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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (38 page)

—Fuera, fuera… —trató de volver a taparse la cabeza con las colchas.

Iván volvió a intentarlo con más energía.

—Ahora sé que era una misión —comentó—. Es el mal humor crónico… que tienes siempre después de las misiones.

—No estoy de mal humor. Estoy cansado.

—Estás fantástico… ¿sabes? Con la mancha en el costado de la cara que te dejó ese bestia con la picana. Hasta el ojo. Se ve a la legua. Deberías levantarte y mirarte en el espejo.

—Odio a la gente que se encuentra bien por la mañana. ¿Qué hora es? ¿Por qué estás levantado? ¿Por qué estás aquí? ¡Mierda! —Miles perdió las colchas. Iván se las arrancó de las manos.

—El ghemcoronel Benin viene a recogerte. En un crucero imperial de media manzana de largo. Los cetagandanos quieren que llegues a la ceremonia de cremación una hora antes.

—¿Cómo? ¿Por qué? No me pueden arrestar en la embajada, tengo inmunidad diplomática. ¿Asesinarme? ¿Ejecutarme? ¿No es demasiado tarde para eso?

—El embajador Vorob'yev también quiere saberlo. Me dijo que te levantara lo más pronto posible. —Iván empujó a Miles hacia el baño—. Empieza a depilarte. Te he traído las botas y el uniforme de la lavandería de la embajada. Si los cetagandanos quieren asesinarte, no creo que lo hagan aquí. Te van a meter algo sutil bajo la piel, algo que surtirá efecto dentro de seis meses y entonces, puf, te derrumbarás para siempre donde quiera que estés.

—Una idea muy alentadora. —Miles se frotó la nuca, buscando disimuladamente golpes y chichones—. Te apuesto lo que quieras a que el Criadero Estrella tiene varias enfermedades terminales muy convenientes. Pero estoy casi seguro de no haber ofendido al Criadero… no a ellas…

Miles dejó que Iván fuera su ayuda de cámara, aunque le costó bastante porque el trabajo de su primo venía acompañado de comentarios constantes y directos. Pero cuando Iván le trajo una taza de café, Miles le perdonó todos sus pecados pasados, presentes y futuros. Se tragó la bebida caliente y examinó con cuidado la cara que le devolvía el espejo por encima de la guerrera negra sin abrochar. La contusión que le cruzaba la mejilla izquierda se estaba convirtiendo en un dibujo policromado espectacular, dominado por un círculo negro bajo los ojos. Los otros dos golpes de picana no eran tan terribles porque la ropa lo había protegido un tanto. De todos modos, hubiera preferido pasar el día en cama. En el camarote de la nave de salto de SegImp, en un viaje a casa tan directo y rápido como lo permitieran las leyes de la física.

Cuando llegaron al vestíbulo de la embajada, se encontraron no con Benin, sino con Mia Maz, muy elegante en la ropa formal de duelo blanca y negra. Se había quedado con el embajador Vorob'yev hasta tarde, seguía con él cuando todos volvieron a la embajada en medio de la noche —bueno, más bien a principios de la mañana— y era evidente que no había dormido más que Miles. Pero parecía muy fresca, hasta alegre. Les sonrió a los dos. Iván le devolvió la sonrisa.

Miles abrió los ojos lo más que pudo.

—¿Vorob'yev no ha llegado?

—Piensa bajar en cuanto termine de vestirse —le aseguró Maz.

—¿Usted… usted nos acompañará? —preguntó Miles, esperanzado—. Bueno… no… supongo que tiene que estar con su delegación. Como éste es el gran final…

—Pienso acompañar al embajador Vorob'yev. —La sonrisa de Maz se convirtió en algo franco, alegre, con hoyuelos por todas partes—. Para siempre. Me ha pedido que me case con él. Anoche. Creo que eso prueba lo preocupado que estaba. En medio del espíritu de locura que reinaba en el ambiente, acepté.

