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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tengo ganas de ti (51 page)

Francesca se dirige enfadada a Raffaella:

—Perdona, pero estaba hablando con él, ¿por qué me has quitado el teléfono? Eres una maleducada…

Raffaella le sonríe y después le coge de las manos las llaves de la habitación. Francesca la deja hacer. El gran cuadrado de madera pesada, con el número dieciocho pegado a las llaves, oscila en las manos de Raffaella.

—¿Era ésta la habitación donde «tenías» a Claudio? —Francesca no contesta. Raffaella levanta una ceja—. Yo no soy una maleducada, yo soy la señora Gervasi. ¡Y tú, tú no eres una mierda! —Y le arroja el cuadrado de madera a la cara, rompiéndole la nariz y grabando para siempre en sus recuerdos ese número dieciocho.

Sesenta y nueve

—Oye, Step, ¿me estás escuchando?

—Claro… —miento.

—Qué contenta estoy de verte… ¿Por qué no me llamaste cuando volviste?

—Bueno, no sabía…

—¿No sabías qué? —Se ríe tapándose la boca. Se toca el pelo echándoselo hacia atrás—. ¿Si estoy sola?

Me mira. Ahora con unos ojos más intensos. Sin esa flor en la boca. Pero no dice nada más, y yo vuelvo a pensar en nuestro Battisti. En cuando ella se hacía trenzas, en sus mejillas rojas, en nuestros bares oscuros… En el mar negro. Pero no espero respuesta.

—Voy a tomar algo.

Por suerte encuentro en seguida un ron. Un Pampero, el mejor. Cojo un vaso y me lo bebo. Quisiera… Me sirvo otro. No quisiera… Me lo bebo de un trago. Pero si quieres… Otro vaso más. ¿Cómo puede una roca detener el mar? Nunca he sabido contestar a esa pregunta. Vuelvo con ella y nos sentamos en un sofá. Y mirándola, encuentro la respuesta. Es imposible. El mar es infinito. Precisamente como sus ojos. Y mi roca… Bueno, mi roca es demasiado pequeña. Ella me mira y se ríe. Se ríe.

—Has bebido, ¿verdad?

—Sí, un poco.

Y en un instante estamos allí, a la sombra, como esas dos bicicletas abandonadas. Y pasa el tiempo. No sé cuánto. Y ella me lo cuenta todo, todo lo que se puede contar, lo que decide contarme. Ella, mujer. Ella, que era clara y transparente como yo… Y antes de que le pregunte cuántos brazos la han estrechado para convertirse en lo que es, se acaba la velada. Precisamente como mi botella.

—Adiós, Carola, adiós, chicos.

Y todos se despiden, se intercambian besos, citas, se recuerdan compromisos futuros. Y nos encontramos fuera del portón. Solos, poco después.

—¿Y ahora qué haces?

—Pues nada. He venido con mi amigo Guido en coche, pero él se ha ido.

—No te preocupes, yo tengo el mío. Te llevo yo, vamos. —Y me subo en un Minicooper azul último modelo con CD incorporado—. Divertido, ¿no?

Me mira mientras conduce.

—Nos conocimos en un paseo en moto en el que yo iba detrás de ti y nos reencontramos con un paseo en coche y esta vez conduzco yo.

—Sí, divertido…

No sé qué añadir. Sólo me pregunto si Guido había imaginado también esto. Mecha impecable de mente genial. Vuelvo a ver su sonrisa, el guiño y su perfecta salida de escena, de gran elaborador de destinos… Pero ¿por qué precisamente del mío?

—Toma.

Babi me da su bufanda.

—Gracias, pero no tengo frío.

Se ríe.

—Tonto. —Ahora me mira más seria—. Póntela en los ojos. No tienes que ver nada. Te acuerdas, ¿no? Ahora me toca a mí. Y a ti te toca jugar.

Sin decir nada, me la ato alrededor de la cabeza tal como hizo ella esa vez en la moto detrás de mí. Ella y sus ojos vendados volando tranquilos. Ella abrazada a mí, sin ver, dejándose llevar hacia esa casa en Ansedonia, su sueño, de noche, esa noche, su primera vez… Ahora la siento conducir tranquila, subir un poco la música. Me dejo llevar así por la música, por ella, por esa botella de ron que ha acabado dentro de mí.

