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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (41 page)

—¿Así que te sientes reivindicado? —preguntó Sebeth.

—Es muy extraño —dijo él—. En un sentido no, en absoluto, porque no concluimos el caso ni tuvimos un veredicto del jurado propiamente dicho, ni nada de eso. Nunca quise que Daverak muriera, aunque si hubiera sabido cómo había estado maltratando a Haner, habría querido matarlo. Mi hermana va a vivir ahora con Selendra y Sher.

—Me alegro de que te hayas dado un festín bien nutritivo —dijo Sebeth—. Vas a necesitarlo.

—¿Por qué? —Los ojos de Avan giraron preocupados—. ¿Necesitas que luche contra alguien?

—Es posible —dijo ella—. Pero primero escucha, hay algo que no te he dicho.

—Hay muchas cosas, pero ese es nuestro acuerdo, no tienes que decirme nada que no quieras —dijo Avan con dulzura.

—Ahora sí. ¿Recuerdas lo que te conté sobre mi padre, el distinguido?

—¿Cómo podría olvidarse? —Avan sacudió la cabeza—. Es una de las historias más tristes que he oído jamás.

—Está muerto.

—No podemos ir a reclamar tu parte —dijo Avan mientras se imaginaba a unos hermanos y primos distinguidos y enormes—. Sé que es injusto, pero es que no es posible.

—No es eso. Escucha. Quiero contarte algo. Fui a verlo ayer, era allí donde estaba. Y la mayor parte de las veces en las que no sabías dónde estaba, estaba en la iglesia.

—¿En la iglesia? —Avan parpadeó.

—No tu Iglesia. —La joven se retorcía los dedos muy nerviosa—. En la Iglesia de los Viejos Creyentes. Soy una Vieja Creyente, una Verdadera Creyente.

Avan fue incapaz de pensar en nada al oír eso.

—Nunca terminé de creer del todo lo de tus otros amantes —dijo después de un momento—. No parecía del todo real.

—No he tenido ningún otro amante desde que estoy contigo —dijo ella—. ¿Pero qué te parece lo de la Vieja Religión?

—No lo sé. —Frunció el ceño—. Mi hermano se pondría verde, pero no sabe casi nada de ti, aparte de que existes. La verdad es que yo no soy un dragón muy religioso, Sebeth. Supongo que debería importarme, pero en realidad no me molesta mucho si eso es lo que quieres y te hace feliz. Jamás he intentado interferir en tu vida, ya lo sabes.

—Lo sé. —La joven parecía vacilar, algo muy poco propio de ella—. El caso es que mi padre también era un Verdadero Creyente.

—¿Un Verdadero Creyente que es distinguido? —Los ojos de Avan giraron un poco más.

—En secreto. Yo también lo mantendré en secreto, al menos al principio, y es probable que siempre a menos que cambien las cosas. El bienaventurado Calien, que es mi sacerdote, dice que eso es lo que debería hacer. Pero es importante que eduque a mis dragoncitos en la fe de la Verdadera Iglesia, así que tenía que preguntarte qué te parecía.

—¿Dragoncitos? —Por lo que Avan sabía, Sebeth era muy diligente a la hora de evitar todos los alimentos que pudieran prepararla para producir una nidada. No podía ser un error—. Ojalá pudiera casarme contigo y tener dragoncitos, pero sé sensata, no podríamos permitírnoslo. ¿O es que tu padre te ha dejado algo?

—Mi padre, el distinguido Telstie, me ha hecho su heredera —dijo ella.

—¿Su heredera? —Por un momento Avan no podía creérselo—. Serás distinguida, como te llamaba Kest.

—Kest no tenía ni idea —dijo la joven con una carcajada—. No tenía ni idea de cuánto dolía cuando era casi verdad.

—Es asombroso —dijo Avan atónito.

