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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (8 page)

Torgny cortó las puntas sueltas de los hilos con el cortaplumas e hizo una bola con ellos.

—Hay que decir que... que tendrás que sopesar poner planchas de hojalata en el tejado. Si es que piensas tener gente dentro de esa casa. —Erik lo miraba fijamente. Él prosiguió—: Si pudiéramos mirar juntos lo que yo creo que hay que arreglar, entonces a lo mejor podríamos...

Erik lo interrumpió.

—Piensas que debería tirarlo, ¿no? ¿Todo?

Torgny abrió la boca para contestar, pero Erik golpeó la mesa con la mano extendida mientras gritaba:

—¡Joder! ¡Que te den por el culo!

Maja, que estaba junto a la cocinilla, se volvió tan deprisa que se le escaparon algunas gotas de compota de la cuchara que tenía en la mano y cayeron en la pechera de la camisa de Erik cuando se levantaba de la mesa.

—¡Erik! —exclamó—. ¡Así no se le habla a un padre!

Erik se quedó mirándola como si pensara pegarle, después deslizó la mirada hacia las gotas calientes de color ambarino que tenía en la pechera.

—Te voy a decir dos cosas —dijo Torgny mientras Erik aún permanecía con la cabeza gacha—, dos cosas. Después puedes irte donde quieras, y estar todo lo enfadado que te dé la gana. No pongas tejas sobre ese armazón. Y haz un agujero para la ventilación en los cimientos. Después, haz lo que te dé la gana.

Torgny cortó un trozo de hilo para empezar con el siguiente agujero. Pero le temblaban las manos y se cortó en el pulgar. No fue un corte profundo, pero sangró un poco.

Torgny se quedó mirando la sangre. Erik observaba las manchas de compota de su camisa. Maja estaba aún con la cuchara en alto. Permanecieron así un par de segundos, y algo que no era una casa se vino abajo entre ellos, el estruendo de la madera resquebrajándose, el quejumbroso chirrido de las puntas al soltarse.

Después Erik salió de la cocina. Oyeron retumbar sus pasos subiendo la escalera, el portazo de su habitación en el piso de arriba. Torgny se chupó la sangre del dedo, Maja removió el contenido de la cazuela.

Aquello se había venido abajo.

Después de aquella noche Erik perdió la ilusión. Siguió con la construcción durante el otoño y terminó el revestimiento de madera antes de que llegara el invierno, puso un tejado de chapa. Perforó agujeros para la ventilación que quedaron mal hechos y feos, pero que al menos permitían que se ventilara la cimentación.

Hizo todo aquello, pero lo hizo sin ilusión, sin energía. Comía en silencio y contestaba con monosílabos a las preguntas del padre o de la madre. A veces viajaba a Nåten para ver a Anna-Greta, y parecía que recobraba los ánimos en aquellos encuentros porque los planes de boda seguían adelante.

Torgny no volvió a bajar más veces a la Chapuza. Cuando la gente le preguntaba que cómo iba la obra de su hijo, respondía que aquello no era asunto suyo, que era cosa de Erik. Había dicho lo que pensaba, remediado lo que se podía remediar. Ahora que pasara lo que tuviera que pasar.

El invierno llegó tarde. Quitando los habituales golpes de frío a principios de noviembre, fue un invierno de temperaturas suaves y sin nieve hasta bien entrado el mes de enero. Erik había puesto las ventanas y ahora pasaba incluso las tardes y parte de la noche en su casa. Una enorme lámpara de queroseno esparcía su luz sobre el acantilado y de lejos parecía agradable de veras.

A mediados de enero Erik trasladó su cama y los enseres domésticos imprescindibles. Torgny y Maja estaban junto a la ventana de la cocina mirándolo a escondidas cuando llevaba su cama sobre la espalda cuesta abajo. Maja puso la mano en el hombro de Torgny.

—Ahora se va de casa nuestro hijo.

—Sí —dijo Torgny dándose la vuelta, porque empezaban a escocerle los ojos. Se sentó a la mesa de la cocina y llenó la pipa. Maja seguía junto a la ventana viendo cómo Erik desaparecía por detrás de la Casa del Mar.

—Es de ideas fijas —dijo ella—. Eso no hay quien se lo quite.

La casa estuvo terminada a primeros de mayo. Dos semanas después era la boda. La ceremonia nupcial se iba a celebrar al aire libre, en el cabo de Norrudden, y después el convite con el que festejarían la boda y la echada de aguas tendría lugar en la casa de Erik en el cabo.

Hizo mucho viento ese día. La gente tenía que sujetarse los sombreros con la mano y cuando la novia tiró el ramo salió arrastrado hasta el mar antes de que nadie pudiera cogerlo. Los invitados se apresuraron para llegar hasta la casa de la pareja con las ropas ondeando al viento y los ojos llenos de lágrimas por el viento y la emoción.