—Ya está, ya hemos llegado.

Me quito mi bufanda-venda y en la penumbra la diviso. La Torre.

—¿Te acuerdas? ¿Aquella vez que te dormiste…?

¿Cómo podría olvidarlo? Después, cuando me desperté, discutimos y luego hicimos las paces. Como hacíamos las paces. Como se hace la paz entre enamorados. Y sin darme siquiera cuenta, la encuentro entre mis brazos. Y sin embargo, no hemos discutido. Esta vez, no… Me besa. Suave, sin pudores, y sonríe en la penumbra.

—Oye, pero ¿cuánto has bebido?

—Un poco.

Aunque no me parece que le importe demasiado. Y sigue así, acariciándome.

—Te he echado de menos, ¿sabes?

Me siento como un bobo, ¿qué puedo decir? ¿Cómo puedo saberlo? Y además, ¿será verdad? ¿Por qué me dice esto? ¿Por qué? ¿Y yo? Yo no sé qué decir. Querría quedarme callado, pero me sale un simple.

—¿Sí?

—En serio.

Sonríe. Después me desabrocha la camisa y baja un poco más. Y sigue tranquila, sin prisas pero decidida, segura, aún más segura, si es que recuerdo bien cómo la dejé.

—Ven, sal…

Casi me empuja fuera del coche y se ríe divertida porque ha empezado a llover. Se levanta la camiseta y se quita el sujetador, quedándose con el pecho desnudo. Se deja acariciar por el agua y después por mí, que resbalo con la lengua por sus pezones mojados. Con manos seguras me desabrocha el cinturón, me desabrocha los pantalones dejando que caigan, mete la mano dentro y me susurra al oído:

—Aquí está… Hola… Cuánto tiempo…

Lanzada como no lo había sido nunca. Al menos, conmigo. Después me besa en el pecho mientras el agua del cielo sigue cayendo. Y Babi resbala hacia abajo, dejándose llevar por esas gotas hasta encontrarlo. Y yo me relajo así, llevado por el ron, por la lluvia que cae del cielo, por ella caída tan bajo. Y me gusta. Y lo hace bien. Me gusta un montón y sufro casi al admitirlo. Ahora mojado, del todo y por todos lados, raptado por su boca que me chupa, casi con rabia, me dejo llevar. Todo ese tiempo pasado, ese dolor sufrido… Esa mujer perdida… Levanto la cabeza al cielo. Las gotas de lluvia se ven de repente, acariciadas por ese haz de luz lejana. Querría hacer lo mismo que Battisti… «Pero le he dicho que no y ahora vuelvo a ti con mis miserias, con las esperanzas nacidas muertas que ya no tengo el valor de insuflar de vida…» Y en cambio, me quedo. Y ella sigue así, sin parar, más de prisa, con su boca ávida de todo lo que es mío. Después se separa, se levanta, me embiste, me tira al suelo y yo me dejo caer. Me tumbo a su lado, bajo la lluvia. Y sube encima de mí y se levanta la falda y debajo no lleva nada. Mojada por todas partes, me aparta las manos y está encima de mí. Empieza a cabalgarme. El agua cae. Me agarro con las manos al suelo. La cabeza me da vueltas, he bebido demasiado, ella desde arriba sonríe, disfruta y me mira, deseosa, sensual, lanzada. Y yo toco la tierra mojada, la hierba, y la aprieto, y por un instante no querría estar allí. Pero ¿cómo…? ¿Y esa sonrisa suya tan querida? ¿Acaso no has vuelto para esto? Y de repente, un relámpago. Sin luz. Como un pájaro nocturno, un batir de alas, fragoroso en su delicadeza. Su voz.

—¿Me llamarás luego?

—Sí, quizá te llame.

—Nada de quizá. ¡Hablamos luego! ¡Y
llámame
sin la
elle
!

Y entonces, como los píxeles, como los
frames
, una foto superpuesta, una imagen desenfocada, una simple Polaroid… Repentinamente se dibuja nítida en mi mente. Gin.

