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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento (10 page)

No, no podían decirle que estaba loco. Recordaba demasiadas cosas. Iría al Cuartel General, tal como había dicho la mujer, pero no a Médica y Psic, sino a Registros. Allí tenían registro de cada uno de los que habían trabajado alguna vez al servicio del Imperio. De todos. Ellos sabrían.

El hombre de Registros pareció sobresaltarse un poco cuando Kerwin le pidió un chequeo. Kerwin no lo culpó. Después de todo, no es usual que alguien vaya a pedir el propio registro, a menos que quisiera solicitar un traslado. Kerwin intentó excusarse.

—Nací aquí. Nunca supe quién fue mi madre, y aquí podría haber algún registro de mi nacimiento y de mis padres.

El hombre le tomó las huellas digitales y oprimió algunos botones con desinterés. Al cabo de un tiempo, la impresora empezó a resonar, hasta que apareció una copia en la bandeja. Kerwin la tomó y la leyó, primero con satisfacción porque obviamente era un registro completo y después con incredulidad a medida que siguió leyendo.

KERWIN, JEFFERSON ANDREW. BLANCO. VARÓN. CIUDADANO DE TERRA. DOMICILIO MOUNT DENVER. SECTOR Dos. STATUS soltero. PELO rojo. OJOS grises. PIEL blanca. HISTORIA DE EMPLEO veinte años aprendiz CommTerra. DESEMPEÑO satisfactorio. PERSONALIDAD retraída. POTENCIAL alto.

TRANSFERIDO 22 años. Enviado como CommTerra status júnior certificado, Consulado Megaera. DESEMPEÑO excelente. PERSONALIDAD aceptable, introvertida. POTENCIAL muy alto. DEMÉRITOS ninguno. Sin enredos conocidos. VIDA PRIVADA normal por lo que se sabe. PROMOCIONES regulares y rápidas.

TRANSFERIDO 26 años. Phi Coronis IV. Experto de CommTerra. Legación. DESEMPEÑO excelente, recomendado para tareas extraordinarias. PERSONALIDAD introvertida, pero dos veces castigado por peleas en la zona nativa. POTENCIAL muy alto, pero ante las repetidas solicitudes de traslado, posiblemente inestable. Sin matrimonio. Sin relaciones registradas. Sin enfermedades comunicables.

TRANSFERIDO 29 años, Cottman IV, Darkover (pedido por razones personales, no explícitas). Pedido aprobado, sugiere que Kerwin no será transferido otra vez, salvo por pérdida de status. DESEMPEÑO no hay registros todavía; reprimenda por introducirse en zona fuera de límites permitidos. EVALUACIÓN DE PERSONALIDAD empleado excelente y valioso pero con significativos defectos de personalidad y estabilidad. POTENCIAL excelente.

Eso era todo. Kerwin frunció el ceño.

—Mira, éste es mi registro de empleo; lo que quería era mi registro de nacimiento, o algo así. Nací aquí, en Cottman IV.

—Ésa es la transcripción oficial, Kerwin. Es todo lo que la computadora tiene sobre ti.

—¿No hay ningún registro de nacimiento?

El hombre sacudió la cabeza.

—Si naciste fuera de la Zona terrana… y tu madre era nativa… Bien, no habría registros. No sé qué clase de registro de los nacimientos tienen allá afuera… —hizo un gesto con la mano, abarcando las distantes montañas—, pero sin duda no estás en
nuestra
computadora. Probaré en Registros de Nacimiento, y puedo intentarlo también con los derechos de traspasos para huérfanos. Si te enviaron a Terra a los trece años, eso debería figurar en la Sección Dieciocho: la Repatriación de Huérfanos y Viudas de Astronautas.

Oprimió botones durante algunos minutos y, después, meneando la cabeza, dijo:

—Míralo por ti mismo.

En la pantalla sólo aparecía: SIN REGISTRO DEL SUJETO.

