El año que trafiqué con mujeres (42 page)

—Yo tengo que hablar con el presidente, porque si me hacen un pedo, él me saca. Porque han sacado a mucha gente...

—¿El presidente?

—El presidente de la comunidad, porque son comunidades pequeñas... y nosotros ya tenemos un hombre ahí. Entonces por ahí yo le puedo decir que ando buscando niñas, y ya cogemos una de aquí, dos de acá, otra de allá... Igual yo me chingo una...

—Entonces quedamos en 100 por seis, ¿no? —insisto en la cuestión del precio, que se supone es lo que me interesa como comprador.

—No, 125.

—Qué cabrón. Pero, joder, si me dices 20 por cada una, no me salen las cuentas.

—No, yo dije entre 20 o 25 por cada una. Yo sé lo que significa para ti eso, cabrón, la vas a explotar de a madre, cabrón. O te crees que soy tonto. Yo ya evalué todas las situaciones. A ti si te sale a 25 cada niña, estas recuperándolo en dos o tres palos. Tan sólo con que esté virgen tú puedes cobrar lo que quieras.

—Ése es el negocio.

—Entonces no me regatees.

Entre carcajadas me aclaró que de las cinco o seis niñas, una no iba a Regar virgen, porque él tenía que «catar la mercancía». A continuación nos centramos en la negociación sobre las drogas, nuestro segundo bisnes. Quería la Ephedrina en pastilla o en polvo. El trato era que yo enviaba la mercancía y él la distribuía. Hablamos también del cargamento de Cuba, de la situación del negocio en EE. UU. y de cómo la DEA les iba pisando los talones. Lo más increíble es que me confesó que tenía hijos y esposa y que acababa «de nacer una niña mía en México y no he estado en el parto». Y no consigo comprender cómo podía estar comerciando con la vida de niñas, iguales que sus hijas, y encima presumir de acostarse con crías de catorce años. Si yo hubiese pedido algo sólido en aquella comida, sin duda habría vuelto a vomitar.

Justo antes de despedirnos, y tras haber cerrado el precio de las niñas para mis prostíbulos en 25.000 dólares cada una, le comenté que el negocio del sexo estaba en auge en España.

—Tú sabes la cantidad de tías que están entrando en España, es una locura. Y hay trabajo para todas —digo yo.

—Porque hay clientes para todas...

Y el narcotraficante mexicano tenía razón. Sin saberlo me había dado la llave. El verdadero motor del negocio de las mafias no es la proliferación de mujeres dispuestas a prostituirse por salir de la miseria ni tampoco los proxenetas, chulos y traficantes, ni siquiera los «honrados empresarios» que se lucran con los burdeles... El verdadero motor del negocio del sexo son los clientes. Los prostituidores. Los demandantes del producto, que generan la oferta. Los millones de Paulinos, Juanes y Manueles, que mantienen el negocio de las mafias desde el anonimato y la impunidad. Mientras las rameras y sus proxenetas son criminalizados socialmente, ellos continúan sosteniendo desde las sombras la nueva trata de esclavos. Ellos son los auténticos responsables de que, en la civilizada España del siglo XXI, yo pudiese comprar niñas de trece años, para comercializar su virginidad. 0 pudiese adquirir una chica de veintitrés años, y a su hijo de dos, para disponer de su vida o de su muerte, como se me antojase. Porque, a pesar de mantener abiertos diferentes frentes, en esta investigación, en ningún momento me olvidé de Susy y de su propietario, el boxeador nigeriano. Y había llegado el momento de terminar lo que había empezado meses atrás. A esas alturas, ya me había implicado demasiado en el tema y la historia de Susy era algo más que un reportaje. Si después de haberme infiltrado en su vida, la existencia de aquella joven continuaba exactamente igual que antes de haberla conocido, me sentiría tan inhumano como el cerdo que interpretaba. Así que tenía que hacer algo para evitar que Sunny continuase extorsionándola con su hijo y con la amenaza del vudú. Lo que fuese. 0 de lo contrario sabía que ni las pastillas que me había recetado el psiquiatra podrían anestesiar mi culpabilidad. Sacar a una, por lo menos sacar a una... ésa era mi obsesión en aquellos momentos... Volví a Murcia con la intención de confesar toda la verdad a Susy y sacarla de allí, pero Regué tarde. Demasiado tarde.

Una mafia menos

Unos días después José Ángel, el jefe de grupo de la Brigada de Extranjería, me telefoneaba desde la comisaría para darme la buena noticia: el juez había admitido mis cintas y había autorizado los pinchazos telefónicos y el seguimiento de Sunny. Su detención era inminente, ya sólo era cuestión de días.

