Read El sol sangriento Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento (8 page)

—Una vez más, buenas noches —se despidió y sintió que la puerta se cerraba entre él y los pelirrojos.

Mientras cruzaba el vestíbulo, experimentó un curioso sentimiento de derrota y aprensión. Un grupo de darkovanos, casi todos ellos ataviados con largas capas ceremoniales como la suya —nadie aquí se rendía a las baratas ropas importadas—, cruzó el vestíbulo en dirección opuesta y traspuso la puerta por la que él acababa de salir. Kerwin advirtió que también había entre ellos algunos pelirrojos. Un murmullo corrió entre las personas reunidas en el vestíbulo; una vez más captó la palabra
Comyn
.

Ragan había pronunciado esa palabra, referida a la gema que Kerwin tenía al cuello:
digna de un Comyn
. Kerwin exploró su memoria; la palabra sólo significaba
iguales…
, los que tenían un rango igual al propio. Sin embargo, no era así como habían usado la palabra.

Afuera, la lluvia se había disuelto en una niebla penetrante. Un hombre alto que llevaba una capa verde y negra, con la cabeza pelirroja muy erguida, pasó junto a Kerwin y le dijo:

—Adentro, rápido, llegarás tarde. —Y entró al Sky Harbor Hotel.

Le parecía un lugar curioso para que un grupo de aristócratas darkovanos hicieran una reunión de familia, pero… ¿qué sabía él de eso? De repente se le cruzó la loca idea de irrumpir en la fiesta y preguntar si alguien había perdido un pariente joven treinta años atrás. Pero sólo fue una loca idea, que descartó casi de inmediato.

En la calle oscura, congelada ahora por la lluvia helada que se solidificaba en cuanto caía, el denso cierzo borraba las lunas o las estrellas. Las luces de las puertas del Cuartel General emitían un resplandor amarillo. Kerwin sabía que allí encontraría calor y cosas familiares, abrigo, un lugar asignado e incluso amigos. Probablemente Ellers se había despertado y, al ver que Kerwin se había marchado, habría regresado al Cuartel General.

Pero, ¿qué encontraría allí si regresaba? Unas habitaciones del todo iguales a las que le habían dado en el último planeta, desnudas y frías, con ese aséptico olor institucional, una biblioteca de películas cuidadosamente censuradas para que no provocaran demasiadas emociones ingobernables, comidas iguales por completo a las que podría tomar en cualquier otro planeta del Imperio terrano, para que los empleados, que podían ser transferidos en cualquier momento, no sufrieran incomodidades digestivas ni períodos de adaptación y la compañía de hombres como él, que vivían en mundos fantásticamente ajenos volviéndoles la espalda, para participar del mismo mundo absurdo y familiar de los terranos.

Vivían en mundos extraños, bajo soles extraños, tal como vivían en Terra… A no ser que quisieran salir y crear problemas: cuando buscaban lo peor, no lo mejor, de esa belleza extraña. Bebidas fuertes, mujeres dispuestas, aunque no demasiado amantes, y un lugar donde gastar su paga. Los mundos reales se hallaban, y se hallarían siempre, absolutamente fuera de su alcance. Tan fuera de su alcance como la muchacha pelirroja y sonriente que lo había recibido como
com'ii
, amigo.

Volvió a alejarse de las puertas del Cuartel General. Más allá del círculo de los bares del espaciopuerto, las trampas para turistas, los burdeles y las exhibiciones, debía de haber algún Darkover real, el mundo que había conocido de niño en la ciudad, el mundo que había obsesionado sus sueños y le había impedido echar raíces nuevas en Terra. ¿Pero por qué había tenido esos sueños? ¿De dónde procedían? ¡Sin duda no del mundo limpio y estéril del Orfanato de los Hombres del Espacio!

