A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (6 page)

—¿Supongo que no te querrías quedar sin nombre?

—De ninguna manera —se apresuró a contestar Alicia, no sin cierta ansiedad.

—Y sin embargo, ¿quién sabe? —continuó diciendo el mosquito, así como quien no le da importancia a la cosa—. ¡Imagínate lo conveniente que te sería volver a casa sin nombre! Entonces si, por ejemplo, tu niñera te quisiese llamar para que estudiaras la lección, no podría decir más que «¡Ven aquí...!», y allí se quedaría cortada, porque no tendría ningún nombre con que llamarte, y entonces, claro está, no tendrías que hacerle ningún caso.

—¡Estoy segura de que eso no daría ningún resultado! —respondió Alicia—. ¡Mi niñera nunca me perdonaría una lección sólo por eso! Si no pudiese acordarse de mi nombre me llamaría «señorita», como hacen los sirvientes.

—Bueno, pero entonces si dice «señorita» sin decir más, tú podrías decir que habías oído que «te la quita» y quedarte también sin lección. ¡Es un chiste! Me hubiese gustado que lo hubieses hecho tú.

—No sé por qué dices que te habría gustado que se me hubiera ocurrido a mí —replicó Alicia—; es un chiste muy malo.

Pero el mosquito sólo suspiró profundamente, mientras dos lagrimones le surcaban las mejillas.

—No debieras de hacer esos chistes —le dijo Alicia— si te ponen tan triste.

Otra vez le dio al mosquito por dar uno de esos imperceptibles suspiros melancólicos y esta vez sí que pareció haberse consumido de tanto suspirar, pues cuando Alicia miró hacia arriba no pudo ver nada sobre la rama; y como se estaba enfriando de tanto estar sentada se puso en pie y empezó a andar.

Muy pronto llegó a un campo abierto con un bosque al fondo: parecía mucho más oscuro y espeso que el anterior y Alicia se sintió algo atemorizada de adentrarse en él. Pero, después de pensarlo, se sobrepuso y decidió continuar adelante: «Porque desde luego no voy a volverme atrás —decidió mentalmente»; y además era la única manera de llegar a la octava casilla.

—Este debe ser el bosque —se dijo, preocupada— en el que las cosas carecen de nombre. Me pregunto, ¿qué le sucederá al mío cuando entre en él? No me gustaría perderlo en absoluto... porque en ese caso tendrían que darme otro y estoy segura de que sería uno feísimo. Pero si así fuera ¡lo divertido será buscar a la criatura a la que la hayan dado el mío! Seria igual que en esos anuncios de los periódicos que pone la gente que pierde a sus perros... «responde por el nombre de "Chispa"; lleva un collar de bronce...» ¡Qué gracioso sería llamar a todo lo que viera «Alicia» hasta que algo o alguien respondiera! Sólo que si supieran lo que es bueno se guardarían mucho de hacerlo.

Estaba argumentando de esta manera cuando llegó al lindero del bosque. Tenía un aspecto muy fresco y sombreado.

—Bueno, al menos vale la pena —dijo mientras se adentraba bajo los árboles—, después de haber pasado tanto calor, entrar aquí en este... en este... ¿en este qué? —repetía bastante sorprendida de no poder acordarse de cómo se llamaba aquello—. Quiero decir, entrar en el ... en el... bueno... vamos, ¡aquí dentro! —afirmó al fin, apoyándose con una mano sobre el tronco de un árbol—. ¿Cómo se llamará todo esto? Estoy empezando a pensar que no tenga ningún nombre... ¡Como que no se llama de ninguna manera!

Se quedó parada ahí pensando en silencio y continuó súbitamente sus cavilaciones:

—Entonces, ¡la cosa ha sucedido de verdad, después de todo! Y ahora, ¿quién soy yo? ¡Vaya que si me acordaré! ¡Estoy decidida a hacerlo!

Pero de nada le valía toda su determinación y todo lo que pudo decir, después de mucho hurgarse la memoria, fue:

—L. ¡Estoy segura de que empieza por L!

En ese preciso momento se acercó un cervatillo a donde estaba Alicia; se puso a mirarla con sus tiernos ojazos y no parecía estar asustado en absoluto.

—¡Ven! ¡Ven aquí! —le llamó Alicia, alargando la mano e intentando acariciarlo; pero el cervatillo se espantó un poco y apartándose unos pasos se la quedó mirando.