—Bueno —dijo Sebeth, y su voz no albergaba ningún rastro de su habitual tono guasón—. Seré distinguida, pero voy a necesitar un marido y me preguntaba… Tendrías que cambiarte el nombre. Puedo encontrar a otro dragón si tú no quieres. Está el horrible de mi primo, o es probable que hubiera montones de dragones dispuestos a hacerlo.

La mandíbula de Avan se abrió de golpe.

—No termino de creerme que esto sea real —dijo—. Oh, bueno, si es un sueño, es muy bueno. Sebeth, cuando no volviste a casa estaba pensando que había llegado a quererte mucho más de lo que jamás había pretendido. Temía no volver a verte. No podía casarme contigo cuando eso reduciría nuestra posición a la nada, no habría tenido sentido. Pensaba que quizá algún día podríamos, quizá si tu padre te dejara un poco de oro, quizá si yo pudiera recuperar Agornin de las manos del primo de Daverak, Vrimid, y llevarte allí. Soy más grande que antes, tendré cierta reputación por haber ganado este caso y tengo amigos en Irieth. Pero ahora me estás ofreciendo una riqueza y una posición muy por encima de mis mejores sueños, pero eres tú la que me lo ofrece a mí, no yo el que te lo ofrece a ti. Jamás te he cuidado como se debe cuidar a una doncella, ni a una esposa tampoco; has sido mi secretaria, mi amante y no sé si puedo aceptar así una posición de tus manos, aun cuando te quiero tanto como te quiero.

—¿Era eso un sí o un no? —preguntó Sebeth, tensa como si fuera a saltar en cualquier momento.

—No lo sé —dijo Avan—. ¿Y si te pidiera que renunciaras a Telstie para venir a Agornin y te casaras conmigo allí?

La joven dudó.

—Se lo prometí a mi padre —dijo—. Jamás quise que me protegieran, tú no. Somos compañeros, eso es lo que le dije a mi padre. Eso es lo que querría ahora, no ser una esposa que es como un objeto, algo que te pertenece. Quiero seguir siendo tu compañera, tomar mis propias decisiones.

—Es casi como si yo fuera tu esposa —dijo Avan vacilante.

—¿Y por qué no? Una sociedad, compañeros. Tengo la sensación de que dos esposas podrían funcionar mejor que dos maridos. Oh, venga, Avan, ¿no quieres ser el distinguido Telstie, ser rico y divertirte? —La joven le sonrió; aquellos ojos volvían a provocarle, y el dragón estiró el brazo para cogerla.

—¿Es eso lo que me estás ofreciendo? —preguntó él, y ella le mordió el labio con dulzura—. Entonces acepto. Es muy extraño, pero es cierto: acepto, acepto a la hermosa doncella, la mitad del país, el título… Ya no hay título más alto que distinguido.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Sebeth mirándolo desde el círculo que formaban los brazos de Avan a su alrededor—. Tradicionalmente ahora es cuando debería ruborizarme, pero es que yo ya estoy rosa.

Y aquí correremos un discreto velo sobre la siguiente proposición de Avan.

61
Las hermanas recuerdan su promesa

La Eminente Benandi se quedó callada cuando Selendra volvió del tribunal agarrada al costado de Sher, y rosa. Los ojos le giraron poco a poco y apretó los labios. Sher estaba herido en varios lugares, pero presentaba un aspecto radiante.

Amer y Felin ayudaron a Haner a ir a su habitación.

—Quiero hablar con Selendra —dijo Haner—. Me siento mucho mejor de lo que pensé que me sentina jamás. —Desde luego había más viveza en su color que antes.

—Ese es el milagro de la carne de dragón —dijo Amer con tono sabio, la dragona que jamás había probado ni un bocado. Ayudó a su señora a acomodarse sobre el oro—. Se recuperará. Y menos mal, jamás me habría perdonado haberla dejado ir allí sola si la hubiera matado.

—No podrías haber hecho nada —dijo Haner mientras se le llenaban los ojos de lágrimas—. Se comió a Lamith porque intentó protegerme. Se la comió sin más. Habría hecho lo mismo contigo, si acaso antes, porque tú eres mayor.