Y el día de la caída de Prince Sunny yo estaba en Murcia. Contra todo pronóstico la investigación había dado un nuevo giro pocos días antes. Susy se había escapado del control del nigeriano. Parece ser que, finalmente, la fe en el poder protector del collar mágico que le había regalado había sido superior al temor a los maleficios vudú de Sunny. Así que, un buen día, decidió escapar de Rincón de Seca para vivir con su hijo. Y las amenazas mágicas del proxeneta hechicero no pudieron detenerla. Nadie podía haber imaginado que la fe que mis trucos de ilusionismo inspiraron en Susy y en los poderes de mi collar le iba a dar el valor suficiente para huir del hechicero traficante. Continuaba vendiendo su cuerpo, pero ahora el dinero que conseguía no le era incautado. No me parece recomendable que ninguna mujer se prostituya, pero si lo hace, que el dinero sea para ella y no para un chulo, para un proxeneta, o para un «honrado empresario».

Ni la Policía ni yo conseguimos localizarla, afortunadamente el boxeador tampoco. Y aquella mañana me encontraba haciendo guardia frente a la casa de Sunny, en Rincón de Seca, por si ella aparecía, cuando, de pronto, la calle, normalmente desierta, se llenó de policías. Unos iban de paisano y otros de uniforme. Mi cámara registró cómo los efectivos policiales entraban en el edificio y salían poco después con un par de señoritas de raza negra y con el boxeador nigeriano, debidamente esposado. Cuando me vio, grabándole con una cámara de vídeo desde mi coche, me fulminó con la mirada. Creo que en ese momento supo que había sido víctima de un infiltrado. Y si no lo estuviesen rodeando una docena de policías armados, pienso que me habría arrancado el corazón allí mismo. La mejor garantía de que sus poderes mágicos eran un fraude es que no caí muerto en el acto, a pesar del odio que destilaba su mirada. Su «mal de ojo» no funcionó conmigo, pero si no hubieran estado los policías, seguro que sus puños sí habrían surtido efecto.

Según el comunicado que emitió ese mismo día el Ministerio del Interior, Sunny era la cúspide de la pirámide de una organización criminal en la que fueron detenidas diecisiete personas de nacionalidad nigeriana, rumana y española. Sus colaboradores Omone A. y Superior N., este último sobrino de Sunny, también cayeron.

Fueron registrados varios pisos relacionados con la organización. En la casa de Superior, en la calle Comandante Ernesto González Bans, N. 2, además del sobrino de Sunny fue detenida su novia, Silvia, y dos chicas más. En una casa de la calle Poniente, N. 21, en Los Garres, fue arrestado otro de los colaboradores de Sunny, con drogas y tarjetas falsas, tres inmigrantes ¡legales y dos chicas más. En la Era Alta, concretamente en el Camino Hondo, fueron detenidos el resto de los implicados, tres de ellos ¡legales, e incautadas más tarjetas de crédito. En la tienda de bicicletas de Alcantarilla, se detuvo a su propietario, acusado de colaborar en el skimming pasando las tarjetas de crédito falsas por el TPV de su tienda. Y por último, en el domicilio de Sunny, además de detener a las dos nigerianas, se procedió a un meticuloso registro del inmueble. Junto con tarjetas de crédito, pasaportes y otros documentos falsos, drogas, dos terminales para cobro de tarjetas, trece teléfonos móviles, cuadernos con notas sobre el dinero que le entregaban sus rameras, etc., se descubrieron los altares y fetiches vudú, con los que, presuntamente, Sunny aterrorizaba a Susy y a sus compañeras para que ejerciesen la prostitución y no le denunciasen a la Policía. Aquellos siniestros fetiches no tuvieron tanto poder como mi collar mágico. En este caso, la magia del blanco superó a la del negro...

Visité todos aquellos pisos de la organización para grabarlos, mientras la Policía realizaba las detenciones. Sin embargo, no sentí la alegría que esperaba, al ver cómo los agentes esposaban y detenían a los componentes de aquella mafia. No sentí euforia ni orgullo profesional al ser el único periodista que había conseguido llegar tan lejos en una infiltración en las redes de la prostitución en España. No había risas ni gozo ni siquiera vanidad. Sólo una profunda, siniestra y agobiante sensación de vacío. Quizá porque era consciente de que aquellos meses de esfuerzo únicamente habían servido para extraer un grano de arena en la inmensa playa. Una red de tráfico de mujeres desmantelada es una ridícula gota en un inmenso océano. Un elemento más en la estadística policial.

Susy se convirtió en un número. Un gráfico en el ordenador.

Un expediente archivado en una comisaría. Pero detrás de aquel dato estadístico, detrás de aquella gráfica en la pantalla del ordenador, detrás de aquella carpeta polvorienta, hay un ser humano real.

Una mujer y un niño de dos años con una vida tan rica y llena de matices como la de cualquier lector de este libro. Lo terrible es que todas y cada una de las estadísticas policiales, todas las gráficas de ordenador, encierran historias personales tan crueles y despiadadas como la de Susy.

