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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (9 page)

—Muy interesante —dijo uno de los científicos—. ¿Cómo explicaría usted el hecho de que últimamente sólo se mueve de noche?

—Creo que está haciendo algo que no quiere que vea nadie, y que la noche es el único período en que permanece solo.

—Pero siguió adelante aun después de hallarse usted allí.

—Lo sé. Pero no tengo ninguna otra explicación, a menos que me considerase inofensivo o incapaz de detenerlo… lo que desde luego era cierto.

—Antes de que usted llegase, estábamos pensando en encerrarlo en un gran bloque de glassita. ¿Cree que lo permitiría?

—No lo sé. Probablemente lo permitiese; aceptó lo de los ácidos, los rayos y el calor. Aunque quizá sea mejor que lo hagan durante el día, pues parece moverse sólo de noche.

—Pero se movía de día cuando salió del vehículo con Klaatu.

—Lo sé.

Aquello parecía ser todo lo que se les ocurría preguntarle. Sanders dio una palmada en la mesa.

—Bueno, me parece que eso es todo, señor Sutherland —dijo—. Muchas gracias por su ayuda, y deje que le felicite por ser usted un joven muy alocado, testarudo y valiente… y un buen negociante.

Sonrió levemente.

—Puede irse ahora, pero quizá tengamos que llamarle otra vez. Ya veremos.

—¿Puedo quedarme mientras toman la decisión acerca de la glassita? —preguntó Cliff—. Ya que estoy aquí, me gustaría poder enterarme de la noticia.

—La decisión ya ha sido tomada… Puede dar la noticia. Comenzará a efectuarse la operación de vertido de la glassita inmediatamente.

—Gracias, señor —dijo Cliff, y, con mucha calma, añadió: Y, ¿sería tan amable de autorizarme para que esté presente junto al edificio esta noche? En el exterior. Tengo la corazonada de que va a suceder algo.

—Ya veo que quiere otra exclusiva —le dijo Sanders, sin animosidad—. Y luego hará que la policía espere mientras usted realiza los negocios.

—Eso no volverá a suceder, señor. Si pasa algo, ellos serán los primeros en enterarse.

El jefe dudó.

—No sé —dijo al fin—, pero le diré una cosa. Todos los servicios de noticias desearán tener gente allí, y no podemos aceptarlo; pero si logra arreglar las cosas para que usted los represente a todos, yo por mi parte lo aceptaré. No va a suceder nada, pero sus artículos servirán para calmar el histerismo. Hágame saber si llega a un arreglo.

Cliff le dio las gracias, salió y, apresuradamente; comunicó la noticia por teléfono al sindicato, sin pedir nada a cambio, y luego les contó la propuesta de Sanders. Diez minutos más tarde le llamaron ellos diciéndole que todo estaba arreglado y que se fuera a dormir un poco. Ellos estarían presentes en la operación de la glassita. Con el corazón alegre, Cliff se apresuró a ir al museo. El lugar estaba rodeado de millares de curiosos, que estaban siendo contenidos, muy lejos del edificio, por un fuerte cordón policial. Esta vez no le fue posible atravesarlo: lo reconocieron, y la policía aun seguía resentida. Pero no le importaba mucho, y, de pronto, se sintió muy cansado y necesitado de una siesta. Regresó a su hotel, dio aviso, y se fue a la cama.

Llevaba dormido sólo unos minutos cuando sonó el teléfono. Lo contestó sin abrir los ojos. Era uno de los chicos del sindicato, con unas noticias muy peculiares. Habían encontrado a Stillwell con vida…, el verdadero Stillwell. Los dos muertos eran una especie de copia; y el verdadero no sabía cómo explicar eso. No tenía ningún hermano.

Cliff se quedó despierto por un instante, pero luego volvió a dormirse. Ya nada le parecía fantástico.

6

A las cuatro de la tarde, muy descansado y con un catalejo de infrarrojos colgado al hombro, Cliff atravesó el cordón policial y entró por la puerta del pabellón. Lo esperaban, y no tuvo problemas. Cuando clavó su vista en Gnut, lo recorrió una extraña sensación, y, por alguna razón desconocida, casi sintió pena por el gigantesco robot.

Gnut se hallaba igual que siempre, con el pie derecho un poco adelantado y la misma expresión ensimismada en el rostro; pero ahora había algo más. Estaba sólidamente encerrado en un gran bloque de glassita transparente. El bloque de plástico tenía unos cinco metros de alto y otros tantos de ancho y grueso, constituyendo una prisión transparente como el agua, que confinaba cada centímetro de superficie del robot e impediría incluso el más ligero movimiento de sus asombrosos músculos.

Sin duda, era absurdo sentir pena por un robot, un mecanismo hecho por el hombre; pero Cliff había empezado a pensar en él como un ser vivo, tan vivo como un ser humano. Mostraba un propósito y una fuerza de voluntad; realizaba actos complicados y llenos de recursos, en dos ocasiones su rostro había mostrado con toda claridad la emoción de la tristeza, y varias veces lo que parecía ser una expresión de profunda reflexión; se había mostrado implacable con el gorila, y dulce con el pájaro y los otros dos cadáveres, y en dos ocasiones no había utilizado su fuerza para aplastar a Cliff cuando parecía haber todas las razones para hacerlo. Cliff no había dudado ni por un instante que Gnut estuviese vivo, significara lo que significase ese «vivo».

