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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

El mejor lugar del mundo es aquí mismo (13 page)

—O tal vez de algún lugar remoto de éste, como el restaurante donde estamos.

La anciana que les había atendido en la entrada dejó sobre la mesa dos sopas de miso y un plato repleto de vainas verdes.

—Es
edamame
—explicó Olivier—, el aperitivo preferido de los japoneses. Parecen judías verdes, pero en realidad son habas de soja. Se come sólo lo de dentro.

Iris imitó a su acompañante. Tomó una de aquellas vainas y la presionó con los dientes hasta que salió un haba de un color verde muy brillante. Estaba caliente y ligeramente salada.

—En Japón es muy común sentarse a ver la tele con un plato repleto de esta verdura —siguió Olivier, mientras se llevaba otra a la boca—. Desde luego, es mucho más sano que las palomitas de maíz. Por cierto, ¿no habías dicho que tenías tres buenas noticias que darme? Sólo me has contado lo del piso. ¿Cuáles son las otras dos?

—La segunda es que sólo me quedan por cumplir dos de los puntos de mi lista. La cerveza Ebisu me trajo buena suerte, como dijiste.

Olivier levantó la mano para llamar a la camarera y le dijo con evidente buen humor:

—Necesitamos con urgencia dos cervezas Ebisu.

Luego se volvió hacia Iris y añadió:

—Hay que brindar por los dos puntos de tu lista que aún no se han cumplido. ¿Cuáles son, por cierto?

Iris percibió que del rostro y la voz de Olivier se había esfumado todo rastro de pesadumbre. Ahora parecía más joven de lo que era, casi como aquel chico al que conoció en el albergue de montaña siendo ella adolescente.

Las cervezas comparecieron en la reunión junto a dos vasos de cerámica oscura.

—Me falta teñirme el pelo de rojo —rió Iris.

Olivier levantó su vaso.

—Brindo por los días contados de tu pelo castaño, entonces —dijo teatralmente mientras tintineaban los vasos y ambos tomaban un sorbo—. ¿Y cuál es el otro?

Iris bajó la mirada.

—El último, me lo reservo. Aunque tal vez llegues a descubrirlo.

—¡Me encantan los secretos! —se entusiasmó Olivier—. ¿Cuándo me lo vas a decir?

Durante el resto de la cena hablaron de mil cosas, mientras saboreaban algunos rollos de arroz con salmón y unas delicadas lonchas de atún crudo. Cuando retiraron el último bol, Iris habló como una experta en comida japonesa antes de guiñarle el ojo:

—Ahora nos falta el té. El final que siempre llega, como la muerte.

—Exacto.

Junto a dos tazas rústicas, cada una de un color diferente, la mujer dejó sobre la mesa una tetera de hierro colado.

Olivier comenzó a llenar la taza de Iris muy despacio, mientras le contaba:

—¿Sabías que en Japón se considera que aprender lo necesario para llevar a cabo la ceremonia del té puede llevar toda una vida?

Iris arqueó las cejas, sorprendida.

—Una ceremonia bien hecha se alarga hasta cuatro horas. Y no sólo comprende el té, sino también una comida ligera, un adorno floral y un complicado código de posturas y respuestas. En algún sitio leí que el creador de este ritual vivió en el siglo XVI. ¡Debía de tener mucho tiempo! Se llamaba Rikyû, creo recordar, y es suya la frase que sintetiza la ceremonia: «Un encuentro, una oportunidad». Este maestro afirmaba que cada vez que tomas el té con alguien vives una ocasión única y especial, algo que nunca volverá a repetirse del mismo modo. En eso radica su belleza.

—Entonces, ¿sólo lo único puede ser hermoso? No me parece justo.

—¡Todo es único! Si te fijas, en la naturaleza nada es perfecto: lo natural es asimétrico y tiene fecha de caducidad. Y nada es completo, todo se está cociendo constantemente en la gran olla de la realidad. Aquí no hay nada terminado, y en eso radica la belleza de la vida según los japoneses: el arte de la imperfección. Lo denominan
wabi-sabi
. Es lo imperfecto, lo temporal y lo incompleto. Todo lo que merece la pena es
wabi-sabi
.

—Veo que no sólo estudiaste veterinaria en Osaka —comentó Iris admirada—. Ponme un ejemplo concreto de
wabi-sabi
. ¿Esta tetera lo es?

—Más bien lo son estos boles —Olivier mostró las tazas para el té—. Están hechos con arcilla natural. Su superficie es irregular y se gastan con el uso, pero eso los hace más hermosos. Son
wabi-sabi
.

—Como esta cena —susurró Iris.

Olivier miró a Iris directamente a los ojos y fue como si el tiempo se detuviera. Como si de pronto al mundo entero le ocurriera lo mismo que al viejo reloj, que seguía sobre la mesa. El corazón de Iris se desbocó. Experimentó la maravillosa sensación de que, al mirarla de aquella forma, Olivier estaba conociendo su alma y le estaba ofreciendo la suya.

