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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (9 page)

Se preguntó cómo se vería implicada Michelle en aquella aventura absurda, si es que la vidente había acertado también al involucrarla.

No podía imaginarlo todavía. Pero ocurriría.

CAPITULO VIII

HACE novecientos años, un joven caballero veneciano, el barón Fabricio della Vellanza, se casaba con una doncella de digna estirpe, Adriana Balici, cuya familia vivía en un palacio próximo. Ambos estaban muy enamorados, y durante el breve tiempo que duró su matrimonio, la felicidad inundó el hogar. Pero la enfermedad, que parece ensañarse con los más justos, acabó pronto con aquel sueño, arrebatando al noble su más preciada posesión, sin dar tiempo siquiera a que tuvieran descendencia. Ella juró al morir que lo esperaría en la otra vida, y él la creyó.

»Fabricio, loco de dolor en este mundo, despidió a la servidumbre de su residencia y pasaba las jornadas recorriendo como un espectro las vacías dependencias de su casa, hacía poco rebosantes de la risa de Adriana, por cuyo eco él sobrevivía. No había consuelo para su corazón.

»Los enemigos del aristócrata, que anhelaban sus riquezas, aprovecharon aquel estado débil de Fabricio y la ausencia de criados en su palacio para prepararle una trampa. Fueron a su residencia una noche, forzaron la entrada y, armados, se dirigieron a las dependencias superiores donde Fabricio descansaba. El joven caballero se despertó al oír los ruidos de aquella comitiva traidora, pero, en vez de huir, tomó su espada y se enfrentó a ellos, luchando con el valor ilimitado que solo tienen los suicidas. No tenía nada que perder.

»Los asesinos le fueron haciendo retroceder hasta que quedó atrapado en su propia habitación, tras cuya puerta resistió como pudo.

»Adriana, que había asistido a aquellos acontecimientos desde el Mundo de los Muertos, el reino de la espera hasta que el Bien o el Mal te requieren, comprobaba que sin vida todavía se puede experimentar dolor. Sufriendo en su carne inerte por lo que estaba presenciando, pidió que salvaran a su amado de aquel terrible final que no merecía, y lo hizo con tal convicción que fue escuchada. Fabricio lograría escapar de aquella trampa, pero la única forma de sacarlo de allí era llevándolo al Mundo de los Muertos, de donde no podría volver. Y habría un precio: ella no coincidiría con él, sino que sería enviada al feudo de las tinieblas, hasta que terminara la espera que le correspondía.

«Aquel pago suponía incumplir la promesa hecha a su marido, «te esperaré en la otra vida», pero accedió acuciada por el escaso tiempo del que disponía Fabricio antes de que sus enemigos lo alcanzasen. Se sacrificó por él.

Pascal escuchaba aquella historia de labios de Lafayette, absorto. Todas las siluetas que la luz blanquecina delataba permanecían igual de quietas.

—Fabricio disponía de un espléndido arcón en sus dependencias —aclaró el narrador—, un regalo de boda del Gran Dux de Venecia. Allí guardaba algunos de sus tesoros más preciados.

»Fabricio oyó la voz de su amada pidiéndole que se introdujera en el baúl para salvarse, lo que le produjo un fuerte impacto emocional. Pero el barón, que se preparaba para el ataque final, rechazó con dolor aquella tentadora oferta por considerarla un comportamiento cobarde indigno de su dama. Adriana le rogó que lo hiciera por ella, y le mintió diciéndole que se encontrarían muy pronto. Aquel argumento convenció al caballero, que terminó obedeciendo. El baúl era una puerta al Mundo de los Muertos —concluyó el capitán Mayer—. Así escapó el barón.

—Pero —Pascal, en medio de su aturdimiento, quería conocer todo el final— ¿entendió él lo que había ocurrido? ¿Se reunieron por fin los dos?

Lafayette sonrió.

—Nadie lo sabe.

Pascal procuraba procesar todo lo que había oído.

—Con toda esa historia, lo que me queréis decir es que...

—A partir del episodio de la fuga del barón Della Bellanza —se apresuró a completar Lafayette—, quedó en la tierra de los vivos una puerta que comunica con el Mundo de los Muertos, sí. Un acceso camuflado en un arcón medieval que llevaba perdido mucho tiempo y que, por lo visto, tú has encontrado: la Puerta Oscura. Y, por lo que cuenta la leyenda, tiene el tamaño de un ataúd.

Pascal se mostraba perplejo; su sorpresa era de tal calibre que, durante un rato, olvidó sus propias circunstancias y el miedo lo abandonó.

—No lo entiendo —siguió dudando—. Seguro que algún miembro de la familia dueña del arcón, los Marceaux, se ha metido alguna vez en el baúl, así que ya sabrían lo que ocurre con él. Y no es así, os lo puedo asegurar. No tienen ni idea.