Lentamente, como si vadeara una ciénaga, caminó hasta la ciudad vieja, mientras sus dedos ajustaban los cierres del manto darkovano sobre su cuello. Sus botas terranas repicaban con fuerza sobre las piedras. Sea quien fuere el hombre con el que los demás lo confundían, no haría ningún daño si salía a pasear un rato. Éste era su propio mundo. Había nacido aquí. No era ningún ingenuo astronauta terrano, que se ponía en peligro fuera del barrio del espaciopuerto. Conocía la ciudad, o la había conocido alguna vez, y también el idioma. Muy bien, los terranos no eran especialmente bienvenidos en la Ciudad Vieja. ¡No iría allí como terrano! ¿No había sido un terrano el que había dicho:
Dame un niño hasta los siete años, y después podrás dárselo a quien lo quiera.
Ese severo viejo santo tenía razón. Según eso… ¡Kerwin era darkovano y siempre lo sería! ¡Ahora estaba otra vez en casa y no permitiría que lo alejaran!

Ya no había mucha gente en las calles. Sólo unos pocos, con pieles y capas, caminando con la cabeza gacha para protegerse del mordisco agudo del viento. Una muchacha temblorosa, envuelta en un inadecuado vestido de pieles, lanzó a Kerwin una mirada esperanzada y le murmuró unas palabras en el antiguo dialecto de la ciudad, que Kerwin había hablado antes de ser capaz de balbucear tres palabras del terrano que le enseñaron en el orfanato (¿cómo se acordaba de eso?). Vaciló, pues ella era tímida, de voz suave y completamente diferente de la muchacha de mirada dura del bar del espaciopuerto. Entonces ella alzó la vista hasta el pelo rojo de Kerwin, murmuró algo ininteligible y salió corriendo.

Una pequeña criatura enana pasó a su lado, lanzando a Kerwin una breve mirada con sus ojos verdes que resplandecían, como los de un gato, en la oscuridad, pero que poseían inconfundiblemente inteligencia humana; Kerwin se hizo con rapidez a un lado, pues los
kyrri
eran extrañas criaturas que se alimentaban de energía eléctrica y que podían dar a los extranjeros no avisados dolorosos
shocks
, aunque no mortales, si se los empujaba o atropellaba.

Caminó a través del mercado de la Ciudad Vieja, disfrutando de los sonidos y olores poco familiares. Una mujer anciana vendía pescado frito en un pequeño puesto; recubría los pedazos de pescado con una mezcla espesa y después los ponía en un cazo lleno de aceite verde y claro. Alzó la vista y, con volubles palabras pronunciadas en un dialecto demasiado cerrado como para que él pudiera comprenderlo, le entregó un poco de pescado. Kerwin empezó a sacudir negativamente la cabeza, pero, como el pescado olía bien, se encogió de hombros y empezó a escarbar en busca de unas monedas. Ella lo miró, escandalizada, y las monedas cayeron al suelo cuando la mujer retrocedió. En medio de su parloteo, Kerwin volvió a captar la palabra
Comyn
y frunció el ceño. ¡Era el diablo! Esta noche parecía tener el talento de aterrar a las personas, con toda inocencia. Pues bien, con la ciudad llena de hombres y mujeres pelirrojos que llevaban a cabo alguna clase de reunión familiar, ¡Kerwin decidió que el pelo rojo traía todavía más mala suerte de lo que le habían dicho en el orfanato!

Tal vez fuera esta fantástica capa de noble que llevaba puesta. Se la hubiera quitado, pero hacía demasiado frío para andar tan sólo con su fino uniforme terrano; además, suponía que con sus ropas terranas no estaría en absoluto a salvo en esta parte de la ciudad.

Ahora lo admitió: en realidad, tenía en mente exactamente esta clase de impostura cuando compró la capa. Pero demasiada gente lo miraba con fijeza. Se alejó, decidiendo que lo mejor sería tomar la ruta más corta para regresar al Cuartel General.

Caminó con rapidez en la oscuridad, a través de las calles desiertas. Escuchó pasos a sus espaldas… pasos lentos, deliberados, pero se dijo que no debía ser suspicaz… ¡No era el único hombre que tenía una buena razón para andar bajo la lluvia esta noche! Los pasos siguieron resonando con el mismo ritmo, a sus espaldas, y luego se aceleraron para alcanzarlo.

