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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (14 page)

—Éramos jóvenes. Éramos personas diferentes.

—Éramos estúpidos.

—Éramos idealistas. No sé tú, pero el resto de nosotros estábamos luchando contra el fascismo, contra la complacencia burguesa y esa clase de capitalismo salvaje y sin sentimientos que hoy en día está convirtiendo toda Europa, todo el mundo, en un parque temático al estilo americano.

—¿Alguna vez escuchas lo que dices? Eres una parodia de ti mismo… y a mí me parece que tú has aceptado el capitalismo con bastante entusiasmo. Y yo hago mi parte… —Scheibe dejó que su mirada volviera a sobrevolar la maqueta—. A mi manera. En cualquier caso, no me interesa entrar en un debate político contigo. La cuestión es que es una locura que volvamos a ponernos en contacto después de tantos años.

—Hasta que sepamos qué hay detrás de la muerte de Hans-Joachim, todos debemos estar alerta. Tal vez los otros hayan notado algo… poco común últimamente.

Scheibe giró sobre sus talones.

—¿Realmente crees que podríamos estar en peligro?

—¿No te das cuenta? —El otro volvió a irritarse—. Aunque la muerte de Hans no tuviera nada que ver con el pasado, sigue siendo un homicidio. Y un homicidio significa que tendremos a la policía husmeando, revisando la historia de Hans-Joachim. Una historia que nosotros compartimos, lo cual nos pone a todos en riesgo.

Scheibe se mantuvo callado durante un momento. Cuando habló, lo hizo con vacilación, como si temiera despertar de un largo sueño.

—¿Crees que…? ¿Acaso esto podría tener algo que ver con *° que ocurrió años atrás? ¿Lo de Franz?

—Tú infórmame si notas algo extraño. —El hombre de las sombras dejó sin responder la pregunta de Scheibe—. Volveré a comunicarme contigo. Mientras tanto, disfruta de tu juguete.

Scheibe oyó que la puerta de la sala de reuniones se cerraba con un golpe. Vació la copa y volvió a contemplar la maqueta sobre la mesa redonda. Pero en lugar de una visión radical del futuro, lo único que vio fue un montón de cartón blanco y madera.

22.00 h, Marienthal, Hamburgo

El doctor Gunter Griebel contempló a Fabel con desinterés por encima de las gafas de leer que descansaban casi en la punta de su nariz larga y delgada. Lo observó desde su sillón de cuero, con una mano en el manual que tenía sobre las piernas, la otra en el apoyabrazos. El doctor Griebel era un hombre de casi sesenta años cuya complexión alta había conservado la desmañada languidez de su juventud, pero en los últimos tiempos había adquirido una barriga protuberante, como si dos físicos incompatibles se hubiesen fusionado. Llevaba una camisa a cuadros, un cárdigan gris de lana y unos informales pantalones también grises. Todo aquello, al igual que el sillón y el libro especializado que tenía sobre las piernas, estaba profusamente salpicado de sangre.

El doctor Griebel daba toda la impresión de que había estado tan absorto analizando el contenido del manual que prácticamente no se había dado cuenta de que alguien le había cortado la garganta con una afilada hoja. Ni tampoco parecía perturbado por el hecho de que su atacante, a continuación, le hubiera hecho un tajo que le rodeaba la frente y la parte de atrás de la cabeza antes de arrancarle el cuero cabelludo del cráneo. Bajo la resplandeciente cúpula del cráneo expuesto, el rostro largo y delgado de Griebel mantenía una actitud inexpresiva, con ojos impasibles. Parte de la sangre había salpicado la lente derecha de sus gafas, como una muestra recogida en un portaobjetos para ser analizada en un microscopio. Fabel vio cómo se iba acumulando en una esquina de la lente formando un glóbulo espeso y viscoso, antes de caer sobre el cárdigan, ya completamente lleno de sangre.

—Era viudo. —Werner anunció la situación en vida del cadáver desde donde se encontraba, de pie junto a Fabel—. Vivía aquí solo desde la muerte de su esposa, que fue hace seis años. Era algo así como un científico, al parecer.

Fabel examinó la habitación. Además de Fabel, Werner y el difunto doctor Griebel, había un equipo de cuatro técnicos forenses dirigido por Holger Brauner. La casa de Griebel era una de esas mansiones grandes pero no ostentosas que se encontraban en el área de Nópps, dentro de Marienthal, una combinación de la sólida prosperidad hamburguesa con un poco de la modestia luterana del norte de Alemania. Esa habitación era más que un estudio. Tenía la atmósfera práctica y organizada de un sitio de trabajo habitual; además de los libros que forraban las paredes y el ordenador sobre el escritorio, había dos microscopios que parecían caros y que eran, claramente, para uso profesional, en otro extremo. Junto a los microscopios había otros elementos que, aunque Fabel no tenía idea de cuál era su propósito, también tenían aspecto de tratarse de algo serio y científico.

