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Authors: Jerry Pournelle

Tags: #Ciencia Ficción

El mercenario (21 page)

Hamner dirigió sus asombrados ojos hacia Falkenberg.

—Sí. Ya ha habido demasiada matanza hoy. ¿Quién es usted, Falkenberg?

—Un soldado mercenario y nada más, señor presidente.

—Pero… entonces, ¿para quién trabaja usted?

—Ésa es la pregunta que nadie me había hecho antes. Para el Gran Almirante Lermontov.

—¿Lermontov? ¡Pero si lo expulsaron del servicio del CoDominio! ¿Quiere usted decir que luego fue contratado por el Gran Almirante… como mercenario?

—Más o menos —Falkenberg asintió fríamente—. La Flota está un tanto harta de ser utilizada para complicarle la vida a la gente sin tener la oportunidad de… de dejar las cosas funcionando.

—¿Y ahora se irán?

—Sí. No podemos quedarnos aquí, George. Nadie se va a olvidar de lo de hoy. No podría mantenernos aquí y edificar un Gobierno que funcione. Me llevaré al Primer y Segundo Batallones y lo que queda del Cuarto. Hay más trabajo para nosotros en otros lugares.

—¿Y los otros?

—El Tercero se quedará para ayudarle —le dijo Falkenberg—; en él pusimos a todos los locales casados, a la gente más seria y madura, y luego mandamos a ese Batallón a las centrales de energía. No se vieron envueltos en la lucha.

Miró a través del estadio, luego de nuevo a Hamner.

—Échenos la culpa a nosotros, George. Usted no estaba al mando. Puede decir que Bradford ordenó esta matanza y que luego se suicidó, llevado por el remordimiento. La gente querrá creer en eso. Querrán pensar que alguien recibió su castigo por… por todo esto— hizo un gesto hacia el campo de abajo. Un niño estaba llorando por alguna parte.

Luego, Falkenberg insistió:

—Tenía que hacerse, ¿no? No había salida, no había nada que usted pudiera hacer para mantener la civilización… El doctor Whitlock calculó que un tercio de la población moriría cuando se colapsasen las cosas. La Información de la Flota aún hizo unas estimaciones más altas. Ahora, tienen una oportunidad.

Falkenberg estaba hablando con rapidez, y George se preguntó a quién estaba tratando de convencer.

—Trasládelos —dijo Falkenberg—. Trasládelos ahora, mientras aún están atontados. No necesitará mucha ayuda para esto. Ahora no se resistirán. Y nosotros le hemos vuelto a poner en marcha los ferrocarriles. Úselos para mandar gente a las granjas. Será duro sin preparación, pero falta mucho tiempo hasta el invierno…

—Sé lo que tengo que hacer —le interrumpió Hamner. Se apoyó contra la columna y pareció cobrar nuevas fuerzas de esa idea. Sí, sé lo que he de hacer. Ahora lo sé—. Desde siempre he sabido lo que había que hacer. Ahora podemos ponernos a hacerlo. No le daremos las gracias por ello, John… pero ha salvado todo un mundo.

Falkenberg le miró con cara muy seria y luego señaló a los cadáveres de abajo.

—¡Maldito sea, no diga eso! —gritó. Su voz casi era histérica—. Yo no he salvado nada. Lo único que puede hacer un soldado es ganar tiempo. Yo no he salvado Hadley. Usted tendrá que hacer eso. ¡Y que Dios le ayude si no lo hace!

XII

Enciclopedia Crofton de Historia Contemporánea y Temas Sociales (Segunda Edición)

FUERZAS MERCENARIAS

Quizá el acontecimiento más preocupante surgido de la retirada del CoDominio de los mundos coloniales más distantes (ver Movimientos de Independencia) ha sido el rápido crecimiento de las unidades militares puramente mercenarias. Esta tendencia era predecible y quizá inevitable, aunque sus dimensiones han superado ampliamente todas las expectaciones.

Muchos de los antiguos mundos coloniales no tienen gobiernos planetarios. Consecuentemente, esas nuevas naciones no tienen ni suficiente población ni recursos industriales para mantener unas grandes y eficaces fuerzas militares nacionales. La disolución de numerosas unidades de la Infantería de Marina del CoDominio, por motivos de presupuesto, dejó en el paro a un buen número de soldados entrenados que buscaban empleo, y resultaba inevitable que algunos de ellos se uniesen, para formar unidades mercenarias.

Así, los gobiernos de las colonias se encuentran en un dilema cruel y de imposible solución. Enfrentados a tropas mercenarias, especializadas en la violencia, no han tenido otra elección que responder con la misma moneda. Algunas colonias han roto este círculo vicioso creando sus propios ejércitos nacionales, pero luego se han visto incapacitadas para sostenerlos.

De este modo, además de las organizaciones mercenarias puramente privadas, tales como la Legión Mercenaria de Falkenberg, ahora existen fuerzas nacionales que son ofrecidas en contrato temporal, para así reducir los gastos de sus gobiernos. Algunas antiguas colonias han descubierto que esta práctica les resultaba tan lucrativa, que la exportación de mercenarios se ha convertido en su principal fuente de ingresos, y el reclutamiento y entrenamiento de soldados en su principal industria.

