta que el rey y la reina le permitan hacer su viaje hacia el oeste, su hijo tiene que quedarse en algún sitio seguro, donde pueda recibir una educación.

—Pero Cristóforo tiene otra esposa todo el tiempo —añadió Diko.

—Una esposa no —corrigió su madre.

—Duermen juntos.

—¿Qué has estado haciendo? ¿Has estado pasando el holovisor mientras yo no estaba aquí?

—Tú estás siempre aquí, mamá.

—Ésa no es respuesta, niña meticona. ¿Qué has estado viendo?

—Cristóforo tiene otro niño con su nueva esposa —dijo Diko—. Ése nunca va a vivir al monasterio.

—Eso es porque Colón no está casado con la madre del nuevo bebé.

—¿Por qué no?

—Diko, tú tienes cinco años y yo estoy muy ocupada. ¿Es una emergencia tan grande que tengo que explicarte todo esto ahora mismo?

Diko sabía que eso significaba que tendría que preguntárselo a su padre. Muy bien. Su padre no pasaba en casa tanto tiempo como su madre, pero, cuando estaba, respondía todas sus preguntas y nunca la hacía esperar hasta que creciera.

Esa misma tarde, Diko se sentó en un taburete junto a su madre, ayudándola a aplastar las habichuelas para preparar la salsa que sería la cena. Mientras removía las habichuelas machacadas con todo el vigor y todo el cuidado que era posible, se le ocurrió otra pregunta.

—Si tú murieras, mamá, ¿me enviaría papá a un monasterio?

—No —contestó su madre.

—¿Por qué no?

—No me voy a morir, no hasta que tú misma seas una viejecita.

—Pero si lo hicieras.

—No somos cristianos ni vivimos en el siglo quince. No enviamos a nuestros hijos a monasterios para que los eduquen.

—Debe de haberse sentido muy solo —insistió Diko.

—¿Quién?

—El hijo de Cristóforo en el monasterio.

—Seguro que tienes razón —dijo su madre.

—¿Se sentía también Cristóforo solo? ¿Sin su niñito?

—Supongo que sí. Algunas personas se sienten muy solas sin sus hijos. Aunque estén rodeadas de otras personas todo el tiempo, echan de menos a sus pequeños. Aun cuando sus hijos crecen y se vuelven grandes, echan de menos a los pequeños que nunca volverán a ver.

Diko sonrió.

—¿Echas de menos cómo era a los dos años?

—Sí.

—¿Era graciosa?

—La verdad es que eras una latosa —le dijo su madre—. siempre metiéndote en todo, sin descansar jamás. Eras una niña imposible. Tu padre y yo apenas podíamos hacer nada excepto cuidarte.

¿Y eso no era gracioso? —preguntó Diko. Se sentía un Poco decepcionada.

Te conservamos, ¿no? Debiste ser al menos un poquito graciosa. No viertas las habichuelas de esa forma, o acabaremos comiéndonos las paredes para la cena.

—Papá las aplasta mejor que tú —dijo Diko.

—Qué amable por tu parte.

—Pero en el trabajo, tú eres la jefa de papá.

Su madre suspiró.

—Tu padre y yo trabajamos juntos.

—Tú eres la cabeza del proyecto. Lo dice todo el mundo.

—Sí, eso es verdad.

—Si tú eres la cabeza, ¿papá es el codo o algo así?

—Papá es las manos y los pies, los ojos y el corazón.

Diko empezó a reírse.

—¿Seguro que papá no es el estómago?

—Yo creo que la tripita de tu padre es bonita.

—Bueno, menos mal que papá no es el culo del proyecto.

—Ya basta, Diko —dijo su madre—. Ten un poco de respeto. Ya no eres tan pequeña para que ese tipo de cosas sea gracioso.

—Si no es gracioso, ¿qué es?

—Desagradable.

—Voy a ser desagradable toda la vida —rebatió Diko, desafiante.

—No tengo duda de ello.

—Voy a detener a Cristóforo.

Su madre la miró sorprendida.

—Ése es mi trabajo, si es que puede hacerse.

—Serás demasiado vieja —contestó Diko—. Voy a crecer y detenerlo por ti.

Su madre no discutió.

Para cuando Diko cumplió diez años, se pasaba todas las tardes en el laboratorio, aprendiendo a usar el viejo tempovisor. Técnicamente, se suponía que no debía usarlo, pero toda la instalación de Ileret estaba dedicada entonces al proyecto de su madre, y por eso era la actitud de su madre hacia las reglas lo que prevalecía. Esto significaba que todo el mundo seguía con todo rigor el método científico, pero la línea limítrofe entre el trabajo y el hogar no se observaba con mucho cuidado. Los niños y parientes estaban frecuentemente cerca, y mientras se mantuvieran callados, a nadie le importaba. No es que hubiera ningún secreto que guardar. Además, ya nadie utilizaba los anticuados tempovisores excepto para reproducir antiguas grabaciones, así que Diko no interfería en el trabajo de nadie. Todo el mundo sabía que era cuidadosa. Así que nadie comentaba el hecho de que una niña sin autorización y a medio educar estuviera metiendo la nariz en el pasado sin que nadie la supervisara.

Al principio, su padre configuró el tempovisor que Diko empleaba para que sólo reprodujera imágenes previamente grabadas. Diko pronto se cansó de que el tempovisor tuviera una perspectiva tan restringida. Siempre anhelaba ver las cosas desde otro ángulo.

Justo antes de cumplir doce años, descubrió un método para sortear el fútil intento de su padre por bloquear su acceso pleno. No fue particularmente hábil; el ordenador de su padre le alertó de lo que había hecho, y él fue a verla antes de que pasara una hora.

—Así que quieres seguir contemplando el pasado.

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