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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (7 page)

La primera y débil luz del alba estaba entrando en la sala. Desde el rincón en donde se había refugiado, Cliff contemplaba muy de cerca al gran robot. Le parecía que se comportaba de una forma muy extraña. Se quedó junto al gorila muerto, mirándolo con lo que en un humano hubiera sido considerado tristeza. Cliff lo vio con mucha claridad: las facciones verde oscuro de Gnut tenían una expresión pensativa y doliente, que antes no había visto. Permaneció así algunos segundos, y luego, como haría un padre con su hijo enfermo, se inclinó, alzó al gran animal en sus brazos metálicos y lo llevó con ternura al interior de la nave.

Cliff regresó a la mesa a la carrera, sintiéndose aterrado ante la idea de que pudieran producirse nuevos acontecimientos peligrosos e inexplicables. Pensó que estaría más seguro en el laboratorio y, con las rodillas temblorosas, recorrió el camino hasta allí y se ocultó dentro de uno de los hornos. Rezaba porque pronto fuera de día. Su mente era un verdadero caos. Con rapidez, uno tras otro, iba rememorando todos los asombrosos acontecimientos de la noche; pero todos eran misteriosos, y le parecía que no podía haber explicación racional alguna para los mismos. El pájaro burlón, el gorila, la triste expresión de Gnut y su ternura.

¡No había nada que pudiera explicar una mezcla tan fantástica de acontecimientos!

Gradualmente llegó la luz del día. Pasó mucho rato. Al fin comenzó a creer que quizá pudiese escapar con vida de aquel lugar misterioso y terrible. A las ocho y media se oyeron ruidos en la entrada y el agradable sonido de las voces humanas llegó a sus oídos. Salió del horno y caminó de puntillas por el pasillo.

De pronto, los sonidos se interrumpieron, se oyó una exclamación de asombro, y luego el ruido de pasos a la carrera, tras lo que hubo un silencio. Cliff recorrió el estrecho pasillo con mucho sigilo y atisbó temeroso por detrás de la nave. Allá estaba Gnut en su lugar acostumbrado, en idéntica postura a la que había adoptado a la muerte de su amo, solitario y aparentemente pensativo, frente a un vehículo que de nuevo estaba cerrado y en una habitación que era una ruina. Las puertas de la entrada estaban abiertas de par en par, y, con el corazón en la garganta, Cliff corrió al exterior.

Unos minutos más tarde, ya seguro en la habitación de su hotel, totalmente agotado, se sentó por un instante y casi enseguida se quedó dormido. Más tarde, aún sin desnudarse y todavía medio dormido, se tambaleo hasta la cama. No se despertó hasta mediada la tarde.

3

Se despertó con lentitud, sin darse cuenta al principio de que las imágenes que giraban por su mente eran verdaderos recuerdos y no un sueño fantástico. Fue el recuerdo de las fotos lo que le hizo ponerse en pie. Con rapidez, se dedicó a revelar la película que había en su cámara.

Entonces, tuvo en sus manos la prueba de que los acontecimientos de la noche eran verdaderos. Ambas fotos habían salido bien. La primera mostraba con claridad la rampa que llevaba a la compuerta, tal como la había atisbado desde su posición tras la mesa. La segunda, de la compuerta abierta, y tomada de frente, le produjo un desengaño pues una pared desnuda que había tras la apertura impedía toda visión del interior. Esto explicaba el que no hubiese surgido ninguna luz del interior de la nave mientras Gnut se hallaba en ella. Suponiendo que Gnut necesitase luz para hacer lo que hubiese hecho.

Cliff miró los negativos y se sintió avergonzado de si mismo. ¡Qué mal fotógrafo era, al tomar sólo dos fotos tan ridículas como aquéllas! Había tenido docenas de oportunidades de conseguir maravillosas fotos… fotos de Gnut en acción, su lucha con el gorila o incluso cuando tenía en su mano al pájaro… ¡fotos que hubieran provocado escalofríos a quien las hubiera visto! Y lo único que había conseguido eran dos fotos de una puerta. Oh, eran valiosas, pero él era un burro de marca mayor.