Kerwin se hizo a un lado para dejar paso al que lo seguía por la angosta callejuela.

Fue un error. Sintió un dolor penetrante, su cabeza pareció explotar y escuchó una voz en alguna parte que le gritaba palabras extrañas:

¡Dile al hijo del bárbaro que nunca más vendrá a las llanuras de Arilinn! ¡La Torre Prohibida está destruida y la Campanilla Dorada está vengada!

Eso no tenía sentido, pensó Kerwin, en la fracción de segundo anterior a que su cabeza golpeara el pavimento. Y ya no supo nada más.

4. LA BÚSQUEDA

Era el alba, la lluvia caía con fuerza, y alguien, desde alguna parte, le hablaba al oído.

—Quédate quieto,
vai dom
, nadie te hará daño. ¡Vándalos! ¿Qué ocurre en esta ciudad que incluso los Comyn pueden ser atacados…?

—No seas burro —decía otra voz más áspera—, ¿no ves el uniforme? Este hombre es un terrano, y la cabeza de alguien rodará por esto. ¡Ve y llama a los guardias, rápido!

Alguien intentó levantarle la cabeza, y Kerwin decidió que era la suya la cabeza que rodaría, porque estalló y volvió a caer en la inconsciencia.

Después, al cabo de confusos ruidos y dolor, una brillante luz blanca pareció resplandecer en los rincones de su cerebro. Sintió que alguien le aporreaba la cabeza, que le dolía como el demonio, y gruñó de dolor; entonces alguien le retiró la luz de los ojos.

Estaba tendido en una aséptica cama blanca en un aséptico cuarto blanco. Un hombre de chaqueta blanca, que llevaba el emblema caduceo de Médica y Psic, estaba inclinado sobre él.

—¿Te sientes bien ahora?

Kerwin intentó asentir con la cabeza, pero ésta estalló otra vez y desistió. El doctor le alcanzó una pequeña taza de papel llena de un líquido rojo; le quemó la boca y todo el camino mientras la tragaba, pero la cabeza dejó de dolerle.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Kerwin.

Johnny Ellers asomó la cabeza por la puerta; tenía los ojos congestionados.

—¿Y tú lo preguntas? Yo me desmayo… ¡pero tú eres el que terminas golpeado! ¡El muchacho más inmaduro, en su primera asignación planetaria, sabría comportarse mejor! ¿Y por qué demonios andabas vagando por la sección de los nativos? ¿No estudiaste el mapa de la zona permitida?

Había una advertencia en sus palabras. Kerwin dijo con lentitud:

—Sí. Debo de haberme perdido.

¿Cuánto de lo que recordaba era verdad? ¿Habría soñado todo lo demás: sus bizarros paseos con la capa darkovana, toda la gente que lo había confundido con
algún otro
…? ¿Todo eso habría sido tan sólo una expresión de su deseo, basado en su ansia de pertenencia?

—¿Qué día es hoy?

—La mañana después de anoche —respondió Ellers.

—¿Dónde ocurrió? ¿Dónde me golpearon?

—Dios sabe —dijo el doctor—. Evidentemente, alguien te encontró y se asustó; te arrastró hasta el borde de la plaza del espaciopuerto y te dejó allí a la madrugada.

El doctor salió de su campo visual. Kerwin descubrió que le dolía la cabeza si trataba de seguirlo con la mirada, de manera que se quedó quieto. Ragan, la muchacha de la taberna, los aristócratas pelirrojos del Sky Harbor Hotel desfilaron por su mente y desaparecieron. Si había empezado a pensar que su regreso a Darkover era lo contrario de sus sueños, al menos ya había tenido suficientes aventuras como para los próximos cincuenta años.

Ningún demonio satírico le susurró al oído que sus aventuras ni siquiera habían empezado todavía.

Aún tenía la cabeza vendada cuando se presentó ante el Legado para que le asignara un cargo, al día siguiente. El Legado le miró sin entusiasmo.