—¿Cómo te llamas tú? —le dijo al fin, y ¡qué voz más dulce que tenía!

«¡Cómo me gustaría saberlo!» —pensó la pobre Alicia; pero tuvo que confesar, algo tristemente:

—No me llamo nada, por ahora.

—¡Piensa de nuevo! —insistió el cervatillo, porque así no vale.

Alicia pensó, pero no se le ocurría nada.

—Por favor, ¿me querrías decir cómo te llamas tú? —rogó tímidamente—. Creo que eso me ayudaría un poco a recordar.

—Te lo diré si vienes conmigo un poco más allá —le contestó el cervatillo porque aquí no me puedo acordar.

Así que caminaron juntos por el bosque. Alicia abrazada tiernamente al cuello suave del cervatillo, hasta que llegaron a otro campo abierto; pero, justo al salir del bosque, el cervatillo dio un salto por el aire y se sacudió del brazo de Alicia.

—¡Soy un cervatillo! —gritó jubilosamente—, y tú... ¡Ay de mí! ¡Si eres una criatura humana! —Una expresión de pavor le nubló los hermosos ojos marrones y al instante salió de estampida—.

Alicia se quedó mirando por donde huía, casi a punto de romper a llorar, tal era la pena que le había causado perder tan súbitamente a un compañero de viaje tan amoroso.

—En todo caso —dijo— al menos ya me acuerdo de cómo me llamo, y eso me consuela un poco: Alicia... Alicia... y ya no he de olvidar. Y ahora, vamos a ver cuál de esos postes indicadores he de seguir, ¿por dónde habré de ir?

No era una cuestión demasiado difícil de resolver, pues sólo había un camino por el bosque y los dos postes señalaban, con los índices de sus dos manos indicadoras, en la misma dirección.

—Lo decidiré —se dijo Alicia— cuando el camino se bifurque y señalen en direcciones contrarias.

Pero aquello no tenía trazas de suceder. Siguió adelante, andando y andando, durante un buen trecho y, sin embargo, cada vez que el camino se bifurcaba, siempre se encontraba con los mismos indicadores, los índices de sus respectivas manos apuntando en la misma dirección. Uno decía:

A CASA DE TWEEDLEDUM

y el otro:
A CASA DE TWEEDLEDEE

—Estoy empezando a creer —dijo Alicia al fin— ¡que viven en la misma casa! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?... Pero no tengo tiempo para entretenerme; me pasaré por ahí un momento, el tiempo justo de saludarles y de rogarles que me indiquen el camino para salir del bosque. ¡Si sólo pudiera llegar a la octava casilla antes de que anochezca!— Y de esta guisa, continuó hablando consigo misma, hasta que al doblar un fuerte recodo del camino, se topó con dos hombrecillos regordetes, pero tan de sopetón que no pudo reprimir un respingo de sorpresa; pero se recobró al momento, segura de que ambos personajes no podían ser más que...

Capítulo 4
Tweeddledum y Tweedledee

Ambos estaban parados bajo un árbol, con el brazo por encima del cuello del otro y Alicia pudo percatarse inmediatamente de cuál era quién porque uno de ellos llevaba bordado sobre el cuello «DUM» y el otro «DEE».

—Supongo que ambos llevarán bordado «TWEEDLE» por la parte de atrás —se dijo Alicia.

Estaban ahí tan quietecitos que Alicia se olvidó de que estuviesen vivos y ya iba a darles la vuelta para ver si llevaban las letras «TWEEDLE» bordadas por la parte de atrás del cuello, cuando se sobresaltó al oír una voz que provenía del marcado «DUM».

—Si crees que somos unas figuras de cera —dijo— deberías de pagar la entrada, ya lo sabes. Las figuras de cera no están ahí por nada. ¡De ninguna manera!

—¡Por el contrario! —intervino el marcado «DEE»—. Si crees que estamos vivos, ¡deberías hablarnos!

—Os aseguro que estoy apenadísima —fue todo lo que pudo decir Alicia, pues la letra de una vieja canción se le insinuaba en la mente con la insistencia del tic-tac de un reloj, de tal forma que no pudo evitar el repetirla en voz alta:

Tweedledum y Tweedledee

decidieron batirse en duelo;

pues Teweedledum dijo que Tweedledee

le había estropeado

su bonito sonajero nuevo.

Bajó entonces volando

un monstruoso cuervo, más negro

que todo un barril de alquitrán;

¡y tanto se asustaron nuestros héroes

que se olvidaron de todos sus duelos!

