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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (14 page)

Tomó el pañuelo de lino blanco de Eric y trazó con el pulgar las iniciales bordadas. ¿Quién utilizaba pañuelos de tela en estos tiempos?, se preguntó. Desde que lo había conocido, todo se había precipitado. Eric era un enigma que le provocaba una vertiginosa mezcla de emociones contradictorias y mirando atrás se daba cuenta de que jamás habría podido prever el desarrollo de los acontecimientos.

Notó una ondulación en la energía y al girarse vio a Enstel brillando con intensidad deslumbrante. Se levantó yendo a su encuentro y, cuando el espíritu abrió los brazos para recibirla, se fundió en su cálido resplandor dorado. El espíritu acarició sus cabellos y la besó en la coronilla.

Mi pequeña
.

Enterrando el rostro en su sólido pecho, Acacia se preguntó si alguna vez le estaría permitido volver a sentirse como una joven despreocupada.

Había sido un verano fabuloso, pensó tratando de mantener los recuerdos felices anclados en su mente. Una vez concluido el trabajo de campo en el norte de España viajó a Niza, donde sus padres, Millie y su familia la esperaban. Tras meses de trabajo constante, poder relajarse sin hacer nada, tumbarse en la playa leyendo novelas y revistas de moda, comer helados, nadar, cotillear y salir con Millie como dos adolescentes normales fue una experiencia próxima al paraíso. La última semana, Robbie y Mike las sorprendieron con una inesperada visita y disfrutaron charlando en la playa, saliendo a bailar y explorando juntos la riviera francesa.

En esa atmósfera tan luminosa, los sueños inquietantes desaparecieron y le fue posible dejar temporalmente en suspenso el desasosiego que le producía pensar en Eric y lo que podía ocurrir cuando regresara a Oxford.

Consciente de su estado mental, Enstel intensificó todavía más su vibración, reconfortándola y aliviando su tensión. Se inclinó para besarla y le transmitió una oleada de energía. Acacia cerró los ojos, saboreando la sensualidad de la experiencia.

Enstel, ¿está mal lo que hacemos?

¿
Qué es lo que hacemos
?

El sexo. Tú y yo, y con otras personas
.

¿
Por qué habría de estar mal
?

No lo sé
.

¿
Qué te dice tu corazón
?

Acacia alzó la cabeza y lo contempló un instante, envuelta en el cálido brillo de su amor.

Te quiero tanto, tanto que no puedo condenar lo que compartimos, pero es diferente con otras personas. Ellas ni siquiera son conscientes de que estás ahí. No les pedimos permiso para utilizar sus cuerpos
.

Enstel la besó en la frente y le acarició la mejilla, como si pudiera así borrar sus dudas y temores.

¿No te has dado cuenta de que solo me introduzco en algunos de tus amantes? Únicamente en aquellos que son susceptibles, que acceden de modo subconsciente. Jamás hemos forzado ni perjudicado a nadie. Al contrario. Solo estar cerca de nosotros eleva la vibración de su energía
.

La joven consideró sus palabras y lo besó con ímpetu al tiempo que lo empujaba hacia la cama. Sabía que su mundo estaba cambiando para siempre y que no había modo de dar marcha atrás, pero quizás esa tarde, perdida entre los brazos de Enstel, pudiera pretender que todo continuaba igual.

16

Acacia llegó a St. Swithuns pasadas las dos de la madrugada y aterida hasta la médula. Había empezado el día con un par de clases bastante intensas sobre ética y la relevancia del pasado en el presente. Después de nadar un rato, fue de rebajas con Jenna, comieron en una cafetería y se encerró en la biblioteca hasta que se hizo hora de marcharse al ensayo del coro. Tras el éxito del concierto de Navidad el director estaba dispuesto a hacerlos trabajar más que nunca.

Al terminar el ensayo se había dejado convencer para ir a tomar algo a un pub y habían acabado bailando en Filth, donde lo pasó en grande hasta que Jonas lo arruinó todo montándole una escena de celos. Había tenido que romper definitivamente con él y acabar una relación siempre le causaba cierto pesar.

Como alumna de segundo año, Acacia tenía acceso al alojamiento dentro del encanto medieval de Magdalen, una serie de hermosos edificios con habitaciones bastante espaciosas. Le encantaba vivir en St. Swithuns, extravagante producto del renacimiento gótico de la era victoriana, muy cómodo y con una atmósfera de lo más sociable.

Justo antes de abrir la puerta de su habitación, Acacia sintió el cálido abrazo de Enstel, quien depositó un beso en su mejilla al tiempo que adquiría una apariencia sólida. Acacia se giró hacia él con una sonrisa.

¿Dónde has estado todo el día? Es impropio de ti perderte un ensayo. Haendel, nada menos
.

Al encender la luz se encontró con una escena inesperada. Eric estaba tendido sobre la cama, con el brazo extendido sobre un libro abierto, tan profundamente dormido que la luz no lo había perturbado.