El Gran Senado del CoDominio ha intentado mantener su presencia en las antiguas áreas coloniales a través de la promulgación de las llamadas Leyes de Guerra (véase), que pretenden regular las armas y las tácticas que pueden emplear las unidades mercenarias. El mantenimiento de estas reglas es esporádico. Cuando el Senado ordena la intervención de la Flota, para hacer cumplir las Leyes de Guerra, siempre surge la sospecha de que están en juego otros intereses del CoDominio, o que uno o más senadores tienen intereses inconfesables en el tema.

Generalmente, las unidades mercenarias obtienen sus reclutas del mismo modo que las unidades de la Infantería de Marina del CoDominio, y el entrenamiento de los mismos incide especialmente en la lealtad a los mandos y a sus camaradas, más que a ningún gobierno. El modo extremo en el que los comandantes mercenarios han logrado, con éxito, separar a sus tropas de toda relación social normal resulta al tiempo sorprendente y alarmante.

Las más conocidas fuerzas mercenarias están descritas en artículos separados. Véase Covenant, Friedland, Xanadú, Legión Mercenaria de Falkenberg, Nouvelle Legión Étrangere, Gendarmería du Katanga, Comandos de Moolman…

LEGIÓN MERCENARIA DE FALKENBERG

Organización militar puramente privada, formada a partir del antiguo Cuarenta y Dos Regimiento de Línea de la Infantería de Marina del CoDominio, a las órdenes del coronel John Christian Falkenberg III. Falkenberg fue expulsado de la Flota del CoDominio en circunstancias más que cuestionables, y su regimiento fue desmovilizado poco después. Una gran proporción de oficiales y soldados del Cuarenta y Dos decidieron seguir con Falkenberg.

Parece ser que el primer gobierno que empleó a la Legión de Falkenberg fue el de la recién independizada colonia de Hadley (véase), para la supresión de alteraciones del orden civil. Ha habido numerosas quejas acerca del uso de excesiva violencia, por ambas partes, durante la intentona de rebelión que hubo tras la retirada de las fuerzas del CoDominio, pero el Gobierno de Hadley ha expresado su satisfacción por el trabajo allí realizado por Falkenberg.

Tras su utilización en Hadley, la Legión de Falkenberg tomó parte en numerosas pequeñas guerras, tanto defensivas como de conquista, en al menos cinco planetas, y durante este proceso se ganó una reputación como una de las mejor entrenadas y más efectivas pequeñas unidades militares existentes. Luego fue contratada por el gobernador del CoDominio en el planeta prisión, Tanith.

Este nuevo empleo causó gran controversia en el Gran Senado, dado que Tanith sigue bajo el control del CD. No obstante, el Gran Almirante Lermontov señaló que su presupuesto no le permitía estacionar fuerzas regulares de la Infantería de Marina en Tanith, debido a las otras misiones que le habían sido ordenadas por el Gran Senado. Tras largos debates, esta utilización fue aprobada como alternativa a tener que reclutar un nuevo regimiento de Infantería de Marina.

Cuando se escribe esto, la Legión de Falkenberg sigue en Tanith. Se dice que ya ha expirado su contrato con el gobernador del planeta.

La brillante imagen de Tanith había reemplazado a la Tierra en la pantalla visora del Gran Almirante Lermontov. El planeta podría ser la Tierra: tenía brillantes nubes que ocultaban los contornos de las tierras y los mares, y éstas giraban en el modo habitual de los ciclones.

Una mirada más detenida mostraba diferencias. El Sol es amarillo; la estrella de Tanith, aunque no tan brillante ni cálida como el Sol, está más cerca del planeta. Hay menos montañas y más pantanos hirviendo bajo el cegador astro amarillonaranja.

A pesar del espantoso clima, Tanith era un mundo importante. En primer y principal lugar, era un lugar perfecto en el que olvidar a los desheredados de la Tierra. No había mejor modo de tratar a los criminales que mandarlos a hacer trabajos forzados (y útiles) a otro planeta. Tanith los recibía a todos: a los rebeldes, a los criminales, a los descontentos, a las víctimas del odio administrativo; todo el sobrante de una civilización que ya no podía permitirse el albergar a marginados.

Tanith también era la principal fuente de borloi, a la que la Sociedad Farmacéutica Mundial denominaba “la droga intoxicante perfecta”. Dándoles grandes suministros de borloi, se podía mantener calmados a los Ciudadanos aun en las espantosas condiciones de vida de las Islas de la Seguridad Social. La felicidad que provocaba la droga era artificial, pero no por ello dejaba de parecer real.

—Y así, me he visto comerciando con drogas —dijo a su visitante Lermontov —; lo que desde luego era algo que no me esperaba, cuando fui nombrado Gran Almirante.

—Lo lamento, Sergei. —El gran senador Martin Grant había soportado mal el paso del tiempo: en los últimos diez años parecía haber envejecido cuarenta—. Sin embargo, la verdad es que sacas más de la propiedad que tiene la Flota de algunas de las plantaciones de borloi, que de lo que podemos arrancarle al Senado para vosotros.

