Read Peluche Online

Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (8 page)

—¿Quieres fruta? —me pregunta Reme

—Un melocotón

—Ahora traigo

Sale de la cocina.

—Toma

—Gracias

—A mí, la verdad, es que me apetece otro tipo de fruta —me dice con un plátano en la mano

—Parece mentira pero todavía no los he probado

—Come, come

—Está bueno

—De la tierra

—Se me hace la boca agua

—¿Quieres otro?

—No, gracias

—El chico tendrá que irse ya —dice Conrado

—Sí —digo levantándome—, voy a recoger mis cosas

—Espera, ¿no te vas a quedar? —me pregunta Reme

—Yo lo que ustedes quieran

—Tampoco pretendía echarte —dice Conrado

—A mí me da igual

—Que no, hombre

—Arriba hay camas de sobra —dice Reme

—Por mí bien, sólo que no sé si podré aguantar un día más —digo frotándome el cuello

—Aquí tienes lo de hoy —me dice Conrado echando un billete de cincuenta sobre la mesa

—No es necesario —le digo

—Cógelo

El dinero se queda en la mesa. Nos sentamos frente al televisor. Una de vaqueros. Reme cosiendo punto de cruz. Me relajo. Conrado se duerme.

—Me voy a dormir que ya estoy harta de tiros —dice Reme dejando el ganchillo sobre la mesa

—Yo también —le digo

Nos levantamos en silencio.

—¿Apago la tele? —pregunto

—Déjala, él la escucha igual, parece que no, pero la ve

Subimos a las habitaciones. Entro en la mía y nos damos las buenas noches. Entorno la puerta. Abro, aseo, vuelvo. Me quito la ropa y la dejo sobre la cama de Rubén. Me dejo acariciar por las sábanas. Pienso en Conrado. Miro al techo. Me duelen los brazos. No tengo sueño. Me levanto. Cojo la mochila y saco el tabaco. Apago la luz. Enciendo un cigarro. Abro la ventana de par en par. Entra aire fresco. Doy una calada. Echo el humo. Saco la cabeza fuera y miro las estrellas. Una de ellas parpadea. Doy otra calada. Es un avión. Bajo la vista. Las mariposas nocturnas revolotean alrededor de una farola. Oigo pasos en la escalera. Apago el cigarro con saliva y lo tiro por la ventana. Voy a meterme en la cama.