Pero allá fuera estaban esperando los chicos de la radio y la televisión; tenía trabajo que hacer. Fue a su encuentro y comenzó a trabajar.

Una hora más tarde, Cliff estaba sentado, solo, a unos cinco metros por encima del suelo, en un gran árbol situado al otro lado del paseo que había frente al edificio, lo que le permitiría ver con claridad la parte superior del cuerpo de Gnut a través de una ventana. Había atado a las ramas que lo rodeaban tres instrumentos: su catalejo de infrarrojos, un micrófono radiofónico y una cámara de televisión de infrarrojos con toma de sonido. El primero, el catalejo, le permitiría ver en la oscuridad con sus propios ojos, como si fuera de día, una imagen agrandada del robot, y los otros recogerían todas las imágenes y sonidos, incluyendo sus propios comentarios, y los transmitirían a los diversos estudios de retransmisión que los enviarían a millones de kilómetros en todas las direcciones, a través del espacio. Nunca antes había tenido fotógrafo alguno una misión tan importante… desde luego no la había tenido ninguno que se olvidase de tomar fotografías. Pero Cliff ya se había olvidado de aquello, y se sentía bastante orgulloso y dispuesto.

Muy hacia atrás, y formando un gran círculo se hallaba la multitud compuesta por los curiosos… y los temerosos. ¿Contendría la glassita a Gnut? ¿Saldría con ansias de venganza, si el plástico no podía detenerlo? ¿Aparecerían unos seres inimaginables, que hubiesen estado ocultos en el interior de la nave, para librarle y quizá para vengarse? Millones de personas esperaban temblorosos ante sus receptores; y quienes se hallaban a una cierta distancia esperaban que no sucediese nada horrible; pero lo cierto es que también admitían la posibilidad de que sucediese alguna catástrofe y estaban dispuestos a salir corriendo.

En lugares cuidadosamente elegidos, no muy lejos de Cliff, y por todas partes, había baterías móviles de rayos del ejército, y en una depresión situada tras él y hacia la derecha estaba estacionado un enorme tanque con un gigantesco cañón. Cada una de las armas apuntaba a la puerta del pabellón. Una hilera de tanques más pequeños estaba alerta a cincuenta metros al norte. Sus lanzarrayos estaban apuntando hacia la puerta, pero no sus cañones. Desde donde se hallaba el tanque pesado, un proyectil dirigido contra la puerta no podía causar daños ni víctimas en parte alguna de la capital.

Cayó la noche; del edificio fueron saliendo los últimos oficiales militares, políticos y otros privilegiados; al fin se cerraron con sonido metálico las grandes puertas del pabellón, echándoles la llave para la noche. Pronto Cliff se encontró solo, exceptuando a los centinelas de los tanques.

Pasaron las horas. Salió la luna. De vez en cuando Cliff informaba al equipo del estudio de que todo estaba en calma. Ahora no podía divisar a Gnut a simple vista, con excepción de los dos débiles puntos rojos que eran sus ojos, pero a través del catalejo lo veía con tanta claridad como si fuera de día y estuviese situado a una distancia aparente de sólo tres metros. Exceptuando sus ojos, no había ninguna evidencia de que fuera otra cosa que metal muerto y sin funcionamiento.

Pasó otra hora. De vez en cuando Cliff tocaba los controles de su pequeña radiotelevisión de muñeca…, sólo unos segundos cada vez a causa de lo limitado de su batería. La emisión no hacía más que referirse a Gnut o él mismo, y en una ocasión la pequeña pantalla mostró el árbol en que estaba sentado e incluso, muy diminuto, al propio Cliff. Desde puntos cercanos habían enfocado sobre él poderosas cámaras de televisión de infrarrojos y con teleobjetivo. Aquello le producía una extraña sensación.

Repentinamente Cliff vio algo que le hizo mirar hacia el ocular del catalejo. Los ojos de Gnut se estaban moviendo; o al menos había variado la intensidad de la luz que emanaba de ellos. Era como si dos pequeños reflectores rojos fueran girados de un lado a otro y sus rayos cruzasen, a cada movimiento, el campo visual de Cliff.

Muy excitado, Cliff hizo una señal a los estudios, inició la retransmisión y describió el fenómeno. Millones de personas vibraron en resonancia ante la emoción de su voz. ¿Podría salir Gnut de aquella tremenda prisión? Pasaron minutos, y continuaron los destellos de los ojos, aunque Cliff no podía discernir ningún movimiento o intento de moverse por parte del cuerpo del robot Describió con cortas frases lo que estaba viendo. Resultaba claro que Gnut estaba con vida; y no cabía duda alguna de que estaba luchando contra la prisión transparente en la que había sido encerrado; pero, a menos de que pudiera quebrarla, no habría ningún movimiento.

