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Authors: Frederik Pohl

El Encuentro (25 page)

No había dedicado tanta atención a lo que decía como a estudiarle a él. Essie había realizado un trabajo excepcional. Ya no tenían lugar los antiguos lapsus en los que empezaba una conversación pipa en mano y la acababa jugueteando con un trozo de tiza.

—Tienes una apariencia más real, Albert.

—Gracias —me contestó, y presumió de su nueva apariencia abriendo un cajón de su escritorio para coger una cerilla con la que encender su pipa. En los viejos tiempos se hubiera limitado a materializar en su mano una caja de cerillas, sin más—. ¿Te interesaría saber algo más de tu nueva nave, Robín?

Me animé.

—¿Ha habido algún progreso desde que aterrizamos?

—Si lo ha habido —se disculpó—, no puedo saberlo, pues como te he dicho, me ha resultado imposible enlazar con la red general. De todas formas, tengo una copia del certificado de la comisión de la Corporación de Pórtico en la que la catalogan como una Doce, o sea, que podría transportar doce pasajeros equipados para una misión convencional.

—Ya me imagino qué significa que la hayan catalogado como una Doce, Albert.

—Sí, claro. En cualquier caso, ha sido acondicionada para cuatro pasajeros con posibilidad de dar cabida a otros dos. Se llevó a cabo un vuelo de prueba de ida y vuelta hasta Pórtico Dos, y el comportamiento de la nave fue impecable. Buenos días, señora Broadhead.

Eché un vistazo por encima de mi hombro; Essie había terminado de desayunar y se unió a nosotros. Se inclinó sobre mi cabeza para estudiar mejor a su creación.

—Qué buen programa —se autohalagó, y dijo—: ¡Albert! ¿Quién demonios te ha enseñado a hurgarte la nariz?

Albert se sacó un dedo del interior de uno de los agujeros de su nariz, con aire condescendiente.

—Lo he sacado de las cartas inéditas de Enrico Fermi a un familiar; es auténtico, se lo garantizo. ¿Quieren saber algo más? ¿No hay más preguntas? En ese caso, Robin, señora Broadhead —concluyó—, me permito sugerirles que empiecen a hacer el equipaje, porque acabo de recibir la notificación de la policía, a través de sus sistemas de información, de que su avión acaba de aterrizar y lo están poniendo a punto. Podrán salir dentro de dos horas.

Así era, y así lo hicimos, bastante contentos... o casi. Los últimos instantes fueron menos agradables. Estábamos subiéndonos al avión cuando se oyó un ruido que llegaba desde la terminal de pasajeros, y nos volvimos a mirar.

—Oye —dijo Essie pensativa—, eso suena a tiros. Y los trastos grandes esos que hay en el aparcamiento retirando los coches, ¿los ves? Uno acaba de cargarse una boca de incendio y el agua está saliendo a chorros. ¿Se trata de lo que me imagino?

La arrastré al interior del avión.

—Puede ser —le dije—, si de lo que me estás hablando es de carros blindados. Salgamos de aquí cuanto antes.

Así lo hicimos. No hubo problemas. Al menos no para nosotros, aunque Albert, que en aquel momento consiguió enlazar con la red general recién recuperada, nos informó de que las peores predicciones del Teniente se habían hecho realidad, y de que una verdadera revuelta estaba teniendo lugar de manera cruenta por todas partes. No, no hubo entonces problema alguno para nosotros, aunque a lo largo y ancho del universo, al mismo tiempo que esto sucedía, estaban ocurriendo cosas que iban a causarnos grandes problemas más tarde, algunos de ellos muy, muy dolorosos.

15
AL OTRO LADO DE LA DISCONTINUIDAD DE SCHWARZSCHILD

Al despertar, Gelle-Klara Moynlin descubrió que, al contrario de lo que decididamente había creído, no estaba muerta. Se encontraba en el interior de una nave de exploración Heechee. Por su aspecto, parecía una Cinco acorazada, pero por lo que recordaba no era la misma en la que se encontraba antes de despertar.

