Read El pirata Garrapata Online

Authors: Juan Muñoz Martín

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

El pirata Garrapata (10 page)

—¿Lo dice el plano?

—Lo dice el plano y lo digo yo.

—En marcha —ordenó Garrapata.

Se formó una expedición. Primero iba Garrapata y detrás los demás.

Garrapata, cuando dio algunos pasos, se quedó solo. Miró para atrás y vio a los marineros arrastrándose pesadamente sobre el suelo.

—¿Qué pasa? —rugió Garrapata.

—Es el mal de la tortuga, señor —respondió el doctor Cuchareta andando a cuatro patas.

—¿Y por qué lo tienen?

—Porque se han atracado de sopa de tortuga.

—¿Y cómo se cura?

—A base de lechuga y perejil.

Garrapata no podía perder más tiempo. Ordenó coger varias tortugas y obligó a los marineros a subir sobre ellas. Los piratas cogieron unos látigos y azuzaron a los animales.

—¡Ponedlas al trote! —ordenó Garrapata.

—¡Rascarse el cogote! —repitió Carafoca.

Las tortugas se pusieron a trotar por la playa. A mediodía, Garrapata preguntó:

—¿Qué velocidad llevamos?

—Tres centímetros por hora.

—¿Y cuándo llegaremos al monte?

—Dentro de tres años.

—Bajad de las tortugas —rugió Garrapata.

—¿Qué hacemos? —preguntó Chaparrete metiendo la cabeza en la camisa como si fuera una tortuga.

—Echarnos la siesta —aconsejó el doctor Cuchareta.

Los marineros obedecieron inmediatamente y se pusieron a roncar con un ruido espantoso. Se puso el sol, se puso la luna, salieron las estrellas, se pusieron los cometas y como si nada.

—¡Arriba, gandules! —exclamó Garrapata después de cuatro días.

La enfermedad se curó con cuatro latigazos.

—¡Adelante! —gritó el látigo de Garrapata.

La expedición se reanudó penosamente y la caravana llegó a las faldas de un monte.

—¡El monte! —gritó Garrapata.

Los piratas subieron en fila india. De pronto una lluvia de piedras y fuego empezó a caer por todas partes.

—¡Mirad, sale humo de la chimenea! —gritó Carafoca.

—¡Como que es un volcán! —dijo míster Cebollino.

—¡Sacad los paraguas! —ordenó Garrapata.

Los hombres abrieron los paraguas. Las piedras rebotaron en la tela. Al chino le cayó una en la cabeza y le hizo un chichón.

—Atrás —gritó una voz desde arriba.

—No hagáis caso, debe de ser otro papagayo —dijo Garrapata.

Los hombres siguieron su marcha. De pronto una gran piedra cayó rodando por el monte y dejó planchados a dos marineros.

—¡Caramba con el papagayo! —dijo Carafoca.

Un hombre con una larga barba apareció entonces, dio un salto y se metió por una cueva.

—¡La cueva del tesoro! —exclamó el moro.

—¡Hurraaa! —gritaron los marineros.

—¿Quién entra el primero?

—El más valiente —dijo Garrapata.

Los piratas empujaron al chino, que no quería entrar, y el chino, pataleando, desapareció en la caverna.

—¡Qué valiente es! —dijo Carafoca.

—¿Quién entra ahora?

—Todos a la vez.

Entraron todos y resbalaron por una pendiente muy escurridiza, que no se acababa nunca. Al fin cayeron en una sala grandísima.

—¿Se ha roto alguno algo?

—Sí, yo —dijo Carafoca llorando—; los pantalones.

—¡Encended las antorchas!

Era una gruta inmensa que no tenía salida. El suelo estaba lleno de huesos esparcidos y de calaveras.

—Nosotros nos vamos a casa —dijeron los piratas.

—No tengáis miedo, son huesos de aceituna —dijo Garrapata.

—¿Y esas calaveras? —preguntó Chaparrete.

—Son de mentira, no muerden.

El moro sacó el plano y gritó:

—¡Esta es la cueva de las arañas! ¡Aquí está el tesoro!

—¿Dónde? —gritaron los marineros.

—Debajo de esta piedra.

Entre todos los marineros empujaron la piedra y, después de muchos esfuerzos, la movieron un poco.

—¡Culebras! —gritaron los marineros horrorizados.

Miles de sapos y culebras salieron de debajo de la roca, sacando la lengua y escupiendo veneno.

El sastre sacó las tijeras y fue cortando una por una las cabezas de las serpientes. Después el moro señaló un lugar y dijo:

—Cavad aquí.

Los piratas empezaron a cavar e hicieron un agujero de cinco metros. El tesoro no aparecía. De pronto, Garrapata se quedó blanco.

—¿Dónde está Lechuguino? —preguntó.

