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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (6 page)

CAPITULO V

ANTES de que fueran a buscar a Pascal, se les acercó una chica vestida de suicida, con camisón y una gruesa cuerda al cuello simulando un nudo corredizo. Sus labios gruesos, pintados de negro, resaltaron la blancura de sus dientes al sonreír.

—Hola, Michelle.

—Hola, Melanie. ¿Qué tal vas?

—Genial, esta fiesta es una pasada. ¿Has visto el disfraz de Rene?

Dominique no tardó en exigir la atención de aquella primera presa de pelo revuelto, cuya figura rolliza se adivinaba bajo las transparencias de su disfraz:

—Michelle, ¿no me vas a presentar?

La aludida movió la cabeza hacia los lados, con gesto de hastío.

—Lo iba a hacer ahora mismo, no te pongas nervioso. Melanie, te presento a Dominique, uno de los dos amigos con los que he venido.


Enchanté
, Melanie —dijo él ceremonioso.

Se dieron dos besos.

—La silla mola —señaló la suicida—. No nos conocíamos, ¿verdad?

—No, pero eso se puede arreglar —Dominique, aguantando la carcajada, evitó decirle que aquel engendro con ruedas no formaba parte del disfraz—. Tenemos toda la noche.

—Dominique no es de los nuestros —se apresuró a aclarar Michelle para esquivar nuevos malentendidos—, por eso no te suena, Melanie. No le motiva mucho lo siniestro, aunque las fiestas le encantan. Por eso ha venido.

—Bueno, estoy dispuesto a dejarme convencer —se defendió el chico—. A lo mejor descubro aquí lo que me estoy perdiendo, y me hago gótico como vosotras.

—Ya te vale.

—¿Y te está gustando la fiesta, Dominique? —le preguntó Melanie, divertida.

—Sí, sí. Os lo sabéis montar bien. Aunque a mí no me atrae para nada la muerte, ¿eh? Donde estén las chicas vivas...

Melanie se echó a reír.

—Peor para ti, las muertas no pueden dar calabazas, ninguna se te resistiría. Y con nosotras lo vas a tener crudo, buscamos algo más que un macho en celo.

—Así le va —completó Michelle apoyándola—. Que no triunfa nada con las vivas. El último beso se lo dieron el año pasado, y fue su madre.

—¡Vale, vale! —reaccionó Dominique abriendo los brazos en ademán defensivo—. Michelle ya es demasiado para mí, así que no voy a luchar contra las dos juntas. Me rindo.

Melanie, sonriendo, le dio un suave cachete en la mejilla.

—Relájate un poco, que queda mucha noche —le advirtió—. Luego nos vemos, ¿vale?

Michelle y Dominique asintieron.

—Dominique, por favor, intenta parecer normal —susurró Michelle a su amigo cuando se quedaron solos.

—Si hago eso aquí, entonces sí voy a llamar la atención.

Los dos se acercaron hasta la cocina, donde Jules preparaba bebidas con dos amigos.

—Jules, Pascal todavía no ha vuelto. ¿Dónde lo has llevado?

—Lo tenéis en el desván. Subid por las escaleras hasta el último piso, y a la derecha. Daos prisa, empezamos la competición en unos minutos. Tomad, para que votéis.

Les entregó unos papeles donde figuraban los nombres de los invitados con un número asignado y una casilla en blanco, para que cada uno escribiera una nota de uno a diez. Nadie podía votarse a sí mismo.

Como el ascensor no subía hasta el último piso, Dominique prefirió esperar al pie de las escaleras, así que Michelle se dio prisa en llegar hasta las buhardillas. Al entrar en ellas, sin embargo, no vio a su amigo. La lámpara colgada del techo, que desparramaba su luz tenue por los mil rincones de aquella estancia llena de bultos, se balanceaba con la suavidad de un péndulo; la inercia de un movimiento reciente. Algo más allá, un monumental baúl de las dimensiones de una tumba permanecía cerrado. A su alrededor, tiradas por el suelo, distinguió varias prendas, por lo que se acercó.

—Sí, aquí ha estado Pascal buscando un disfraz. Vaya —Michelle se fijaba en la parte superior del arcón, mientras pensaba en voz alta—. Ha pillado con la tapa algunas ropas.

En efecto, diminutos fragmentos de tela asomaban bajo la cubierta del baúl. Ella levantó como pudo aquella maciza pieza de madera, dejando al descubierto su contenido: un montón de prendas mezcladas en un amasijo intimidante. Después, Michelle se apartó de aquel viejo mueble tras volver a cerrarlo y echó una ojeada rápida por el resto de desván.

«Pues aquí no está Pascal», se dijo. «¿Cómo es que no lo hemos visto, entonces?»

Buscó un poco más por aquel piso, sin resultados. Bajó las escaleras y se reunió con su amigo, que aguardaba en el descansillo haciendo giros con su silla de ruedas. Este se extrañó al verla llegar sola.

—Qué pasa. ¿No ha habido suerte? ¿Insiste en no bajar?

Ella negó con la cabeza:

—Pascal no está arriba. No tengo ni idea de dónde se ha metido.