Dulce Gin, tierna Gin, divertida Gin, limpia Gin. Se me aparece toda, en todo su esplendor. Y la luna lejana parece proponerme para ella una nueva cara: quebrada, desilusionada, traicionada. Y en esa palidez lunar veo todo lo que no hubiera querido ver nunca… Como por arte de magia la lluvia se espesa, los efluvios del alcohol se disipan. Y yo, repentinamente lúcido, intento escapar de debajo de ella. Pero Babi me agarra con más fuerza, me mantiene quieto, se mueve arriba y abajo, casi con rabia, sigue su carrera con aún más ímpetu, no, no me deja escapar. Casi arrastrada por ese deseo mío de huir, me cabalga y goza, sin darme respiro, ni tregua, ni reposo. Más, más y más. Se aparta sólo en el último momento, cuando me corro. Y satisfecha, contenta, ya saciada, se derrumba sobre mí. Se abandona así, dejando allí en cualquier sitio, por el suelo, a dos pobres inocentes. Mi semen y mi culpa. Después me da un beso suave, que no sé a qué sabe. Sólo sé que me siento aún más culpable. Y me sonríe, bajo la lluvia, más lanzada que nunca, más mujer que entonces. Espejo deforme de lo que tanto he amado.

—¿Sabes, Step?, tengo que decirte algo…

Mientras vuelvo a vestirme bajo el agua, bajo la lluvia que desearía que fuera purificante, bajo las nubes oscuras que me miran inquisidoras, bajo esa luna que desdeñosa me ha girado la cara, ella continúa:

—Sólo espero que no te enfades.

Sigo vistiéndome en silencio. La miro. ¿Yo? ¿Enfadarme, yo? ¿Ahora que ya no estás? ¿Cómo podría enfadarme?

Se lleva con las dos manos el pelo mojado hacia atrás. Después ladea la cabeza, intentando volver a ser niña por un instante. Pero no puede, no lo consigue.

—Pues eso…, quería decirte que voy a casarme dentro de unos meses.

Setenta

Noche cerrada. Claudio ha dado vueltas por toda Roma. No puede creer cómo se ha dejado pillar. Cómo no se ha dado cuenta de que ése no era su móvil, sino el de su mujer. Por otro lado, son idénticos. Me cago en todo y en haber hecho caso de ese anuncio. Era una trampa. He ahorrado, sí…, pero ¿cuántas compensaciones me tocará pagar ahora? ¿Y durante cuántos años? No consigue calcular todo lo que le espera. Pero hay que afrontarlo. Ya son las dos. ¿Se habrán acostado todas, no? Aparca debajo de casa, fuera de la verja, precisamente para que no lo oigan volver. Luego sube la cuesta con paso acolchado, en la noche, abre despacio el portal y lo cierra sin hacer ruido. Después la puerta de su casa, muy despacio, lentamente, moviendo el picaporte de la puerta interna con suavidad, para no hacer ruido. Pero el resorte final lo traiciona.

—Papá, ¿eres tú? —Daniela aparece en el salón—. ¡Hola! ¡Te he esperado despierta porque estoy muy contenta! Me hice los análisis y hoy me han dado los resultados. ¡El bebé está bien y, sobre todo, no tengo sida!

Pero a Claudio no le da tiempo a alegrarse. Desde la oscuridad de la cocina, Raffaella le salta encima, lo agrede desde atrás, casi subiéndosele a caballito, gritando, arañándole las mejillas con las uñas, arrancándole el pelo, mordiéndole las orejas. Raffaella es una especie de arpía, un extraño volátil aullante a su espalda. Tiene las piernas apretadas en torno a su cintura y no lo suelta. Claudio empieza a gritar de dolor y corre como un loco por el pasillo, ante los ojos atónitos de Daniela, que no sabe absolutamente nada y que esperaba poder compartir su felicidad con sus padres. Claudio, que ha llegado al final del pasillo, se vuelve de golpe y se lanza con un empujón dentro del gran armario, desfondándolo con la arpía sobre los hombros. Acaba debajo de los abrigos, que caen de las perchas, en medio del olor a naftalina, de las cajas de zapatos, de los muchos regalos de fiestas pasadas que ya se han perdido. Claudio consigue liberarse de Raffaella, sale del armario y corre a su habitación. En ese momento, Babi sale de su cuarto.

