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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (5 page)

No te muevas
.

Acacia parpadeó confusa, tratando de enfocar la vista, luces centelleantes bailando delante de sus ojos.

Me duele mucho
.

Lo sé, mi amor, lo sé
.

Enstel observó el hilillo de sangre que escapaba de su oído.

Acacia, cariño, voy a introducirme en tu cuerpo para comprobar cuáles son los daños internos. Parece que te has golpeado la cabeza con una roca
.

¿
Me he roto el cuello
?

No te preocupes, todo irá bien. No trates de moverte
.

Acacia cerró los ojos y muy pronto percibió la esencia de Enstel moviéndose con suavidad en su interior. Poco a poco, la presión en su cabeza fue aliviándose y se encontró mucho mejor. La sensación de náusea también fue desapareciendo.

Al abrir los ojos de nuevo vio a Enstel tendido a su lado sonriéndole con ternura, su resplandor tenue, vibrando con lentitud. Se inclinó sobre su rostro y la besó en los labios.

Abre la boca
.

Acacia siguió sus instrucciones y, mientras Enstel exhalaba, notó una potente corriente de energía introduciéndose en su interior. Se sintió embargada por una miríada de imágenes y sonidos que no supo cómo interpretar, rostros no familiares, sentimientos ajenos. Y entonces vio un destello, la imagen de Enstel en un suntuoso dormitorio, donde una mujer de brillantes cabellos oscuros y ojos delineados lo miraba con severidad.

Trae a Trueno, ¿quieres?

Acacia abrió los ojos, alertada por la debilidad de su tono.

—¡Enstel, me has dado toda tu energía! —exclamó. Apenas podía apreciar su resplandor.

Se levantó de un salto y buscó a Trueno con la mirada. Corrió hacia él y lo condujo hasta Enstel.

No le causaré ningún daño, nada permanente
.

Cuando Trueno comenzó a agitarse, Enstel se retiró. Apenas había empezado a recobrar su vibración.

—No es suficiente —dijo Acacia con desesperación—. Tendrás que absorber parte de mi energía.

No
.

—Me has dado demasiada y ahora te estás muriendo, ¡puedo sentirlo!

Soy inmortal, Acacia, no puedo morir
.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Introducirte en el roble y sobrevivir apenas con la esperanza de que un rebaño de ovejas venga a pastar cerca?

Enstel no respondió.

—Toma un poco de mi esencia, lo suficiente para poder ir a Tavistock y alimentarte allí.

Cuando estoy tan débil no siempre puedo parar
.

Acacia consideró las implicaciones.

—Me arriesgaré. Es nuestra única opción y lo sabes.

Enstel permaneció unos momentos en silencio y después asintió. Acacia notó entonces que parte de su esencia vital abandonaba su cuerpo. Era una sensación muy agradable, nueva y al mismo tiempo natural.

¡
Ya es suficiente
!

Toma un poco más. En tu estado no conseguirás llegar al pueblo
.

Esa noche Acacia se acostó temprano, agotada y echando de menos la presencia de Enstel. Se despertó de madrugada, acurrucada entre sus brazos, y lo estudió, su vibración sólida, rápida y poderosa. Sin decir nada, Enstel la besó en los labios y exhaló en su interior. Nuevas imágenes, sonidos y sensaciones la asaltaron.

Se separó con una exclamación.

Enstel dejó que se recuperara y entonces la besó en la nariz y sonrió.

—Ahora tus ojos brillan de nuevo —murmuró complacido.

—Gracias por cuidar de mí. Esta mañana me has salvado la vida.

—Y tú la mía.

—Te he visto, ¿sabes? Parecías estar en el antiguo Egipto y tenías una mirada triste, desesperada.

Enstel no respondió, pero una sombra cruzó sus ojos.

—¿Has sido alguna vez humano? —continuó Acacia.

—No lo sé. No es mucho lo que recuerdo de mis existencias anteriores. Quizás sea mejor así.

Durante su estancia en el hospital, Acacia había recibido la visita de una psicóloga. Aunque observó la bondad de sus ojos, también supo que si contestara con honestidad a sus preguntas, por muy bienintencionadas que fueran, acabaría drogada hasta las cejas y encerrada de por vida en una institución psiquiátrica.

Vacía e insensible, sentía como si una parte de su alma le hubiera sido arrancada de cuajo. Cuando veía su reflejo en el espejo, no se reconocía y al mirar a sus padres no podía evitar preguntarse cuál había sido la influencia de Enstel en ellos. La confianza y el sentimiento de seguridad que la habían arropado toda su vida había explotado en mil añicos, dejando atrás heridas sangrantes, dudas y recelo.

Veía el sufrimiento de su familia, pero no podía fingir que todo estaba bien, que nada había cambiado. No podía perdonarles que la hubieran mantenido en la ignorancia sobre su adopción.