—Hace un momento estaba aquí —contestó Chaparrete.

Lo buscaron por todas partes y no lo encontraron:

—¡Pobrecillo! ¡Tan joven como era!

Los marineros siguieron cavando y se pararon para limpiarse el sudor.

—¿Dónde está Chaparrete? —dijo Garrapata alarmado.

—Ha desaparecido también. Aquí están sus botas.

Los hombres guardaron las botas como recuerdo, regándolas con abundantes lágrimas. Luego siguieron cavando para quitarse el miedo.

—Debemos de estar llegando al centro de la tierra —dijo Garrapata.

Los marineros se sentaron a descansar.

—¡Atiza! ¿Dónde está Carafoca? —preguntó Carafoca asustado.

—¡Imbécil, si estás ahí!

—¡Qué miedo! Creí que no estaba.

De pronto el chino empezó a patalear y a subir por el aire.

—¡Socolo, que me voy!

—¿Adónde vas?

—No lo sé. Cuando llegue os esclibilé.

Una enorme araña, más grande que un buey, había cogido con sus patazas al chino. El insecto subía por un hilo de seda tan grueso como una soga. Garrapata dio un salto y cogió al chino por la coleta. Pero la araña siguió subiendo, arrastrando a los dos hombres.

—¡Que se va Garrapata! —gritó el moro asiéndose al capitán por la pata de palo.

—¡Que se va el moro! —gritó un marinero agarrando al moro por una pierna.

Los demás marineros se fueron cogiendo unos a otros, pero la araña subía lentamente hacia el altísimo techo. Diez marineros colgaban dando gritos atroces. Cuchareta cogió un fusil y disparó a la cabeza de la araña. El animal abrió sus patas y soltó al chino. Los marineros cayeron al suelo dando tumbos. La araña se descolgó por el hilo lanzando chillidos y con los ojos llenos de fuego.

—¡Matadla! —rugió Garrapata.

Los marineros la mataron a palos.

—Seguid cavando —ordenó Garrapata.

Por fin golpearon una cosa hueca y Chaparrete exclamó:

—¡Un cofre!

Los marineros lo sacaron del hoyo y se pusieron alrededor. Después de mucho trabajo, lograron abrir la tapa. Carafoca miró al interior y un puño, accionado por un resorte, le dio un puñetazo en las narices que le hizo rodar al agujero:

—¡Seguid cavando!

Los marineros picaron de mala gana y apareció otro cofre. Lo abrieron, y Carafoca salió de nuevo rodando por el suelo por efecto de otro puñetazo.

15. Pedruscos en el cofre - Al fondo del mar - Reparto del botín - Piratas de refresco - Robo del tesoro robado - El traidor Pistolete

¡
SEGUID cavando!

Apareció un tercer cofre y lo abrieron.

—¡Está lleno de pedruscos! —exclamaron todos llorando.

—¡Imbéciles! Son piedras preciosas —exclamó Garrapata.

—¿Cuánto valdrán? —dijo Carafoca.

—Mil millones de libras —dijo el moro.

—¡Somos ricos! —gritaron todos abrazándose llenos de alegría.

—Yo me compraré unos pantalones nuevos —dijo Carafoca.

—Y yo un sombrero de copa —dijo Chaparrete.

—Y yo unas babuchas de terciopelo —exclamó el moro.

—¡Vámonos! —ordenó Garrapata.

Los marineros cargaron el cofre. Por un lado de la caverna corría un río muy profundo.

—¡Mirad: lagartos! —exclamó Carafoca.

—¡Bobo, son caimanes! —dijo Garrapata.

—¿Y pican?

—Ponles el dedo en la boca y verás.

Los caimanes abrían una boca de dos metros y se relamían mirando al chino.

—Tienen hambre —dijo el chino tirándoles un cacahuete.

Los caimanes se liaron a dentelladas por coger el cacahuete.

—¡Qué angelitos! —dijo Carafoca.

Junto al río había unos troncos. Garrapata ordenó que cada uno se montara en un tronco, como en un caballo, y se echaron al río, dejándose llevar por la corriente.

Cada vez se veía más luz. De pronto, en un recodo del camino apareció una gran abertura por donde se veía el cielo. Un ruido enorme de agua que se despeñaba llenaba la caverna.

—¡Cuidado, una catarata! —gritó Garrapata.

—¿Y eso qué es? —preguntó Carafoca.

—Ahora lo verás.

El agua empezó a girar vertiginosamente, se acercaba el precipicio.

—¡Preparados para la caída! —gritó Garrapata.

Los marineros se agarraron bien a los troncos y se precipitaron al vacío. ¡Cataplum!, los veinte hombres volaron por el aire y cayeron al mar.

—¡Que me mojo! —gritó Carafoca en el fondo de las aguas.

—Encoge los pies —dijo Garrapata.