—Buenas noches —me dice Conrado desde el pasillo

—Buenas

—Te has dejado el dinero en la mesa

—Sí

—Quien trabaja merece su jornal

—Entendido

—Y puedes fumar tranquilo

—Gracias

Entra en el aseo. Silencio. Chorro sobre agua. Tira la cadena. Entra en el cuarto. Me acerco de puntillas a la puerta. Reme le espera sentada a los pies de la cama con ropa interior. Conrado cierra. Vuelvo al lado de la ventana. Enciendo un cigarro. Fumo tranquilo. Saco la cabeza fuera. Visualizo la Osa Mayor. Pego una calada. La Menor. Echo el humo. Marte. La puerta de la habitación de Conrado y Reme se abre. Sale ella. Vuelve con un vaso de agua. Deja la puerta entreabierta. Apago el cigarro. Vuelvo a levantarme. Camino en silencio. Se están besando. Me giro a la derecha. La luz de la lámpara de atrás les perfila la silueta. Yo eclipsado. Ella sentada con las manos en la cintura de Conrado. Él de pie manoseándole las tetas. Ella jugando con el pelo de su pecho. Él comiéndole el cuello. Ella acariciando la barriga. Él quitando el sujetador. Ella dejándose llevar. Él chupando un pezón. Ella sintiendo. Él rugiendo animal. Ella sin bragas. El arrodillado comiendo manjar. Trago en silencio. Me miro los calzoncillos. Levanto la vista y ella me ve. El corazón me da un salto. Giro rápido a la izquierda. Permanezco inmóvil. Intento relajarme. Temo que oigan el bombeo de mi sangre. Silencio. Asomo la cabeza por la puerta. Me mira. Bajo la vista. La subo. Sonríe, cierra los ojos, abre las piernas. Conrado lamiendo hasta los restos del plato. Ella empujando hacia dentro antiparto. Él le introduce un dedo por el culo. Ella dilatando. Él bajándose los calzoncillos. Me llevo la mano al pecho. Ella medio muerta. El grueso pene de Conrado echando líquido. Yo sólo herido. Levanta las piernas de Reme. Me dejo caer en la cama. Se oyen gemidos. Me enredo entre las sábanas. Calzoncillos fuera. Paso la mano por el suelo. Cojo un calcetín, me lo pongo en el pene y éste entre la almohada y la barriga. Pienso. Sin moverme. Pienso que viene por detrás. Bombeo sangre hasta el glande. Que se acuesta en mi cama. Abro la mesilla de noche. Busco. Un lápiz. Lo chupo y me lo meto en el culo. Que apoya su barriga en mi espalda. La punta del lápiz rozando las sábanas. Que me abraza. Espero no manchar. Que oigo su respiración. Empujo con el dorso de la lengua en el paladar. Que me abre por detrás. Mi cerebro latiendo en mis huevos. Que su olor impregna mi cuerpo. Abro los ojos y trago saliva de sexo. La silueta de Conrado se cuela por mi puerta hasta el suelo. Paso la mano por la alfombra. Que me cubre con el pelo de su cuerpo. Estiro las piernas. Las sábanas aprietan el lápiz hacia dentro. Que me la mete hasta los huevos. La silueta se mueve arriba y abajo. Que yo soy Reme. Me tapo la boca con la almohada. Ella gime. Yo no puedo. Que gimo como ella. La almohada huele como la toalla del almacén. Que le miro el pecho a través del espejo. Que él se da cuenta. Que yo haciéndome el bueno. Que ella mirándome tumbada en la cama. Que yo con su marido dentro. Que ella que no pasa nada. Que yo agradeciendo. Que ella de mujer a mujer. Que yo concentrándome de nuevo. Que Conrado esta tarde con la camisa desabrochada bebiendo agua de la botella sin tocarla con los labios. Que cuelga la camisa en un árbol. Que miro entre las ramas y está de espaldas cubierto de pelo. Que apoya la barriga en el último peldaño de la escalera. Que tiene los brazos en alto y una mata de pelo negro sale de sus axilas. Que la botella de agua pasa de mano a mano. La de Conrado y la mía. Y el líquido que hierve en mi estómago. Y sale por mi pene. Me corro, me corro, me corro. Él sale de Reme. Yo de mi cuerpo volando. Inspiro, espiro. Apagan la luz. Me quito el lápiz y lo limpio con el otro calcetín. Duermo. Sueño con verte de nuevo. Me despiertan.

—A levantarse

—Buenos días Reme

—Buenos días

—¿Qué hora es?

—Las siete

Me pongo en pie. Guardo calcetines y lápiz en una bolsita de plástico en la mochila. Abro la puerta del baño. Está Conrado. Cierro. Espero fuera.

—Buenos días —me dice saliendo

—Buenos

Entro, me aseo, acabo de vestirme. Bajo las escaleras. Voy a la cocina y me preparo un vaso de leche con azúcar y cola-cao. Bebo de un trago. Salgo. Subimos al Renault cuatro. Está amaneciendo.

—...anoche? —acaba de preguntarme Reme

—¿Cómo?

—Que si dormiste bien anoche

—Sí

Llegamos al pueblo. Recogemos a Rubén y a su hermano. Regresamos.

—¿No nos vas a contar qué te pasó ayer? —le pregunta Conrado a Nicolás mirándole fijo por el retrovisor

—Nada, ya me he puesto bien

Mayor que Rubén. Más corpulento. Menos guapo. Con las manos apoyadas en las rodillas cubiertas de pelo. Miro a Rubén. Baja la vista. Hago lo mismo. Bonitas piernas del chico que pide disculpas a su tío.

