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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (8 page)

Fabel dejó el coche en el irregular e improvisado aparcamiento, ubicado a unos doscientos metros de la plataforma de observación. Ya había dos miembros de la rama uniformada de la Polizei de Hamburgo en el lugar y habían procedido a acordonar la zona, como era habitual. En este caso, parecía una tarea redundante; la arqueología tiene una metodología muy similar a la forense, y el emplazamiento ya estaba rodeado con cuerdas y dividido en cuadrantes. Cuando Fabel empezó a caminar hacia la zona distinguió la familiar silueta de Holger Brauner, el jefe del departamento forense, que iba ataviado con su mono blanco y sus fundas azules para zapatos, aunque se había quitado la capucha y no llevaba la mascarilla puesta. Éste estaba conversando con un hombre más joven y más alto que tenía el pelo largo y oscuro, peinado hacia atrás y recogido en una coleta. Una camiseta verde oscura y unos pantalones
cargo
también verdes colgaban flojos en su desmañada complexión física. Ambos se volvieron en dirección de Fabel cuando éste se aproximó.

—Jan… —Holger Brauner miró a Fabel con una expresión radiante—. Te presento a Herr doctor Severts, del departamento de arqueología de la Universitát de Hamburgo. Está a cargo de la excavación. Doctor Severts, éste es el Kriminalhauptkommissar Fabel, de la Mordkommission.

Fabel le estrechó la mano a Severts. La notó callosa y rugosa, como si la arena y la tierra con las que el joven trabajaba hubieran echado raíces en la piel de su palma, lo que concordaba con los colores de su ropa. Era como si el propio Severts fuera algo perteneciente a la tierra.

—El doctor Severts y yo estábamos hablando sobre lo parecidas que son nuestras disciplinas. De hecho, le estaba explicando que mi asistente, Frank Grueber, habría estado incluso más capacitado que yo para este caso. El estudió arqueología antes de volcarse a la ciencia forense.

—¿Grueber? —dijo Fabel—. No tenía idea de que había sido arqueólogo.

Frank Grueber llevaba poco más de un año como miembro del equipo de Brauner, pero Fabel ya se daba cuenta de porqué aquél lo había elegido como su asistente. Grueber había demostrado poseer la misma habilidad que Brauner para descifrar tanto los detalles como el contexto en la escena de un crimen. A Fabel le pareció lógico que Grueber hubiese estudiado arqueología; para comprender la historia de un paisaje y la de la escena de un crimen hacía falta el mismo tipo de intelecto. Fabel recordó que una vez le había preguntado a Grueber por que se había convertido en un especialista forense. «La verdad es la deuda que tenemos con los muertos», había sido la respuesta. Una respuesta que había impresionado a Fabel, y que también era coherente con una carrera como arqueólogo.

—Una pérdida para la arqueología y una ganancia para la ciencia forense —dijo Brauner—. Me siento afortunado de tenerlo en mi equipo. En realidad, Frank tiene una actividad paralela muy interesante. Reconstruye rostros a partir de esqueletos encontrados en yacimientos arqueológicos. Le mandan cráneos de universidades de todo el mundo para que él los reconstruya. Siempre creí que algo así nos sería útil a la hora de identificar restos desconocidos… Quién sabe, tal vez ello ocurra hoy…

—Me temo que no —dijo Severts—. Esta víctima sí tiene rostro… Por aquí, Herr Kriminalhauptkommissar. —El arqueólogo hizo una pausa mientras Fabel se ponía las fundas azules para los zapatos que Brauner le había entregado y luego lo guió por el emplazamiento. En una esquina, la tierra estaba cavada a mayor profundidad, en hileras anchas y escalonadas—. Hemos aprovechado la oportunidad que nos ofrecen todas estas demoliciones para revisar la zona en busca de restos del principio del medievo. En aquella época todo esto era una zona mayormente pantanosa, y en algún momento debió de haber estado completamente inundada, pero aun así siempre ha sido un puerto natural y un cruce de caminos…

—El comisario en jefe Fabel ha estudiado historia medieval europea —lo interrumpió Brauner.