—El arcón es la puerta, pero eso no quiere decir que siempre esté abierta —matizó Lafayette—. El paso de un mundo a otro es demasiado peligroso. El acceso solo es posible cada cien años, cuando se cumple el aniversario de la fuga del barón. E incluso entonces, la Puerta Oscura apenas permanece abierta un minuto del tiempo de los vivos, a partir de la medianoche que da paso al día de los Muertos, conocido en las sociedades de tradición cristiana como de Todos los Santos. El día primero de noviembre.

Pascal hizo un cálculo rápido que lo dejó petrificado. Aquella festividad comenzaba justo después de las doce de la noche de Halloween. En efecto, él se encontraba dentro del arcón durante aquel fatídico primer minuto del nuevo día.

—Esta noche se han cumplido otros cien años de la Fuga —declaró el capitán Mayer—. Tú debías de estar justo en el lugar oportuno, Pascal.

—Justo donde no debía —se quejó el chico—. Madre mía...

—¿Destino o azar? Nunca lo sabrás —Lafayette hablaba en tono enigmático—. En toda su historia, solo seis personas han cruzado ese umbral, incluyéndote a ti. Durante mucho tiempo, la Puerta Oscura estuvo perdida, hasta que en las noches de Halloween de mil ochocientos ocho y mil novecientos ocho volvió a ser utilizada, como ahora. Espectacular. Pero no te preocupes. La Puerta seguirá abierta para ti.

Aquel difunto había adivinado la incipiente preocupación de Pascal.

—Entonces, ¿puedo irme cuando quiera?

—Claro. Es el privilegio de ser el Elegido. Siempre y cuando, eso sí, no superes el plazo máximo de permanencia en esta región de la espera, claro. Siete jornadas.

«Así que hay un tope en el tiempo que un Viajero puede permanecer en la tierra de los muertos que aguardan, una semana», pensó Pascal.

—¿Y qué ocurre si un Viajero supera ese límite? —se atrevió a preguntar.

Lafayette contestó al momento, sin tapujos:

—Que se queda para siempre en este mundo. Pero no temas, un poco de prudencia basta para evitar cualquier riesgo. El barón no pudo volver a su mundo porque fue la condición que le impusieron a Adriana, pero desde entonces todos los que han encontrado la Puerta Oscura han gozado de esa potestad: a partir de ahora podrás entrar y salir de las dos dimensiones cuando quieras, siempre a través del arcón. Nadie más tendrá esa capacidad. En tus manos está aprovecharla.

«Han gozado de esa potestad.» Pascal reflexionó sobre el significado de aquellas palabras. Se trataba de una expresión curiosa, porque no garantizaba que todos los Viajeros hubieran hecho uso de aquel poder. ¿Habría alguno que quedara atrapado en el Mundo de los Muertos, o que ignorara su propia condición en el de los vivos? Más adelante indagaría sobre ello.

A Pascal le llegó entonces, con poderosa fuerza, la imagen de su casa. Unas tremendas ganas de ver a sus padres, a sus amigos y el sol comprimieron su pecho. El rostro de Michelle copaba su memoria.

—Pensaré en todo eso —adelantó con la mirada enfocada al suelo, temblando un poco—. Gracias. Ahora... de verdad, necesito volver a mi mundo. Esto me supera, o vuelvo ya o... o creo que voy a desmayarme.

Los muertos que lo rodeaban se fueron apartando dejándole paso. Para ellos, también lo ocurrido era excepcional.

—¿Siempre vas así vestido?

La voz era infantil, lo que provocó que Pascal se volviera. Quien le había hablado era una niña de unos ocho años, que le sonreía. Al chico le invadió una extraña tristeza al caer en la cuenta de que aquella personita había muerto tan joven, quizá hacía mucho tiempo.

Pascal recordó que aún llevaba el patético disfraz para la fiesta de Jules, aunque a eso se añadían los destrozos y manchas que había provocado su huida de las fieras que lo habían atacado un rato antes.

—¿Cómo te llamas? —preguntó a la niña agachándose.

—Marian.

—Verás... esta noche tenía una fiesta de disfraces por Halloween, y...

Ahora fue otro muerto, que llevaba un casco en la mano, el que le dirigió la palabra:

—¿Y ese es tu disfraz? No da miedo.

Pascal no supo qué responder a ese comentario con el que estaba tan de acuerdo, pero que resultaba tan fuera de lugar en aquellas circunstancias.

—Me llamo Frederick —continuó el otro—. Treinta y dos años, accidente de moto. Si quieres, podemos ayudarte a que triunfes en esa fiesta con un vestuario... más auténtico.

Pascal no quiso ni pensar en el significado de aquel adjetivo, teniendo en cuenta dónde se encontraba.

—Tardaremos poco, no te arrepentirás —insistió el hombre—. Empieza ya a aprovechar tu reciente condición de Viajero entre Mundos —el tipo se quedó pensando unos instantes, con nostalgia—. Yo solía ir a fiestas así. Qué recuerdos... En fin, anímate. Tenemos con nosotros a un maquillador de cadáveres que trabajaba en una funeraria, a quien estamos todos muy agradecidos —todos los presentes rieron aquella ocurrencia, con sus sonrisas un tanto desencajadas—. Es todo un profesional, como puedes imaginar.