Llegamos a casa. Cambiamos de vehículo. Conduce Rubén. Yo sin perder de vista los pechos de Nicolás que se mueven arriba y abajo. Paramos. Bajamos. Cajas, escalera, capazos. Recogemos melocotones. Dejo de sentir dolor en los brazos. Concentrado. Igual que Rubén. Los árboles van pasando más rápido que ayer. Al llegar al final de una hilera empezamos con otra sin parar. Reme me mira. Sonrío. Canta. Recojo con buen ánimo. Melocotones suaves al tacto. Las ramas no. Sale el sol entre dos montañas. Estornudo. Respiro entrecortado. Vuelvo a estornudar. Inspiro. Aire puro en mis pulmones. Sigo recogiendo melocotones. Me acerco a Nicolás. Rubén me mira. Vacío el capazo. La espalda de Nicolás ancha con pelo que sube por el cuello. Se me caen los melocotones al suelo. Recojo. Vuelvo a su lado. La camiseta que no le llega a los pantalones por la parte de delante y le asoma la barriga cuando estira los brazos para coger melocotones con sus grandes manos y las yemas de sus dedos que se deslizan por la fruta media vuelta y un pequeño estirón y al capazo sin inmutar la mirada ni las pestañas largas y teñidas del negro pelo que cubre el resto de su cuerpo como sus ojos que no miran sino estremecen a todo ser viviente que se encuentre enfrente y lo que daría yo por ser transparente y pegarme a él. Paramos. Cojo aire. Reme saca cuatro bocadillos de una bolsa. Quito el papel de aluminio. Lomo con queso. Me siento en una piedra más plana. Muerdo. Toso.

—Cuidado no te vayas a atragantar —me dice Reme

—No es nada

—Hoy no tenía el cuerpo para pucheros

—¿Y vuestro padre? —pregunta Conrado a los hermanos

—Ya estaba en pie cuando nos hemos levantado —dice Nicolás—, jugando al solitario. Como hasta las ocho no abren la cooperativa

—¿Hay buen precio?

—No sé, hoy venía un señor a ver el género

—¿Y tu madre?

—Bien, liada con la pequeña, que le da mucha guerra

—¿No está muy delgada la niña? —pregunta Reme

—Dice mi madre que está pegando el estirón

—Eso debe ser, ¿pero come?

—Sí

Volvemos a la faena. El capazo cada vez pesa más.

—¿Salisteis anoche? —pregunto a Rubén y a Nicolás

—Nicolás sí —dice Rubén—, pero volviste pronto, ¿no?

—A las dos, hacían baile

—¿En la plaza? —pregunta Rubén

—En las escuelas, en la plaza hicieron el toro embolado

—¿Pasó algo?

—Qué va, era un toro más manso, la gente silbaba desde las barreras

Una hilera. Otra. Al finalizar la tercera recogemos y nos vamos a casa. Descargamos.

—Nosotros nos vamos —dice Rubén

—¿No os quedáis a cenar? —pregunta Reme

—Tenemos cena con la peña

—¿Tú qué haces? —me pregunta Reme

—No sé

—Se viene con nosotros —dice Rubén

—Ah

—Vente y salimos un poco

Miro a Reme. Sonríe. Subo y recojo la mochila. Me despido hasta siempre, con la mano a Conrado y dos besos a Reme.

—¡No me ha dado tiempo de hacer la cama! —les grito a lo lejos

—¡No te preocupes, cuídate! —contesta Reme

—¡Ustedes también!

Caminamos por carretera de asfalto.

—Toma —me dice Rubén

—¿Qué es esto? —le digo con un billete de cien en la mano

—De parte de Conrado y Reme

—Joder

—Que lo cojas, hombre

—Dale las gracias de mi parte

—Igual los ves esta noche

Llegamos al pueblo. Gente por las calles y en los bares. Entramos en una casa de dos plantas. No hay nadie.

—Me ducho yo primero —dice Rubén subiendo las escaleras

—Siéntate —me dice Nicolás

—Gracias

—¿Quieres algo?

—¿De beber?

—Claro

—¿Tienes cerveza?

