Read Vinieron de la Tierra Online

Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (8 page)

El monstruo se acercaba al faro. La sirena llamó.

—Veamos que ocurre —dijo McDunn. Apagó la sirena.

El minuto siguiente fue de un silencio tan intenso que podíamos oír nuestros corazones que golpeaban en el cuarto de vidrio, y el lento y lubricado girar de la luz.

El monstruo se detuvo. Sus grandes ojos de linterna parpadearon. Abrió la boca. Emitió una especie de ruido sordo, como un volcán. Movió la cabeza de un lado a otro como buscando los sonidos que ahora se perdían en la niebla. Miró el faro. Algo retumbó otra vez en su interior. Y se le encendieron los ojos. Se incorporó, azotando el agua, y se acercó a la torre con ojos furiosos y atormentados.

—¡McDunn! —grité—. ¡La sirena!

McDunn buscó a tientas el obturador. Pero antes que la sirena sonase otra vez, el monstruo ya se había incorporado. Vislumbré un momento sus garras gigantescas, con una brillante piel correosa entre los dedos, que se alzaban contra la torre. El gran ojo derecho de su angustiada cabeza brilló ante mí como un caldero en el que podía caer, gritando. La torre se sacudió. La sirena gritó; el monstruo gritó. Abrazó el faro y arañó los vidrios, que cayeron hechos trizas sobre nosotros.

McDunn me tomó por el brazo.

—¡Abajo! —gritó.

La torre se balanceaba, tambaleaba, y comenzaba a ceder. La sirena y el monstruo rugían. Trastabillamos y casi caímos por la escalera.

—¡Rápido!

Llegamos abajo cuando la torre ya se doblaba sobre nosotros. Nos metimos bajo las escaleras en el pequeño sótano de piedra. Las piedras llovieron en un millar de golpes. La sirena calló bruscamente. El monstruo cayó sobre la torre, y la torre se derrumbó. Arrodillados, McDunn y yo nos abrazamos mientras el mundo estallaba.

Todo terminó de pronto, y no hubo más que oscuridad y el golpear de las olas contra los escalones de piedra.

Eso y el otro sonido.

—Escucha —dijo McDunn en voz baja—. Escucha.

Esperamos un momento. Y entonces comencé a escucharlo. Al principio fue como una gran succión de aire, y luego el lamento, el asombro, la soledad del enorme monstruo doblado sobre nosotros, de modo que el nauseabundo hedor de su cuerpo llenaba el sótano. El monstruo jadeó y gritó. La torre había desaparecido. La luz había desaparecido. La criatura que llamó a través de un millón de años había desaparecido. Y el monstruo abría la boca y llamaba. Eran los llamados de la sirena, una y otra vez. Y los barcos en alta mar, no descubriendo la luz, no viendo nada, pero oyendo el sonido debían de pensar: ahí está, el sonido solitario, la sirena de la bahía Solitaria. Todo está bien. Hemos doblado el cabo.

Y así pasamos aquella noche.

A la tarde siguiente, cuando la patrulla de rescate vino a sacarnos del sótano, sepultado bajo los escombros de la torre, el sol era tibio y amarillo.

—Se vino abajo, eso es todo —dijo McDunn gravemente—. Nos golpearon con violencia las olas y se derrumbó.

Me pellizcó el brazo.

No había nada que ver. El mar estaba sereno, el cielo era azul. La materia verde que cubría las piedras caídas y las rocas de la isla olía a algas. Las moscas zumbaban alrededor. Las aguas desiertas golpeaban la costa.

Al año siguiente construyeron un nuevo faro, pero en aquel entonces yo había conseguido trabajo en un pueblito, y me había casado, y vivía en una acogedora casita de ventanas amarillas en las noches de otoño, de puertas cerradas y chimenea humeante.

En cuanto a McDunn, era el encargado del nuevo faro, de cemento y reforzado con acero.

—Por si acaso —dijo McDunn.

Terminaron el nuevo faro en noviembre. Una tarde llegué hasta allí y detuve el coche y miré las aguas grises y escuché la nueva sirena que sonaba una, dos, tres, cuatro veces por minuto, allá en el mar, sola.

¿El monstruo? No volvió.

—Se fue —dijo McDunn—. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo o se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.

Sentado en mi coche, no podía ver el faro o la luz que barría la bahía Solitaria. Sólo oía la sirena, la sirena, la sirena, y sonaba como el llamado del monstruo. Me quedé así, inmóvil, deseando poder decir algo.

R
AY
B
RADBURY

Ficha técnica: La Sirena

THE BEAST FROM 20.000 FATHOMS
(
EL MONSTRUO DE TIEMPOS REMOTOS
). Warner Brothers, 1953.

Duración: 80 minutos. Producida por Hal E. Chester y Jack Dietz; dirigida por Eugène Lourié; guión, Lou Morheim y Fred Freiberger; director de fotografía, Jack Russell; productor asociado, Bernard W. Burton; eféctos técnicos especiales, Ray Harryhausen; efectos especiales, Willis Cook; dirección artística, Robert Boyle; montaje Bernard W. Burton; música compuesta y dirigida por David Buttolph; maquillaje, Louis Phillippi; sonido, Max Hutchinson; ayudante de dirección, Howard Hough.

