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Authors: Guillermo Martínez

Borges y la Matemática (7 page)

Uno lee «tres de diciembre» como un día cualquiera. Tres, cinco, ¿qué importa? Uno no registra demasiado las fechas, los números, sobre todo si uno es matemático, todos los números son iguales (
risas
). Supone que el autor también fijó la fecha con cierta arbitrariedad. Pero después sí tiene importancia que sea el tres.

Observen que Borges ya ha mencionado en estos dos primeros párrafos todos los elementos cruciales del cuento. Aparecen el investigador, el criminal, el nombre del que será la primera víctima, etc. Ha dispuesto sus piezas como al comienzo de una partida de ajedrez. Se ve aquí otra vez su intención de «declarar todos los términos del problema».

A continuación, entonces, el primer crimen. Aparece muerto Yarmolinsky, un estudioso de sectas judías, en su cuarto de hotel. Se reúnen Treviranus, que es el detective «oficial», el detective del orden prosaico de lo real, y Lönnrot, que sería el detective de Borges, el detective del orden ficcional.

—No hay que buscarle tres pies al gato —decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro—. Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece?

—Posible, pero no interesante —respondió Lönnrot—. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado, interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un ladrón.

Esta conversación es muy importante. La explicación de Treviranus se ajusta al caos de la realidad, a la aleatoriedad de la realidad, el crimen tiene un factor accidental. Lo que le reprocha Lönnrot es un desajuste estético, que no sea «literario». Él preferiría una hipótesis que le diera sentido a ese caos. Aquí está, en el fondo, subyacente, la discusión entre realidad y ficción. Digo esto porque Borges imagina una solución en que los dos términos aparecen. O sea, tanto el detective de la realidad como el detective ficcional Lönnrot tienen una parte de razón. Es muy interesante el tipo de resolución que da Borges, si bien no es totalmente novedosa, tengo que decir. Hay una novela de Agatha Christie, una escritora a la que muchos desprecian pero muchos más leen a escondidas, que tiene una idea muy similar. Después volveremos a esto.

Treviranus contesta:

—No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a este desconocido.

—No tan desconocido —corrigió Lónnrot.

Y comenta cuáles son las obras que se encuentran de Yarmolinsky, toda una serie de obras sobre la cábala, la secta de los Hasidim, etc. Libros sobre el judaísmo. De nuevo es un elemento que parece intercambiable, podría haber o no libros en la habitación. Pero como narrador ¿qué es lo que necesita Borges? Necesita darles a sus lectores una pequeña lección del ABC de la cábala, para el desarrollo posterior de la historia. Entonces aquí los libros que encuentra tienen esa doble función. O sea, ¿cómo se las arregla Borges para dar la lección sin caer en el didactismo? La solución es: imaginar que su detective es también ignorante en estos temas. Entonces mientras su detective se retrae para leer sobre la cábala y la historia de estas sectas judías, el lector también adquiere la información que necesita para seguir adelante. En definitiva, aquí hay un recurso técnico. Pero, de nuevo, gran parte de la maestría de un escritor es convertir en esencial lo que es un recurso técnico, integrarlo naturalmente a la historia. En el ensayo del que les hablé,
El cuento como sistema lógico
, yo comparo al escritor con un ilusionista que usa una de las manos para hacer el truco y la otra para disimularlo. Y digo luego que entre los escritores, el verdadero artista debería ser un mago como René Lavand, que, como ustedes saben, tiene una sola mano.

Tenemos entonces que Lönnrot, como dijimos, se dedica a estudiar los libros que encuentra y nos da las nociones fundamentales que se requieren sobre la cábala. Junto al muerto, recordemos, había un papel con la frase: «La primera letra del Nombre ha sido articulada».

Dentro de la lección se nos dice que uno de los libros habla de «las virtudes y terrores del Tetragrámaton, que es el inefable Nombre de Dios»: otro, de «la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia) su noveno atributo, la eternidad —es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que serán, que son y que han sido en el universo».

Esta misma idea, que el nombre de Dios, una cierta combinación de letras, puede ser una puerta de acceso al conocimiento absoluto, reaparece en
La escritura del Dios
.

Bien, a continuación hay otra digresión en la narración que también tiene un sentido. Aparece un artículo periodístico sobre el asesinato y Borges inserta este curioso párrafo:

Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim.