Sin duda, la idea de que un policía de la brigada de Homicidios tuviera estudios académicos desconcertó un poco a Severts, puesto que éste se detuvo y miró a Fabel, evaluándolo con perplejidad. El arqueólogo tenía una cara larga y delgada. Después de un momento, su ancha boca se abrió en una sonrisa.

—¿En serio? Qué bien. —Reanudó su camino y guió a Fabel y Brauner hasta una esquina del emplazamiento. Tuvieron que descender dos niveles hasta detenerse en un área de unos cinco metros cuadrados. Cada uno de los niveles estaba alisado y parejo y Fabel notó que a esa altura todavía podía recorrer con la mirada lo que los rodeaba al nivel del suelo. No consiguió imaginarse la paciencia que sería necesaria para realizar una tarea semejante, y entonces dejó escapar una risita cuando la imagen de Werner le vino a la mente.

El suelo excavado a sus pies estaba ribeteado, con los estratos rocosos ubicados a un costado, una extraña mezcla de arena pálida, tierra seca y negra y alguna clase de silicato muy colorido y grueso que reflejaba la luz del sol. La superficie estaba salpicada de fragmentos de lo que parecía una basta arpillera y luego se dividía en escombros y piedras más irregulares hacia los bordes del área. En una esquina de la excavación había quedado al descubierto la mitad superior del cuerpo de un hombre. Yacía de costado, dándoles la espalda, pero inclinado en un ángulo suave, por lo que seguía enterrado de cintura para abajo. Daba la impresión de estar acostado en una cama.

—Lo encontramos temprano esta mañana —explicó Severts—. Al equipo le gusta empezar a trabajar a primera hora… llegar aquí antes de que haya mucho tráfico.

—¿Quién lo encontró? —preguntó Fabel.

—Franz Brandt. Es uno de mis estudiantes de posgrado. Después de haber expuesto el cuerpo lo suficiente como para establecer que no era antiguo, paramos y nos pusimos en contacto con la Polizei de Hamburgo. Fotografiamos y documentamos cada etapa de la excavación.

Fabel y Brauner se acercaron al cuerpo. Estaba claro que no era antiguo. El hombre muerto llevaba una chaqueta de gruesa sarga azul. Dieron la vuelta en torno al cadáver hasta que pudieron verle la cara. Era delgada, pálida y demacrada, rematada con mechones carbonizados de pelo rubio. Los ojos cerrados estaban hundidos en el cráneo y el cuello parecía demasiado delgado y esquelético para la camisa, que mantenía su color blanco. La cara del muerto tenía el aspecto de un papel viejo y amarillento y su mandíbula ancha y fuerte estaba cubierta, en algunas franjas, por una pálida barba de dos o tres días. Su extrema delgadez hacía difícil establecer su edad, pero había algo en su rostro y en esa barba poco crecida e irregular que sugería la idea de juventud. Tenía los labios un poco separados, como si estuviera a punto de hablar, y una de sus manos pare cía estar agarrando algo en el aire. Algo invisible para los vivos.

—No puede haber estado aquí mucho tiempo —dijo Fabel, poniéndose en cuclillas—. Por lo que veo, la descomposición es limitada. Pero es el cadáver más extraño que he visto en mucho tiempo. Parece haberse muerto de inanición. —Se puso de pie Y recorrió el emplazamiento con la mirada, con una expresión de desconcierto—. Alguien se tomó un gran esfuerzo para enterrarlo a esta profundidad. Un gran esfuerzo y mucho tiempo. No entiendo cómo pueden haberlo hecho sin que nadie los viera, incluso de noche.

—No lo hicieron —dijo Severts—. El suelo de alrededor no tenía ninguna señal de haber sido tocado.