Lo que recordaba era caótico, atemorizante, sumido en el dolor y el terror. Lo recordaba muy bien. Sus recuerdos, empero, no incluían a aquel individuo flaco, cetrino, con expresión enfurruñada que llevaba un taparrabos y un fular por toda vestimenta. Ni tampoco a la extraña muchacha rubia que se estaba dañando los ojos a fuerza de llorar. Lo último que Klara recordaba era gente llorando, sí, ¡y de qué manera! Gente que lloraba y gritaba y se orinaba encima, porque habían quedado atrapados en la barrera Schwarzschild de un agujero negro.

Pero ninguna de aquellas personas era las que tenía delante.

La joven se inclinó sobre ella con solicitud.

—¿Te encuentras bien, cariño? Has sufrido una experiencia difícil, ¿eh? —Nada de lo que le había dicho resultaba nuevo para Klara. Ella sabía perfectamente hasta qué punto había sido una experiencia difícil. La muchacha llamó por sobre su hombro—: ¡Wan! ¡Se ha despertado!

Él se acercó a zancadas, echando a un lado a la joven. No se tomó la molestia de preguntar por el estado de salud de Klara.

—¿Tu nombre? Quiero también que me digas la órbita y el número de tu misión. ¡Deprisa!

Una vez se lo hubo dicho, a él no le resultó familiar su respuesta. Se limitó a desaparecer y la joven volvió.

—Me llamo Dolly —le informó—. Siento el estado en que me encuentro, pero la verdad es que estaba muerta de miedo. ¿De veras estás bien? Estabas fatal, y no es que tengamos un gran equipo médico a bordo.

Klara se sentó y descubrió que, en efecto, tenía un aspecto horrible. Le dolía todo, empezando por la cabeza, que se debía de haber golpeado contra algo. Echó un vistazo a su alrededor. Nunca había estado en el interior de una nave tan llena de instrumentos y maquinaria, ni en ninguna que oliese tan acogedoramente a comida.

—Oye, ¿dónde estoy? —preguntó.

—Estás en su nave —señaló—. Se llama Wan. Se ha dedicado a buscar agujeros negros y meterse dentro. —Dio la impresión de que Dolly iba a echarse de nuevo a llorar, pero se pasó la mano por la nariz y continuó—: Oye, yo... lo siento, pero todos los demás que estaban contigo han muerto. Eres la única superviviente.

Klara contuvo el aliento.

—¿Todos? ¿Robin también?

—No sé sus nombres — se disculpó la muchacha, y no le extrañó que su inesperada invitada volviera su magullado rostro a un lado y empezara a sollozar.

Al otro lado de la habitación, Wan reconvino a ambas mujeres con un gruñido de impaciencia. Estaba sumido en sus propias preocupaciones. No se imaginaba qué hallazgo acababa de hacer, ni de qué manera ese hallazgo iba a complicarme la vida.

Porque es bastante cierto que me casé con mi mujer, Essie, en parte a consecuencia de la pérdida de Klara Moynlin. O al menos, a consecuencia de la renovación de sentimientos que experimenté cuando conseguí deshacerme del sentimiento de culpabilidad —al menos, de parte de ese sentimiento— que me había provocado la pérdida de Klara.

Yo no pude conocer a Gelle-Klara Moynlin antes de su accidente en el agujero negro. En aquella época, Robin no podía pagarse un sistema de actualización de datos tan sofisticado como yo. Pero desde luego, le oí hablar de ella muchísimo a lo largo de los años. Lo que más veces me explicó Robin era lo muy culpable que se sentía a raíz de su muerte. Ellos dos, en compañía de varios más, habían salido en una misión científica para la Corporación de Pórtico, con el objetivo de investigar un agujero negro; prácticamente todas las naves de la Corporación habían quedado allí atrapadas; Robin consiguió escapar.