¡Y, para acabar de redondear esta brillante actuación, se había quedado dormido!

Bueno, sería mejor que saliera y averiguase lo que había sucedido.

Se duchó, se afeitó y se cambió de ropa con rapidez. Y pronto estuvo en un restaurante cercano, frecuentado por periodistas y fotógrafos. Sentado en el mostrador, descubrió a un amigo y competidor.

—Bueno, ¿qué es lo que piensas? —le preguntó a su amigo cuando tomó el taburete de al lado.

—No pienso nada hasta que no he desayunado —le respondió Cliff.

—Entonces, ¿es que no te has enterado?

—¿Enterado de qué? —fintó Cliff, que sabía muy bien lo que iba a decirle el otro.

—Desde luego, eres un excelente fotógrafo —comentó el otro—. Cuando sucede algo realmente importante, tú estás durmiendo.

Pero luego le contó lo que se había descubierto aquella mañana en el museo y la excitación mundial originada por las noticias. Cliff hizo tres cosas a la vez, con éxito: se tragó un desayuno muy sustancioso, agradeció a su buena estrella el que no se hubiese descubierto nada nuevo, y mostró una continua sorpresa. Aún masticando, se alzó y corrió al museo.

En el exterior, agolpada junto a la puerta, se veía una gran muchedumbre de curiosos, pero Cliff no tuvo problema alguno para lograr entrar, cuando mostró sus credenciales de prensa. Gnut y la nave estaban tal como él los había dejado, pero habían limpiado el suelo y los trozos de los ujieres robot hechos pedazos se hallaban apilados en un lugar, junto a la pared. Allí había otros amigos y competidores suyos.

—Estaba fuera y me perdí todo este asunto —le dijo a uno de ellos, llamado Gus—. ¿Cuál es la explicación que dan a lo sucedido?

—¿Por qué no me haces otra pregunta más fácil? —fue la respuesta—. Nadie sabe nada. Se piensa que quizá algo saliese de la nave, tal vez otro robot como Gnut. Oye… ¿dónde has estado?

—Durmiendo.

—Pues será mejor que te despiertes. Varios miles de millones de bípedos están tiesos de terror. Se habla de la venganza por la muerte de Klaatu. De que la Tierra está a punto de ser invadida.

—Pero eso es una…

—Oh, sé que todo esto es una locura, pero eso es lo que están contando; sirve para vender periódicos. Aunque hay un nuevo dato que acaba de aparecer, y es muy sorprendente. Ven aquí.

Llevó a Cliff a una mesa en la que había un grupo de personas contemplando con mucho interés varios objetos guardados por un técnico. Gus señaló una placa de Petri en la que estaban montados una serie de cortos cabellos marrón oscuro.

—Esos cabellos son de un gorila macho, de buen tamaño —dijo Gus con un aire casual y muy profesional—. La mayor parte de ellos fueron hallados esta mañana, cuando barrieron el suelo. El resto fue hallado en los ujieres robot.

Cliff trato de parecer asombrado. Luego, Gus señaló un tubo de ensayo parcialmente lleno con un fluido de suave color ámbar.

—Y eso es sangre… diluida… Sangre de gorila. Fue hallada en los brazos de Gnut.

—¡Santo cielo! —logró exclamar Cliff—. ¿Y no hay explicación alguna?

—Ni siquiera una teoría. Es tu gran oportunidad, muchacho.

Cliff se aparto de Gus, no siéndole posible mantener durante más tiempo su actuación. No podía decidir qué hacer con su historia. Los servicios de noticias le hubieran pagado fuertes sumas por ella… con sus fotos, pero eso le quitaría la posibilidad de seguir actuando. Y en lo más profundo de su corazón sentía deseos de volver a permanecer aquella noche en el museo, aunque… tenía miedo. Lo había pasado realmente mal, y sentía unos grandes deseos de continuar con vida.