—Aquí están todos los registros de nacimiento que tenemos en Kerwin: tenemos una Evelina Kerwin, nacida a una de las enfermeras, muerta a los seis meses. También hay un registro de empleo de un tal Henderson Kerwin, negro, varón, de 45 años, que era ingeniero del espaciopuerto de Thendara y que murió a consecuencia de las quemaduras producidas por la radiación después de un accidente del reactor. Y en la lista de traslados de huérfanos encontré a un Teddy Kerlayne, que fue enviado a Delta Ophiuchi hace cuatro años. Nada relevante, ¿verdad?

Mecánicamente, Kerwin rasgó el papel en pedazos, mientras sus dedos se enredaban debido a la frustración que sentía.

—Intenta con algo más —dijo—. Intenta con mi padre. Jefferson Andrew Kerwin, Senior.

Estrujó en sus manos su propio registro, recordando que ahí decía: sin matrimonios, sin vínculos registrados. El matrimonio, o la relación de su padre con su madre desconocida, tendría que
haber estado
registrado para que el otro Jeff Kerwin pudiera conseguir la ciudadanía del Imperio para su hijo. Le habían explicado cuidadosamente el procedimiento cuando entró al Servicio Civil: cómo registrar los matrimonios nativos —había pocos planetas del Imperio que fueran tan reticentes como Darkover a fraternizar y hacer matrimonios mixtos— y cómo legitimar un hijo, con o sin matrimonio terrano.

—Busca cuándo y dónde llenó mi padre una solicitud 784-D, ¿quieres?

El hombre se encogió de hombros.

—Compañero, eres difícil de convencer. Si alguna vez hubieras estado consignado en una 784, el dato habría aparecido en tu registro de empleo.

Pero empezó a oprimir botones otra vez, observando la reluciente superficie donde aparecía la información antes de que se imprimiera la copia. De repente, se sobresaltó y apretó los labios. Después se volvió y dijo cortésmente:

—Lo siento, Kerwin, no hay registros. Alguien te informó mal. No tenemos ningún registro de Jeff Kerwin en el Servicio Civil. Ningún otro aparte de ti.

Kerwin le espetó:

—¡Tienes que estar mintiendo! Si no, ¿qué mirabas boquiabierto en la pantalla? ¡Maldición, quita la mano de ahí y déjame verlo por mí mismo!

El empleado se encogió de hombros.

—Como quieras —replicó. Pero ya había apretado otro botón y la pantalla estaba en blanco.

La furia y la frustración inundaron a Kerwin como una gigantesca ola.

—Maldición, ¿tratas de decirme que no existo?

—Mira —dijo el empleado con cansancio—. Puedes borrar una entrada en un libro. Pero muéstrame a alguien que pueda trampear en los bancos de memoria de los registros de CommTerra, y yo te mostraré a cambio un híbrido de hombre y cristópedo. Según los registros oficiales, viniste a Darkover por primera vez dos días atrás. ¡Ahora vete a Médica y Psic y deja de molestarme!

¿Hasta qué punto creen que soy ingenuo? Puede trampearse en CommTerra, para que ningún ajeno llegue a los registros si no tiene el código de acceso adecuado.

Alguien, por alguna oscura razón, había hecho que él no pudiera tener acceso a los datos.

Pero, ¿por qué se habrían tomado esa molestia?

La alternativa era lo que le había dicho la mujer. Había pensado que él estaba loco, que fantaseaba, que nunca había estado antes en Darkover, que por alguna razón se estaba inventando para sí un elaborado pasado darkovano…

Kerwin escarbó en su bolsillo y extrajo un billete doblado.

—Prueba otra vez con mi padre. ¿De acuerdo?

El empleado alzó la vista, y entonces Kerwin supo que su suposición había sido correcta. Valía la pena gastar dinero, aunque no pudiera permitírselo, para saber que no estaba loco. La codicia y el miedo luchaban en el rostro del hombre. Finalmente dijo, guardándose con rapidez el billete en el bolsillo:

—Está bien. Pero si están monitoreando los bancos, tal vez pierda el empleo. Y consigamos lo que consigamos, eso será
todo
. No más preguntas, ¿de acuerdo?