No había una razón lógica por la que sentirse culpable, claro está. Además, Gelle-Klara Moynlin, a pesar de ser una hembra humana de competencia normal, no era en absoluto irreemplazable. Robin la reemplazó, de hecho, con bastante rapidez con una serie de hembras, para acabar emparejándose durante un período de larga duración, con S. Ya. Lavorovna, no sólo una hembra de lo más competente, sino justamente la persona que me ha creado. A pesar de que estoy muy bien informado a propósito de las conductas y las motivaciones de los seres humanos, hay cosas del comportamiento de los hombres que jamás llegaré a entender.

Cuando me enteré de que Klara estaba de nuevo viva, sufrí un terrible shock. Pero por Dios que nada, absolutamente nada, puede compararse al shock que debió sufrir ella. Incluso ahora y en las presentes circunstancias no puedo evitar el sentir lo que, de manera bastante incongruente, sólo puedo definir como un dolor físico cada vez que pienso en mi pobre y antaño adorada Klara en el momento en que se encontró de vuelta de la muerte. No se trata sólo de quién es, o de quién había sido para mí. Se merecía la compasión de cualquiera. Atrapada, aterrorizada, malherida, convencida de que iba a morir... y un momento después, milagrosamente a salvo. ¡Que Dios se apiade de la pobre! Sabe Dios que yo lo hago, y que las cosas tardaron en irle bien. Pasó inconsciente gran parte del tiempo, ya que su cuerpo había sufrido una terrible conmoción. Cuando despertaba, no siempre tenía la certeza de estar despierta. Por el hormigueo y las oleadas de calor y el zumbido en los oídos que sufría, supo que la habían atiborrado de analgésicos. Y aun así todo le dolía terriblemente. Y no sólo el cuerpo. Por lo que experimentaba, cada vez que se despertaba bien podía encontrarse bajo los efectos de una alucinación, porque el psicópata de Wan y una muy desmoralizada Dolly no eran unas figuras muy sólidas a las que aferrarse. Cuando hacía preguntas, obtenía respuestas de lo más extraño. En una ocasión en que vio a Wan hablar con una máquina, le preguntó a Dolly qué estaba haciendo, y no pudo entender la respuesta de Dolly:

—Oh, ésos son sus Difuntos. Les ha facilitado todos los datos de la misión y ahora les está haciendo preguntas sobre ti.

¿Pero qué sentido podía tener aquello para alguien que no había ni siquiera oído hablar de los Difuntos? ¿Y qué podía experimentar al oír, en cierta ocasión, que una voz fina y vacilante hablaba de ella a través de los altavoces de la nave?

—...no, Wan, no hay nadie que se llame Schmitz en esa misión. En ninguna de las dos nave
S. Ya
sabes que fueron dos las naves que salieron juntas y que...

—¡Me importa un comino cuántas naves salieron juntas!

La voz quedó en silencio. Luego, insegura:

—¿Wan?

—¡Pues claro que Wan! ¿Quién te crees que tienes delante?

—Oh... Bueno, pues tampoco hay nadie que se ajuste a la descripción de tu padre. ¿Cómo dices que se llama la persona a la que has rescatado?

—Dice que se llama Gelle-Klara Moynlin. Una mujer. No demasiado guapa. Tendrá unos cuarenta años, más o menos —dijo Wan, sin molestarse en mirar a Klara para comprobar cuan equivocado estaba.

Klara se puso tensa; luego pensó que el duro trance la hacía parecer sin duda mayor de lo que era.

—Moynlin —susurró la voz—... Moynlin... Gelle-Klara, sí, estaba en la misión, aunque la edad no es la correcta, me parece.

Klara asintió a medias, produciéndose al hacerlo una nueva punzada de dolor en la cabeza, mientras la voz proseguía:

—Déjame ver... Sí, el nombre es el correcto. Pero nació hace sesenta y tres años.