Si no puedes conseguir ayuda con dinero… Bueno, eso solucionaría el problema de Vorob'yev, que siempre había querido tener una experta femenina en el personal de la embajada. Por no mencionar una justificación para tantos bombones e invitaciones.

—Felicidades —dijo Miles. Aunque tal vez hubiera debido decir Felicidades a Vorob'yev y Buena suerte a Maz.

—Parece raro… —le confió Maz—. Quiero decir, lady Vorob'yev. ¿Cómo se las arregló su madre, lord Vorkosigan?

—¿Quiere decir siendo igualitaria, betanesa y demás? No tuvo problema. Siempre dice que los igualitarios se ajustan bien a las aristocracias, siempre que vivan en ellas como aristócratas, claro está.

—Espero conocerla algún día.

—Se llevarán muy bien —predijo Miles con confianza.

En ese momento apareció Vorob'yev, abrochándose la guerrera negra. En el mismo instante entró el ghemcoronel Benin, escoltado por guardias de la embajada. Corrección: el ghemgeneral Benin. Miles sonrió entre dientes mirando el brillo del nuevo galón sobre el uniforme rojo sangre de Benin. ¿Ve? Ya se lo había dicho.

—¿Puedo preguntar de qué se trata todo esto, ghemgeneral? —Vorob'yev no había pasado por alto el nuevo rango.

Benin se inclinó.

—Mi Señor Celestial solicita la presencia de lord Vorkosigan. Ah… bueno, se lo vamos a devolver..

—¿Me da usted su palabra? Para la embajada, sería una terrible vergüenza si lo… perdiéramos de nuevo. —Vorob'yev se las arregló para mirar a Benin con severidad y al mismo tiempo capturar la mano de Maz y acariciarla con cariño.

—Tiene usted mi palabra, embajador —prometió Benin.

Vorob'yev hizo un gesto de permiso no del todo decidido y el ghemgeneral se llevó a Miles. Miles echó una mirada atrás. Se sentía solo. Hubiera querido que Maz o Iván o cualquier otra persona lo acompañara.

El auto de superficie no tenía media manzana de largo pero era un vehículo maravilloso, civil, no militar. Los soldados cetagandanos saludaron a Benin respetuosamente y lo acomodaron junto a Miles en el compartimiento posterior. El vehículo arrancó y se alejó de la embajada: la sensación era la de estar viajando en una casa.

—¿Puedo preguntarle de qué se trata todo esto, ghemgeneral? —preguntó Miles.

La expresión de Benin era casi… la de un cocodrilo. Totalmente vacía. Nula.

—Me han ordenado que no le cuente nada hasta que lleguemos al Jardín Celestial. No le retendremos mucho tiempo, lord Vorkosigan, apenas unos minutos. Primero pensé que se sentiría feliz con lo que vamos a hacer, pero después reflexioné un poco y ahora he cambiado de opinión. Me parece que le va a resultar insoportable. En cualquier caso, se lo merece.

—Tenga cuidado, ghemgeneral —gruñó Miles—, me parece que su creciente reputación de sutileza se le está subiendo a la cabeza. —Benin se limitó a sonreír.

A pesar de que era una sala pequeña y no una enorme habitación para reuniones como la de la noche anterior, no cabía duda de que se trataba de una sala de audiencias imperiales. Sólo tenía un asiento y Fletchir Giaja ya se había acomodado en él. La ropa blanca que lo cubría esa mañana era elaborada y pomposa y le impedía algunos movimientos. Tenía a dos servidores ba a su lado para ayudarle cuando se pusiera de pie. Ahora parecía otra vez un icono y el maquillaje facial le daba expresión de porcelana. Tres burbujas blancas flotaban en silencio a su izquierda. De pronto, dos ba pusieron una cajita plana en manos de Benin, de pie a la derecha del Emperador.

—Puede usted acercarse al Señor Celestial, lord Vorkosigan —informó Benin.