Lermontov asintió con disgusto.

—Esto tiene que acabar, Martin. En algún momento, de alguna manera, esto tiene que acabar. No puedo mantener en marcha a una fuerza militar con los beneficios obtenidos de la venta de drogas… ¡Drogas cultivadas por esclavos! Los soldados no son buenos amos de esclavos.

Grant se limitó a alzarse de hombros.

—Sí, es fácil decirlo, ¿no? —el almirante agitó la cabeza con disgusto—. No es que no tengamos nuestros propios vicios, pero son vicios naturales al soldado y al marino. Los tenemos, y muchos, pero ésos no son vicios que corrompan nuestra habilidad como luchadores. El esclavismo es un vicio que corrompe todo aquello que toca.

—Si eso es lo que sientes, ¿qué te puedo decir yo? —le dijo Martin Grant—. Sabes que no puedo ofrecerte una alternativa.

—Y yo no puedo dejarlo correr todo —aceptó Lermontov. Apretó con ira los controles del tablero y Tanith desapareció de la pantalla. La Tierra, más azul y, para Lermontov, infinitamente más bella, surgió de la momentánea negrura—. Ahí abajo son unos tontos —murmuró el almirante—. Y nosotros no somos mejores que ellos. Martin, me pregunto a mí mismo una y otra vez: ¿Por qué no podemos controlar… algo? ¿Por qué estamos atrapados como hojas caídas en un arroyo que corre? Los hombres pueden guiar su destino, eso es algo que sé muy bien. Entonces, ¿por qué estamos tan inermes?

—No te lo debes preguntar más veces de las que yo me lo pregunto —le dijo el senador Grant. Su voz era baja y cansina—. Al menos, seguimos intentándolo. ¡Infiernos, tú tienes más poder del que yo tengo! Tú tienes la Flota y tienes los fondos secretos que obtienes de Tanith… ¡Cristo, Sergei… si ni tú puedes hacer nada teniendo eso…!

—Puedo mearme en los fuegos —le contestó Lermontov—. Y poco más.

Se alzó de hombros.

—Bueno, si eso es lo único que puedo hacer, voy a seguir acumulando orina. ¿Quieres un trago?

—Gracias.

Lermontov fue a una mesilla lateral y tomó unas copas. Sus conversaciones con el gran senador Grant nunca eran escuchadas por nadie más, ni siquiera por los ordenanzas que llevaban años con él.

—Prosit.

—¡Prosit!

Bebieron. Grant sacó un cigarro.

—Por cierto, Sergei, ¿qué es lo que vas a hacer con Falkenberg, ahora que se han acabado los problemas en Tanith?

Lermontov sonrió fríamente:

—Esperaba que tú tuvieras una solución para esto. Yo ya no tengo más fondos que…

—El dinero de Tanith…

—Se necesita en otras partes, sólo para mantener en marcha la Flota —dijo con seguridad Lermontov.

—Entonces, Falkenberg tendrá que encontrarse su propio trabajo. Con su reputación, eso no debería serle problema —añadió Grant—. Y, si lo es, ¿qué representa ese problema suyo, comparado con los nuestros?

XIII

2093 d.J.C.

El calor caía a plomo sobre los campos quemados. Dos horas antes del mediodía de las quince horas de luz diurna de Tanith, el día ya era bochornoso; pero lo cierto es que todos los días son bochornosos en Tanith. Incluso a mediados del invierno la jungla echa humo a media tarde.

Los cielos, sobre el campamento del Regimiento, eran amarillogrisáceos. El terreno caía hacia el oeste, hasta llegar al inevitable pantano, en donde las bestias de Weem resoplaban mientras hacían túneles más profundos en el fango protector. En el campamento propiamente dicho, el aire colgaba caliente y húmedo, pesado, con un espeso aroma a levadura y podredumbre.

El campamento del Regimiento era una isla de precisión geométrica, en el azaroso amontonarse de junglas y colinas. Cada barracón, de tierra amarillenta compactada, estaba colocado en relación exacta con todos los demás, cada compañía alineada, con el habitáculo de su centurión a un lado y el del sargento de escuadra más veterano al otro.

Una amplia calle separaba la Hilera de los Centuriones de la Línea de Oficiales de Compañía y, más allá, estaba la línea aún más corta de los Oficiales de Campo, una pirámide estrechándose inexorablemente hasta su cúspide, en donde se hallaba el edificio solitario, en el que vivía el coronel. Otros oficiales vivían con sus esposas, y con los barracones de los soldados casados formaban un lado del complejo; pero el coronel vivía solo.

El visitante se hallaba en pie, junto al coronel, a punto de contemplar una ceremonia de recuento de tropas, surgida en los días de la Inglaterra de la reina Ana, cuando los jefes regimentales eran pagados de acuerdo con la fortaleza de sus unidades, y los encargados del recuento de la Reina tenían que determinar si cada hombre que cobraba una paga podía ser contado… y, en realidad, si existía.

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