La vida continuó, Acacia moviéndose como una cáscara vacía, perdido todo el interés en las cosas que antes le habían parecido tan importantes. Las clases concluyeron la segunda semana de julio. James se fue a Estados Unidos, donde vivían sus padres y su hermana pequeña, no exactamente entusiasmado ante la idea de pasar tres semanas en un campamento de verano cerca de Santa Mónica a la espera de que sus progenitores pudieran hacerle un hueco en su agenda. Como cada año, Millie la invitó a ir con su familia al sur de Francia y después habría de viajar a Florencia a hacer un curso de historia del arte. Aunque Acacia no sentía la menor ilusión por estos planes, ideados meses atrás, pensó que era la oportunidad perfecta para alejarse del ambiente claustrofóbico de la granja.

Enstel siempre le había proporcionado continuos motivos de diversión y entretenimiento. Desde niña, Acacia había disfrutado escuchando los giros anticuados de su lenguaje, sorprendida tanto por lo que sabía como por lo que ignoraba. Llevado por una curiosidad y un entusiasmo infantiles, Enstel la acompañaba a clase y absorbía las explicaciones de los profesores sobre la rotación de los planetas, la polinización de las flores o el funcionamiento del cuerpo humano. Cuando sus padres o Andy le contaban historias antes de dormir, ahí estaba Enstel sin perderse una palabra. Leía los libros de Acacia por encima de su hombro y le fascinaban la radio, la televisión, el cine y todos los artefactos electrónicos. Disfrutaba especialmente con los viajes escolares y las visitas a museos de todo tipo. Y la fascinación que la música y la pintura ejercían sobre él era casi cómica. Acacia podía ver claramente cómo se expandía la vibración pulsátil de su energía cuando escuchaba o veía algo que le gustaba.

—Has debido pasar mucho tiempo en el limbo —bromeó una vez al verlo extasiado frente a una puesta de sol.

Se percató de la oscilación que sus palabras causaban en su energía, la aflicción que reflejaba. Había aprendido muy pronto a interpretar las variaciones en su vibración, aunque a veces se le escapaba su significado.

Acacia terminó de hacer las maletas y no pudo evitar pensar que era la primera vez que viajaba sin Enstel.

No había vuelto a percibir su presencia desde el día en que se hizo los cortes en el brazo.

6

Si en Inglaterra se había sentido como anestesiada, durante su estancia en Francia empezó a despertar y el dolor era indescriptible. Cada noche se dormía sobre una almohada empapada mientras trataba de que Millie, plácidamente inconsciente en la cama contigua, no se enterara de nada.

Sabía que los padres de Millie la observaban con disimulo buscando señales de autoabuso, pero Acacia podía fingir con habilidad delante de otras personas. Descubrió que el alcohol atenuaba el dolor y que le resultaba mucho más fácil conciliar el sueño si bebía un poco antes de acostarse.

La familia de Millie, más religiosa que la suya, iba a misa todos los domingos incluso de vacaciones en un país extranjero. Hacía semanas que Acacia había dejado el coro y se había negado a acompañar a Bill y a Lillian a los servicios religiosos, pero sabía que los padres de Millie se lo tomarían como una afrenta y no quería pagar su hospitalidad siendo grosera.

No contaba con que, justo antes de entrar en la iglesia, le iban a asaltar todo tipo de miedos y dudas. Por irracional que pareciera, le aterrorizaba no poder acceder al interior o que alguien la reconociera y señalara como un ser demoniaco. La imagen de un fiero macho cabrío cruzó su mente, provocándole un estremecimiento, y recordó a la misteriosa mujer de cabellos rojos, su madre, y las oscuras artes a las que había recurrido para poner a salvo el fruto de su pecado. Atravesó el pórtico agarrada del brazo de Millie, conteniendo la respiración, casi esperando que un rayo de furia divina la calcinara y, una vez en el fresco interior, apenas se atrevió a relajarse. Había estado en esa iglesia multitud de veces y siempre había admirado sus muros de piedra desnuda y enormes vidrieras. Nada había cambiado allí excepto ella.

Cuando vio la familiar imagen de Cristo en la cruz, recordó sus palabras,
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
, y las sintió clavarse profundas en su pecho. Se dio cuenta entonces de que era una sensación de terrible abandono la que se había adueñado de ella unas semanas atrás cuando todo aquello sobre lo que había construido su identidad se había desmoronado a su alrededor.

Perdida, sola y vulnerable, ¿qué podía hacer sino construirse una nueva personalidad más acorde con sus recientes descubrimientos? Sin duda, la hija del diablo debía gozar de un grado de libertad que antes ni siquiera había echado en falta.