—Ya sé lo que estás pensando —dijo Tweedledum—; pero no es como tú crees. ¡De ninguna manera!

—¡Por el contrario! —continuó Tweedledee—. Si hubiese sido así, entonces lo sería; y siéndolo, quizá lo fuera; pero como no fue así tampoco lo es asá. ¡Es lógico!

—Estaba pensando —dijo Alicia muy cortésmente— en cuál sería la mejor manera de salir de este bosque. Se está poniendo muy oscuro. ¿Querríais vosotros indicarme cuál es el camino?

Pero los dos gordezuelos tan sólo se miraron, sonriendo ladinos. Tanto se parecían a dos colegiales grandullones que Alicia se encontró de golpe señalando con el dedo a Tweedledum y llamándole:

—¡Alumno número uno!

—¡De ninguna manera! —se apresuró a gritar Tweedledum cerrando la boca luego con la misma brusquedad.

—¡Alumno número dos! —continuó Alicia, señalando esta vez a Tweedledee, segura de que iba a responderle en seguida gritando «¡Por el contrario!» como en efecto sucedió.

—¡Lo has empezado todo muy mal! —exclamó Tweedledum—. Lo primero que se hace en una visita es saludarse con un «hola, ¿que tal?» y luego ¡un buen apretón de manos!

Diciendo esto los dos hermanos se dieron un fuerte abrazo y extendieron luego sendas manos para que Alicia se las estrechara, pero Alicia no se atrevía a empezar dándole la mano a ninguno de los dos, por miedo de herir los sentimientos del otro; de forma que para salir del mal paso, tomó ambas manos a la vez con las dos suyas y al momento se encontraron los tres bailando en corro. Esto le pareció entonces a Alicia de lo más natural (según recordaría más tarde) e incluso no le sorprendió nada oír un poco de música; parecía que provenía de algún lugar dentro del árbol bajo el cual estaban danzando y (por lo que pudo entrever) parecía que la estaban tocando sus mismas ramas, frotándose las unas contra las otras como si fueran arcos y violines.

—¡Sí que tenía gracia aquello —solía decir Alicia cuando le contaba luego a su hermana toda esta historia—encontrarme de pronto cantando en corrillo «que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva»! La cosa es que no sé exactamente cuándo empecé a hacerlo, pero entonces ¡sentía como si lo hubiese estado cantando durante mucho, mucho tiempo!

Como los otros dos bailarines eran gordos, pronto se quedaron sin aliento.

—Cuatro vueltas son suficientes para esta danza —jadeó trabajosamente Tweedledum.

Dejaron de bailar tan súbitamente como habían empezado; también se interrumpió la música al mismo tiempo. Ambos soltaron entonces las manos de Alicia y se la quedaron contemplando durante un minuto. Se produjo una pausa un tanto azarante, pues Alicia no sabía cómo iniciar una conversación con unas personas con las que acababa de estar bailando.

—Este sí que no es el momento de decir «hola, ¿como estás?» —se dijo asi misma. Me parece que ya hemos superado esta etapa.

—Espero que no estéis demasiado cansados —dijo Alicia al fin.

—¡De ninguna manera! Pero mil gracias por tu interés —contestó Tweedledum.

—¡Muy agradecido!— añadió Tweedledee.

—¿Te gusta la poesía?

—Pues... si, bastante... algunos poemas —dijo Alicia sin mucha convicción.— ¿Querríais decirme qué camino he de tomar para salir del bosque?

—¿Qué te parece que le recite? —preguntó Tweedledee volviéndose hacia Tweedledum con una cara muy seria y sin hacer el menor caso a la pregunta de Alicia.

—«La morsa y el carpintero», que es lo más largo que te sabes —replicó Tweedledum, dando a su hermano un tierno abrazo.

Tweedledee comenzó en el acto:

¡Brillaba el sol...!

Pero Alicia se atrevió a interrumpirle:

—Si va a ser muy largo —dijo tan cortésmente como pudo— ¿no querríais decirme primero por qué camino...?

Tweedledee sonrió amablemente y empezó de nuevo:

—¡Brillaba el sol sobre la mar!

Con el fulgor implacable de sus rayos

se esforzaba, denodado, por aplanar

y alisar las henchidas ondas;

y sin embargo, aquello era bien extraño

pues era ya más de media noche.

La luna rielaba con desgana

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