Esta vez Kerwin vigiló la programación. La máquina hizo lentos ruidos para sí. Después, en el panel centelló una luz roja, blink-blink-blink, una urgente señal de pánico. El empleado dijo suavemente:.

—Está desviando el circuito.

Unas letras rojas centellaron en la pantalla.

INFORMACIÓN PEDIDA SÓLO DISPONIBLE EN CÓDIGO DE PRIORIDAD: ACCESO CERRADO. DAR CÓDIGO DE ACCESO VÁLIDO Y AUTORIDAD PARA MAYOR ACCESO.

Las letras centellearon, apareciendo y desapareciendo con intensidad hipnótica. Finalmente, Kerwin sacudió la cabeza e indicó al empleado con un gesto que borrara las luces. La pantalla se quedó mirándolos, vacía y enigmática.

—¿Bien? —preguntó el empleado.

Kerwin sabía que quería otro soborno para intentar romper el código de acceso, pero él mismo tenía tantas posibilidades como el otro de hacerlo. De todos modos, eso probaba que había
algo
allí.

No sabía qué. Pero eso explicaba también la manera en que había actuado la mujer del Orfanato.

Dio media vuelta y se marchó, mientras la determinación se hacía más fuerte en él. Había sido atraído de regreso a Darkover, sólo para encontrar que allí le esperaban misterios más grandes. En alguna parte, de alguna manera, averiguaría de qué se trataba.

Sólo que no sabía por dónde empezar.

5. LA TÉCNICA

No se ocupó del asunto durante los días que siguieron. No pudo hacerlo: acostumbrarse a un nuevo trabajo, por simple y por más parecido que fuera al que había tenido en el último planeta, demandó toda su atención. Era una rama de Comunicaciones altamente especializada: la prueba, calibración y reparación ocasional del equipamiento de intercomunicadores tanto en el edificio mismo del Cuartel General como entre todos los puntos de la Zona terrana. Era un trabajo demorado y tedioso, más que difícil; con frecuencia se descubría preguntándose por qué se molestarían en traer personal terrano de otro lado, en vez de entrenar a técnicos locales. Pero, cuando le planteó la pregunta a uno de sus compañeros, éste tan sólo se encogió de hombros:

—Los darkovanos no aceptarían el entrenamiento. No tienen una mente técnica…, no sirven para esta clase de cosas. —Indicó el inmenso montón de maquinarias que estaban inspeccionando—. Son así por naturaleza, supongo.

Kerwin soltó una risita poco divertida.

—¿Te refieres a algo congénito, a alguna diferencia en la calidad de sus mentes?

El otro lo observó con mirada cautelosa, advirtiendo que había dicho algo hiriente.

—¿Eres darkovano? Pero fuiste criado entre terranos… Aceptas de antemano la tecnología y las máquinas. Por lo que sé, ellos no tienen nada que se le parezca… ni nunca lo han tenido. —Frunció el ceño—. Y tampoco quieren tenerlo.

Kerwin pensó en eso, a veces, mientras estaba tendido en sus habitaciones de soltero del edificio del Cuartel General o sentado a solas con un trago en los bares del espaciopuerto. El Legado había mencionado ese punto: que los darkovanos eran inmunes a la atracción que ejercía la tecnología terrana y se habían mantenido ajenos a la corriente principal de la cultura y el comercio del Imperio. ¿Eran bárbaros, debajo del barniz de civilización? ¿O se trataba de algo menos obvio, más misterioso?

En ocasiones, durante sus horas de ocio, caminaba por la Ciudad Vieja. Pero no volvió a ponerse la capa darkovana y se aseguraba de llevar cubierto el pelo rojo con alguna gorra. Se estaba dando tiempo, para cerciorarse de cuál sería su próximo movimiento. Si es que había un próximo movimiento.

Punto uno: el orfanato no tenía registros de un muchacho llamado Jefferson Andrew Kerwin, Junior, enviado a sus abuelos terranos a los trece años.