—Es lo que tiene Halloween, ¿no? —Dominique también estaba asombrado—. Todo son misterios —se quedó pensativo mientras comprobaba otra vez la pantalla de su móvil—. Lo único que se me ocurre es que esté en el baño.

Michelle aceptó esa posibilidad, y ambos se dirigieron hacia allí.

* * *

Los ojos amarillos se apagaron, aunque Pascal tardó en moverse por si se tratara de una trampa de aquel extraño ser agazapado en la oscuridad. Cuando se aseguró de que no era así, prosiguió su avance con cautela. No quería más sorpresas.

Pronto comprobó que aquel pasadizo se interrumpía de forma brusca, ya que se dio de bruces contra una superficie lisa que bloqueaba por completo el camino. Tanteando, dedujo que era una curiosa puerta redonda, hecha de un material tibio sobre el que se habían grabado diferentes símbolos, entre los que reconoció una media luna.

No había picaporte ni cerradura, y empujando tampoco cedía. Sus dedos localizaron dos hendiduras del tamaño de una palma, así que Pascal se apresuró a ocuparlas con sus manos. En el instante en que las dos coincidieron en aquellas posiciones, un chasquido suave llegó hasta él y la puerta comenzó a desvanecerse en silencio. Pronto quedó ante sus incrédulos ojos un paisaje que le resultó irreal, como todo lo que estaba viviendo. Pascal no respiró, víctima del asombro más absoluto.

Era tan diferente a todo lo que el chico había visto hasta entonces que le costó abandonar el túnel, con el mismo temor de un cachorro que se niega a salir de su madriguera ante un horizonte desconocido.

Delante de Pascal, un sendero que brillaba con la luz metálica de las noches de luna llena se extendía hasta perderse en la lejanía, describiendo meandros como si esquivara invisibles obstáculos, al modo de una larguísima serpiente iluminada. Todo lo demás, el cielo y la tierra, se confundían engullidos por la negrura más impenetrable, lo que provocaba el efecto de que aquel camino pálido se mantenía flotando. Era imposible calcular distancias, vislumbrar dimensiones. En otros puntos más distantes parpadeaban otros caminos, ofreciendo un conjunto de luz tenue que recordaba una telaraña de cristal.

Pascal ni siquiera percibía el leve guiño de las estrellas. Entonces, ¿qué iluminaba el sendero? ¿De dónde procedía su luz?

Pero lo más increíble no era aquella insospechada perspectiva, sino el hecho de que toda la escena era tan estática como un póster. Sin saber cómo explicarlo, Pascal tuvo la impresión de que se encontraba ante una fotografía. Incluso necesitó extender un brazo para confirmar que no se trataba de una imagen detenida en un soporte de papel. Y es que allí no había movimiento ni ruido alguno. Se asomó para comprobar sus propias intuiciones: en efecto, en aquella atmósfera paralizada no soplaba la más tenue brisa. Ningún ser vivo. Solo la inmaculada superficie del sendero y la oscuridad latiendo con la densidad del mercurio. Aquella quietud ancestral transmitía cierto sabor a eternidad, y el silencio resonaba con un eco remoto, infinito.

¿Dónde lo habían llevado? Pascal tuvo una revelación: no es que estuviera lejos, es que no estaba en su mundo. Fue honesto consigo mismo, aun a riesgo de que el pánico lo dominara: lo que veían sus atónitos ojos no le parecía exótico, sino inexistente. Se le quedó la boca seca; aquello no existía, no podía existir. Se pellizcó una vez más y una vez más recibió la respuesta de un dolor que nunca había sido tan temible, por lo que representaba: le privaba de la fácil huida de un simple sueño.

Al fin, se decidió y salió al aire libre, donde pudo erguirse por completo y respirar llenando los pulmones al máximo. Sus aspavientos fracasaron en su intento de romper la excesiva serenidad del lugar.

Pascal buscó en su aturdida cabeza un adjetivo capaz de abarcar lo que contemplaba. Lo encontró, pero tal hallazgo recreó en su memoria la profecía de la Vieja Daphne: aquello a lo que sus ojos se enfrentaban era un paisaje... muerto.

Aunque no tanto. Acababa de oír un ruido que procedía de la oscuridad.

* * *

—Pues tampoco está —Dominique se mostraba perplejo—. Solo queda una posibilidad.

—Sí —Michelle coincidía con su amigo en sus reflexiones—. Ha tenido que salir de la casa. Pero ¿por qué? ¿Tanta vergüenza le da que lo vean disfrazado mis amigos góticos?

—Lo dudo. Tiene que haber otra razón; lo que me extraña es que se haya ido sin decirnos nada. No es propio de él.

Michelle abrió su bolso y extrajo su móvil.

—Voy a llamarlo —dijo—, a ver si hay suerte y nos enteramos de algo.

Mientras tanto, Jules anunciaba a gritos que en el salón principal iba a comenzar el desfile de disfraces.

—Nada, me sale fuera de cobertura —la voz de Michelle abandonaba el tono de extrañeza para adoptar el de preocupación—. Esto es muy raro.

—¿Casual, o intencionado? —se preguntó Dominique en voz alta.