—Era una deshonra para su orden —interpuso Felin.

—La posición de los sirvientes es una deshonra para la orden de los dragones —dijo Haner con calor.

—Deberías descansar —dijo Felin muy amable.

—No puedo descansar hasta que haya hablado con Selendra —protestó Haner.

Amer y Felin intercambiaron una mirada y Amer asintió de forma muy leve.

—Iré a buscar a Selendra y luego, de verdad, deberías tranquilizarte. Ya has tenido bastantes emociones por un día—respondió Felin.

—Dijo algo sobre la posición de los sirvientes en una carta a la respetada Sel —comentó Amer con tono especulativo.

—Es algo en lo que he estado pensando mucho. No es solo Daverak, aunque fue la crueldad de Daverak lo que me hizo verlo. Todo ello es un error. Atar las alas está mal.

—Fueron los yargos los que empezaron a atar las alas —dijo Amer volviendo la cabeza.

—Y deberíamos haber dejado de hacerlo cuando nos deshicimos de ellos —dijo Haner con energía.

Entró Selendra, rosa. Lo cierto es que el color rosa la favorecía muchísimo menos que su tono dorado de doncella. No cabe duda de que con el tiempo mudaría a un tono rojo contra el que sus ojos violetas volverían a parecer sorprendentes. De momento, si bien es necesario describir a todas las novias como hermosas, será mejor decir que desde luego Sher la encontraba más bella que cualquier otra cosa que hubieran contemplado sus ojos. Estaba tan rosada y era tan consciente de su estado de rubor que no son necesarias más descripciones.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te encuentras bien?

Haner miró a Amer.

—Me iré si no me quiere aquí —dijo Amer.

—Pues claro que no es eso. Tú conoces todos nuestros secretos —dijo Haner y consiguió reírse—. Hablaremos más tarde.

—Tienes mejor aspecto —dijo Selendra tras examinar a su hermana con ansia.

—Me encuentro mejor —dijo Haner—. Mis felicitaciones, Selendra. Solo quería preguntarte… Supongo que le has prometido a Sher las dieciséis mil coronas.

—Puedes vivir con nosotros, Haner. Sher dice que estaría encantado de acogerte —le aseguró Selendra a su hermana.

Haner vaciló.

—Me encantaría vivir con vosotros, es solo que dijimos que no nos comprometeríamos sin la aprobación de la otra, y que en realidad tú no querías casarte.

—Eso dijo —intervino Amer.

—No me había olvidado —asintió Selendra—. Todo formaba parte de mi plan, cuando pensaba que sería dorada para siempre. Él me lo había pedido, y yo lo quería tanto… Pero no cambié. Creí que no había tenido suerte con los números de Amer. ¡Pero mirad! Me equivoqué. Me volví de color rosa en el tribunal, así de fácil.

—¿Por qué te prometiste con él si creías que no podías cambiar? —preguntó Haner.

—Oh, era algo que tenía que ver con su madre —dijo Selendra—. Supongo que ahora esa dragona me odiará para siempre y me mirará ceñuda cada vez que nos encontremos. Pero ahora ya es demasiado tarde para cambiar, aunque pudiera. —Se le ocurrió entonces una idea terrible—. Haner, tú le das tu aprobación a Sher, ¿verdad?

—Parece un dragón magnífico —dijo Haner—. ¡Y ya veo que es muy tarde para que cambies de opinión! No querría hacerte pensar en ello, y desde luego espero que seáis muy felices. —Una lágrima le rodó por el hocico—. Es solo que me he medio prometido con el digno Londaver. ¿Te acuerdas? Le dije dieciséis mil, pero supongo que tú se lo has prometido todo a Sher. Bueno, solo quería saber cómo estaban las cosas con la dote.