En este mismo instante cientos de Sunnys están haciendo cruzar las fronteras a miles de Susys, que enfermarán o morirán por el camino. Las más afortunadas sobrevivirán a las pateras, a los autobuses o a los aviones, para ser violadas y humilladas en un campo de refugiados de Ceuta o de Albania, o en cualquiera de los países de tránsito como Turquía o Argelia. Al final, después de un viaje siniestro, acabarán exhibiendo sus carnes en la Casa de Campo de Madrid, en el Grao de Valencia, o en cualquiera de los burdeles de ANELA, para el goce y disfrute de los honrados y respetables ciudadanos europeos.

Ellos, nosotros, somos el último eslabón de la cadena, y los verdaderos responsables de la demanda que genera la oferta. Sin nosotros no existirían las mafias del tráfico de mujeres ni tampoco las respetables anclas. A pesar de ser, de alguna manera, cómplices e inductores del delito, nunca seremos procesados judicialmente. Sin embargo, quiero pensar que, algún día, nuestras propias conciencias serán el jurado, el juez y el verdugo que ejecute la sentencia. El veredicto, obviamente, «culpables».

Epílogo

Epílogo

Los extranjeros gozarán en España de los derechos y libertades reconocidos en el Título I de la Constitución en los términos establecidos en los Tratados internacionales, en esta Ley y en las que regulen el ejercicio de cada uno de ellos. Como criterio interpretativo general, se entenderá que los extranjeros ejercitan los derechos que les reconoce esta Ley en condiciones de igualdad con los españoles.

Ley de Extranjería, art. 3, 1

«De hecho, siempre he pensado que la infidelidad no existe. Pensaba que se puede ser fiel, aun teniendo relaciones sexuales con otras personas. El cuerpo se puede compartir, pero el alma, definitivamente no», escribe Valérie Tasso en la página 263 de Diario de una ninfómana. Ella cree que las profesionales del sexo tan sólo trafican con su cuerpo. Pero yo no estoy tan seguro.

A medida que he conocido prostitutas de todas las razas, nacionalidades, clase social, formación y credo que uno pueda imaginarse, empecé a detectar comportamientos similares en muchas de mis entrevistadas. Esa mirada huidiza, esa ansiedad, esos cambios de humor bruscos e impredecibles... No soy psiquiatra y mi opinión no tiene ninguna validez académica, pero basándome sólo en la experiencia personal adquirida, he llegado a la conclusión de que las mujeres prostituidas terminan desarrollando todo tipo de trastornos psíquicos.

Era sólo una intuición, una percepción tan subjetiva como instintiva, pero que se desprendía de las innumerables horas de conversación con infinidad de meretrices de todo tipo. Parece como si algo se hubiera roto dentro de ellas —quizá ya estaba roto en las que decidieron por voluntad propia aventurarse en este sórdido mundo— y al final las prostitutas comparten y comercian con algo más que con su cuerpo. Al final terminan hipotecando su alma y su mente.

Es más, cuando abandoné el trabajo de campo, para sentarme a escribir, y contrasté mi investigación personal con otros estudios teóricos sobre la prostitución, encontré datos empíricos que venían a confirmar mis deducciones. Recientemente, la Revista Nacional de Criminología publicaba un estudio realizado en Egipto en el que se aplicaba el test de las «diez manchas de tinta» —test de Rorscharda un grupo de prostitutas. Los criminólogos y los psiquiatras concluyeron que:

1.
Dichas mujeres eran incapaces de representar seres humanos enteros. Incluso cuando llegaban a conseguirlo, la imagen estaba más próxima a la de una persona muerta que a la de una viva. 0 incluso, cuando la imagen parecía de una persona viva, presentaba un cuerpo deforme o se dedicaba a actividades extrañas análogas a las de fantasmas, demonios o feroces animales salvajes.

2.
Los movimientos mecánicos predominaban sobre los movimientos espontáneos.

3.
Las reacciones y las respuestas de las mujeres se referían a menudo a un violento desgarramiento del cuerpo o de sus órganos.

4.
Predominaban las reacciones que expresan sentimientos agresivos y violentos contra el sujeto mismo o contra objetos exteriores.

En otras palabras, las prostitutas encuestadas en este estudio terminan desarrollando una visión aberrante y distorsionada de los seres humanos, y por lo tanto, de ellas mismas. No me extraña: sólo he compartido su mundo durante un año —y nunca he tenido que soportar lo que ellas—, y siento un profundo desprecio por el género humano, especialmente por los varones. Lara, la rumana de Zaragoza que ejecutó a su proxeneta, me lo había dicho muchas veces: «Tú no puedes imaginarte, Toni, el asco que me dais los hombres». A mí también.

Otro de los estudios, esta vez desarrollado en España en el año 1985 con un universo de cincuenta mujeres prostituidas en Madrid y Barcelona, fue incluido en un informe de la Escuela de Criminología de Cataluña, cuyas conclusiones son las siguientes:

—Han abandonado el domicilio familiar a una edad muy temprana.

—Ante estímulos afectivos presentan un bloqueo sentimental e incluso rechazo y en ocasiones fobias.

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