Intérpretes: Paul Christian (profesor Tom Nesbitt), Paula Raymond (Lee Hunter), Cecil Kellaway (profesor Elson), Kenneth Tobey (coronel Evans), Ross Elliot (George Ritchie), Donald Woods (capitán Jackson), Lee Van Cleef (cabo Stone), Steve Brodie (sargento Loomis), Michael Fox (el doctor), Frank Ferguson (doctor Morton), King Donovan (doctor Ingersoll).

Imágenes

El monstruo de tiempos remotos

Despertando por el estallido de una potente explosión atómica, el monstruo de tiempos remotos hace una dramática primera aparición durante una furiosa tormenta ártica. © 1953 Warner Bros. Pictures Inc.

Los brillantes efectos de esta escena son resultado de la habilidad del notable animador foto-a-foto Ray Harryhausen, que admite tener una deuda de gratitud a
King Kong
. © 1953 Warner Bros. Pictures Inc.

Filmada originalmente por cineastas independientes,
El monstruo de tiempos remotos
fue adquirida por la Warner Brothers, que cortó varias escenas de diálogo y efectuó un montaje nuevo de toda la película. © 1953 Warner Bros. Pictures Inc.

El modelo de dinosaurio, de casi un metro, tal como aparecía antes de ser combinado con la acción a imagen real rodada independientemente. © 1953 Warner Bros. Pictures Inc.

LA MÁQUINA ALIENÍGENA

Raymond F. Jones

Introducción: La Máquina Alienígena

Filmada como
ESTA ISLA LA TIERRA
(Universal-International, 1955).

Horribles batallas espaciales con láseres, sistemas estelares desgarrados por mortales combates galácticos, y un malvado líder que gobierna con mano de hierro… ¿Les suena familiar? La generación actual recordará, por supuesto, las frases publicitarias de la película campeona de todos los tiempos,
La guerra de las galaxias
. Pero hace un cuarto de siglo, un público distinto permanecía clavado en sus asientos viendo parecidas hazañas en Technicolor en el primer space-opera interestelar,
Esta isla la Tierra
.

Indudablemente el más ambicioso filme de ciencia ficción montado hasta aquella fecha, se dijo que la producción había costado cerca de un millón de dólares… suma inaudita en una época en que la mayoría de las películas de ciencia ficción eran filmadas con aproximadamente una décima parte de esa cantidad. Pero gracias a que los inversionistas creían firmemente en el proyecto, los hombres de los efectos especiales fueron capaces de darle visos de «una nueva realidad» a las futuristas visiones del autor Raymond F. Jones.

Un nombre prominente en las añoradas revistas
pulp
de ciencia ficción de los años 40 y 50, Jones introdujo por primera vez los personajes de
Esta isla la Tierra
en
La máquina alienígena
. Apareciendo en un número de 1947.de la revista
Thrilling Wonder Slories
, el cuento fue tan aclamado por los lectores que en los siguientes dos años fueron escritas un par de secuelas.

Finalmente, mediante un contrato con una pequeña firma editora especializada en fantasía, los tres relatos fueron unidos y ampliados en una espectacular novela, que finalmente se convirtió en la película.

El autor, que actualmente vive con su familia en el Medio Oriente, admitió recientemente: «Aunque efectuaron algunos pocos cambios lamentables, me sentí impresionado con los notables efectos conseguidos. Y aunque no fui consultado una vez firmado el contrato inicial, los guionistas efectuaron un admirable trabajo de adaptación de mi obra».

Uno de los «cambios lamentables» se refiere obviamente al enorme monstruo mutante de dos metros y medio de altura que afortunadamente no aparece en la novela. Aparentemente fue incluido en honor al «público de las palomitas de maíz», que los productores tienen la impresión de que no puede sobrevivir sin alguna especie de ansiosa criatura merodeando por ahí.

Afortunadamente, los más bien infantiles elementos fueron suavizados en la sala de montaje, y
Esta isla la Tierra
sigue emergiendo como un coloreado rayo de esperanzadora luz en el mundo más bien sombrío y en blanco y negro del cine de ciencia ficción.

La máquina alienígena
, reproducida aquí por primera vez en treinta años en su versión original, sigue siendo por sus propios méritos un ejemplo de ficción especulativa de primer orden.

J
IM
W
YNORSKI

1 — Unidad 16

Las oficinas de Joe Wilson, agente de compras de la Ryberg Instrument Corporation, daban al campo de aterrizaje particular de la compañía. Ahora permanecía de pie junto a la ventana, deseando que hubiera estado orientada hacia otro lado, ya que así era un eterno recordatorio de que hubo un tiempo en el que había tenido esperanzas de convertirse en un ingeniero en vez de en un lacayo oficinista.

A través de la ventana vio nivelarse la plateada nave de pruebas del laboratorio de radio, dar una vuelta y aterrizar. Cal Meacham debía estar en los controles, pensó Joe. Ni siquiera los pilotos de la compañía se atrevían a conducir una nave así. Pero Cal Meacham era el mejor hombre en el negocio de los instrumentos de radio, y la posibilidad de ser despedido era algo que no tenía el menor significado para él. Podía encontrar un empleo con un sueldo igual o mejor en al menos otra docena de lugares con solo levantar un dedo.

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