—Si solo es el dinero lo que te preocupa, ahora soy rica —dijo Selendra al acordarse—. Wontas, Gerin, Sher y yo encontramos un tesoro en las montañas. Sher insiste en que una cuarta parte es mía por derecho. ¿Cuánto necesitas para casarte con Londaver? Puedo pagar yo tu dote, ¡qué divertido!

Selendra se echó a reír y Haner lloró un poquito, porque había sido toda una sorpresa y porque había estado esperando una desilusión y había encontrado algo muy diferente.

—Voy a escribir a Londaver, ahora, de inmediato —dijo.

—Debería descansar —dijo Amer.

—Y los dragoncitos quieren verte. Los dragoncitos Daverak, es decir. Bueno, a Gerin y Wontas también les gustaría verte, pero los pequeños Daverak tienen miedo sin ti. Sher y yo los trajimos aquí, pero en realidad no nos conocen.

—Pónganlos con nuestros dragoncitos —aconsejó Amer—. Eso les hará más bien que cualquier otra cosa.

—Debo verlos y consolarlos, aunque solo sea por un momento —dijo Haner mientras se incorporaba un poco—. De verdad que me siento mucho mejor. Iré a verlos, luego pueden jugar con vuestros dragoncitos y yo le escribiré al querido Londaver para decirle que venga a Irieth con tanta rapidez como le permitan sus alas.

62
El baile de la distinguida Telstie

—Creo que es una completa tontería y debería suprimirse —dijo la Eminente—. ¿Tengo la esmeralda derecha, Felin?

Estaban esperando en los escalones de la Casa Telstie, en el Distrito Suroeste, a que los recibieran la nueva distinguida y su prometido, el presunto distinguido nuevo.

—Está derecha —dijo Felin mientras se llevaba una mano a su propio tocado. Wontas había insistido en que se pusiera la diadema de oro que había encontrado él en la cueva, y ella había encontrado a una sombrerera que a toda prisa pudo improvisar un gorro en el que encajara, con vellón negro y blanco y cintas de color verde oscuro. La joven madre había temido que la Eminente no lo aprobara hasta que vio la expresión en los ojos de Penn cuando se lo puso, y entonces ya dejó de importarle lo que pensara la Eminente.

—Cuando Sher se convirtió en eminente, se limitó a ir a la Asamblea en la siguiente ocasión en que se reunieron y ocupó el lugar de su padre. Me atrevería a decir que unos cuantos dragones lo felicitaron, y sí que hicimos una pequeña fiesta, pero no hubo tanta espera.

—Los distinguidos son diferentes —dijo Penn con tono consolador—. Entraremos pronto, somos los siguientes.

—Nadie sabe siquiera quién es —se quejó la Eminente.

—Es la hija del difunto distinguido —dijo Felin—. Lo que sí que es un misterio es dónde ha estado todo este tiempo.

—No creo que lleguemos a saberlo jamás —dijo Penn—. Le dará un disgusto a la familia de Gelener.

—Un golpe terrible —asintió la Eminente.

—¿Es cierto que Gelener va a casarse con Frelt? —preguntó Penn, incapaz de ocultar un ligero asco al hablar.

—Eso creo —dijo la Eminente—. No sé en qué estarán pensando sus padres.

—Quizá está enamorada de él… —sugirió Felin.

—¿Ese bloque de hielo? —bufó la Eminente—. Y hablando de hielo, yo me estoy quedando helada. Ojalá nos dejaran entrar. No estoy acostumbrada a que me dejen esperando en medio de la nieve.

Sher y Selendra se habían adelantado con Haner y Londaver y habían dejado a Penn y Felin escoltando a la Eminente. Era de suponer que ya estaban dentro, pensó Felin con envidia. El retraso se debía a que cada dragón, o pareja de dragones, se anunciaba de forma independiente y se presentaba a la nueva distinguida.

Justo entonces un tiro de caballos se acercó al final de las escaleras, con un carruaje tras ellos coronado por una extraña cresta. Un murmullo recorrió la multitud de dragones que esperaba, seguido por inquietos cuchicheos.

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