—¿Recuerdas lo que te dije la última vez, cuando te comparé con un bol de arroz blanco? —dijo él—. Te expliqué que era valioso por su natural y delicada simplicidad, capaz de captar todos los sabores de la vida. El arroz es como tú. Eres
wabi-sabi
, princesa.
Wabi-sabi
en estado puro.

Dicho esto se observaron un buen rato en silencio, electrizados de emoción. Fue como si la mirada les llevara al beso. El mundo desapareció mientras sus labios permanecían juntos. Al separarse, aún con el pulso acelerado, Iris le dijo:

—Tengo algo para ti. Es muy sencillo, pero expresa todo lo que siento.

De su bolso sacó una hoja de papel. Olivier lo abrió y leyó:

La pluma en la derecha.

El corazón a la izquierda.

Y tú por todas partes.

—El papel está arrugado —dijo Olivier sosteniéndolo como si fuera un tesoro.

—Ha recorrido un largo camino hasta encontrar a su verdadero dueño.

Antes de que él pudiera contestar nada, Iris volvió a besarle y añadió:

—Ya sólo me queda por cumplir un deseo.

La vida es una calle de sentido único

—¿A
ntes de cerrar para siempre aquella etapa de su vida llena de descubrimientos y emociones, aún le quedaba regresar a un sitio muy especial.

Se encontró con Ángela junto a la esquina donde había estado
El mejor lugar del mundo es aquí mismo
. Tenía muchas cosas que contarle, pero dejó para más tarde las noticias y le preguntó:

—¿Verdad que me dijiste que antes habías sido peluquera?

—Exacto.

—¿Tú podrías teñirme el pelo de rojo? ¿Crees que me quedaría bien?

—¡Te quedaría perfecto! Qué buena idea. Mañana mismo compraré el tinte —dijo Ángela, mientras abría la puerta del almacén con una gran llave oxidada.

Cuando iba a pasar al interior, su amiga la detuvo:

—¿Te importa si entro yo sola? —preguntó Iris—. Necesito volver a…

—No me des explicaciones —la interrumpió—. Entre tú y yo no son necesarias. Te espero aquí. ¡Si me necesitas, silba!

La vieja nave estaba iluminada sólo por la luz que se filtraba a través de las farolas de la calle. De nuevo se sorprendió al no encontrar ningún vestigio del café donde tan buenos ratos había pasado con Luca, aunque ahora sus sentimientos eran muy distintos a las otras veces.

El polvo del suelo crujía bajo sus pasos, cuyo eco resonaba en las paredes del local. El almacén estaba tan abandonado como en la última visita, pero esta vez no encontró ninguna mesa, ni la esperaba ninguna taza de chocolate caliente. Tampoco encontró la estantería repleta de paquetes con «cuentas pendientes».

Iris se detuvo en mitad de aquel paisaje vacío y esperó unos segundos. No ocurrió nada. Contó hasta diez, hasta veinte, hasta cincuenta, hasta cien… Se resistía a marcharse con las manos vacías. Hasta que se cansó de contar y se sintió un poco ridícula. La oscuridad se difuminaba a medida que sus ojos se acostumbraban a estar allí. El silencio era tan espeso como la última vez, y sólo el sonido diminuto que emitía su reloj mágico conseguía romperlo.

De repente, se sintió decepcionada. Había ido hasta allí en balde. Nada iba a ocurrir. ¡Qué tonta había sido de creer lo contrario!

Echó un último vistazo al local, a modo de despedida, y acto seguido comenzó a andar hacia la puerta. Seguro que Ángela le haría mil preguntas y ella no tendría ninguna respuesta que ofrecerle.

Ya casi había alcanzado el picaporte cuando la sobresaltó una voz penetrante:

—¿Has descubierto ya qué es lo que siempre ocurre en el presente?

Hubiera reconocido aquella voz entre mil. Pertenecía al mago. Su melena blanca refulgió de pronto en mitad de la negrura.

—¿Además de la magia? —preguntó Iris, feliz de volver a encontrarle.

—Mucho más importante.

—Más importante que la magia sólo es la felicidad.

—¡Bingo! —exclamó, mientras de muy lejos llegaba un sonido parecido al de unos platillos—. ¡Señoras y señores, les ruego que despidan con una ovación a nuestra valiente concursante!

Ahora le pareció escuchar un aplauso que llegaba desde la lejanía, mientras el mago repetía una reverencia muy teatral y sonreía feliz.

Iris recordó lo que le había dicho: «Lo que importa es la ovación».

—He vuelto sólo para ver si le encontraba. Me pareció verle en el hospital. Era usted, ¿verdad? —dijo Iris.

—Todos debemos ir alguna vez a lugares que nos entristecen —repuso solemne—. De la tristeza también se aprende mucho. Por lo que respecta a este café… has llegado justo a tiempo. Estaba a punto de marcharme.

—¿Adónde va?

—A cualquier parte. Un ilusionista siempre es bien recibido. Nuestro arte no conoce fronteras, ¿no crees?

—Quería darle las gracias. Creo que encontré a Luca. Usted ya sabía que había muerto, ¿verdad?

—Claro, querida. La vida es una calle de sentido único.

—Y también sabía que mis padres se fueron sin despedirse. Y que eso no les dejaba marcharse. Ni a mí ser feliz.