Una vez en Italia, rodeada de un ambiente relajado y estudiantes de varias edades y nacionalidades, encontró que fumar hierba también contribuía a adormecer sus emociones desbocadas. Por aquel entonces comenzó a esconder la dolorosa añoranza que sentía por Enstel bajo un desfile de entusiastas compañeros de cama.

Al fin y al cabo, pensó, si estaba condenada al infierno, mejor ir allí con honores.

Septiembre marcó el comienzo del último año de la educación obligatoria. El primer día en Burton College, James la miró de hito en hito, tomando nota de su actitud, el inusual maquillaje, sus revueltos cabellos teñidos y la falda de su uniforme, considerablemente más corta que antes del verano.

—¿Qué te parece la nueva Acacia? —le preguntó Robbie con un guiño mientras la sujetaba por las caderas y le daba un beso en los labios—. Fabulosa, ¿eh?

Había contactado con él unos días atrás. Le era fácil obtener alcohol en cualquier parte, pero Robbie era la única persona que conocía que podía proporcionarle otras sustancias.

James los miró en silencio, el dolor y la desilusión impresos con claridad en su rostro. Acacia apenas había respondido a sus correos electrónicos durante las vacaciones, pero este giro era lo que menos se esperaba. La joven se dio cuenta de los sentimientos de James y sintió una punzada de remordimiento, pero se recordó que debía mantenerse en su papel.

Después de la asamblea, fueron a sus grupos de tutoría, donde les entregaron los horarios, los libros y otros materiales que habrían de emplear ese curso. Todos los profesores sin excepción les dieron una charla sobre lo importante que era trabajar desde el primer día. Les aseguraron que los exámenes oficiales que empezaban en mayo estaban más cerca de lo que todos creían y que debían tener en cuenta que sus resultados determinarían su futuro.

El inicio del curso siempre había sido para Acacia un día feliz de reencuentros tras las vacaciones estivales y de excitación ante los nuevos profesores y asignaturas. Esta vez, sin embargo, miró a su alrededor, a los chicos y chicas que había conocido durante años, y se sintió curiosamente ajena, como si no tuvieran ya nada en común. Incluso su amistad con Millie se había enfriado considerablemente.

Al día siguiente, la señorita White les dio la bienvenida a la clase de literatura con su entusiasmo habitual y paseó la mirada por sus alumnos. Al llegar al lugar que ocupaban Robbie y Acacia, ahora compañeros de pupitre al fondo de la clase, apenas se detuvo un segundo.

—Bueno, chicos —anunció con tono ligero—, lo primero es lo primero y, como todo el mundo sabe, para disfrutar de la literatura y aprender es imprescindible que el uniforme de Burton College luzca impecable.

Algunos alumnos se ajustaron la corbata, aunque en realidad eran Acacia y Robbie los únicos que presentaban un aspecto desaliñado.

—Podéis sentaros —le indicó la señorita White a la clase una vez se hubieron recompuesto—. Imagino que ya os han repetido mil veces la relevancia de este año para vuestro futuro.

Se escuchó un gemido general.

—Y es cierto, pero antes de empezar con el programa, me gustaría que me contarais cómo habéis pasado el verano. Millie, tú estuviste tostándote bajo el sol de Niza,
n'est-ce pas?

Después de un rato de charla en la que les preguntó qué es lo que más habían disfrutado de las vacaciones, los libros que habían leído, las películas que habían visto, los lugares que habían descubierto, les pasó la lista de lecturas y trabajos para ese año.

—Acacia, ¿serías tan amable de recordarnos lo que estudiamos el curso pasado? Solo han transcurrido siete semanas, pero cualquiera diría que fue en otra vida, ¿verdad?

Durante los meses que siguieron al accidente en Dartmoor y, pese a sus ruegos, Enstel no accedió a absorber su energía de nuevo.

Fue el sexo lo que volvió a cambiar las cosas entre ellos.

Habiéndose criado en una granja rodeada de animales, Acacia había sido consciente desde muy temprana edad de la constante actividad sexual que se desarrollaba a su alrededor.

A los once años, antes de que empezara la educación secundaria, su madre le dio una charla en profundidad sobre los misterios de la sexualidad humana, enfatizando el componente emocional e incluyendo las medidas anticonceptivas y las enfermedades de transmisión sexual. En sus días de enfermera había visto suficientes casos de mala información y sus nefastas consecuencias como para arriesgarse a que sus hijos cayeran en el mismo error. Andy, que había tenido que sufrir una embarazosa conversación con su padre seguida de una larga explicación médica de manos de su madre, ya había advertido a Acacia de lo que se avecinaba.

Lo que no sospechaban sus padres era que no había mucho que no supiera ya. La granja, Millie y los libros habían sido una fuente de información invaluable.

Conforme fue creciendo, las ausencias de Enstel habían ido extendiéndose, al principio a lo largo de unas cuantas horas, ocasionalmente durante uno o dos días completos.

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