—Pero ¿qué pasa? ¿Qué sucede?, ¿hay ladrones? —Después ve a su padre con la cara ensangrentada—. Pero ¿qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho?

En ese momento llega Raffaella.

—¿Qué le han hecho? ¡Qué nos ha hecho él! ¡Hacía meses que follaba con una brasileña en un hotel de la estación! —Y diciendo esto, arranca del armario, ya destrozado, un pedazo de madera e intenta golpear a Claudio, que se encierra en la habitación.

Claudio saca su maleta. Después abre el armario pero no cree lo que ve: todas las camisas, las chaquetas, los pantalones, los jerséis y todos los trajes están destrozados, cortados, desgarrados. Una especie de gran e inmenso armario de confeti. Entonces coge lo único que le ha quedado. Abre la puerta y sale de la habitación. Babi corre hacia él.

—Pero papá, ¿adónde vas?

—Me marcho. Me habéis tocado demasiado las pelotas, todas vosotras. No entendéis que una persona necesita libertad…

Raffaella se abalanza sobre él desde atrás y lo golpea en la espalda, entre el cuello y la nuca, con el trozo de madera del armario. Pero Claudio es más rápido y pone en medio el libro de Gozzano,
Poemas
. Y luego dicen que la literatura no sirve para nada. Echa a correr, cruza el pasillo y está a punto de salir de casa, pero Babi lo alcanza en la puerta.

—Papá, pero me acompañarás al altar, ¿no?

—Tu madre. Ella siempre lo ha decidido todo, ¡pues que se ocupe también de esa última tocada de pelotas!

Y diciendo esto se libera también de ella y baja corriendo la escalera. Uf. Claudio suspira aliviado. Pensaba que sería peor. Baja la escalera del portal y repentinamente se le echa encima otra persona.

—¡Ah!

Claudio se pone a la defensiva. Pero es Alfredo, el ex de Babi, completamente borracho y con una botella en la mano.

—¡Señor Gervasi, tiene que ayudarme, mire cómo estoy! No puede dejar que Babi se case con ese tal Lillo sólo porque gane más que yo, ¡¿cómo?! ¡Vendiendo bragas! ¿Pero es que no le da vergüenza? ¿Y nuestra amistad? ¿Y los días pasados a la mesa? ¿Dónde los deja, eh? ¿Dónde los deja? ¡Se arrepentirá! ¿Entiende?

Claudio lo mira y sonríe agotado.

—No he conseguido salvar mi matrimonio, así que imagínate si tengo que preocuparme por el de los demás.

—¿Ah, sí? ¡Pues ahora verá!

Alfredo avanza. Agita amenazador la cerveza, dándole vueltas en la mano y avanzando hacia él. Claudio no duda y le suelta una patada en los huevos. Alfredo cae al suelo y se dobla sobre sí mismo, dolorido. Claudio le propina entonces una patada a la cerveza, enviándola lejos.

—¡No tuve problemas con Step, así que imagínate lo que me preocupa un tipo como tú!

Y se marcha contento, mirando las estrellas, soñando con la nueva vida que le espera y algo preocupado por toda esa ropa que tendrá que volver a comprarse.

Setenta y uno

—Sí, ¿diga?

—Oye, ¿dónde te metiste anoche? Te llamé un montón de veces pero primero no había cobertura y después lo tenías apagado.

Gin. Me siento fatal. ¿Por qué he contestado al móvil?

—Pues sí… Fui con Guido a cenar a un sitio, pero no me di cuenta de que no había cobertura. Era un sótano.

No sé qué decir. Tengo ganas de vomitar. Y ella, cosa absurda, me salva.

—Un sótano, ya… Intenté localizarte varias veces pero luego me dormí. Hoy no podemos vernos. ¡Qué palo! Tengo que acompañar a mi madre a visitar a una tía que vive fuera de Roma. ¿Hablamos luego? Yo no lo apagaré… ¡Es broma! ¡Un beso bonito y después, cuando estés despierto, uno aún más bonito!

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