¿Cuál es el sentido de este desvío en la historia que se está narrando en primer plano? En principio se lee como una derivación de las tantas posibles sobre la repercusión que tuvo el asesinato. En realidad, esto es para solucionar un problema técnico de verosimilitud que va a sobrevenir luego. El problema es que el hombre que está detrás de la serie, el hombre que está concibiendo la serie como una trampa para atraer a Lönnrot es Scharlach. Y Scharlach es un criminal de los suburbios. Este personaje le presenta a Borges varias dificultades, creo que para sugerir algún refinamiento le atribuye ese segundo apodo, «el Dandy»; pero, de todos modos, ¿cómo lograr que un malevo de los suburbios sea de pronto versado en la secta de los Hasidim? Por eso se publica una edición popular. Ese cabo que parece suelto se recoge hacia el final.

Lo que quiero es que ustedes noten cómo Borges va armando la segunda estructura lógica del relato. Desde el final, mirando hacia atrás, muchos de los detalles se explicarán de otra manera. Pero esta segunda forma convive desde el principio, agazapada, disimulada en el orden lógico secuencial con que se desarrolla la trama.

Con el segundo crimen aparecen los elementos de regularidad de la serie. «El segundo crimen ocurrió la noche del tres de enero». Reaparece entonces el número tres y sabemos que ya no es una casualidad. La segunda víctima, un matón de nombre Azevedo, tiene «el rostro enmascarado de sangre»; «una puñalada profunda le había rajado el pecho. En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos, había unas palabras en tiza». Las palabras, por supuesto, eran: «La segunda letra del Nombre ha sido articulada».

Así, con el segundo crimen, aparece el detalle de los rombos. Detalle que parece circunstancial con respecto al número tres pero que será esencial con respecto al número cuatro, que es el verdadero número de la serie. Los rombos están prefigurando la solución final.

Después dice:

El tercer crimen ocurrió la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario...

De nuevo, reaparece el número tres. La policía recibe un llamado de un tal Ginzberg o Ginsburg, «dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable, los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y de Yarmolinsky.»

La palabra «sacrificio» aquí aparece deslizada como una de las variaciones posibles de la palabra «muerte».

Sin embargo, como se ve después hacia el final de la historia, la palabra «sacrificio» es esencial en lo que se narra. Hay entonces una tercera muerte (aunque después nos enteraremos de que en realidad esta es una muerte fraguada). La «víctima» es un hombre que va entre dos arlequines enmascarados. Se dice:

Dos veces tropezó; dos veces lo sujetaron los arlequines. Rumbo a la dársena inmediata, de agua rectangular, los tres subieron al cupé y desaparecieron. Ya en el estribo del cupé, el último arlequín garabateó una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras de la recova.

La sentencia era «La última de las letras del Nombre ha sido articulada». La última. O sea que en principio parecería que la serie de crímenes se detiene ahí: tres crímenes, el día tres.

El detective de la realidad, Treviranus, desconfía.

—¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?

Borges, como se ve, juega limpio hasta el final: la historia
es
un simulacro y el detective de lo real lo descubre.

Pero uno, el lector, ya está atrapado en la lógica ficcional, ya sabe que algo más va a ocurrir. Justamente, la segunda lógica de la ficción ya contaminó el relato. Y uno ¿qué presiente? Como en cualquier relato policial clásico presiente que es Lönnrot el que dará la explicación definitiva y que el detective de lo real siempre será más torpe. Borges juega con esa relación de superioridad largamente construida en miles de relatos policiales. Entonces aquí Lönnrot desliza el primer detalle que puede servir al lector para reconstruir toda la historia: el detalle sobre el comienzo del día hebreo.

El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer.

Esto le da una lógica distinta al tema del tres en las fechas de las muertes: el tres se transforma en cuatro si está cerca de la noche.

El otro ensayó con ironía.

—¿Ese dato es el más valioso que usted ha recogido esa noche?

—No. Más valiosa es una palabra que dijo Ginzherg.

Esa palabra es «sacrificio». ¿Qué ocurre después? En la continuación de la trama, Treviranus recibe una carta con la primera solución, la solución «falsa» de la serie.

«La carta profetizaba que el 3 de marzo no habría un cuarto crimen, pues la pinturería del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Hôtel du Nord eran 'los vértices perfectos de un triángulo equilátero y místico'». Así, la primera «solución» del enigma es el triángulo equilátero.

Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero): simetría en el espacio, también... Sintió, de pronto, que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió, pronunció la palabra
Tetragrámatron
(de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario. Le dijo:

—Gracias por ese triángulo equilátero que usted anoche me mandó. Me ha permitido resolver el problema. Mañana viernes los criminales estarán en la cárcel, podemos estar muy tranquilos.

—Entonces ¿no planean un cuarto crimen?

—Precisamente porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy tranquilos.

Bien. Y por supuesto la solución verdadera es la que tiene que ver con el nombre de Dios en hebreo, JHVH(o YHVH), que tiene cuatro letras. Y en realidad la figura a completar indicará el lugar donde Scharlach emboscará a Lönnrot. Es decir, lo que hace Lönnrot es completar a partir del triángulo la figura del rombo para determinar un cuarto punto, sin saber que en ese punto lo está esperando Scharlach para asesinarlo. El enigma es una trampa, un
laberinto
(Borges lo dice de esta forma). Norte, Este, Oeste son los tres puntos en la ciudad que le sirven para fijar con la brújula y el compás el cuarto punto en el sur, donde lo espera su propia muerte. Porque Scharlach tiene una cuenta pendiente con Lönnrot, esto es algo que los lectores no saben, es parte de lo que revela Scharlach en la explicación final. Leo ese monólogo, cuando se encuentra en Triste-le-Roy frente a frente con Lönnrot:

En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un punal, los rombos de una pinturería.

El primer término de la serie me fue dado por el azar. Yo había tramado con algunos colegas —entre ellos, Daniel Azevedo— el robo de los zafiros del Tetrarcca. Azevedo nos traicionó: se emborrachó con el dinero que le habíamos adelantado y acometió la empresa el día antes. En el enorme hotel se perdió; hacia las dos de la mañana irrumpió en el dormitorio de Yarmolinsky. Éste acosado por el insomnio, se había puesto a escribir. Verosímilmente, redactaba unas notas o un artículo sobre el Nombre de Dios; había escrito ya las palabras: La primera letra del Nombre ha sido articulada. Azevedo le intimó silencio; Yarmolinsky alargó la mano hacia el timbre que despertaría todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola puñalada en el pecho. Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de violencia le había enseñado que lo más fácil y seguro es matar...

El primer crimen se inscribe dentro de lo real, es un accidente, tal y como lo había previsto Treviranus. Y aquí aparece el deslizamiento, la transición a la lógica ficcional:

A los diez días yo supe por la
Yidische Zaitunng
que usted buscaba en los escritos de Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Leí la Historia de la secta de los Hasidim: supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de Dios había originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y recóndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto, habían llegado a cometer sacrificios humanos... Comprendí que usted conjeturaba que los Hasidim habían sacrificado al rabino; me dediqué a justificar esa conjetura.

Es decir, un golpe de azar, el crimen impremeditado de Yarmolinsky, le da inesperadamente a Scharlach la posibilidad de atraer a Lönnrot a una trampa. Entonces, a partir de ese momento, sobre esa primera muerte que le depara el azar, Scharlach arma su serie teniendo en cuenta qué es lo que el detective quiere encontrar.

Ésta es la modulación interesante del relato a la que me refería y que ya está en una de las primeras novelas de Agatha Christie:
Asesinato en el campo de golf
. Es una novela en la que Agatha Christie libra una pequeña batalla contra Conan Doyle y contrapone la figura de su detective psicológico Hércules Poirot con un detective francés, Giraud, que remeda los métodos de Sherlock Holmes. Inventa a un detective que actúa y procede como Sherlock Holmes, que husmea, se pone en cuatro patas para revisar colillas y huellas en el césped, todo ese tipo de cosas. Digamos, lo ridiculiza a Sherlock Holmes. Y justamente, el rasgo de astucia en esa novela es que el criminal va dejando pequeños rastros para que los encuentre esta clase de detective. El criminal se amolda al detective. El criminal penetra la teoría y los dos planos se confunden. Aquí ocurre exactamente lo mismo, por eso digo que en este relato conviven los dos planos: el plano de lo real y el plano de lo ficcional. Porque el criminal introduce en la realidad los elementos gratos a la búsqueda del detective. Convierte lo que es ficcional e «interesante» en teoría para Lönnrot en crímenes reales.

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