Fue hasta Gnut y lo contempló durante largo rato. Nadie se podría haber imaginado jamás que se había movido, o que su rostro de metal verdoso había adquirido una expresión de tristeza. ¡Aquellos extraños ojos! Cliff se preguntó si realmente estarían mirándole, como parecía, reconociendo en él al atrevido intruso de la noche anterior. ¿De qué material desconocido estaban hechos aquellos instrumentos colocados en sus ojos por una rama desconocida de la raza del hombre, y que toda la ciencia terrestre no había logrado poner fuera de funcionamiento? ¿En qué estaba pensando Gnut? ¿Cuáles podían ser los pensamientos de un robot, un mecanismo metálico salido de los crisoles del hombre? ¿Estaría irritado con él? Cliff no lo creía. Gnut lo había tenido a su merced… y se había alejado.

¿Se atrevería a quedarse otra vez?

Cliff pensaba que quizá se atreviese.

Cruzó la habitación, reflexionando. Estaba seguro de que Gnut se movería de nuevo. Un lanzarrayos Mikton lo protegería de cualquier otro gorila… o de cincuenta. Aún no tenía toda la historia. ¡Sólo había conseguido dos miserables fotos de objetos inmóviles!

Debería haberse dado cuenta desde el principio de que se quedaría. Aquella noche, armado con su cámara y un pequeño lanzarrayos Mikton, se escondió de nuevo bajo la mesa de suministros del laboratorio y oyó cerrarse las puertas metálicas del edificio.

Esta vez iba a conseguir la historia… y las fotos.

¡Si es que no habían puesto ningún guarda en el interior!

Cliff escuchó durante largo rato para tratar de oír cualquier sonido que le indicase que habían dejado un guarda, pero el silencio del interior del pabellón no fue roto por nada. Le agradaba eso… pero no del todo. La creciente oscuridad y el darse cuenta de que ahora ya no había forma de echarse atrás hacían que no le hubiese disgustado la idea de tener un compañero.

Más o menos una hora después de que se hiciera totalmente oscuro, se quitó los zapatos, los ató y se los colgó alrededor del cuello, dejándolos sobre sus espaldas, y caminó en silencio a lo largo del pasillo hasta el área de exhibiciones. Todo parecía estar sucediendo como la noche anterior. Gnut era una ominosa e indiferenciada sombra situada en el extremo opuesto de la sala, y sus brillantes ojos rojos parecieron de nuevo clavados en el punto en el que se hallaba Cliff atisbando. Como la noche antes, pero de un modo aún más cuidadoso, Cliff se echó de bruces en el ángulo de la pared, y reptó con lentitud hasta la baja plataforma en la que se alzaba la mesa. Una vez en su refugio, dispuso sus zapatos de forma que le colgasen de un hombro y se colocó bien la cámara y la pistolera, para tener ambas cosas a la mano. Esta vez, se dijo, iba a lograr las fotos.

Se acomodó para esperar, pero cuidándose de vigilar a Gnut en todo momento. Su visión alcanzó un máximo ajuste a la oscuridad. Al cabo de un tiempo comenzó a sentirse solitario y un tanto atemorizado. Los brillantes ojos rojos de Gnut le estaban poniendo los nervios de punta; tenía que decirse a sí mismo, una y otra vez, que el robot no iba a hacerle daño. Pero no le cabía ninguna duda de que también él era vigilado.

Las horas pasaron con lentitud. A veces oía leves sonidos en la entrada, en el exterior… Quizá fuera un guarda, o tal vez curiosos.

A las nueve en punto vio a Gnut moverse. Primero sólo fue la cabeza; se volvió para que sus ojos estuvieran aún más clavados en Cliff. Durante un momento, eso fue todo; luego la oscura forma metálica se agitó un poco y comenzó a moverse hacia delante…, en línea recta hacia el fotógrafo. Cliff había pensado que no tendría miedo, al menos mucho, pero ahora se le detuvo el corazón. ¿Qué sucedería en aquella ocasión?