Brauner se agachó cerca del cuerpo. Tocó el rostro con sus dedos protegidos por un guante de látex y luego, con un suspiro de frustración, se quitó uno de los guantes forenses y volvió a tocar la piel, que tenía la consistencia de un papel, con la mano desnuda. Sonrió tristemente y se volvió a Severts, quien asintió, en un gesto de comprensión.

—No se murió de hambre, Jan —dijo Brauner—. Ha sido la falta de humedad y aire lo que le hizo esto. Está desecado. Completamente seco. Una momia.

—¿Qué? —Fabel volvió a ponerse de cuclillas—. Pero parece un cadáver normal. Yo creía que los cuerpos momificados se ponían marrones y correosos.

—Sólo los que se encuentran en los pantanos —dijo un hombre alto, delgado y de pelo rojo recogido hacia atrás en una coleta, que se les había unido.

—Éste es Franz Brandt —dijo Severts—. Como ya le he dicho, Franz fue quien descubrió el cuerpo.

Fabel se incorporó y le estrechó la mano al joven pelirrojo.

—Desde el momento en que lo vi sospeché que había sido momificado —Brandt continuó explicando—. El doctor Severts, aquí presente, es un experto en la materia y yo mismo tengo un gran interés en las momias. Los cadáveres de los pantanos en los que usted piensa sufren un proceso totalmente distinto: los ácidos y los taninos de las turberas tiñen la piel de los cuerpos y los convierten, literalmente, en bolsos de cuero; a veces lo único que queda de ellos es su pellejo, mientras los órganos internos e incluso los huesos pueden disolverse y desaparecer. —Señaló el cuerpo con un movimiento de la cabeza—. Este tipo tiene la apariencia de las momias de los desiertos. El aspecto tan demacrado y la textura apergaminada de la piel… denotan que se desecó casi de inmediato en un ambiente privado de oxígeno.

—Y, a pesar de su aspecto, no murió recientemente. Pero, como pueden ver por la ropa, tampoco es una reliquia de la Edad Media. —Severts abarcó el área de la excavación en la que se encontraban con un movimiento de la mano—. Las evidencias que rodean el cuerpo me dan una idea de lo que ocurrió. Nuestros estudios geofísicos y los registros que tenemos de esta zona dan a entender que nos encontramos en un muelle de carga de la segunda guerra mundial.

Brauner pasó la mano por el ribete de piedrecitas brillantes. Cogió algunas y las hizo rodar entre los dedos.

—¿Vidrio?

Severts asintió.

—Era arena. Prácticamente todo lo que hay aquí es básicamente la misma arena pálida. Es sólo que parte de ella se ha mezclado con ceniza negra mientras este anillo exterior ha sufrido una exposición a un calor tan intenso que se convirtió en toscos cristales de vidrio.

Fabel asintió con una expresión triste.

—¿Los bombardeos británicos de 1943?

—Esa es mi hipótesis —dijo Severts—. Encaja con lo que sabemos de esta zona. Y también con esta forma de momificación, que era un resultado habitual de las intensas temperaturas creadas por la tormenta de fuego. Me da la impresión de que este hombre se guareció en alguna clase de refugio antiaéreo junto al muelle, improvisado con bolsas de arena. Debió de producirse una explosión incendiaria muy cerca que, básicamente, lo horneó y lo enterró.

Los ojos de Fabel seguían clavados en el cuerpo momificado. Operación Gomorra. Los británicos descargaron bombas incendiarias y explosivos de alto poder sobre Hamburgo por la noche y los americanos durante el día, hasta llegar a 8.344 toneladas. En algunas partes de la ciudad, la temperatura del aire a cielo abierto superó los mil grados. Alrededor de cuarenta y cinco mil ciudadanos de Hamburgo ardieron en las llamas o murieron cocinados bajo ese intenso calor. Fabel contempló las facciones delgadas y demasiado afinadas, lo que se debía a que la carne bajo la piel había perdido toda su humedad. Se había equivocado. Por supuesto que había visto cuerpos así antes: en viejas fotografías en blanco y negro de Hamburgo y también de Dresde. Muchas personas habían sido horneadas y convertidas en momias sin estar enterradas; desecadas en pocos instantes, expuestas a llamaradas de altísimas temperaturas en las calles sin aire o en los refugios antiaéreos que se habían convertido en hornos de panadería. Pero jamás había visto uno de carne y hueso, aunque esa carne estuviera desecada.