Sabías que estaba aquí, ¿verdad?

Enstel le sonrió en silencio.

Acacia se desprendió del gorro, los guantes, la bufanda y el abrigo sin apartar la mirada de Eric. Se acercó a la cama y lo contempló con curiosidad. Dormido, sus rasgos se suavizaban y parecía más joven y vulnerable. Debía haber caído inconsciente de puro agotamiento, pensó sintiéndose invadida por una repentina oleada de ternura y un extraño sentimiento de reconocimiento. Entonces notó que su brazo se levantaba como si tuviera vida propia, los dedos extendiéndose anhelantes en su dirección. Le sorprendió la intensidad del deseo, tan diferente a todo lo que hubiera experimentado con anterioridad. Resistió el poderoso impulso de acariciar la pálida piel de su rostro y retiró la mano con un suspiro. Por mucho que lo intentara, no lograba entender la misteriosa fuerza que le atraía hacia él.

—Ni siquiera voy a preguntarte cómo te has colado aquí —murmuró mientras se dirigía al cuarto de baño sin hacer ruido. Quizás una ducha le ayudaría a disipar la mezcla de confusas emociones con las que tan poco familiarizada estaba.

Al salir comprobó que Eric se había despertado y la aguardaba sentado junto al escritorio con la ropa arrugada y los rizos castaños completamente revueltos. Parecía exhausto.

—No te esperaba esta noche —dijo Acacia avanzando hacia él envuelta en una toalla.

Al verla, Eric se levantó con rapidez y se colocó detrás de la silla.

—Perdona que me quedara dormido. No era mi intención. No he podido localizarte con el móvil.

—Tenía ensayo —replicó la joven con sequedad.

Le costaba ocultar el malestar que le producía que Eric evitara su proximidad de un modo tan abierto. Que un chico la rehuyera, sobre todo uno hacia el que albergaba el más mínimo interés, era una situación completamente nueva para ella.

—No importa —respondió Eric frotándose la cara—. Solo quería decirte que mi madre va a venir la semana que viene. Tiene asuntos que discutir con el rector y creo que es una buena oportunidad para que os conozcáis.

Acacia asintió con gravedad. Había sido una ocasión largamente esperada y era consciente de su importancia.

—Gracias.

—Y ahora será mejor que me marche —dijo Eric girándose con rigidez en dirección a la puerta—. Buenas noches, Enstel.

Le costó conciliar el sueño y se despertó a menudo a lo largo de la noche. Finalmente, desistió y permaneció tumbada mirando al techo. Se esforzaba por llevar una vida lo más normal posible, pero las cosas se estaban volviendo cada vez más extrañas, sobre todo a raíz de conocer a Eric.

Aunque apenas tres años mayor que ella, la diferencia entre ellos era abismal. Al contrario que Acacia, no parecía tener amigos ni una vida social digna de ese nombre y, a pesar de su juventud, era uno de los investigadores estrella del departamento. Cuando le interrogó directamente, Eric mencionó con vaguedad un doctorado sobre un tema oscuro que no parecía dispuesto a discutir. Se había licenciado con honores en Historia Medieval y en Antropología y Acacia había averiguado que había recibido el premio Arnold a la mejor tesis en Historia y el premio Meyerstein al mejor estudiante del año en Arqueología.

Eric desaparecía durante días sin decir nada para reaparecer sin previo aviso y las preocupaciones propias de su edad parecían serle totalmente ajenas, inmerso en una serie de actividades de naturaleza imprecisa. Solía tener un aire circunspecto y, aunque no era raro que sonriera, nunca lo había escuchado reír. A veces, cuando observaba sus insondables ojos azules tenía la impresión de que acarreaba el peso del mundo y todos sus oscuros secretos.

Y mientras Acacia le había contado ya todo lo que sabía sobre su madre y el modo en que Enstel había cuidado de ella desde que era un bebé, en los casi tres meses que habían transcurrido desde que se presentara oficialmente, ella apenas había logrado conocer algunos retazos de su vida.

Cuando Enstel regresó, estaba ya amaneciendo. Se tendió a su lado y, sin decir ni una palabra, la besó en los labios y exhaló una ráfaga de energía vital en su interior. Junto al placer, Acacia percibió la imagen de Eric regresando con paso tambaleante a su habitación, donde se desplomó en la cama todavía vestido. A su lado había una pila de libros de aspecto muy antiguo, una serie de mapas y multitud de papeles con lo que parecían árboles genealógicos e inscripciones extrañas. Percibió una sensación de profunda preocupación y confusión antes de que el muro volviera a levantarse. La visión de Eric fue sustituida por algunas impresiones difusas de aquellos de los que Enstel se acababa de alimentar. Acacia suspiró tratando de contener su frustración.

Gracias, mi amor
.