—Necesito médicos y técnicos, cartógrafos y lingüistas… ¿Y qué me envían? ¡Hombres de Comunicaciones! Demonios, sé que no es tu culpa, que me envían lo que consiguen. Oí decir que pediste traslado aquí, así que tal vez pueda conservarte durante algún tiempo; lo que suelo conseguir son novatos que piden traslado en cuanto consiguen sus tarjetas de servicios prestados. Me dicen que recibiste una paliza por andar vagando solo por el sector de los nativos. ¿No te dijeron que eso no es prudente aquí?

Kerwin repuso solamente:

—Me perdí, señor.

—Pero, de todos modos, ¿por qué demonios andabas vagando fuera del área del espaciopuerto? No hay nada interesante por allí. —Frunció el ceño—. ¿Por qué querías ir a explorarlo por tu cuenta?

—Nací aquí, señor —objetó Kerwin con obstinación.

Si iban a discriminarlo por eso, quería saberlo de inmediato. Pero el Legado sólo pareció pensativo.

—Tal vez seas afortunado —dijo—. Darkover no es un destino muy popular; pero, si es tu hogar, tal vez no lo odies tanto. Tal vez. Yo no me ofrecí voluntario, ¿sabes? Me mezclé con el grupo político equivocado, y podríamos decir que estoy cumpliendo una sentencia aquí. Si verdaderamente te gusta el lugar, quizá tengas una carrera por delante, porque, como ya te dije, en condiciones normales nadie se queda aquí más tiempo del necesario. ¿Y te parece que te gusta el lugar?

—No lo sé. Pero quería regresar —agregó, sintiendo que de algún modo podía confiar en este hombre—. Fue casi una compulsión. Lo que recordaba de niño.

El Legado asintió. No era joven, y sus ojos eran tristes.

—¡Dios, lo sé muy bien! —exclamó—. La nostalgia del olor de tu propio aire, el color de tu propio sol. Lo sé, muchacho. He estado fuera cuarenta años y, en ese lapso, sólo he visto dos veces Alfa, donde espero morir. ¿Cómo es ese viejo proverbio…?
Aunque densas como malezas sean las estrellas, ningún mundo estrellado igualará al tuyo…
—Se interrumpió—. ¿Así que naciste aquí? ¿Quién fue tu madre?

Kerwin pensó en las mujeres del café del espaciopuerto y después trató de no pensar en ellas. Al menos su padre se había preocupado por su hijo lo suficiente para tramitarle la ciudadanía y para dejarlo en el Orfanato de Hombres del Espacio.

—No lo sé, señor. Ésa es una de las cosas que esperaba encontrar registrada aquí.

—Kerwin —caviló el Legado—. Me parece haber oído el nombre. Sólo he estado cuatro o cinco años aquí, tiempo local. Pero si tu padre se casó aquí, el matrimonio tiene que estar consignado en Registros, abajo. O tal vez el Orfanato lo tenga registrado. Son bastante cuidadosos con los niños que aceptan; los huérfanos comunes son entregados a los Jerarcas de la Ciudad. Además, te enviaron a la Tierra; eso es
muy
raro. Normalmente, te hubieran dejado aquí y el Departamento te hubiera dado trabajo o entrenamiento, como cartógrafo, intérprete, alguna tarea en la que sería una ventaja para ti el dominio del lenguaje como un nativo…

—He pensado que probablemente fuera darkovano…

—Lo dudo por tu pelo. Nosotros los terranos tenemos muchos pelirrojos… Tipos hiperadrenalínicos, que vamos en pos de aventuras. Con ciertas excepciones, no hay muchos darkovanos pelirrojos…

Other books

The Labyrinth of Osiris by Paul Sussman
Honeymoon from Hell V by R.L. Mathewson
Tear (A Seaside Novel) by Rachel Van Dyken
Rock My World by Coulter, Sharisse
Heart of Ice by Gl Corbin
Embrace The Night by Ware, Joss
The Next Eco-Warriors by Emily Hunter
The Nexus by Mitchell, J. Kraft