Con asombroso silencio, Gnut se fue acercando hasta que se alzó, cual ominosa sombra, sobre el punto en que yacía Cliff. Durante largo rato, sus ojos rojos ardieron por encima del hombre. Cliff temblaba como una hoja; aquello era peor que la primera vez. Sin haberlo planeado, se encontró a sí mismo hablando con el ser metálico.

—No me hagas daño -suplicó—. Sólo sentía curiosidad por saber lo que sucede. Es mi trabajo. No te haré ningún daño ni te molestaré. ¡No…, no podría hacerlo aunque quisiera! ¡Por favor!

El robot siguió sin moverse, y Cliff no podía imaginarse si sus palabras habían sido comprendidas, o siquiera oídas. Cuando creía que ya no podría soportar más la larga tensión, Gnut tendió la mano y tomó algo de un cajón de la mesa, o quizá metió algo en el mismo; luego dio un paso atrás, se volvió y regresó por donde había venido. ¡Cliff estaba a salvo! ¡De nuevo le había perdonado la vida!

A partir de ese momento, Cliff perdió buena parte de su miedo. Ahora estaba seguro de que Gnut no le haría daño alguno. Lo había tenido dos veces en su poder y en cada ocasión se había limitado a mirarlo, para luego irse en silencio. Cliff no podía ni imaginarse qué era lo que Gnut había hecho en el cajón de la mesa. Contempló con gran curiosidad la escena, para ver qué pasaba a continuación

4

Tal como había sucedido la noche anterior, el robot fue directamente al extremo de la nave y produjo la peculiar secuencia de sonidos que abría la compuerta, y cuando la rampa se deslizó, entró en el vehículo. Después de eso, Cliff permaneció solo en la oscuridad durante largo rato, probablemente dos horas. De la nave no salía ni un solo sonido.

Cliff sabia que debía ir a hurtadillas hasta la compuerta y atisbar al interior, pero no acababa de tener el valor necesario para hacerlo. Con su arma podía enfrentarse a otro gorila, pero si Gnut lo atrapaba aquello podía ser el fin. Esperaba que de un momento a otro sucediese algo fantástico… y no sabía el qué. Quizá de nuevo se oyese el dulce canto del pájaro burlón, o quizás apareciese un gorila, o tal vez… cualquier cosa. Una vez más lo que sucedió lo pilló totalmente por sorpresa.

Oyó un repentino sonido apagado y luego palabras…, palabras humanas, muy familiares.

—Caballeros —fue la primera, y luego una ligera pausa—. El Instituto Smithsoniano les da la bienvenida a su nueva Sección Interplanetaria y a la maravillosa exposición que tienen delante.

Tras una ligera pausa, prosiguió:

—Todos ustedes deben… deben… —aquí tartamudeó y se detuvo. A Cliff se le erizó el cabello. ¡Aquel tartamudeo no estaba en la grabación!

Por un instante se produjo un silencio; luego oyó un alarido, el ronco y ahogado alarido de un hombre que surgía de algún lugar en el interior de la nave y que fue seguido por una serie de apagados jadeos y gritos, como los que lanzaría un hombre que estuviese muy asustado o en peligro.

Con todos los nervios en tensión, Cliff contempló la compuerta. Oyó el sonido de un golpe en el interior de la nave, y luego por la abertura salió a la carrera la sombra de lo que sin duda era un ser humano. Jadeante y medio cayéndose, corrió directamente en dirección a Cliff. Cuando se hallaba a unos seis metros de distancia, la gran sombra de Gnut lo siguió por la compuerta.

Cliff lo observaba sin aliento. El hombre, que ahora podía ver que era Stillwell, vino directamente hacia la mesa tras la que se ocultaba Cliff; como para protegerse tras ella, pero cuando se hallaba a pocos pasos de distancia se le doblaron las piernas y cayó al suelo. De repente Gnut estuvo inclinado sobre él pero Stillwell no pareció darse cuenta de eso. Tenía el aspecto de estar muy enfermo, pero no dejaba de hacer un espasmódico y fútil esfuerzo por arrastrarse hacia la protección de la mesa.

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