Miles avanzó dos o tres pasos, decidido a no arrodillarse. Él y el haut Fletchir Giaja estaban frente a frente, aunque él estuviera de pie y el Emperador, sentado.

Benin entregó la caja al Emperador, que la abrió inmediatamente.

—¿Sabe lo que es esto, lord Vorkosigan? —preguntó Giaja.

Miles se quedó mirando el medallón de la Orden del Mérito, colgado de su cinta de colores, brillante y limpio sobre una cama de terciopelo oscuro.

—Sí, señor. ¿Piensa usted meterme en una bolsa de seda con eso antes de tirarme por la borda?

Giaja echó una mirada a Benin, que respondió con un movimiento de hombros que parecía decir
Ya se lo advertí
.

—Incline usted la cabeza, lord Vorkosigan —Instruyó Giaja con firmeza—. Aunque no esté muy acostumbrado…

¿Estaría Rian en alguna de esas burbujas? Miles se miró rápidamente las botas bien lustradas mientras Giaja le deslizaba la cinta sobre la cabeza. Retrocedió medio paso y no consiguió detenerse: puso la mano sobre el metal frío. No iba a hacer el saludo militar. No.

—Creo… creo que me niego a recibir este honor, señor.

—Ah, no, usted no se niega —dijo Giaja en tono tajante, mirándolo fijamente—. Me han dicho los observadores que necesita reconocimiento. Es una… —debilidad que puede explotarse…— cualidad comprensible que me recuerda mucho a nuestros ghem.

Bueno, eso era mejor que una comparación con otros descendientes de los haut, Ba Lura por ejemplo. Que al parecer no eran los eunucos del palacio, sino algo así como un proyecto científico interno de enorme valor; Miles no estaba seguro, pero por lo que sabía, tal vez Ba Lura era pariente cercano de Giaja. Sesenta y ocho por ciento de material cromosómico en común. O algo semejante. Miles decidió que había que respetar más el silencio y la eficiencia de la raza ba. Respetarla y también tenerla en cuenta, cuidarse de ella. Todos estaban juntos en los negocios de los haut, servidores y amos. Con razón el Emperador se había tomado tan en serio la muerte de Ba Lura.

—Si estamos hablando de reconocimiento, señor, esto no es algo que vaya a poder mostrar demasiado en casa… Más bien, supongo que lo guardaré en el cajón más secreto que tenga.

—Bien —dijo Fletchir Giaja en tono tranquilo—. Mientras guarde ahí también todo lo que se relacione con el incidente…

Ah. Entonces, ésa era la explicación: un soborno por su silencio.

—Hay muy pocas cosas de las últimas dos semanas que pueda recordar con agrado, señor.

—Recuerde todo lo que quiera, pero no lo diga en voz alta.

—Públicamente, no. Pero tengo que informar a mis superiores. Es mi deber.

—Los informes militares secretos de Barrayar no son asunto de mi incumbencia.

—Estoy… —Miles dirigió una mirada a un lado, hacia lo que tal vez era la burbuja blanca de Rian, flotando en el aire a pocos pasos—. Estoy de acuerdo.

Los pálidos párpados de Giaja bajaron un segundo sobre sus ojos en un gesto de aceptación. Miles se sentía muy raro. ¿Era soborno aceptar un premio por hacer exactamente lo que ya había decidido por su cuenta?

Y ahora que lo pensaba… ¿sospecharían los barrayareses que había llegado a alguna especie de acuerdo con el Emperador de Cetaganda? La razón verdadera por la que lo habían traído a aquella charla sin testigos con el Emperador empezó a brillar por fin en su mente, aturdida por la falta de sueño. No supondrán que Giaja puede dominarme con veinte minutos de conversación, o sí.

—Usted me acompañará en la ceremonia —siguió diciendo el Emperador—, estará de pie a mi izquierda. Ha llegado la hora. —Se levantó, ayudado por sus ba, que le recogieron las túnicas y lo siguieron.