Pascal se frotó los ojos, no daba crédito a lo que escuchaba. Pero todos seguían allí, observándolo con fascinación. Por primera vez, fue consciente de que él no era la víctima, sino el protagonista de aquel acontecimiento histórico.

—Pero ¿eso va en serio?

Aquellos muertos volvieron a reírse, algunos se daban codazos amistosos. Hacía mucho que no los visitaba ningún vivo, eso saltaba a la vista.

—Ya sé que parece una broma —reconocía Frederick, sonriente—, y en cierto modo lo es, pero aun así lo del maquillador era una propuesta seria. Ahora lo conocerás —se volvió, buscando entre la multitud congregada—. ¡Que alguien llame a Maurice, requerimos sus servicios!

Pascal no reaccionaba, superado por el surrealismo de las circunstancias.

—¿Luego me ayudaréis a llegar hasta la Puerta? —balbuceó, sin lograr recuperar la iniciativa.

Los muertos compensaron sus miradas fundidas con una sonrisa cómplice.

—Cuenta con ello, Pascal.

* * *

Los últimos invitados a la fiesta desfilaban con su vestuario casero, cuando Michelle tomó la determinación de llamar a casa de los padres de Pascal. Empezó a pulsar las teclas de su móvil, pero se detuvo al notar que Dominique la agarraba con fuerza el brazo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó, detectando en su gesto una repentina admiración que iba ganando solidez.

—Será mejor que veas terminar el desfile, Michelle. No te lo pierdas.

A Michelle le sorprendió lo extrañamente egoísta que estaba siendo Dominique aquella noche: con Pascal en paradero desconocido, y continuaba siguiendo la pasarela de disfraces. No obstante, en cuanto dirigió su mirada hacia donde le indicaba el chico, entendió por qué Dominique le había impedido llamar a la familia de Pascal.

Y es que su amigo desaparecido acababa de bajar las escaleras para incorporarse al grupo de monstruos que se disponían a exhibirse ante los demás. Pero lo había hecho con un atuendo tan espectacular que acababa de eclipsar toda la ceremonia. No había ojos más que para él, Jules se había quedado boquiabierto y nadie dudaba, sin necesidad de contar votos y puntuaciones, quién era el ganador de aquel desfile de Halloween.

Pascal había llegado convertido a la perfección en un cadáver del siglo dieciocho: la peluca blanca que cubría su verdadero pelo apenas contrastaba con el maquillaje color cera que camuflaba su rostro, incluso sus manos mostraban esa palidez. Sin duda, todo él ofrecía la tonalidad de la muerte, y el público lo reconoció aplaudiendo con fervor.

Su vestimenta consistía en un traje de época, cuyo polvo acumulado y restos de flores secas hicieron las delicias de todos los testigos góticos de la aparición. No faltaba nada: la casaca de terciopelo, la camisola con chorreras en las mangas y en el pecho, los ajustados pantalones hasta las rodillas que daban paso a una especie de leotardos blancos. Los zapatos, de un negro brillante, llevaban hebilla de plata en el empeine. Y, para culminar el conjunto, Pascal se apoyaba en un antiguo bastón de mango brillante, mientras con la otra mano se llevaba de vez en cuando a la cara un pañuelo de seda, tal y como le habían aleccionado. En uno de sus bolsillos guardaba, incluso, una cajita de rapé.

En realidad, lo más impactante de la cadavérica imagen de Pascal era la propia palidez de su piel, un tono enfermizo que acentuaba sus ojeras. El sobrecogedor impacto de la experiencia que acababa de vivir había estampado así su firma, y mantenía al chico completamente absorto, casi traumatizado. Incapaz de articular palabra, había descendido los peldaños que lo separaban del escenario de la fiesta con los movimientos torpes de un autómata, procurando asimilar lo que acababa de vivir, sin mucho éxito.

De todos modos, aquellos antiguos ropajes que vestía constituían una prueba palpable de que los últimos acontecimientos, a pesar de su exotismo, no habían formado parte de una simple pesadilla.

Increíble, una vez más.

Pascal necesitaba estar solo, reflexionar, acariciar cada elemento de su realidad —más transitoria de lo que habría jurado horas antes— para convencerse de que volvía a pertenecer a su mundo. Pero antes tendría que superar aquella prueba: la fiesta. Nadie debía sospechar nada, ni siquiera sus amigos. Compartir lo que acababa de sucederle resultaba demasiado prematuro. Intentó esbozar una sonrisa tímida, que encajaba bien con su titubeante personalidad.

Un tenue brote de satisfacción lo alcanzó cuando descubrió en el bosque de cabezas vueltas hacia él el bello rostro de Michelle, mirándolo radiante. Saltaba a la vista que estaba orgullosa. A su lado, Dominique aplaudía sin parar, gritando: «¡Ese es mi chico!». Cuánto había esperado este minuto de gloria. Aunque nunca imaginó que el detonante sería tan... tenebroso.

Aquella
era su noche
. Por primera vez en el mundo de los vivos, ocupaba el centro indiscutible, la fiesta giraba ahora a su alrededor. Y Michelle lo había visto todo.

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