—¿Cómo va a apagar él su propio móvil? —le contestó Michelle—. Seguro que está en algún sitio con mala cobertura, o...

—Michelle, de esta casa ha tenido que irse porque le ha dado la gana, y no nos ha dicho nada. ¡Casi nos ha tenido que esquivar para que no lo viéramos salir! Así que a mí me cuadra que pueda haber apagado su móvil para no estar localizable. Por eso no me creo que le haya ocurrido algo malo. Lo que no entiendo es por qué actúa así.

—No será... —ella empezó a sentirse culpable— porque todavía no le he dado una respuesta sobre lo nuestro, ¿verdad?

Dominique rechazó al momento tal posibilidad.

—No, qué va. Recuerda que ya habíamos acordado una estrategia para presionarte esta noche.

La chica consultó su reloj.

—Le doy diez minutos más. Si para entonces no ha aparecido...

—Me gustaría levantarme de la silla para aprovechar su ausencia y bailar contigo, ¿sabes? —lanzó Dominique con gesto pícaro.

Michelle respondió al cumplido con una sonrisa algo forzada debido a su inquietud.

—Cómo eres, tío —le acarició el pelo con cariño—. En cuanto aparezca Pascal, nos echamos unos bailes, de acuerdo.

Sí. A Dominique le habría gustado bailar con ella.

* * *

El sonido no se repetía, así que Pascal acabó por pensar que había sido fruto de su imaginación. Aunque tal conclusión no le bastó para recuperar la tranquilidad, al menos consiguió reanudar su inspección del paisaje.

El sendero blanquecino, de unos tres metros de ancho, se iniciaba al pie mismo de la salida del pasadizo y se perdía en la distancia. Pascal dio un pequeño salto y aterrizó sobre su superficie perfecta, que se mantuvo inalterable. No se atrevió a materializar más movimientos, envuelto en su propio miedo a lo desconocido, a lo extraño. Sentía la garganta seca. Al girar sobre sí mismo, le pareció que flotaba en medio del universo; un universo, eso sí, sin planetas, satélites ni estrellas. Sin límites. Negrura por todos lados excepto bajo sus pies. Un puente infinito sobre la nada.

Tras él, la puerta redonda volvía a tomar cuerpo bloqueando el acceso al túnel. Pascal, logrando la determinación suficiente, se fue aproximando a uno de los extremos laterales del camino, y se asomó al borde. Había que tantear la zona antes de proseguir. Dentro de aquella oscuridad, empezó a distinguir siluetas de árboles secos y distintos relieves de aspecto volcánico; comprobaba aliviado que también había mundo más allá de la luz, salvo en algunas parcelas donde la negrura continuaba siendo impenetrable, sólida. Dio unos pasos fuera del camino para ver mejor aquel panorama desértico: grietas, arbustos secos, grandes troncos provistos de retorcidas ramas desnudas y siluetas de dunas pedregosas.

El silencio se rompió a los pocos segundos con un sonido que él identificó como un correteo furtivo, muy similar al que había oído desde el túnel. Recordó los ojos amarillos que lo habían espiado dentro del pasadizo y se volvió con rapidez hacia donde parecía provenir el ruido, pero no detectó ningún movimiento. Al menos, se dijo, no estaba solo en aquel paraje casi lunar.

Pascal reparó sorprendido en que ahora el sendero iluminado se encontraba bastante más lejos que antes. Y eso que él apenas se había movido desde que percibiera el ruido. La oscuridad lo iba envolviendo de forma sutil, se desplazaba. Lo más peligroso de aquel tipo de amenazas es que, cuando uno se percata de lo que está ocurriendo, del riesgo, ya es tarde para reaccionar. Algunos animales también cazan así, tendiendo emboscadas a sus inocentes víctimas hasta que no hay posibilidad de escape, que es cuando se dejan ver. Pascal se sintió como una presa, moviéndose con imprudencia suicida por tierras misteriosas. Nuevas pisadas se dejaron oír, más próximas, más aceleradas. El chico tragó saliva, sin lograr distinguir qué o quién provocaba aquellos sonidos. Comenzó a caminar con nerviosas zancadas hacia la luz, sin saber tampoco si lo que allí merodeaba respetaría el límite del sendero.

A las pisadas se unió entonces el susurro entrecortado de una respiración ansiosa, lo que sirvió a Pascal para confirmar que corría algún tipo de peligro. No estaba dispuesto a esperar para ver qué clase de criaturas vivía en aquella noche perenne, así que se lanzó en una loca carrera hacia la zona pálida que, por alguna misteriosa razón, la insondable oscuridad no mancillaba.

Aquello que lo perseguía ya no se molestaba en ocultarse, avanzaba a toda velocidad hacia él con ansia voraz. Pascal se negó a volverse, no solo porque cualquier tropiezo sería fatal, sino también porque temía que el espanto lo dejase paralizado, a merced del ser que le estaba dando caza.

La luz estaba cerca. Los ruidos a su espalda se multiplicaban, provenían de diferentes rincones en sombras. Le acechaba una manada de criaturas de la noche. Carne fresca.

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