A Anna-Greta le pareció que Erik le apretaba la mano con demasiada fuerza cuando pasaron el puerto y siguieron en dirección a su casa abriendo el cortejo. Tenso y nervioso, probablemente. Ella no estaba menos inquieta, porque Erik aún no le había enseñado la casa en la que iban a vivir de casados, en las alegrías y en las penas hasta que la muerte los separase. Él la apretaba con tanta fuerza, que ella no podía hacerle ninguna manifestación de cariño con alguna ligera presión, no había espacio.

Por la mañana la madre de Erik y sus amigas habían puesto la mesa fuera, pero al levantarse tanto viento una hora antes de la boda la habían cambiado adentro. La mesa estaba puesta cuando llegaron los invitados; la madre y sus ayudantes se pusieron enseguida a servir la comida.

Erik soltó la mano de Anna-Greta y pronunció unas palabras de bienvenida. Ella tuvo ocasión de mirar a su alrededor. Todo parecía bastante bonito, pero hubo un detalle en el que no pudo evitar fijarse: las cortinas se movían aunque las ventanas estaban cerradas. Y...

¿Qué es? Algo
...

Sus ojos fueron de la entrada a la cocina y al cuarto de estar. Las ventanas, las puertas, el techo. Algo hacía que se sintiera un ligero mareo, como si un peso cambiara de posición en el estómago. No tuvo tiempo de pensar más en ello. Había terminado el discurso y los invitados se sentaron a la mesa. Ella lo achacó todo a sus nervios.

Erik se fue volviendo más sombrío a medida que avanzaron la tarde y la noche. Se habló de la pesca y de los veraneantes, de Hitler y de la posible fortificación de Åland, pero en los rincones y no totalmente fuera del alcance del oído había quien daba golpecitos en las paredes y señalaba los ángulos y las esquinas. Algunos meneaban la cabeza y ciertas réplicas llegaron a los oídos de Erik.

Anna-Greta se percató de que Erik se servía aguardiente alegremente. Ella intentó desviar su atención de la bebida, pero cuando Erik pasaba de cierto punto era como si no fuera más que un par de oídos alerta y una boca sedienta. Avanzada ya la tarde, cuando varios de los invitados decían en voz alta lo que antes solo habían susurrado, Anna-Greta lo encontró sentado en una silla, mirando fijamente una de las paredes.

Había tres niños entretenidos con un juego. Estaban jugando con los huevos cocidos que habían sobrado y competían a ver quién conseguía que su huevo rodara más lejos con solo ponerlo en el suelo y soltarlo.

De repente, Erik se levantó y tosió para aclararse la voz. El ambiente estaba en su punto álgido dentro de la curiosa casa y solo unos pocos interrumpieron la conversación. A Erik pareció no importarle eso. Buscó apoyo en el respaldo de la silla para no irse al suelo y dijo en voz alta:

—Se ha hablado tanto en todas partes, que ahora he pensado que iba a coger y decir lo que
yo
pienso sobre ese Hitler.

Pronunció un discurso ardiente, pero muy extraño. El razonamiento era enmarañado y a ratos incomprensible. De todos modos, vino a decir que a personajes como Hitler había que hacerlos desaparecer de la faz de la tierra, y ¿por qué? Pues porque se metían en la vida de otras personas y con su autoridad asfixiaban la libertad de la gente. Hitler era de los que creía que lo sabía todo y por eso aplastaba a la gente bajo la suela de sus botas.

Erik terminó su numerito con un:

—Sí, al diablo con semejantes
besserwissrar
, sabelotodos. Esa es precisamente una palabra alemana,
besserwisser
. Cabría preguntarse por qué.

Solo cuando un poco después Torgny se disculpó y se marchó llevándose con él a Maja, Anna-Greta comprendió que las palabras de Erik, en realidad, se referían a algo completamente distinto.

No, no fue una buena fiesta de boda. Ni la noche tampoco, si vamos a eso. Erik estaba borracho como una cuba y al amanecer Anna-Greta salió a buscar consuelo en las gaviotas que habían empezado a dar vueltas sobre las rocas.

¿Qué va a ser mi vida aquí, en esta casa?

Cuentas de plástico

En la entrada el pino estaba tan recto como siempre. Anders dejó la maleta al lado del pino y contempló la Chapuza. Habían cambiado la cubierta de chapas de hojalata por otra de planchas de uralita, en cuyos huecos se habían acumulado gran cantidad de agujas de pino. Los canalones estarían atascados seguramente.

El muelle se extendía desvencijado sobre el agua desde la orilla del matorral de ajenjo. Hacía muchos años la abuela paterna de Anders se había traído una planta desde la isla Stora Korset, y se había ido extendiendo poco a poco hasta convertirse en el manto ondulante de hojas y tallos desnudos que rodeaba ahora al viejo barco de plástico, que reposaba boca abajo sobre un par de caballetes.

Anders dio una vuelta alrededor de la casa. El lado que daba hacia la isla tenía buen aspecto, pero en el costado que miraba al mar el color rojo estaba descolorido y se veían algunas grietas considerables en las tablas. La antena de televisión había desaparecido. Cuando subió a la terraza vio allí parte de la antena tirada en el suelo como una araña moribunda. Todo aquello le causaba un dolor constante.