Pero el elemento central de la habitación se había añadido muy poco tiempo antes. Casi no había ningún espacio sin libros en las paredes, de modo que el asesino había clavado el cuero cabelludo de Griebel en los anaqueles de una biblioteca, desde donde goteaba sobre el suelo de madera. Era obvio que Griebel tenía una calvicie incipiente y el cuero cabelludo era tanto piel como pelo. Había sido teñido del mismo rojo subido que el cuero cabelludo de Hans-Joachim Hauser, pero la escasez de pelo hacía que contemplarlo fuera todavía más nausea bundo.

—¿Cuándo lo mataron? —le preguntó Fabel a Holger Brauner, sin apartar la mirada del cuero cabelludo.

—También en este caso la respuesta definitiva se la dará Móller, pero yo diría que éste es muy reciente. Un par de horas, como mucho. El rigor mortis ya ha comenzado en los párpados y la parte superior de la mandíbula, pero las articulaciones de los dedos, que son las que suelen endurecerse a continuación, todavía son totalmente móviles. De modo que Un par de horas, o menos. Y las similitudes con el asesinato de Schanzenviertel son obvias… He echado un rápido vistazo a las notas de Frank Grueber.

—¿Quién dio la alarma? —Fabel se volvió a Werner.

—Un amigo. Otro viudo, al parecer. Se reúnen los viernes por la noche y se turnan para visitarse. Cuando éste llegó, encontró la puerta entreabierta.

—Tal vez interrumpiera al asesino. ¿Vio a alguien cuando llegó?

—No que recuerde, pero se encuentra terriblemente mal. Es un tipo de unos sesenta años, un ingeniero civil jubilado con antecedentes de problemas cardíacos. Cuando se topó con esto… —Werner señaló el cuerpo mutilado de Griebel con un movimiento de la cabeza— quedó en estado de shock. Hay un médico revisándolo en este momento, pero yo creo que pasará bastante tiempo hasta que podamos sacarle algo que tenga algún sentido.

Por un momento, a Fabel lo distrajo el pensamiento de que era posible que alguien viviera sesenta años sin cruzarse nunca con la clase de horror que para él era cosa de todos los días. Esa idea lo llenó de una especie de sorda admiración y bastante envidia.

Maria Klee entró en el estudio. La forma en que sus ojos se clavaron en el cuerpo mutilado le recordó a Fabel el modo en que ella había quedado casi hipnotizada por la desfiguración sufrida por Hauser. Maria siempre había sido muy distante en sus emociones al examinar a las víctimas de un homicidio, pero Fabel comenzaba a notar un sutil cambio en su comportamiento en las escenas de crímenes, en especial aquéllas en las que había heridas de cuchillo. Y aquel cambio sólo se había hecho visible cuando se reincorporó al trabajo después de recupe rarse del ataque que había sufrido. Maria apartó la mirada del cadáver con un esfuerzo y giró hacia Fabel.

—Los uniformados han interrogado a todos los vecinos —dijo—. Nadie vio nada ni a nadie raro esta noche. Pero, considerando el tamaño de estas propiedades y el hecho de que están bastante lejos una de la otra, no es muy sorprendente.

—Estupendo… —murmuró Fabel. Era frustrante haber llegado tan cerca del momento en que había tenido lugar el crimen y encontrarse con que el rastro estaba desvaneciéndose.

—Si te sirve de consuelo, ahora sabemos algo con certeza —intervino Werner—. Kristina Dreyer estaba diciéndonos la verdad. Ella todavía está en custodia… de modo que no puede haber sido la causante de esto.

Fabel observó cómo el equipo forense comenzaba el procesamiento lento y metódico del cuerpo en busca de evidencias.

—No es mucho consuelo —dijo sin ánimo—. El hecho es que hay un tipo al que le gusta arrancar cueros cabelludos y anda suelto…

4

Sábado 20 de agosto de 2005, dos días después del primer asesinato

10.00 H, POSELDORF, HAMBURGO

Fabel supo que se trataba de algo importante tan pronto oyó a su jefe, el Kriminaldirektor Horst van Heiden, por teléfono. El hecho de que Van Heiden llamara a Fabel a su casa ya era suficiente en sí mismo para disparar campanas de alarma; el que hubiera interrumpido su día de descanso, un sábado, para hacer esta llamada la volvía realmente seria. Fabel no había regresado a su apartamento hasta las tres de la mañana y se había quedado despierto en la oscuridad durante otra hora, tratando de apartar de su exhausto cerebro las imágenes de dos cabezas mutiladas. La llamada de Van Heiden lo había despertado de un profundo sueño. Por lo tanto, Fabel tardó unos segundos en reunir sus recursos mentales dispersos por el sueño y dar sentido a lo que Van Heiden le decía.

Al parecer el hombre asesinado de la noche anterior, el doctor Gunter Griebel, era uno de aquellos miembros oscuros de la comunidad científica que no tienden a dominar la imaginación pública, ni siquiera la atención, pero cuyo trabajo en algún recóndito terreno científico podía modificar totalmente la manera en que vivimos.