La punzada aumentó su ritmo y su intensidad. Seguramente debió lanzar un gemido, porque la muchacha, Dolly, llamó ; Wan y luego se le acercó solícita, diciéndole:

—Te vas a poner bien, ya lo verás, pero ahora voy a pedirle a Henrietta que te vuelva a dormir, ¿eh? Cuando te despiertes, estarás mejor.

Klara la miró sin comprender y a continuación cerró los ojos. ¡Sesenta y tres años!

¿Cuántos shocks puede soportar una persona sin venirse abajo? Klara no era precisamente una persona frágil; era una prospectora de Pórtico con cuatro misiones sobre sus espaldas, todas ellas duras, cualquiera de ellas capaz de producirle pesadillas al más pintado. Pero la cabeza le laceraba terriblemente al tratar de pensar. ¿Dilatación temporal? ¿Era ése el término que se utilizaba para describir lo que sucedía en un agujero negro? ¿Era posible que hubieran pasado veinte o treinta años en el exterior mientras ella daba vueltas en torno del pozo más profundo que existiese?

—¿Qué tal —sugirió Dolly esperanzada— si comes algo?

Klara negó en silencio. Wan, chasqueando la lengua en son de menosprecio, levantó la cabeza y dijo;

—¡Pero qué estúpida! ¡Mira que ofrecerle comida! Dale algo de beber.

Wan no era precisamente del tipo de personas a las que a uno le gustaría dar la satisfacción de asentir cuando llevan razón, pero su idea era demasiado buena como para pasarla por alto. Aceptó que Dolly le trajera algo de beber, algo que parecía whisky puro y que la hizo toser y atragantarse, pero que la reconfortó.

—Cariño —dijo Dolly con cautela—, ¿es que alguno de ellos, de los que han muerto, quiero decir, era alguien importante para ti?

No había razón para negarlo.

—Más que especial. Vaya, que estábamos enamorados... creo. Habíamos reñido y rompimos, pero empezamos otra vez y entonces... Robin iba en una nave y yo en la otra...

—¿Robbie?

—No, Robin. Robin Broadhead. Su nombre era en realidad Robinette, pero a él no le gustaba que... ¿se puede saber qué es lo que pasa?

—Robin Broadhead. ¡Dios, claro! —dijo Dolly, a la vez atónita e impresionada—. ¡El millonario!

Wan se volvió y se acercó a su lado.

—Robin Broadhead, por supuesto, le conozco —se jactó.

—¿Que le conoce? —La boca de Klara se quedó de pronto seca.

—¡Claro que sí, naturalmente! Hace años que le conozco. Sí, desde luego —dijo, recordando—, había oído decir que escapó de un agujero negro hace años. Qué curioso que también tú estuvieras allí. Somos socios, ¿sabes? Recibo de él y de sus compañías casi dos séptimos de mi renta actual, incluidos los royalties que me pagan las empresas de su esposa.

—¿Su esposa? —murmuró Klara.

—Sí, su esposa, eso he dicho, ¿es que no me escuchas cuando te hablo?

Dolly, otra vez de lo más atenta, terció:

—La he visto un par de veces en la PV. Cuando la eligieron entre las diez mujeres mejor vestidas del mundo y cuando le concedieron el premio Nobel. Es bastante guapa. ¿Quieres otra copa?

Klara asintió, provocando con ello que le aumentase el dolor de cabeza, pero consiguió hacer el suficiente acopio de fuerzas como para contestar:

—Sí, por favor. Otra copa... por lo menos.

Durante dos días, casi, Wan decidió mostrarse benévolo con la primera amante de su antiguo socio. Dolly era amable y trataba de ser útil. No había ninguna fotografía de
S. Ya
. en sus limitados bancos de memoria, pero Dolly sacó sus muñecos para mostrarle a Klara cómo era, al menos, una caricatura de Essie; y cuando Wan, aburrido, le pidió a Dolly que representara una de sus funciones, consiguió contestarle. Klara dispuso, pues, de tiempo de sobra para pensar. Por aturdida y magullada que estuviera, era aún capaz de realizar sencillas operaciones de aritmética.

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