—En esta casa siempre hay cerveza, yo la tomo a todas horas, ¿no ves cómo estoy? —tocándose la barriga

—Sí —mordiéndome la lengua

Sale de la cocina con dos cervezas de medio litro. Abrimos los botes. Se oye el chorro de la ducha.

—¿Has estado alguna vez aquí? —me pregunta

—No, desde ayer

—Ahora en fiestas está muy concurrido, pero en invierno te puedes morir de asco

—¿Estudias aquí?

—Mi hermano, yo trabajo

—¿Qué haces?

—En una frutería, cargo, repongo

Se recuesta en el sofá con la cerveza apoyada en la barriga. Bebemos. Rubén baja por las escaleras. Pantalón negro y camisa blanca recién planchada. Afeitado.

—Ya estoy

Nicolás se acaba la cerveza de un trago y sale disparado. Rubén abre la nevera y saca una coca-cola.

—Gracias por todo —le digo

—De nada

—¿Dónde puedo dormir esta noche?

—Arriba, en las habitaciones

—Me refería a una pensión o algo así

—Sí hombre, aquí hay camas suficientes

—Me parece mucho morro

Termino la cerveza. Se levanta y me trae otra abierta.

—Toma

—No puedo más, gracias

—Pégale un trago

Bebo. Se queda a medias. Baja Nicolás. Mi turno. Cojo la mochila. Subo. Al fondo a la izquierda. Colgada en la pared una foto de Nicolás y Rubén en su primera comunión. De marineros. Caras redondas, mofletes rosados. Entro en el aseo. Entorno la puerta. Me miro en el espejo. Estoy cansado. La cara roja del sol. Saco trastos de la mochila. Me afeito, ducho, seco. El vaho desaparece del espejo. Me veo guapo. Calzoncillos, calcetines, piratas arrugados, zapatillas y camiseta que se plancha al ponérmela. Limpio el lavamanos y arreglo el aseo. Salgo. Bajo.

—Ya estoy

—Deja la mochila aquí —me dice Rubén

—Es que luego tendré que volver

—Claro, a dormir

Salimos de casa. Me siento fresco y relajado. Toco los bolsillos de los piratas. Cartera, mechero, tabaco. Lo saco. Ofrezco. Fumamos los tres. La gente que pasa nos saluda. Nicolás pulsa el timbre de una casa. Sale una chica. Se besan en los labios.

—Te presento a Lucas

—Hola, soy Rosa

—Encantado

—Ha estado ayudando a mis tíos en la finca —le dice Nicolás

—Pasar

Rosa, morena, esbelta, nos guía hasta la cochera que da a la calle de atrás. Gente sentada alrededor de una mesa alargada con bebida y comida. La música a toda ostia. Nicolás y Rubén saludan. Me presentan. Carmen, Sergio, Andrés, Alicia, Paco, Gisela, María, Toni, Gerardo y Jesús. Me sirven un gintonic. Nos sentamos. Bebo del tubo. Está muy cargado. Pego un trago largo y me fumo un cigarro.

—¿No quieres comer nada? —me pregunta Toni o Gerardo

—Sí, ahora, gracias

Alargo la mano y cojo dos papas. Termino el gin de un trago. Cojo un bocadillo de jamón serrano con tomate. Muerdo.

—¿Otro cubata? —me pregunta Rubén

—Un poco de coca-cola

—Aquí tienes

—Gracias

Una chica le llama. Se va. Cojo otro bocadillo. Me termino la cocacola de un trago y eructo en silencio, pero a gusto. Lleno el vaso. Acabo de cenar. Rubén se acerca de nuevo.

—¿Quieres? —ofreciéndome un porro

Lo cojo. Fumo. Vamos hasta la mesa y nos servimos dos cubatas. Al fondo Nicolás y Rosa hablan y se besan.

—Os lo montáis de puta madre —observo

—Para ser una vez al año

—¿Sois todos de aquí?

—Carmen y Sergio de Calaceite, Toni de Albarracín, María de Teruel, y el resto sí

—¿Puedo cambiar el cedé?

—Pon lo que quieras, aunque no hay mucha cosa

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