—Era genetista —explicó Van Heiden—. Me temo que la ciencia no es lo mío, Fabel, de modo que en realidad no puedo aclararle qué era exactamente lo que hacía Griebel. Pero al parecer trabajaba en un área de la genética que podría tener beneficios monumentales. Griebel documentó todas sus investigaciones, por supuesto. Pero, según los expertos, incluso con esos documentos el resultado del fallecimiento de Griebel será que toda un área de investigación, una investigación muy importante, se retrasará diez años.

—¿Y usted no sabe cuál era ese área? —preguntó Fabel. Entendía lo que Van Heiden había querido decir con eso de que «la ciencia no es lo mío». Lo único que era de la incumbencia del Kriminaldirektor era el trabajo policial sin complicaciones y, especialmente, su aspecto burocrático.

—Me lo explicaron, pero me entró por un oído y salió por el otro. Algo relacionado con la herencia genética, lo que sea que eso signifique. Lo único que sé es que los ánimos de la prensa ya están bastante caldeados al respecto. Al parecer algunos detalles del método del homicidio se han filtrado a la prensa… todo este asunto del cuero cabelludo.

—La filtración no ha salido de ningún miembro de mi equipo… —dijo Fabel—. Se lo garantizo.

—Bueno, de algún lado ha salido. —El tono de Van Heiden dio a entender que no estaba del todo convencido de la afirmación de Fabel—. En cualquier caso, necesito que avance rápido con este caso. Está claro que la muerte de Griebel representa una pérdida importante para la comunidad científica, y eso significa que tendremos que vérnoslas con críticas del sector político. Y a eso hemos de añadir el hecho de que la primera víctima fuera una celebridad política menor.

—Es evidente que estoy encarando este caso con la máxima prioridad —dijo Fabel, sin disimular su irritación por el hecho obvio de que Van Heiden sintiera la necesidad de darle un empujón—. Y eso no tiene nada que ver con el estatus de las víctimas. Si hubieran sido indigentes trataría este caso con la misma urgencia. Mi preocupación se centra en el hecho de que es evidente que tenemos entre manos dos homicidios cometidos muy cerca el uno del otro y que la desfiguración de los cadáveres apunta a la acción de un psicótico.

—Manténgame informado de sus adelantos, Fabel. —Van Heiden colgó el teléfono.

Fabel le había dicho a Susanne que trabajaría hasta bien entrada la noche, de modo que ella no había ido a su casa. Se encontraron para almorzar en el
Friesenkeller
, cerca del Rathausmarkt, la plaza principal de Hamburgo. A pesar de que Susanne sería la psicóloga que trabajaría junto a Fabel para trazar un perfil del homicida, no discutieron el caso; tenían la regla tácita de mantener su relación profesional muy separada de la personal. En cambio, conversaron informalmente sobre las vacaciones que habían pasado en Sylt, sobre la posibilidad de regresar allí para el cumpleaños de Lex, y sobre las próximas elecciones.

Después de almorzar, Fabel se dirigió al Präsidium. Había programado una reunión con su equipo, haciendo que todos postergaran su descanso de fin de semana. Holger Brauner y Frank Grueber entraron en la sala de reuniones poco después de que Fabel llegara, y le complació ver que los dos funcionarios forenses de mayor antigüedad se habían tomado la molestia de asistir. Brauner traía dos bolsas de recolección de rastros forenses, lo que le dio a Fabel la esperanza de que se hubiera encontrado algo de valor en el escenario del segundo crimen.

En poco tiempo instalaron un tablero para trazar el progreso de la investigación, con fotografías de las dos víctimas, algunas tomadas en vida y otras en el lugar de la muerte. Maria había escrito una breve biografía de cada víctima. A pesar de que ambos tenían más o menos la misma edad, no había ninguna evidencia de que sus senderos se hubieran cruzado alguna vez.

—Es evidente que Hans-Joachim Hauser tuvo cierto reconocimiento público en su momento. —Maria señaló una de las fotografías del tablero. Se había tomado a finales de los años sesenta: un Hauser joven y afeminado estaba desnudo hasta la cintura y su pelo largo y ondeado le caía hasta los hombros descubiertos. Se había tratado de que la fotografía pareciera natural pero se veía artificial y posada. Fabel se dio cuenta de que el joven y arrogante Hauser había querido hacer una declaración, una referencia, con esta fotografía; recordaba deliberadamente a la imagen que Fabel había visto en el apartamento de Hauser de Gustav Nagel, el gurú ambientalista del siglo XIX. Había una cruel ironía en el contraste entre la cascada de pelo negro en la fotografía del joven y la imagen a su lado de un Hauser de mediana edad, muerto y con el cuero cabelludo arrancado.

—Gunter Griebel, por otra parte —continuó Maria, moviéndose al otro lado del tablero— parecía haber tratado por todos los medios de evitar llamar la atención del público. Los conocidos a los que hemos entrevistado, incluso su jefe, con quien hablé por teléfono, han dicho que a él le molestaba mucho que le tomaran fotografías para periódicos o en actos universitarios. De modo que al parecer el asesino no estaba motivado por envidia de la fama de Hauser.

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