«Glu, glu, glu», los marineros asomaron las cabezas echando agua por narices y orejas.

—¿Estamos todos? —preguntó Garrapata.

—No; falta Carafoca.

Los marineros rezaron un padrenuestro por Carafoca.

—Descanse en paz —dijo Garrapata.

—Amén —respondió Carafoca, asomando a la superficie con su tronco.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada, que he tenido una avería en el timón.

El grupo de piratas se dirigió hacia la playa en donde habían escondido la barca.

Los hombres, extenuados, se echaron a dormir sobre la arena. Garrapata y el moro abrieron el cofre e hicieron la cuenta.

—Tocamos a treinta millones y pico cada uno —dijo el moro.

—¿Cuánto pico? —preguntó Garrapata.

—Tres reales.

—Está bien, para tabaco.

—¿Y el cofre vacío?

—Para Comadreja.

—¡Barco a la vista! —gritó de repente Garrapata, temblando.

Un barco se acercaba a toda vela. Garrapata miró y se quedó blanco:

—¡Es una goleta pirata!

—Serán los dueños del tesoro —dijo el moro.

—¡Atiza, se dirigen al
Salmonete
!

La goleta había visto al
Salmonete
y se dirigía como una flecha hacia donde estaba anclado y vacío. Un rato después unos cañonazos indicaron que los piratas enemigos estaban destrozando el
Salmonete
.

—¡Canallas! Debían ahorcar a todos los piratas —dijo Chaparrete llorando.

—Esconded el tesoro en un hoyo —ordenó Garrapata.

Los piratas escondieron el cofre junto a un árbol.

—¡Subíos a los árboles! —ordenó Garrapata.

Pasó una hora y la goleta fondeó junto a la montaña de la cueva. Unos terribles cañonazos barrieron la playa.

—A ver si terminan de barrer —refunfuñó Carafoca sacudiéndose el polvo.

Los nuevos piratas bajaron dando alaridos e invadieron la playa. Se dirigieron luego a la gruta y desaparecieron.

—Habrá que ver cuando salgan.

—Sí, habrá que taparse los oídos.

A los cinco minutos se oyeron unos gritos horribles.

—Ya salen —dijo Carafoca.

Los piratas de la goleta salieron dando saltos y aullando ferozmente.

—¡Cuidado! ¡Que muerden! —dijo Garrapata.

Uno, sobre todo, era el más terrible; era muy feo y daba mordiscos a los árboles.

—¡Atiza, si es Pistolete! —dijo Garrapata.

Pistolete, vestido de pirata, saltaba furioso por las peñas. Los piratas rechinaban los dientes y se tiraban de cabeza contra el suelo.

—Deben celebrar alguna fiesta —dijo Carafoca.

—¿Hay alguien en la isla? —rugió Pistolete.

—¡No! —dijo Carafoca.

Garrapata le dio un codazo. Los piratas enemigos miraron a los árboles.

—Los árboles están llenos de monos —dijo Pistolete.

—El mono lo serás tú —gritó Carafoca, disparando su trabuco.

—¡Cuidado, los monos están armados! —exclamó Pistolete.

Los «goleteros» se refugiaron en la montaña. Desde allí echaban a rodar enormes piedras que se llevaban los árboles por delante. Algunos hombres de Garrapata cayeron malheridos.

—¿Cuántos son ellos? —preguntó Garrapata.

—Unos cuarenta y cinco —dijo Calabacín.

—¿Y nosotros?

—Sólo veinte.

—Nos asarán a pedradas.

En ese preciso instante el volcán, que era intermitente, entró de nuevo en erupción.

Una masa de fuego y piedras salió por la chimenea.

—¡Que nos tostamos! —gritaron los «goleteros».

—Todos a los botes —ordenó Pistolete.

Los «goleteros», con la cabeza chamuscada, corrieron a los botes y, rema que te rema, se fueron a su barco, el
Pepinillo
.

—¡Cochinos! —gritó Garrapata.

—¡Cerdos! —vociferó Pistolete desde su lancha.

En esto se oyeron unos gritos:

—¡Socolo, socolo!

El chino estaba colgado por la coleta en una rama de un árbol.

—¿Y el tesoro? —rugió Garrapata.

—Se lo han llevado.

—¿Quién?

—Comadleja me ató al álbol y avisó a Pistolete.

—¡Maldición! ¡A por ellos!

Los piratas corrieron hacia su lancha, que seguía escondida. Era ya casi de noche. Allá en la goleta sonaban risas y carcajadas.

El vino y la gaseosa corrían a raudales.

—Remad despacio y en silencio —ordenó Garrapata.

La barca avanzó silenciosamente en la oscuridad. Chaparrete encendió una cerilla y Garrapata gritó:

—¿Qué haces, majadero?

—Es que se me han perdido cinco céntimos.

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