Punto dos: los bancos de memoria de la computadora principal del Cuartel General se negaban a revelar cualquier información acerca de Jefferson Andrew Kerwin, Senior.

Kerwin estaba debatiendo qué podían tener en común estos dos hechos, sumados al hecho de que la computadora del Cuartel General estaba evidentemente programada para no dar ninguna información en absoluto a cualquier pregunta casual… y ni siquiera registraba que la persona de su padre hubiera existido alguna vez.

Si pudiera encontrar a alguien que hubiera conocido en el orfanato, tal vez eso sería alguna especie de prueba. Al menos de que los recuerdos que tenía de su vida eran reales…

Y lo eran.
Tenía
que empezar por ellos porque no había otro lugar para empezar. Si comenzaba a dudar de sus propios recuerdos, era como si le abriera la puerta al caos. De modo que seguiría creyendo que sus recuerdos eran reales y que por una u otra razón habían alterado los registros.

Durante la tercera semana advirtió que había visto a ese hombre, Ragan, con demasiada frecuencia como para que se tratara de una coincidencia. Al principio no pensó nada en particular. En el café del espaciopuerto, cuando veía a Ragan sentado a una mesa del rincón, lo saludaba con una inclinación de cabeza, y nada más. Después de todo, el lugar era público, y sin duda había muchos clientes fijos y parroquianos habituales. Hasta él mismo se estaba convirtiendo en uno de ellos.

Pero una vez en que un desperfecto de emergencia en la oficina de envíos del espaciopuerto lo retuvo hasta tarde en el trabajo y vio luego a Ragan en su sitio habitual a pesar de que era muy tarde, empezó a advertirlo. Hasta entonces, sólo había sido una corazonada; pero desde ese día comenzó a cambiar sus horarios de comida y a comer a horas inusuales… y cuatro veces de cada cinco se encontraba con el moreno darkovano. Fue a beber a otro bar durante uno o dos días y así estuvo seguro de que el hombre le seguía. No, seguirle no era la palabra adecuada; lo que el otro hacía era algo mucho más evidente. Ragan no hacía ningún esfuerzo por mantenerse fuera de la vista de Kerwin. Era demasiado inteligente como para encarar a Kerwin y obligarle a que lo reconociera como amigo, pero se ponía en el camino de Kerwin, quien tenía la curiosa impresión de que el otro deseaba que lo acusara por eso, que lo interrogara.

¿Pero por qué? Lo pensó muchas veces, cuidadosamente. Si Ragan estaba dedicado a un juego de acoso, tal vez estuviera vinculado de alguna manera con las otras cosas extrañas. Si Kerwin se mantenía distante y parecía no advertirlo, tal vez ellos —fueran quienes fuesen— se verían obligados a exponerse un poco más.

Pero nada ocurrió, salvo que él se acostumbró a la rutina de su nuevo trabajo y de su nueva vida. En la Zona terrana, la vida era muy parecida a la de la Zona terrana de cualquier otro planeta del Imperio. Pero él era perfectamente consciente del otro mundo que se extendía más allá de éste. Le llamaba con extraña intensidad. Se encontró aguzando el oído cuando estaba en medio del público mixto de los bares del espaciopuerto, en busca de fragmentos de conversaciones darkovanas; cuando estaba distraído, contestaba más de una pregunta casual en darkovano. Y a veces, a la noche, solía extraer su enigmático cristal azul y observaba sus extrañas y frías profundidades, como si por medio de su feroz deseo pudiera revivir aquellos confusos recuerdos, de los que el cristal parecía ser ahora la clave. Pero la piedra permanecía en su palma, fría, sin vida, y no daba ninguna respuesta a las preguntas que la acosaban. Entonces él la devolvía a su bolsillo y caminaba con desasosiego hasta uno de los bares del espaciopuerto en busca de una copa y para volver a aguzar sus oídos y su nariz para captar aunque no fuera más que un rastro de lo que había más allá…

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