—Es difícil creer que este hombre lleve más de sesenta años muerto —dijo por fin.

Brauner sonrió y palmeó el hombro de Fabel con su ancha mano.

—Es simple biología, Jan. Para que haya descomposición se necesitan bacterias; las bacterias necesitan oxígeno. Si no hay oxígeno, no hay bacterias y por lo tanto no hay descomposición. Cuando lo extraigamos, probablemente hallaremos alguna descomposición limitada en el tórax. Todos tenemos bacterias en las entrañas, y cuando morimos, son las primeras en ponerse a trabajar. De todas maneras, haré un análisis forense completo del cuerpo y luego se lo pasaré al Instituí für Rechtsmedizin de Eppendorf para que realicen una autopsia. Tal vez todavía estemos a tiempo de confirmar la causa de la muerte, aunque yo apostaría un año de mi salario a que fue asfixia. Y podremos deducir aproximadamente la edad biológica del cadáver.

—De acuerdo —dijo Fabel. Se volvió hacia Severts y su estudiante, Brandt—. Creo que no será necesario bloquear el resto de la excavación. Pero si encuentran algo que se relacione o que ustedes crean que se relaciona con este cuerpo, por favor infórmenme de ello. —Le entregó a Severts su tarjeta de la Polizei de Hamburgo.

—Lo haré —dijo Severts. Hizo un gesto en dirección al cadáver, que todavía parecía darles la espalda, girando el hombro, como si tratara de regresar a un sueño groseramente interrumpido—. Al parecer no se trata de la víctima de un homicidio, después de todo.

Fabel se encogió de hombros.

—Eso depende de su punto de vista.

13.50 h, Schanzenviertel, Hamburgo

La llamada entró justo cuando Fabel estaba volviendo al Polizeiprásidium. Werner llamó para informarle de que él y Maria estaban en el Schanzenviertel. Habían atrapado a una asesina, casi literalmente con las manos en la masa, limpiando la escena del crimen y a punto de deshacerse del cuerpo.

Estaba claro que Werner lo tenía todo controlado, pero Fabel sintió la necesidad de implicarse en una investigación «viva», después de haber pasado la mañana en un caso sin muchas po sibilidades de desarrollo, que casi seguro se remontaba a sesenta años atrás y que tampoco era un homicidio. Le dijo a Werner que se trasladaría directamente a la dirección que éste le dio.

—Por cierto, Jan —dijo Werner—. Creo que deberías saber que la víctima es más o menos una celebridad… Hans-Joachim Hauser.

Fabel reconoció el nombre de inmediato. Hauser había sido un miembro bastante prominente de la izquierda radical en los años setenta, y en la actualidad era un vehemente defensor del medio ambiente a quien parecía gustarle bastante la atención de los medios.

—Por Dios… qué extraño… —dijo, tanto para sí mismo como para Werner.

—¿Qué cosa?

—La sincronía, supongo, ¿me entiendes?, cuando algo que no esperabas ver con tanta frecuencia de pronto surge varias ve ces en un lapso corto. Esta mañana, de camino al Polizeiprási dium, oí a Bertholdt Müller-Voigt por la radio. Ya sabes, el sena dor de Medio Ambiente. Se lo estaba haciendo pasar bastante mal a su jefe, Schreiber. Y, hace dos o tres noches, lo vi en el res taurante de mi hermano, donde yo estaba cenando con Susanne. Por lo que recuerdo, Müller-Voigt y Hauser eran como una especie de dúo en los años setenta y ochenta… —Fabel hizo una pausa, luego añadió en tono sombrío—: Lo que nos faltaba. El homicidio de una persona famosa. ¿Alguna señal de la prensa?

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