Envió su campo energético hacia Enstel, concentrándose en el placer que le producía que bebiera de ella. Enstel absorbió con cuidado una parte de su esencia, despacio, controlado, sin ceder a la tentación de tomar todo lo que le ofrecía. Acacia permaneció con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación. Después de tantos años, el intercambio parecía crecer y crecer en intensidad.

Te ha permitido que lo siguieras y me mostraras esto
.


.

Acacia abrió los ojos y estudió su rostro.

Pero nos oculta algo, ¿verdad?

Enstel asintió. Acacia se acercó más a él, acariciándole la mejilla con la punta de los dedos, admirando la belleza de su resplandor dorado.

Me desconcierta tanto. Parte de mí no puede evitar confiar en él. La otra parte no sabe qué pensar
.

Sospecho que Eric también alberga sentimientos contradictorios
.

A veces creo que le intrigamos y repelemos en igual medida. Enstel… ¿crees que es gay?

Enstel se rió con suavidad y la besó en la frente.

No ha vuelto a tocarme desde el día en que se presentó y jamás he visto a nadie mantener las distancias con semejante tenacidad. O quizás sea asexual. El otro día intenté leer su mente y me lanzó una mirada capaz de helarle la sangre a cualquiera
.

Enstel deslizó las manos por su cintura, distrayéndola de sus pensamientos. Elevó su frecuencia, de modo que su energía pudiera introducirse en ella, juguetona y provocadora, arrancándole suspiros de placer. Acacia lo hizo rodar sobre su espalda y se sentó sobre él.

—La culpa es suya —sentenció besando su pecho dorado—. Si fuera completamente franco no me vería obligada a intentar sondearlo.

Poco después de conocerse, Acacia le había pedido a Eric que le describiera a Enstel. Quería saber si los dos lo veían del mismo modo.

—A veces solo es un destello o un resplandor brumoso. Otras tiene la apariencia de un chico joven, con el pelo oscuro, largo hasta los hombros. Tiene los ojos oscuros, la piel pálida y suele vestir una camisa blanca de mangas amplias y pantalones ajustados de cuero negro.

Acacia asintió.

—He leído sobre este tipo de espíritus —continuó Eric— y escuchado algunos cuentos y leyendas, la mayoría poco creíbles. Es la primera vez que tengo la oportunidad de contemplar uno con mis propios ojos. No pensé que fuera tan increíblemente hermoso.

—Cuesta apartar la mirada de él, ¿verdad? —dijo Acacia girándose en su dirección. Sentado en la repisa de la ventana a pocos metros de distancia, Enstel le devolvió la sonrisa y vibró todavía con mayor magnificencia, obviamente disfrutando de la atención.

—¿Es así como quieres que se presente para ti? —preguntó Eric como si no hubiera podido refrenarse.

Acacia lo miró sin entender.

—Pensé que quizás era el modo en que lo preferías —continuó Eric intentando ocultar su turbación—. Sabes que puedes ordenarle que adquiera cualquier apariencia, ¿verdad?

—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Acacia con sorpresa—. Enstel es libre. Puede hacer lo que quiera.

—En realidad, no.

Eric la estudió con los ojos entrecerrados.

—Voy a hablar con mi madre —resolvió—. Mientras tanto, quisiera mostrarte algunos libros.

—¿Crees que podrá ver a Enstel?

—Desde luego.

—¿Cómo es posible? La mayoría de la gente no sospecha siquiera cuando está a su alrededor.

—Oh, ¿no te lo he dicho? Todos nosotros pertenecemos a una línea muy poderosa de brujas y hechiceros.

Eric se alojaba en New Building, situado a unos escasos ciento cincuenta metros de St. Swithuns y uno de los inmuebles más codiciados por los estudiantes de Magdalen. A pesar de su nombre, era un edificio clásico del siglo
XVIII
. Con las paredes forradas de paneles de madera y unas vistas magníficas al parque de ciervos, Eric tenía una sala de estar separada del dormitorio y allí le había mostrado a Acacia algunos libros justo antes de las vacaciones navideñas. El joven le había advertido que la literatura sobre brujería era vasta, aunque mucha de ella pecaba de sensacionalista, estaba obsoleta o resultaba escasamente fidedigna.

—¿Por qué Enstel no habla conmigo? —preguntó Eric inesperadamente.

Acacia levantó la cabeza del tomo que sostenía entre las manos, sorprendida, y se dio cuenta de que le había dado vueltas a la cuestión durante bastante tiempo. Aunque Enstel había estado presente en todos sus encuentros, nunca le había dirigido la palabra. No había respondido a los intentos por parte de Eric de comunicarse con él, limitándose en el mejor de los casos a devolverle la mirada, digno y hierático como una estatua. En realidad, esta era la primera vez que se encontraba a solas con Eric.

—No confía en ti —respondió Acacia después de un momento.

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