Sentía todo el tiempo una presión en el pecho, como un grito de dolor. Cuando siguió dando la vuelta a la casa su mirada captó algo rojo entre las zarzas de escaramujo. La barca de playa de Maja. Era una baratija hinchable con la que habían jugado juntos el último verano. Él, Maja y Cecilia.

Ahora aparecía allí, desinflada en las zarzas de escaramujo. Recordaba que había advertido a Maja que no arrastrara la barca por encima de las piedras puntiagudas, que no... ahora estaba agujereada por cientos de espinas y todo había desaparecido y era demasiado tarde.

Por culpa de esa barca no había vuelto él a Domarö desde hacía casi tres años. Por esa barca y por otros recuerdos similares, huellas. Cosas que se empeñaban cruelmente en existir, pese a que lo que les daba sentido había desaparecido.

Contaba con ello. Se había mentalizado. No lloró. La barca de plástico rojo seguía reluciendo por el rabillo del ojo cuando siguió dando la vuelta a la casa, con unas piernas que se movían solo porque él se lo ordenaba. Dio la vuelta a la esquina y buscó refugio en la mesa del jardín, dejándose caer sobre el tablón que servía de asiento. Le costaba respirar, unas manos pequeñas le apretaban la garganta y veía puntos bailando delante de sus ojos.

¿Qué cojones he venido yo a hacer aquí?

Cuando se le pasaron las peores convulsiones en la garganta, se levantó y dio una patada a una piedra que había junto al arbusto de grosellas espinosas. Unas cuantas cochinillas correteaban encima de la bolsa de plástico donde guardaban la llave de la puerta. Esperó hasta que desparecieron, luego se agachó y cogió la bolsa. Al levantarse sintió una especie de mareo. Caminó hacia la puerta de entrada como si estuviera bebido y la abrió, se dirigió al cuarto de baño y bebió del grifo un par de tragos de agua que sabían a óxido. Respiró y bebió unos tragos más. El mareo no desapareció.

La puerta que comunicaba el cuarto de estar con el recibidor estaba abierta y la luz del mar y del cielo se reflejaba blanquecina en el sofá debajo de la ventana. La vio como a través de un túnel, llegó tambaleándose hasta ella y se desplomó.

Pasó el tiempo.

Estaba echado en el sofá con los ojos abiertos o cerrados y sentía frío. Pero no era más que una verificación, no tenía ninguna importancia. Miró la pantalla negra del televisor, los cristales cubiertos de hollín de la chimenea típica de la zona.

Lo reconocía todo, y todo le era ajeno. Había creído que encontraría una ligera sensación de vuelta a casa, la sensación de encuentro con algo que era suyo, pese a todo. Pero no fue así. Se sentía como un ladrón de recuerdos ajenos. Todo aquello pertenecía a un extraño, alguien que él había sido hacía mucho tiempo y al que ya no conocía.

Había oscurecido al otro lado de la ventana y el mar lamía las rocas. Él se levantó a duras penas del sofá, buscó un bote y lo llenó de alcohol de quemar, lo puso en la chimenea y lo encendió para expulsar el aire frío del tiro. Después encendió un fuego y fue a abrir la puerta del dormitorio, para que se caldeara un poco, pero se detuvo a mitad de camino.

La puerta
.

La puerta estaba cerrada.

Alguien había cerrado aquella puerta.

Anders permaneció quieto respirando por la nariz. Cada vez más deprisa, como un animal en peligro. Con la mirada fija en la puerta. Era una puerta normal. Madera de pino de color claro, el tipo más barato. La había comprado él mismo en la serrería de Nåten y le había llevado un día cambiar el antiguo marco torcido y colgar allí la puerta nueva. La puerta no tenía nada de particular. Pero estaba cerrada.

Él estaba completamente seguro de que no estaba cerrada cuando Cecilia y él salieron de la casa la última vez, extenuados, cansados de llorar, vacíos.

Tranquilízate. La habrá cerrado Simon
.

Pero ¿por qué iba a hacer eso Simon? En la casa no había otras señales de que alguien hubiera estado allí. ¿Habría ido allí Simon solo para cerrar la puerta del dormitorio? ¿Por qué iba a hacerlo?

Por consiguiente, la puerta tuvo que quedar cerrada cuando ellos se fueron. Tenía que estar equivocado.

Pero no lo estoy
.

Lo recordaba demasiado bien. Cómo Cecilia había salido hasta el coche con el último equipaje, una maleta con las cosas de verano de Maja. Cómo él se había quedado contemplando la casa por última vez antes de cerrar con llave la puerta. Él supo entonces que estaba diciendo adiós, que nada de todo lo que había imaginado llegaría a ser realidad, que quizá no volviera a ver aquel lugar nunca más. Aquella imagen se le había quedado grabada en el cerebro.

Y la puerta del dormitorio estaba abierta.

Puso la mano sobre el tirador. Estaba frío. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Presionó el tirador con cuidado y tiró. La puerta se abrió. Pese al frío que salía del dormitorio, él notó que desde la axila le corría una gota de sudor.

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