Miles miró las burbujas que flotaban a su alrededor con desesperación silenciosa. última oportunidad…

—¿Puedo hablar con usted, haut Rian? —Se dirigió a ellas en general, inseguro. No sabía cuál era la que buscaba.

Giaja miró por encima de su hombro y abrió la mano de dedos largos en un gesto de aceptación mientras seguía caminando sin cambiar el ritmo decoroso que le exigía su atuendo.

Dos de las burbujas se quedaron en la habitación, una siguió adelante con el Emperador y Benin se quedó de guardia junto a la puerta abierta. No era exactamente un momento privado. Pero eso no le preocupaba. No eran muchas las cosas que Miles quisiera decir en voz alta.

Echó una mirada a las dos esferas opacas y brillantes, sin saber a cuál dirigirse. Una desapareció en el aire y ahí apareció Rian, sentada, bastante semejante a la dama que él había visto por primera vez, con las túnicas blancas y almidonadas orladas de cabello radiante. Cada vez que la veía se quedaba sin aliento.

Ella se acercó flotando y levantó una mano fina para acariciarle la mejilla. Era la primera vez que se tocaban. Pero él pensaba que estaba dispuesto a morderla si ella le preguntaba ¿Le duele?

Rian no era tonta.

—He recibido mucho de usted —dijo ella en voz tranquila—. Y no le he dado nada a cambio.

—Ése es el comportamiento habitual de los haut, ¿verdad? —dijo Miles con amargura.

—Es el único que conozco.

El dilema del prisionero…

Ella se quitó una espiral oscura y brillante de la manga, una especie de brazalete. Un delgado mechón de cabello sedoso, muy largo, casi infinito. Se lo tendió desde lejos.

—Ahí tiene. Es lo único que se me ha ocurrido.

Eso es porque su cabello es lo único que le pertenece realmente, milady. Todo lo demás es un regalo de su Constelación o del Criadero Estrella o de los haut o del Emperador. Usted vive en los intersticios de un mundo comunitario con una riqueza que está más allá de los sueños más ambiciosos de la avaricia, y sin embargo, personalmente, no tiene… nada. Ni siquiera sus propios cromosomas le pertenecen.

Miles recibió la espiral. Le pareció suave y fresca cuando la tocó con los dedos.

—¿Qué significa? Para usted…

—A decir verdad no lo sé —confesó ella.

Sincera hasta el final… Esta mujer no sabe mentir, por desgracia.

—Entonces, me lo guardo, milady. Como recuerdo. En mi interior, lejos de todas las miradas.

—Sí. Por favor.

—¿Y cómo piensa recordarme, milady? —Miles no tenía absolutamente nada que darle, nada excepto la pelusa que le había dejado la lavandería de la embajada en los bolsillos—. ¿O prefiere olvidar?

Los ojos azules de ella brillaron como el sol sobre un glaciar

—No hay peligro de eso. Ya lo verá usted. —Rian se alejó lentamente. La pantalla de fuerza se levantó despacio a su alrededor y ella se desvaneció como un perfume. Las dos burbujas flotaron tras los pasos del Emperador.

El valle se parecía al lugar donde habían organizado las ofrendas poéticas, pero más espacioso, un gran cuenco abierto al cielo artificial de la cúpula. Los costados estaban atestados de haut y ghemlores vestidos de blanco acompañados por las burbujas de las hautladies. Los mil delegados de la galaxia ocupaban la parte exterior, como un marco variado y colorido. En el centro, rodeada de una banda respetuosamente vacía de césped y flores, había otra pantalla de fuerza redonda de unos doce metros de diámetro. A través de la superficie translúcida, neblinosa, Miles veía una gran cantidad de objetos apilados alrededor de una plataforma, sobre la que descansaba la figura pálida y frágil de la haut Lisbet Degtiar. Miles se esforzó para distinguir la caja de madera pulida de la delegación de Barrayar, pero la espada de Dorcas estaba enterrada en algún lugar alejado, más abajo. En realidad, no tenía importancia.

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