Cliff tuvo un sobresalto. A ojo desnudo podía ver algo asombroso que aún no resultaba visible a través de su instrumento: un débil brillo rojo se estaba extendiendo sobre el cuerpo del robot. Reajustó el objetivo de la cámara de televisión con dedos temblorosos, pero mientras lo hacía, el brillo fue creciendo con intensidad. ¡Parecía como si el cuerpo de Gnut estuviese caldeándose hasta la incandescencia!

Lo describió con frases excitadas, pues dedicaba casi toda su atención a ir corrigiendo el enfoque del objetivo. Gnut pasó a ser una figura de color rojo apagado hasta un ser que cada vez era más brillante, viéndose con claridad su brillo, incluso a través del catalejo. ¡Y entonces se movió! ¡No cabía duda de que se había movido!

Tenía en su interior algún dispositivo que le permitía aumentar su propia temperatura y estaba aprovechándose de la única debilidad del plástico en que había sido encerrado. Pues, como ahora recordaba Cliff, la glassita era un material termoplástico que se solidificaba al enfriarse y se fundía al calentarse. ¡Gnut se estaba liberando de ella a base de fundirla!

Con frases breves, Cliff fue describiéndolo. El robot se puso de un color rojo cereza, los ángulos del bloque de plástico se fueron redondeando, y toda la estructura comenzó a deformarse. El proceso se fue acelerando. El cuerpo del robot se movía con más facilidad. El plástico fue descendiendo hasta llegar sólo a la coronilla, luego hasta el cuello y después hasta la cintura, que era lo más que Cliff podía ver. ¡Su cuerpo estaba libre! Y entonces, aún de un color rojizo cereza, se movió hacia adelante, perdiéndose de vista.

Cliff forzó su vista y oído, pero no logró enterarse de nada, en medio del lejano rugido de los curiosos que había más allá del cordón de la policía y algunas secas y débiles voces de mando en las baterías situadas a su alrededor.

Pasaron varios minutos. Se oyó un seco y resonante estrépito: se abrieron de golpe las grandes puertas metálicas y el gigantesco robot apareció en el hueco de la entrada, ya sin brillar. Se quedó quieto, y en la oscuridad su mirada se movía.

En las tinieblas sonaron voces aullando órdenes, y Gnut fue bañado por los entrecruzados rayos de una luz chisporroteante y colorada. Tras él comenzaron a fundirse las puertas metálicas, pero su gran cuerpo verde no mostró ningún cambio. Luego pareció acabar el mundo: se oyó un trueno ensordecedor y todo lo que había ante Cliff semejó estallar en humo y caos, siendo su árbol agitado de tal modo que estuvo a punto de caer. Llovieron restos. Había hablado el cañón del tanque pesado y, estaba seguro, Gnut habla sido alcanzado.

Cliff se agarró con fuerza al tronco y atisbo en la neblina. Mientras se aclaraba, divisó un movimiento entre los restos junto a la puerta y luego, de modo impreciso pero indudable, vio cómo la gran forma de Gnut se ponía en pie. Se alzó con lentitud, volviéndose hacia el tanque y, de repente, saltó hacia él trazando un amplio arco en el aire. El enorme cañón se movió en un intento de seguirle, pero el robot hizo una finta y luego cayó sobre el vehículo. Mientras la tripulación del mismo escapaba en todas direcciones, destruyó la recámara de un puñetazo, tras lo que se volvió y miró directamente a Cliff.

Se dirigió a él y, en un momento, estuvo bajo el árbol. Cliff subió aún más arriba. Gnut colocó sus brazos alrededor del árbol y tiró de él hacia arriba, arrancándolo de cuajo, con raíces y todo, y dejándolo caer a su lado. Antes de que Cliff pudiera salir huyendo, el robot lo había alzado en su manos metálicas.

Cliff pensó que había llegado su hora. Pero aún le estaban reservadas muchas y extrañas cosas aquella noche. El robot no le hizo el menor daño. Lo mantuvo frente a sí por un instante, mirándolo, y luego se lo colocó sentado sobre los hombros, con las piernas a cada lado de su cabeza. Después, agarrándolo por un tobillo, se volvió y, sin dudarlo, tomó el camino que llevaba hacia el Oeste, alejándose del edificio.

Cliff estaba inerme. Vio que las bocas de los cañones de los tanques se movían, siguiéndolo.

Pero no dispararon. Al colocarlo sobre sus hombros, el robot se había asegurado de que no harían fuego… Al menos eso era lo que Cliff esperaba.

El robot caminó en línea recta hacia el Tidal Basin. La mayor parte de los soldados lo siguieron, con lentitud y titubeantes. A lo lejos, Cliff vio como una oscura línea de confusión se desparramaba hacia la zona despejada de gente: las barreras policiales habían sido rotas. Por delante se fue aclarando con rapidez la multitud, que pasaba hacia los lados; luego, de todas las direcciones, exceptuando por delante, volvió la marea hasta que pudieron oírse con claridad gritos y alaridos individuales. La gente se detuvo a unos cincuenta metros de distancia, y pocas fueron las personas que se atrevieron a acercarse más.

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