El mago sonreía, como si aquella fuera la mejor respuesta.

—Ya no temo a la muerte —dijo Iris—, no me parece tan triste como antes.

—Eso es estupendo. La muerte sólo es triste para quienes no se han atrevido a vivir.

—Y lo mejor de todo es que tampoco temo al futuro —añadió ella.


Abandona el pasado y el presente arrancará
, ¿no es cierto? Lo dice bien claro en tu reloj.

—Aunque hay algo que todavía no comprendo y en lo que no puedo dejar de pensar.

El mago le hizo un gesto con la mano para indicarle que continuara.

—¿Por qué el café ya no está en su lugar? No entiendo cómo algo así puede desaparecer tan deprisa.

—No lo entiendes porque te formulas la pregunta equivocada —dijo el mago, con mucha calma—. La cuestión no es por qué desapareció, sino por qué estaba aquí cuando tú entraste la primera vez.

Iris encogió los hombros para expresar que no entendía nada. Todo aquello le parecía muy confuso.

—¿Te acuerdas de la tarde que descubriste
El mejor lugar del mundo
?

—Por supuesto. Fue una de las tardes más tristes de mi vida. Tenía la cabeza llena de ideas extrañas. ¿Se asustará si le digo que hasta intenté suicidarme?

—Claro que no. Mis clientes siempre tienen ese tipo de ideas en la cabeza. Precisamente por eso son mis clientes.

Iris meditó un segundo, aturdida por lo que acababa de escuchar.

—Entonces…
El mejor lugar del mundo es aquí mismo es

—Un lugar de paso —dijo el mago—. Dicho de otro modo: es una especie de sala de espera. Allí donde aguardan los que van a pasar al otro lado. Los antiguos griegos creían que tras morir todos debían atravesar una laguna a bordo de una embarcación tripulada por un barquero experto pero caprichoso. Si les tomamos en serio, el café sería la barca y yo sería el barquero.

—De modo que todos los clientes del café estaban…

—Todos los clientes del café son viajeros en tránsito. Sí, no me mires así, estaban muertos.

—¿Y por qué no encontré a mis padres entre ellos?

—No todo el mundo necesita esperar. Algunos cruzan fácilmente al otro lado. Además, tengo entendido que ellos enviaron a Luca para resolver sus cuentas pendientes. Se fueron tranquilos. Igual que Luca, gracias a ti.

—Pero yo estaba viva.

—Sí, pero la vida había dejado de interesarte. Tú misma has dicho que querías acabar con ella.

—¿Me estás diciendo que si no me hubiera intentado suicidar, si hubiera tenido planes y ganas de vivir el café nunca hubiera existido para mí?

—No exactamente. Te estoy diciendo que esas son las razones por las que desapareció.

En ese instante, una lejana melodía comenzó a sonar. Iris escuchó atenta. Tanto la letra como la música le resultaron familiares, como si las hubiera oído en alguna otra ocasión. O tal vez fuera porque tenía la impresión de que le hablaban a ella:

Heaven after heaven

Our wings are growing

This is such a perfect world

When you're in love
[10]

—Ha llegado el momento. Debo irme —concluyó el mago mientras se encaminaba hacia la parte trasera del almacén.

—¡Todavía no he podido preguntarte cuál es el secreto del reloj!

La voz del mago le llegó como si ya estuviera muy lejos.

—No hay secreto, Iris. Deja que el presente arranque.

Trató de distinguir su silueta en la oscuridad, pero ya no le fue posible. El mago había desaparecido. Y esta vez tuvo la certeza de que era para siempre.

Como si quisiera aferrarse a lo último que le quedaba de aquel lugar y de la gente que lo había habitado, Iris buscó el reloj y lo miró.

Entonces se dio cuenta.

La aguja que marcaba los segundos había comenzado a avanzar por la esfera.

Lo acercó a su oído y escuchó maravillada el fuerte tictac de la vida.

El presente había arrancado.

EPÍLOGO

I
ris abrió los ojos cuando apenas comenzaba a entrar el sol en su nueva casa. Era su primera mañana allí, y todavía no lograba acostumbrarse. Ni siquiera a la belleza del mar que resplandecía con los rayos del nuevo día.

Había soñado con Luca. En el sueño él iba vestido completamente de blanco, avanzando por una habitación muy luminosa. Se acercaba a ella, la besaba suavemente en los labios y le decía:

—Gracias a ti nunca más estaré solo. Y tú tampoco lo estarás, porque a partir de ahora seré tu ángel de la guarda.

Al despertar, aún tenía el sabor agridulce del beso en los labios. Se sentía intranquila, como si al recordar a Luca estuviera cometiendo una infidelidad. Su primer pensamiento, nada más abrir los ojos, fue para Olivier. ¿Qué le diría si se enterara de su sueño? ¿Cómo vería que Luca hubiera vuelto a aparecer en sus pensamientos, para decirle que estaría velando por su felicidad? ¿Y si ella se había equivocado al tomar las últimas decisiones? ¿Y si aquel piso no era en realidad el lugar donde debía estar?

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